Y es que no todo se queda en tener al típico amigo de la novia que viste con mono de tirantes y camisetas del Bershka, se compra el último recopilatorio de Ana Torroja y ojea con auténtica devoción semanal la Shangay de turno. Ni mucho menos.
El mundillo homo más oculto a las -tristemente poco curiosas- miradas heteros, puede resultar tremedamente fascinante partiendo de la base de que, en él, uno puede llevar a cabo con infinita facilidad muchas de las fantasías que en el modelo "pene-vagina" nunca cruzarían el limbo onírico.
Una de estas paticularidades irisadas que últimamente, aunque sea tan remota como la primera polución de Nicotín, parece estar siendo objeto de un intento de extracción a la mirada pública es el cruising.
¿Y qué es el cruising estimados subnormales?
Pues el cruising es el concepto que sirve para englobar unas zonas concretas y las acciones que en ellas se llevan a cabo y que, mayormente, vienen siendo el fornicio ipso facto -opción a domicilio perfectamente viable- con desconocidos.
Aunque cuando me refiero a determinadas áreas para practicar cruising no me refiero a lo que algunos estaréis imaginando, como pueden ser cuartos oscuros, locales de sadomaso o el despacho de Pedro J., sino emplazamientos al aire libre, como el Retiro o aparcamientos, y demás sitios públicos, en especial lavabos de estaciones de tren, metro o autobús y centros comerciales.
La motivación para romper la empalizada del gueto no pasa tanto por el mero exhibicionismo, sino más por la gratuidad de esta práctica (en un cuarto oscuro, sauna o local de índole coital los clientes salen doblemente follados, en el aspecto sexual y en el económico) amén de su práctica disponibilidad las veinticuatro horas del día los trescientos sesenta y cinco días del año.
Es decir, supongamos que, por poner un ejemplo al azar, nuestro amigo Aquilino se ve súbitamente asaltado por un ardor fálico a las tres de la tarde. ¡Horror!; los cuartos oscuros no suelen estar abiertos a esas horas, meterse en una asfixiante sauna a esas horas puede resultar casi mortal y desembolsar un billetito naranja por un fornido mancebo no parece algo demasiado viable a largo plazo, debido la frecuencia de inesperados calores a los que se ve sometido todo varón.

¡Ay, que m'arde el ciruelo!
Por suerte para nuestro querido Aquilino, que reside en la Villa de Madrid y, más concretamente, en Legazpi, existen unos enormes baños en la estación de Mendez Álvaro, un incesante goteo de viajeros que a esas horas están esperando para coger su autobús de las cuatro, y, finalmente, el mencionado fenómeno del cruising.
Así pues, Aqui para los amigos, se dirige hacia los urinarios y en diez minutos se planta en ellos, colocándose en un meadero incrustado en la pared y, justamente, entre una polla octogenaria y otra de unas treinta primaveras. Más que por decoro y dotar de mayor sentido al viaje, por su afición al buen teatro, vacía su casi hueca vejiga mientras aprovecha para tantear el terreno. Y es que en no pocos casos la pose y actitud suelen ser trascendentales, más aún cuando, para alegría de nuestro cincuentón ejemplar, acaba de cruzar la puerta del servicio un joven efebo, bien moldeado por la madre naturaleza y, seguramente, el Holyday Gym* de su barrio para situarse tres posiciones a su derecha.
Ante este panorama, la lascivia debe quedar relegada a un segundo plano cuando uno no es la presa sino el cazador, algo que no parecen entender la gran mayoría de maduros practicantes, consecuencia sin duda de la buena aceptación socialde la que gozaban las películas de Pajares, Esteso y otros latin lovers durante sus años mozos. Porque, por dios, a partir de los treinta y cinco alguien que saca la lengua para, más que relamerse, embadurnarse los labios de baba y abre desmesuradamente, fruto del deseo, sus ojos, no resulta erótico, ni siquiera morboso, sino completamente repulsivo.
En consecuencia, Aquilino, experimentado y con buena mano para estas cosas, decide mostrarse casual, cual orinante de mediodía, aunque sin olvidar lanzar furtivas miradas cargadas de falsa inocencia y curiosidad hacia el (su) diestro veinteañero, algo que, debido a la satisfacción que produce el ser consciente del trabajo bien hecho, ayuda a que las esponjas de su mayor apéndice empiecen a hincharse, algo que atrae la atención del matusalén colindante, la cual ya se encarga de ahuyentar nuestro camarada con un fulminante entornado de ojos hacia la molesta pasa seca.
La cosa no dura más de un minuto, el joven le ha devuelto la segunda mirada, lo cual, de existir una interpretación para este improvisado lenguaje vendría a ser algo parecido a la luz verde de un semáforo, y ahora existe un consciente y, para qué negarlo, escandaloso intercambio de pupilas entre ambos, facilitado en gran medida por la marcha del obstáculo entre ellos, es decir, el flanco derecho de Aquilino. Sin moros en la costa, ambos se separan fugaz e intermitentemente de sus urinarios con tal de poder observar la carnaza ajena (llegados a este punto, aprovecho para recordar al lector la existencia de determinada estética fálica), algo, trascendental y absolutamente complementario para dar paso al momento cumbre de la jugada, y es que, nunca mejor dicho, el peso de la carne inclinará positivamente o no la, hasta el momento, oscilante balanza.
Finalmente, y tras dar fe de la buena -para el caso- dotación de ambos, el camino hacia la eyaculación puede bifurcarse en lo respectivo a la ubicación de ésta; en cualquier retrete con puerta y pestillo o, para mayor comodidad de los practicantes, en otro sitio a salvo de inoportunas redadas de PROSEGUR (véase jardines y parques próximos o, sin ir más lejos, la residencia de cualquiera de ambos). Por lo general, cabe decir que la mayoría de contactos sexuales suelen producirse ipso facto, pues aparte del morbo del aquí y ahora, lo esporádico y la no repetición suelen ser dos características esenciales del cruising.

Pese a ser un ejemplo, en lugar de elegir un inodoro cerrado, nuestros protagonistas podrían haber optado por el "claro" artificial existente en el jardincito derecho.
En conclusión, Aquilino termina ensartando, previo petting, a su tierno pincho moruno en un cagadero de Mendez Álvaro, gratis, rápidamente y sin compromiso.
Fácil, ¿eh?
Pues eso no es todo, imbéciles, ¡en el mundo del cruising también hay razas, edades, colores y gustos para todos!
Por lo general, en los servicios públicos, en especial los de Atocha, los ancianos -unos más terminales que otros- han establecido su dominio, llegando a organizar algunos de ellos competiciones en las que se premia al que más horas resista fingiendo una micción, de pié y con su La Razón bajo el brazo.

¡A que tú no aguantas toda una tarde de pié y con el palo tieso!
Pese a existir juveniles y honrosas excepciones, como Méndez Álvaro, los de la FNAC (ideales para modernos y gafapastas) y multitud de cortes ingleses, el resto de lavabos, como los de Moncloa y Avenida de América no se quedan atrás en cuanto a siglos de media de sus usuarios, aunque a partir de media tarde se nota el horario de salida de los empleados de la construcción y demás latinoamericanos.
Eso sí, aparte de resultar repugnantes físicamente en la inmensa mayoría de casos, los muy maduritos también son nauseabundos en cuanto a comportamiento; viudos con menos de un lustro por delante que deciden poner fin a décadas de mojigatería y se lanzan como un perro hambriento sobre cualquier chistorra que capte su mirada, persecuciones dignas del más diestro agente privado e, incluso, intentos de forzar las puertas -que alguien bendiga a los pestillos- de los lavabos, figuran entre sus habituales prácticas. Ahora, nada como un imponente exabrupto para quitárselos de encima y recordarles su frágil condición.
Luego están los parques y sitios al aire libre, donde el género mejora sustancialmente, ya no sólo en cuestión de edad y tersura de la piel, sino en savor faire, aspecto e, incluso, dotación. Hablo, principalmente, del Parque del Buen Retiro, donde aparte de los lavabos -obviadlos a menos que os hayáis sentido ligeramente atraídos por los inmediatamente anteriores párrafos- existe una zona dedicada oficiosa y exclusivamente al cruising; estoy hablando a la que comprende el espacio entre la calle principal (la que va desde el lago hasta el ángel caído) y las instalaciones deportivas-bosque de los ausentes.
Infinidad de caminitos estrechos, con abundantes setos (la mayoría, más que profanados, adecuados por los usuarios para sus menesteres sexuales) y vegetación, bancos, placetas y, al caer el sol, escasa iluminación.
Moriscos, cachas, aceitunos, negros, autóctonos, deportistas, jovencitos, modernos, todos rondan en busca de un buen magro de cerdo o, si la búsqueda no resulta fructuosa (algo difícil, debido a la cantidad y variedad de público) a esperar a la macro-orgía nocturna que suele producirse en uno de cada dos bancos, la cual recuerda a un banco de peces lanzándose en masa sobre las migajas de pan que los turistas echan al estanque, pero en esta ocasión el gourmet resulta ser un trasero en pompa.

Antes de sentaros en cualquiera de ellos, recordad que, en ocasiones, lo blanco no es mierda de paloma.
Tampoco podemos olvidar la otra gran zona verde (aunque de esto último tenga más bien poco) de Madrid, es decir, La Casa de Campo, donde los heterosexuales guarrotes apagan sus totems ardientes a golpe de billetera, mientras que los de la otra acera lo hacen tan alegre y gratuitamente al lado del teleférico.
Ah, ¡y qué decir de los aparcamientos al aire libre! El de las Ventas y Polvoranca son dos auténticos clásicos donde -especialmente en el segundo- a todas horas podría jugarse a una especie de pacman basado en pollas y jetos bigotudos.

A esto se le llama un "depósito bien lleno".
El funcionamiento del cruising en exteriores es mucho más sencillo que en interiores, al no contar con la molesta y agobiante presencia de retrasados disfrazados de seguratas ni tener que aguantar estáticamente a la llegada de carne fresca. Aquí puedes caminar, elegir tu partenaire entre el amplio abanico o, para los más perezosos, sentarse en un banco y simultanear la observación del objetivo con un sutil frotado de paquete, hasta que este decida acercarse e intercambiar las necesarias palabras.
La única desventaja -porque, incluso dentro de lo tirado, hay alguna pega o dificultad- sería la ubicación para llevar a cabo el acto propiamente dicho, ya que, a menos que sea de noche, los matojos ocultan, pero en ocasiones no lo suficiente para estar a salvo de miradas indiscretas (aunque habrá a quien le ponga).
Finalmente, otra modalidad de cruising que podríamos llamar "parasitaria" es la que se alimenta de locales dedicados a los encuentros sexuales, es decir, cuartos oscuros, clubs nudistas, etc., cuyas esquinas más cercanas suelen tener como farola a algún que otro recolector de clientes insatisfechos (o demasiado voraces). Para el efecto, cualquier portal callejero sin el debido cerrado, servirá.
En fin, como véis, fornicar fácil, cómodo y gratuito es, visto lo visto y lejos de todo tópico putero y machista, una auténtica mariconada.
Hale, hasta próximas entregas.
* El mundo de los gimnasios también da para otra buena parrafada, pero ya que estamos con el tema de las cópulas con desconocidos, la cadena Holyday viene como anillo al dedo. O como dedo al anillo. O anazo. O lo que sea, vamos.