Pero es que la saga Bond no tiene ninguna aspiración de ser nada más que un bocata de Nocilla. No tiene grandes aspiraciones artísticas: tiene pasta, buenos sueldos que atraen a algún director y actores de prestigio, cochazos, localizaciones espectaculares, guiones trillados, tortas... No aspira al beneplácito de Cahier du Cinema ni hostias de esas.
Lo que te gusto es Le Carre. Y es imposible no amar a Le Carre, sus mundos desmitificados, sus grises perdedores, sus espias oficinistas y sus protagonistas en crisis existencial. Ahora, pensar que eso, y solo eso, es como tienen que ser las peliculas de espias... es de una ceguera terrible.
Nadie está hablando de aspiraciones artísticas, yo en todo momento he hablado de entretenimiento. Ni siquiera El topo se acerca a la creación de un supuesto artista de vanguardia, pero vamos, ni de lejos. Mucho menos a algo que puedan alabar en el Cahiers, Michael.
La diferencia de ambas para vosotros es que una es lenta y dramática, y por tanto, parece ser que no os gusta, y la otra tiene explosiones y tiros y sigue un esquema que asimiláis de mejor manera. James Bond es acción. Acción regulera que en su día habrá podido crear escuela, que no lo sé, pero que hoy ya es estomagante de lo añeja que se ha quedado por mucho maquillaje que le cambien.
Es decir, no es cierto que sólo la fórmula de El topo y de Le Carré, de quien nunca he tocado un libro, sea para mí la única manera válida de abordar el género. Es que si James Bond hubiera sido un sicario en vez de un espía, el guión podría ser el mismo cambiando el MI6 por el cártel de Medellín.
Misión Imposible también es acción, pero mira tú por donde, la primera de la saga tiene a un director maravilloso detrás que ha sabido darle un halo de intriga y conspiranoia que hace de la peli un producto redondo para lo que nos vende: la tensi´ón de un personaje que nunca puede ser descubierto. Cosa que en James Bond nunca, nunca he visto. Es más, sin ser gran cosa, incluso la.. ¿quinta? que he visto en un autobús, tenía una escena bastante buena en homenaje a El hombre que sabía demasiado, de Hitchcock, y la cuarta tiene la escena del pasillo del Kremlin con un gag que combinaba la tensión con la comedia de un actor como Simon Pegg.
No es, repito, que yo me ciña a una sola manera de entender el cine de espías.