No tiene prezio escribió:crasitud significa únicamente gordura.
Será mejor que no sigas buscando asesoramiento literario en Urdu.
Juan Luis Cebrián escribió:(Como ves, no sólo sé tirar del google, sino que también de la RAE).
Juajuajuajua...me ha emocionado eso, te lo digo en serio. Si el inútil de gnoki no borró el post, por ahí podrás encontrar una bella muestra del gran respeto que me inspira la RAE últimamente.
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Bueno, ahora vamos con mi defensa de la clásica y efectiva grapa:
Distinguida concurrencia, dejen que les narre un anecdótico sucedido, uno de tantos pequeños dramas cotidianos cuyo eco se confunde y se pierde en la estruendosa humareda de la ciudad:
Con la mirada extraviada en el vacío y su rostro mudado en melancólica ausencia, Clodomiro, sentado ante su mesa, permanecía inmóvil e indiferente al acostumbrado ajetreo que reinaba en la oficina. Nadie en las otras mesas reparaba en su triste semblante, ni en su extraña falta de actividad. Tampoco él parecía darse cuenta de dónde estaba ni de que era el único que no hacía absolutamente nada.
Clodomiro pensaba en el día anterior. Pensaba en cómo sus ilusiones de padre habían sufrido un serio revés, y no cesaba de preguntarse qué podía haber fallado, qué había hecho mal.
La tarde anterior, Pedrito, su hijo mediano y único varón, que tenía once años de edad, y era un niño tranquilo, despierto, saludable y buen estudiante, había llegado del colegio como cada día y se había puesto a hacer los deberes. Clodomiro, enfundado en su batín y calzado con unas cómodas pantuflas, se sentaba ante el televisor disfrutando -como cada día tras una jornada de trabajo- de la placidez de su hogar.
Entonces Pedrito se acercó a él sosteniendo cuidadosamente un puñado de hojas, y le dijo: "Papá, mañana he de entregar este trabajo, y no tengo nada para sujetar las hojas".
"Ah!, bueno, vamos a preguntarle a tu hermana" respondió Clodomiro, y, seguido por su hijo, se dirigió a la habitación de su hija mayor Teresita. "¿Tienes algo para que tu hermano pueda sujetar esas hojas?", preguntó. Teresita señaló hacia su mesa, sobre la que había diversidad de enseres escolares y adornos. Clodomiro observó a Pedrito acercarse a la mesa de su hermana. Sobre la mesa, había una recia grapadora Petrus, de color negro, sin brillo, imponente y viril cual si de una ametralladora se tratase. Y, al otro extremo de la mesa, un montoncito de clips de colorines, apastelado caleidoscopio de lo más amanerado del espectro cromático: verde fosforito, rosa degradado, fucsia chillón, lila nacarado...
Y entonces, ocurrió. Tras unos breves momentos de duda, Pedrito echó mano al montón de clips de colores, y comenzó a examinarlos para decidir qué color le gustaba más. Mientras, el corazón de su pobre padre caía hecho trizas al suelo. Clodomiro no había dudado de la decisión de su hijo: la grapadora era la única opción. Cualquier niño aprovecharía la ocasión de tomar prestada la grapadora de su hermana y hacer con ella toda clase de trastadas. Cualquier niño se hubiera rendido ante el metálico poderío de aquella hermosa grapadora negra. Cualquier niño tal vez, pero no Pedrito. Pedrito eligió los clips. Pedrito decidió que el verde fosforito era el color adecuado para dar un último toque a su trabajo. Pedrito sujetó las hojas con el clip verde fosforito, y salió de la habitación contento y dando saltitos. Y mientras, un puñal verde fosforito se hundía en el alma del desdichado Clodomiro.
Aquella noche, Clodomiro no pudo dormir. Por la mañana, se asomó a la habitación de Pedrito, que aún dormía, y contempló a su hijo con dolor y ternura por igual. Miró a las paredes, y vio detalles que antes no habían tenido importancia para él: el poster de David Bisbal, el cuadro de una puesta de sol, los CD's de Chenoa y "Lo mejor del Techno". Y el libro de su mesilla de noche, que Clodomiro reconoció porque su mujer lo había comprado algún tiempo atrás. Se titulaba "Lenguas y dialectos de la India, 1ª parte: El Urdu".
Por un momento, Clodomiro soñó. Soñó con un poster de Samantha Fox, con una portada del "Mortadelo y Filemón" colgada en la pared, con CD's de Iron Maiden y AC/DC. Soñó con la última edición del Playboy descuidadamente olvidada sobre la mesilla de noche. Soñó con un puñado de hojas torpemente grapado, y grapas clavadas en las patas de las sillas, en los marcos de las puertas, en los armarios de la cocina.
Clodomiro cerró la puerta y se marchó a la oficina.
Y allí, sentado ante su mesa, le despertó una voz. Era Bartolo, uno de sus compañeros, que le preguntaba: "Clodomiro, ¿tienes unos clips?", a lo que Clodomiro repondió que no en silencio. Bartolo se volvió y se dirigió de nuevo a su mesa. Se sentó y miró a Clodomiro de reojo. Serían imaginaciones suyas, pero hubiera jurado que, al darse la vuelta, Clodomiro, entre dientes, había dicho a sus espaldas: "¡Será maricón!".