tonetti escribió:igual creías que lo hacían por el poder del amorl o algo asín...
No dudes, que el PdA zapateril ha tenido mucho que ver en esto. Y yo que me alegro.


Esto es cosa de los Carod Rovira y los Ibarreches con objeto de desacreditar a Madrid.
hay cosas que son curiosas, como que en Nueva Orleans los gays tuvieran previsto celebrar el «festival de la decadencia sureña» del 31 de agosto al 5 de septiembre, para el cual habían anunciado que harían actos homosexuales en las calles que avergonzarían a todos. O como que en esta España seca y abrasada se hayan aprobado leyes gravísimas contra la familia, contra la vida y contra la educación de niños y jóvenes
¡¡¡Ay por favor!!! que esto me suena a las Plagas de Egipto o a Sodoma y Gomorra
¿Es que todavia no escarmentamos? ¿que hace falta que ocurra para que despabilimos de una vez?
De hecho desde que han entrado los Socialistas en España, no llueve.
hay cosas que son curiosas, como que en Nueva Orleans los gays tuvieran previsto celebrar el «festival de la decadencia sureña» del 31 de agosto al 5 de septiembre, para el cual habían anunciado que harían actos homosexuales en las calles que avergonzarían a todos. O como que en esta España seca y abrasada se hayan aprobado leyes gravísimas contra la familia, contra la vida y contra la educación de niños y jóvenes
tonetti escribió:hay cosas que son curiosas, como que en Nueva Orleans los gays tuvieran previsto celebrar el «festival de la decadencia sureña» del 31 de agosto al 5 de septiembre, para el cual habían anunciado que harían actos homosexuales en las calles que avergonzarían a todos. O como que en esta España seca y abrasada se hayan aprobado leyes gravísimas contra la familia, contra la vida y contra la educación de niños y jóvenes
Lo realmente jevi metar es que eso es parte de un articulo que ha escrito un pollo en 'LA RAZÓN'
Tiempo de Dios
Santiago MARTÍN (LA RAZÓN 8/9/2005)
Empieza el curso. Un curso que promete ser «caliente», como el verano que no termina de irse. En España tenemos a la vista la difícil cuestión de la regulación de la clase de Religión, que no sólo puede terminar de enconar las relaciones entre la Iglesia y el Gobierno, sino que puede servir para acrecentar y mostrar la fractura que hay en el seno del propio Episcopado.
En Roma, está pendiente el nombramiento del equipo de gobierno con el que Benedicto XVI va a afrontar los cinco años próximos, posiblemente los más importantes de su pontificado; también podría ser que los cambios en Roma nos afectasen de alguna manera, pues quizá algún español vaya a engrosar la lista de «ministros» del Vaticano. Pero, sinceramente, en este primer artículo del nuevo curso no me apetece hablar de ninguna de estas cosas. Es demasiado pronto. Por eso quiero referirme al que ha sido el asunto «estrella» de este verano: el calor, la sequía, los incendios. ¿Estamos haciendo algo para merecer esto?, me he preguntado varias veces en estos difíciles meses. O, al revés, ¿estamos haciendo algo para merecer la lluvia? Posiblemente la mayoría creerá que Dios no interviene en esto del clima y que, como el Señor hace llover sobre malos y buenos, lo que sucede es cuestión o del azar o del estropicio que los hombres estamos montando con el planeta. Sin embargo, hay cosas que son curiosas, como que en Nueva Orleans los gays tuvieran previsto celebrar el «festival de la decadencia sureña» del 31 de agosto al 5 de septiembre, para el cual habían anunciado que harían actos homosexuales en las calles que avergonzarían a todos. O como que en esta España seca y abrasada se hayan aprobado leyes gravísimas contra la familia, contra la vida y contra la educación de niños y jóvenes.
He leído este verano «El progreso decadente», de Luis Racionero, premio Espasa de Ensayo en 2000. El autor señala, como una de las causas de la crisis, la cada vez mayor separación entre progreso técnico y comportamiento moral. O, dicho de otra manera: si no crees en Dios, la realidad debería enseñarte que un mundo sin Él se autodestruye. Y si crees en Dios, deberías ver en estas catástrofes naturales su firma, que es de aviso, para que aprovechemos el tiempo que aún tenemos: tiempo de conversión y misericordia.