Jamás pensé que resucitaría este post pero todo llega señores. Hoy ofrezco: ¡El Desquite de Exuperancia!
Lo he sacado de
aquí, donde se encuentra la versión íntegra. Curiosamente es un periódico que actualmente se tira de los pelos con El Mundo por un "exceso de intertextualizaciones". Como el texto completo es un culebrón mal contado, voy al grano. Vaya por delante que el "estilo literario" de Pedro J. resulta más emocionante.
El Desquite... de Exuperancia
«Piensa en la declaración de Hacienda»
Nuestro primer encuentro fue el jueves 4 marzo de 1993.
Habíamos quedado en los apartamentos El Jardín, entre las dos y media y las tres menos cuarto. Yo fui en taxi. Pagué por adelantado. Unas 19.000 pesetas. Todavía conservo la factura.
Le esperé en la habitación. El apartamento tenía dos plantas, con salón abajo. Abrí la nevera y puse unos refrescos en la mesa.
A las tres menos veinticinco apareció. Casi ni hablamos. Yo llevaba un vestido. Era primavera. Él venía con traje oscuro.
A las cinco minutos habíamos acabado. No puedo decir que fuera satisfactorio, ni que me quedara muy impresionada.
Nos duchamos por separado. Primero él y luego yo. Se quedó viendo las noticias de las tres de la tarde. Es un obseso de la información. Siempre venía con un auricular en el oído derecho escuchando las noticias.
Se marchó a las cinco.
--He quedado con mi gente --solía decir.
Su chófer le recogió, Yo llamé a un taxi y salí minutos después.
Guardé esa factura porque me hacía ilusión. Era un recuerdo de ese día, de nuestro primer encuentro. No me preguntó cuánto había costado la habitación. Tampoco lo haría en el futuro. Siempre pagaba yo.
Al día siguiente me llama a mi casa-oficina. Quería volver a quedar. Le dije que no podía.
El lunes me llamó otra vez. Yo seguía enomorada de Noah, aunque estuviera enfadada con él por haberme engañado. Por un lado, me apetecía quedar, pero por otro me excitaba más tenerle ahí pendiente, siendo como era tan importante y poderoso. Era como una aventura, como un juego.
Nuestro segundo encuentro tuvo lugar a la semana siguiente en los mismos apartamentos, pero en un dúplex diferente. Esta vez le tuve que ayudar a retenerse.
--Piensa en la declaración de Hacienda --le aconsejaba
Los primeros encuentros fueron normales.
Pasado un tiempo, cambiamos de los apartamentos El Jardín en la carretera de Burgos a los Basílica, en la calle Comandante Zorita. De esta manera no tenía que desplazarme fuera de Madrid. De Castellana a Comandante Zorita había dos pasos.
Nos vimos varias veces en esos apartamentos. Quedábamos en horas de comer, de dos y media hasta las cinco, o por las noches, a partir de las ocho y media y hasta las once y media.
Existía una ilusión por ambas partes. Alguna semanas nos veíamos dos veces y otras no nos veíamos.
En el mes de mayo decido irme a vivir sola a un apartamento en Capitán Haya, 23. Mi relación con Noah seguía mal y él se quedó a vivir en mi casa de Castellana. La tal Leticia había dado a luz. Noah había reconocido al niño (al final tendría dos hijos con ella). Yo no había tenido hijos con Noah porque no se había terciado. Además, no era su primer vástago. Ya había tenido otros de relaciones anteriores. Pero lo que más me molestaba era que lo había concebido en mi propia cama.
Le dí la dirección a mi amigo para que pudiera venir a verme. Le pareció buena idea lo de mi nuevo apartamento. No le di llaves.
No había dias fijos. De repetente me llamaba y me decía "esta noche voy a cenar contigo" o "me acerco a comer".
El año 1993 fue una locura. En 1994, bajó un poco porque yo tenía una discoteca en Alicante, aunque volvía periódicamente a Madrid. Telefónicamente seguíamos hablando.
Al cumplir un año en Capitán Haya decidí volver a Castellana con Noah. Estaba pagando dos alquileres. Noah seguía con los negocios. Yo durante el día iba a las compras y por las noches me encargaba de la discoteca. Solía acostarme al cerrar, hacia las siete de la mañana. La discoteca abría de once de la noche hasta que el cuerpo aguantara. Se llamaba Noah-Noah y era entonces entonces uno de los mejores sitios de salsa en Madrid y venía todo el mundo. Hacíamos cajas de un milllón de pesetas.
Volvimos otra vez a apartamentos Basílica. En algunas ocasiones, quedamos en uno de los pisos sin alquilar de una amiga mía viuda que me dejaba las llaves.
Fue en esa época cuando empezaron las exigencias de querer estar con terceras personas.
--¿Qué serías capaz de hace por mí? --me dijo un día
--Cualquier cosa --le respondí
--¿Y estar con más gente?
Le dije que sí. Que para mí era un juego. Se lo permití varias veces. Unas cuatro o cinco. Luego ya no.
Me di cuenta que le gustaban cosas diferentes y empezaba con extrañas peticiones.
--Me gustaría dejarme en tus manos y que hagas conmigo lo que quieras.
Yo me hacía la tonta. Incluso una vez, le dije:
--He cumplido mi parte... ¿qué serías ahora capaz tú de hacer por mí?
--Lo que quieras
--¿Seguro? --insistí.
--Sí
Yo sabía que tenía pareja estable --"la chica que vive conmigo", se refería siempre-- y le dije que me gustaría que nos encontráramos los tres. Se quedó blanco. Se puso tan pálido, que tuve que aclararle:
--Es broma...
Todo esto ocurría en el año 1993. En el mes de agosto me dijo que se iba de vacaciones con su familia. Era la primera vez que hablábamos del tema --me dijo que tenía una hija de 15 años-- y casi la última. Yo no quería saber nada de su familia ni tampoco contarle nada de la mia.
--Me voy de vacaciones con mi hija y la chica que vive conmigo
--¿A dónde?
--A una localidad inglesa llamada Bud
Al volver de vacaciones, me vino a ver. Traía un paquete.
--Mira lo que he comprado
Pensé que era un regalo para mi. Abrimos el paquete y, sorpresa, eran unas pinzas de aspecto extraño. Yo me hice la tonta.
--¿Esto qué es? --le pregunté
--Unas pinzas...
--¿Para qué sirven?
--Para jugar
--Pues como no me des el manual de instrucciones...
--Espera, que te hago una demostración --dijo rasgando el plástico que contenía las pinzas.
Rita Hayworth y el paleto de Cuenca
Exuperancia Rapú, especial para Periodista Digital (10/06/04, 10.06 horas)
La primera vez que me cruzó por la cabeza la idea de grabarle en vídeo fue en 1993.
Ese año nos veíamos a menudo y nuestra relación era muy intensa. Un día, le comenté:
--Si alguien se enterara de lo nuestro...
--Es como si un paleto de Cuenca le cuenta a alguien que se ha tirado a Rita Hayworth. No te creerían.
Él no se dio cuenta, pero ese desprecio me dolió. Yo era "el paleto" y él "Rita Hayworth". En los años siguientes volvería a hacer la comparación en dos ocasiones. Y eso que nuestra relación era "conocida", tanto "por su gente", como le gustaba referirse a su chófer y guardaespaldas, como "por la mía". También por esos dos reporteros suyos, a los que años después enviaría a "investigarme" y a los que tanto les debe. El día que les conocí personalmente en el despacho de mi abogado les apodé "los Dalton", porque eran más malos que la carne de pescuezo. Parecían policías.
Qué mejor forma de demostrar mi relación con un personaje famoso que las imágenes de un vídeo. En la televisión salían cosas así todos los días. Por qué no iba yo a poder contar lo mío.
Todavía tendrían que transcurrir cuatro años hasta que esa idea madurara y decidiera, una tarde de marzo de 1997, llevar a cabo la grabación.
Luego surgió la posibilidad de vender el vídeo, pero en ese momento con todo lo que se veía por la televisión no podía ni imaginarme que era delito.
Las semanas siguientes a la grabación mi mente saltaba de un pensamiento a otro. A veces me decía que esta persona no se merecía eso y otras que sí, que se había aprovechado de mí durante años y me había utilizado a su antojo. Yo llegué a quererle, de alguna manera, pero hubo un momento que parecía una obligación. No sabía qué hacer con el vídeo. Me tentó el dinero.
De 1995 a 1997 seguíamos viéndonos, pero con menos frecuencia. Esa época, Noah y yo nos turnábamos para atender la discoteca de Alicante, pasando uno o dos meses cada vez fuera de Madrid.
El año 1995 hubo meses que no nos vimos, pero durante nuestra relación nunca pasamos seis meses sin vernos.
Él seguía haciéndonos publicidad, sin cobrarnos nada, en su diario sobre la discoteca de salsa Noah-Noah, sobre el restaurante tropical de la calle Fuencarral. Yo notaba que cuando salía algo publicado, se llenaban los locales y no había por dónde pasar.
Muchas veces llamaba a su casa desde la mia para saber si los niños habian cenado. Hablaba con la asistenta. También llamaba a la redacción para dar indicaciones.
En octubre de 1996, publicó un artículo sobre la discoteca Caché en la que yo hacia las veces de relaciones públicas. Yo le había pedido que me echara una mano y envió a un redactor y a un fotógrafo a hacer un reportaje.
El año 1996 empezaron mis problemas económicos. La discoteca tenía muchos empleados y la caja no daba suficiente para pagar las nóminas. El negocio había caído.
Una noche que había venido a verme le pedí un favor.
--Necesito que me prestes un millón de pesetas
--¿Para qué lo quieres?
--Se trata de un préstamo no de un regalo. Tengo un familiar enfermo que tiene que ir a Estados Unidos a operarse, pero te lo voy a devolver --dije sin más explicaciones porque no quería que viera que estaba atravesando un mal momento económico.
--No puedo porque estoy arreglando la casa.
Había comprado a un famoso escritor una casa inmensa en el Paseo de la Castellana, enfrente del Hotel Miguel Angel.
Fué la única vez que le hablé de dinero. Y no me lo prestó, a pesar de que en el pasado yo le había pagado mujeres, caprichos y otras historias.
Me sentó mal y dejé de verle durante un tiempo. Me sentía utilizada.
Cada vez que llamaba insistía en quedar con alguna de mis amigas.
--¿Cuándo me las vas a presentar? --me decía.
--O sea, que me llamas por interés en esas personas y no porque quieras verme.
Eso fue en octubre de 1996. Yo sabía que lo tenía ahí y me gustaba que me comiera la oreja, pero le di largas durante unos meses... hasta la tarde del día 6 de marzo de 1997.
Ese día me levanté temprano y fui a la discoteca. Luego a una papelería de detrás de Sor Angela de la Cruz a recoger unas tarjetas y publicidad. Serían las doce y media de la mañana cuando suena mi teléfono móvil. Entonces todavía no aparecían los números de llamada.
--Hola, soy yo, necesito verte hoy
--¿Y eso? --le pregunté yo haciéndome de rogar.
--Es que el día de hoy me trae de cráneo
--¿Por...?
--Está siendo un día muy ajetreado.
Ese "día" había declarado en el juicio contra un famoso banquero y estaba como ido.
Yo ya tenía decidido grabarle en video aunque lleváramos sin vernos cuatro meses, desde octubre.
--Llámame a las tres de la tarde y te digo si puedo verte --le contesté antes de colgar.
A las tres en punto, suena mi telefono móvil de nuevo.
--Soy yo; qué, ¿nos vemos o no?
--Sí
--Pues a las ocho y media estoy allí
A las nueve menos veinticinco me asomé al balcón de mi apartamento de Sor Angela de la Cruz y veo llegar su coche, un Audi oscuro. Él iba detrás. Su guardaespaldas se baja y él espera a que le abra la puerta. Le veo caminar hacia el portal.
Toca el timbre y le abro.
Ese día venía como un lobo, empieza a delirar
--Oh musa de mis entretelas...
Cruzó el pequeño recibidor y entró al salón. Tenía la música puesta, la televisión encendida sin voz. Me senté al borde de un mueble. Justo en ese momento suena el estribillo de una canción: "Teatro, lo tuyo es puro teatro".
Comenzó a cantar. Y se arrancó con un strip-tease. Chaqueta fuera, se soltó los tirantes, se desanudó la corbata, se quitó los pantalones, la camisa... todo con movimientos tipo strip-tease.
Se quedó en pelotas y de rodillas ante mis pies.
--Ésta es la mía --pensé--. ¡Ladra! --le dije.
Qué pena que en ese momento la cámara de vídeo no estuviera encendida para que hubiera registrado sus ladridos. Ni siquiera había habido tiempo de tomar nada.
--Como un perro, más fuerte...
Me subí encima de su espalda y comenzó a hacer que cabalgaba mientras ladraba.
--Quédate ahí --le dije mientras iba a la habitación a por un corpiño rojo y unas medias que había comprado.
Para la grabación, también tenía un látigo y un vibrador. Le puse el corpiño y las medias y, subida a su espalda, le dije que fuera a gatas hasta el dormitorio.
En ese momento fue cuando el que estaba escondido en el armario enchufo el video...
Al día siguiente me llamó. Yo estaba en la discoteca. Serían las doce de la mañana. Quería volver a quedar. Me volvió a llamar en agosto para verme, justo el día antes de que yo me fuera a Guinea de vacaciones.
Esa fue nuestra última conversación.
Me detuvieron nueve meses después, el día 6 de noviembre. Al doblar la esquina de Capitán Haya con General Yagüe aparecieron dos hombres de paisano.
--Policía, identifíquese...
Saqué mi DNI.
--¿Eres Exuperancia Rapú Muebake? Hay una orden de detención contra tí
--¿De qué se me acusa?
--No le podemos decir. Tiene que acompañarnos a Comisaría.
No me esposaron. Esa noche dormí en los calabozos de la Puerta del Sol y los mismos policías que me detuvieron me trasladaron a los Juzgados de Plaza Castilla a la mañana siguiente.
Esa tarde ingresé en la cárcel de Carabanchel. Me trasladaron en una furgoneta de la Guardia Civil junto a otras cuatro chicas al módulo de mujeres.
En Ingresos, una funcionaria tomó nota de mi nombre y me preguntó de qué me acusaban.
--De revelación de secretos
--Qué raro. ¿Seguro? Llevo muchos años en esto y es la primera vez que decretan prisión provisional sin fianza por ese delito.