No entres en este post. No te incumbe.
- Tristán
- Perro infiel amiricano
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- Registrado: 01 Ago 2005 19:09
- Ubicación: sala de espera.
No entres en este post. No te incumbe.
Estuve con Marta dos años. Una niña pija de Madrid que estaba mal de la olla. Los médicos le diagnosticaron personalidad límite, una enfermedad incurable. Por lo visto, remitía a los cuarenta y pico. Por el momento solo se podía incidir sobre los síntomas metiéndole en el cuerpo montones de mierda con un huevo de contraindicaciones.
Marta siempre se negó a medicarse, y yo, respetaba esa decisión; no me iba a poner a darle la brasa, para eso ya estaba su vieja y el resto plastas con aires de cura que merodeaba a su alrededor.
Además, que unos loqueros quisieran contaminarla con drogas no me hacía ni puta gracia. Nunca me tragué el rollo ese de que tenía que hacerlo por su propio bien. Las instituciones estatales existen por el bien del estado, no del individuo.
La sociedad, la gente, o como quieras llamar a esa masa de homínidos estandarizados que cada día hacen que el mundo gire, le tenía miedo. No sabían como reaccionar cuando rompía a llorar sin motivo, no entendían los cortes que se imprimía en los brazos para escapar de otro tipo de dolor; muchísimo más jodido. Pero por encima de todo, temían los impulsos homicidas que nacían de su paranoia.
Ante esto, el miedo, era una postura comprensible; pero que yo, simplemente, no compartía. Marta era un peligro ¿y que? El peligro estaba por todas partes; en las carreteras, en los andamios, en las navajas; hasta en una célula que se da a la ninfomanía como la clase alta al yoga; empieza a follarse a si misma y en dos segundos te planta un cáncer mortal en el corazón del corazón.
En resumen, que a mi me gustaba como era, no me apetecía verla disminuida por esas mierdas de laboratorio. Sus locuras no me desagradaban, al contrario, me parecían la ostia. Todo lo hacía desde la honestidad, con fuerza y hasta sus últimas consecuencias. Marta se comportaba como un jodido vomito de vida que se desparramaba, siempre, contra mi cara. No sé, intentar dominarla me ponía, y la puta verdad es que acabé enamorándome como un capullo.
Como vivía lejos, solo nos veíamos en vacaciones y uno o dos fines de semana por mes. Follábamos como perros, discutíamos como serpientes y adiós muy buenas. Hasta la próxima. “no olvides que te quiero. Cuídate cabrón, cuídate puta”. Sonrisa cómplice en una estación de tren y cada uno a su casa.
Al final, claro, lo dejamos. La cosa se complicó cuando medio me pillo, medio confesé un par de infidelidades. Eso fue un error muy bestia por mi parte. Y es que cuando una paranoica encuentra motivos racionales a su desquicio, aquello vuelve a crecer hasta ponerse, otra vez, fuera de la racionalidad.
Se volvió más preguntona, todo lo que salía de su boca tenía una segunda intención cargada de maldad. Llegó un momento en que la sola idea de hablar con ella me traía dolores de cabeza. Joder, nunca la dejé de querer, pero no estaba dispuesto a sufrir a la GESTAPO encarnada en una niñata de mierda. Además, Marta, a esas alturas, estaba en 2º o 3º de psicología, se había metido porque ansiaba comprender la diferencia que había entre ella y el resto del mundo, así que de rebote, tenía más armas de las habituales para presionarme, joderme y controlarme.
La mierda acaba por reconocerse, huele. Nos vimos en un callejón sin salida. Ella jamás olvidaría mis infidelidades. Marta podía ser muchas cosas, pero siempre en su estado más puro, desde aquello, era el rencor. Y yo, pese a todo, nunca sería fiel al cien por cien. Simplemente, no podía aceptar la sumisión del deseo visceral a las leyes morales de la era. Al fin y al cabo, una postura bastante infantil, lo sé.
En fin, que aquello nos fue distanciando hasta que se rompieron todos los lazos.
Yo no quería olvidarla, pero tenía que hacerlo. Tras vivir aquel episodio me sentía la ostia de quemado. En mi cabeza las neuronas que contenían sus gestos, su olor, sus palabras, la imagen de su cuerpo desnudo, estaban más activas que nunca, en pleno bacanal. No paraban de hacerse dedos con mis impulsos eléctricos; me estaban hundiendo en la mierda con su capacidad para el multiorgasmo.
Tenía que salir inmediatamente de esa mierda. Y pensé que encontrando a una tía que fuese totalmente diferente, lo conseguiría. Y la encontré.
Aquí empieza la historia.
- 2 -
Estaba en el Tal Vez, un bar. Cuando alquilé una habitación en la vieja casucha de la esquina haciéndome pasar por un correcto estudiante de filosofía supe, instintivamente, que ese bar sería mi puto lugar en el mundo. En la periferia del dinamismo económico de los huevos. Y en las antípodas del universo físico y social.
El dueño era un tío enrollao de unos 30 tacos que realmente vivía del tráfico de coca. Montó el bareto para justificar la pasta. Se lo montaba bien. Tenía a dos tíos destroyer que te cagas que se turnaban tras la barra, y que se dedicaban, principalmente, a rascarse las pelotas mientras jugaban a las cartas. Me hice colega de uno. El Antonio. Dientes negros, cadena de oro, chándal, ese estilo. Me caía bien. El otro era demasiado nazi como para cruzar tres palabras y no sentir unas ganas asfixiantes de cruzarle la cara; por gilipollas. Opté por pasar de él, no me interesaba tener enemigos tan cerca de casa.
Así que ahí estaba yo. Una noche más, tirando el tiempo por el desague, sin acabar de encontrar la forma de levantar cabeza. Prisionero de mi mismo, rodeado de una miseria que se te subía al alma como un puto virus. Por aquellas semanas ni Nietzsche me daba fuerzas para continuar. Y en eso, en el jodido epicentro de la fealdad, se abrió la puerta y apareció Esther. Físicamente, una diosa. Entró despreocupada en aquel antrillo con una amiga, una asquerosa bola de sebo. Se sentaron en la otra esquina y pidieron unas birras.
Yo me quede mirándola, y la miré hasta que no tuvo más remedio que decirme algo.
- ¿tío, por qué me miras tanto? – Sus palabras cruzaron todo el bar, en plan vacilón.
- Porque estás buenísima. – Contesté con sequedad. La sinceridad provocó las risas entre los habituales. Antonio, el camarero, me disculpó.
- Esther, perdónalo, ha bebido mucho. Además, está jodido.
- ¿Que coño le pasa? – le contestó antes de mirarme redirigiendo la pregunta con el mentón.
- Es demasiado largo – musité antes de centrarme en el vaso y acabarme el cubata.
Esther se levantó y vino decidida hacía donde estaba yo. Pilló un taburete y se sentó a una distancia prudencial.
- Venga, cuéntanoslo. ¿que te pasa? Tampoco hay nada mejor que hacer. – la chica busco miradas aprobatorias en el resto de la gente, las encontró. Pero a mi me la pelaba; omití su pregunta y seguí con mi estrategia de acoso y derribo:
- No es justo. ¿Por qué algunas tías estáis tan y tan buenas? – la chica sonrió, de pura incomodidad. Pero pese a todo, mi vulgaridad parecía gustarle. Ella también era vulgar, a todas luces. Al final, recomponiéndose, sentenció:
- No tenemos la culpa.
- Yo creo que sí. – empezaba a desvariar.
- ¡que del palo! ¿y vosotros que? Tú, por ejemplo, no estás nada mal, y tienes encanto, cabroncete... – los parroquianos seguían la conversación con sonrisas estúpidas en la cara.
- El encanto que tu puedas sentir por mi no tiene ni punto de comparación con el que yo puedo sentir por ti. Es una cuestión hormonal, la testosterona, la libido, cosas de esas. Hacen que los tíos pensemos con la polla.
Antonio me había puesto un cubata sin ni siquiera pedírselo. Pegué un trago y al instante me sentí demasiado borracho como para decir nada más. Cerrando los ojos me apoyé contra la pared. La conversación se generalizó, yo pasé del asunto. Me sentía la ostia de cómodo con los ojos cerrados. Así que me quede tal cual. Rozando la inconsciencia, contra la pared.
No sé cuanto tiempo pasó. Esther me decía cosas continuamente. “eh, tío, despierta, que te sobas” Así, todo el jodido rato. Al final alguien le dijo que vivía en la esquina y ella se ofreció a acompañarme. Saliendo del bar intercambié las palabras de rigor con Antonio:
- oye, demà passem comptes… (mañana pasamos cuentas)
- tranki, tío. Na nit. (buenas noches)
Esther cargó con la mitad de mis 80 y pico kilos hasta el portal. Saqué las llaves, pero no acertaba con la cerradura. Mohamed Alí enhebrando agujas.
- Anda, dame las llaves. – Se las di y entramos. Esther vio el tramo de escaleras que había frente a nosotros y se apiadó de mí.
- Te voy a ayudar a subir, pero no te hagas ilusiones, te subo y me piro. Oye, ¿vives solo en este caserón? ¿es tuyo?
- Que va. La dueña es una vieja gorda toca huevos que va todos los días a la peluquería. Una barbie chochona conservadora que lleva fatal lo de ser vieja. Esto es una especie de residencia de estudiantes, tengo una habitación.
- Ah, ¿Y qué estudias?
- En mis sueños, filosofía, en la vida real, la forma de llegar a fin de mes. Soy un currela infiltrado, pero no se lo digas a nadie.
Subimos a mi habitación. Tétrica toda ella. Las paredes estaban guarras y la luz era de ese color mierda suave, sabes. Una mesa con un portátil prehistórico, una mesita de noche con un par de libros y un huevo de botellas vacías y ceniceros a tope de colillas por todos lados.
Esther me dejó caer sobre la cama.
- Gracias Esther, eres un ángel. Que sepas que te quiero. Me acabo de enamorar de ti. – se rió graciosamente - oye, ¿me cantas una nana? – ahora nos reímos los dos. – shhh, que mis compañeras de piso están sobando.
- Vale, me voy ya, que mis viejos tienen que estar mosqueándose, llevo una temporada de cuelgues…
- Ni de coña. Que apunten uno más.
La cogí por el brazo, y casi sin fuerza, la hice tumbarse conmigo. Me enganché a su cuello.
- ¡No! ¡El cuello no! ¡por favor! ¡el cuello no! ¡ah! ¡Socorro! – se reía.
A todas las tías cutres les pone que juegues con su cuello y con sus orejas. En las escuelas pobres, como no tienen para ordenadores, en vez de informática, fijo que les enseñan eso. Cuestión de horas lectivas. Aunque la verdad es que más que besárselo se lo estaba babeando. Mi ciego era importante.
Le quité la camiseta y me puse a jugar con sus tetas. Eran una monada. perfectas. Jugué con ellas un buen rato, pero mi polla no acababa de responder como dios manda. Empecé a cagarme en los putos cubatas. De todas formas, no perdí la esperanza y le quite el pantalón. Ella hizo lo propio y me quitó toda la ropa. Se subió encima, con las bragas puestas, y comenzó a frotarse. Yo, tenía el rabo grande, pero no como un tronco. No lo conseguía. Resignado, paré el asunto y le dije:
- oye, que no voy a poder. - Estuve a punto de soltar un “lo siento”, pero habría entendido que lo sentía por ella. Y ni de coña, lo sentía por mí.
Me miró con suficiencia y contesto tranquila:
- Ya, ya lo sabía. Tío, estás más muerto que vivo... Pero tú déjame a mí, a mi rollo.
Estuvo frotándose unos diez minutos, primero lento, luego a lo bestia. Yo le agarraba el culo, el pelo, la besaba; todo eso. Ayudándola. Al final la tipa se corrió de putísima madre.
- Ostias, lo necesitaba, llevaba sin correrme dos meses. – dijo mientras se arreglaba un poco el pelo.
- ¿tu no te masturbas o que? - yo flipaba. Dos meses sin un orgasmo era una puta locura de monjas, curas y mancos.
- Sí, pero no consigo llegar a tanto. Necesito saber que hay algo de verdad, ¿sabes? Que estoy con un tío. – con cierta vergüenza añadió: - una polla.
- Joder niña, no seas tan complaciente, si ni siquiera te he follado.
- Es que yo solo me corro así. He follado con tres tíos y solo me corro así.
- Pos fale. – concluí.
Nos tumbamos, y antes de ponerme a roncar, para mis adentros, me repetía cosas del estilo: “ya te enseñaré yo a correrte con una polla dentro”.
Aunque no sería esa noche…
- 3 -
Después de aquello, Esther, comenzó a pasarse mucho más seguido por el bar. Si antes pasaba una vez por semana - según me comentó Antonio – Ahora pasaba cada dos o tres días.
Efectivamente, la enseñé a correrse follando de verdad, pero coño, tampoco era para tanto. Yo pasaba bastante, pero ella respondía de forma inversamente proporcional. Me buscaba como una perra en celo. Yo, dejaba que la cosa siguiera fluyendo, porque a fin de cuentas, había encontrado el antónimo de Marta. En teoría, era lo que buscaba.
Esther trabajaba de bailaora, sí tío, sí, bailaba flamenco en tablaos. Para colmo estudiaba no sé que chorrada de esteticien. Joder, detestaba todas sus ocupaciones por un huevo de cosas que no pienso ponerme a explicar. Me da palo entrar en eso. Es todo un mundo.
Total, que empecé a preocuparme cuando dejó de buscarme por las noches en el bar para buscarme a cualquier hora en mi casa. Esther se reveló como una cría presumida y pegajosa, que se pasaba la puta vida llamándome por teléfono jodiéndome la existencia con su banalidad. Era una buena chica, pero joder, no podía ni cagar tranquilo. Al cabo del día tenía 25 llamadas perdidas, 5 o 6 mensajes y un huevo de minutos consumidos contestando a sus preguntas y afirmaciones con monosílabos.
En algún momento, la muy plasta, se autoproclamó mi novia. Fue entonces cuando comencé a odiarla. Pero tampoco la dejé. Con mi odio, el sexo mejoró hasta límites insospechados. Cuando me la tiraba, mi intención última, era puramente homicida. Follarla en ese estado me reportaba liberación. Esther era un antídoto contra una frustración que iba mucho más allá de su persona. El que ella confundiera mis ansias de matarla, con la pasión del enamoramiento, era su problema, no el mío. Bastantes tenía yo como para andar preocupado por los del resto de infelices.
- 4 -
Era medio día, me estaba preparando los canelones pre-cocinados que vendían en el súper de atrás cuando sonó el móvil: Un mensaje. Ante el microondas grité: "¡cago en ta' puta mare, esther! ¿¡ com pots ser tan fotudament cansina?! Joder, me equivoqué. Era un mensaje de Marta. Y solo decía:
- “¿Cómo te va?” - Opté por la mentira.
- “Bien, ¿y a ti?”
Entonces me llamó:
- Hola Tristán - dijo. La verdad es que casi me muero cuando oí su voz, pero tengo muy ensayado el papel de tío insensible, así que no se me notó.
- Hola guapa.
- Que tal cabrón. ¿Follas mucho? – mierda, seguía igual.
- ¿que cojones quieres, Marta?
- Ya te lo he dicho. Quiero saber si follas mucho, te lo acabo de preguntar. ¿Por que te haces el subnormal?
- Pues sí, follo, pero te sigo queriendo a ti.
- Hijo de puta. – dijo con rabia una décima de segundo antes de colgarme.
Vale, la muy zorra, con aquello, me dejaba jodido para unos cuantos días. Me decidí a llamarla.
- ¿¡Que quieres!? – contestó llorando. Ella es así.
- Te quiero a ti, ya te lo he dicho antes. ¿Por qué te haces la gilipollas?
- JA-JA-JA. VETE A TOMAR POR EL CULO, SO-CABRÓN.
- Eres una estúpida. Nos has jodido la vida a ambos. como si no fuera una mierda ya bastante grande de por sí. – ahora colgué yo. me quede mucho más tranquilo. Decir la última sienta mejor que escucharla.
Mi pequeño triunfo duró unos 20 segundos. Pipipi, mensaje:
- “perdona, tu eres el que se va follando a guarras sidosas por ahí”.
- "me las follo para olvidarte, tu me has llevado a esto”.
- "Claro, me hiciste los cuernos CERDO HIJO DE PUTA para olvidarme…"
- Niña, me equivoqué y lo siento. No puedo volver atrás ¿¿pillas que no tengo ese poder?? - No volvió a contestar. La cosa era esa.
Y nah, encendí el portátil, me serví un vaso lleno a petar de whisky y esperé a que llegara Esther…
Marta siempre se negó a medicarse, y yo, respetaba esa decisión; no me iba a poner a darle la brasa, para eso ya estaba su vieja y el resto plastas con aires de cura que merodeaba a su alrededor.
Además, que unos loqueros quisieran contaminarla con drogas no me hacía ni puta gracia. Nunca me tragué el rollo ese de que tenía que hacerlo por su propio bien. Las instituciones estatales existen por el bien del estado, no del individuo.
La sociedad, la gente, o como quieras llamar a esa masa de homínidos estandarizados que cada día hacen que el mundo gire, le tenía miedo. No sabían como reaccionar cuando rompía a llorar sin motivo, no entendían los cortes que se imprimía en los brazos para escapar de otro tipo de dolor; muchísimo más jodido. Pero por encima de todo, temían los impulsos homicidas que nacían de su paranoia.
Ante esto, el miedo, era una postura comprensible; pero que yo, simplemente, no compartía. Marta era un peligro ¿y que? El peligro estaba por todas partes; en las carreteras, en los andamios, en las navajas; hasta en una célula que se da a la ninfomanía como la clase alta al yoga; empieza a follarse a si misma y en dos segundos te planta un cáncer mortal en el corazón del corazón.
En resumen, que a mi me gustaba como era, no me apetecía verla disminuida por esas mierdas de laboratorio. Sus locuras no me desagradaban, al contrario, me parecían la ostia. Todo lo hacía desde la honestidad, con fuerza y hasta sus últimas consecuencias. Marta se comportaba como un jodido vomito de vida que se desparramaba, siempre, contra mi cara. No sé, intentar dominarla me ponía, y la puta verdad es que acabé enamorándome como un capullo.
Como vivía lejos, solo nos veíamos en vacaciones y uno o dos fines de semana por mes. Follábamos como perros, discutíamos como serpientes y adiós muy buenas. Hasta la próxima. “no olvides que te quiero. Cuídate cabrón, cuídate puta”. Sonrisa cómplice en una estación de tren y cada uno a su casa.
Al final, claro, lo dejamos. La cosa se complicó cuando medio me pillo, medio confesé un par de infidelidades. Eso fue un error muy bestia por mi parte. Y es que cuando una paranoica encuentra motivos racionales a su desquicio, aquello vuelve a crecer hasta ponerse, otra vez, fuera de la racionalidad.
Se volvió más preguntona, todo lo que salía de su boca tenía una segunda intención cargada de maldad. Llegó un momento en que la sola idea de hablar con ella me traía dolores de cabeza. Joder, nunca la dejé de querer, pero no estaba dispuesto a sufrir a la GESTAPO encarnada en una niñata de mierda. Además, Marta, a esas alturas, estaba en 2º o 3º de psicología, se había metido porque ansiaba comprender la diferencia que había entre ella y el resto del mundo, así que de rebote, tenía más armas de las habituales para presionarme, joderme y controlarme.
La mierda acaba por reconocerse, huele. Nos vimos en un callejón sin salida. Ella jamás olvidaría mis infidelidades. Marta podía ser muchas cosas, pero siempre en su estado más puro, desde aquello, era el rencor. Y yo, pese a todo, nunca sería fiel al cien por cien. Simplemente, no podía aceptar la sumisión del deseo visceral a las leyes morales de la era. Al fin y al cabo, una postura bastante infantil, lo sé.
En fin, que aquello nos fue distanciando hasta que se rompieron todos los lazos.
Yo no quería olvidarla, pero tenía que hacerlo. Tras vivir aquel episodio me sentía la ostia de quemado. En mi cabeza las neuronas que contenían sus gestos, su olor, sus palabras, la imagen de su cuerpo desnudo, estaban más activas que nunca, en pleno bacanal. No paraban de hacerse dedos con mis impulsos eléctricos; me estaban hundiendo en la mierda con su capacidad para el multiorgasmo.
Tenía que salir inmediatamente de esa mierda. Y pensé que encontrando a una tía que fuese totalmente diferente, lo conseguiría. Y la encontré.
Aquí empieza la historia.
- 2 -
Estaba en el Tal Vez, un bar. Cuando alquilé una habitación en la vieja casucha de la esquina haciéndome pasar por un correcto estudiante de filosofía supe, instintivamente, que ese bar sería mi puto lugar en el mundo. En la periferia del dinamismo económico de los huevos. Y en las antípodas del universo físico y social.
El dueño era un tío enrollao de unos 30 tacos que realmente vivía del tráfico de coca. Montó el bareto para justificar la pasta. Se lo montaba bien. Tenía a dos tíos destroyer que te cagas que se turnaban tras la barra, y que se dedicaban, principalmente, a rascarse las pelotas mientras jugaban a las cartas. Me hice colega de uno. El Antonio. Dientes negros, cadena de oro, chándal, ese estilo. Me caía bien. El otro era demasiado nazi como para cruzar tres palabras y no sentir unas ganas asfixiantes de cruzarle la cara; por gilipollas. Opté por pasar de él, no me interesaba tener enemigos tan cerca de casa.
Así que ahí estaba yo. Una noche más, tirando el tiempo por el desague, sin acabar de encontrar la forma de levantar cabeza. Prisionero de mi mismo, rodeado de una miseria que se te subía al alma como un puto virus. Por aquellas semanas ni Nietzsche me daba fuerzas para continuar. Y en eso, en el jodido epicentro de la fealdad, se abrió la puerta y apareció Esther. Físicamente, una diosa. Entró despreocupada en aquel antrillo con una amiga, una asquerosa bola de sebo. Se sentaron en la otra esquina y pidieron unas birras.
Yo me quede mirándola, y la miré hasta que no tuvo más remedio que decirme algo.
- ¿tío, por qué me miras tanto? – Sus palabras cruzaron todo el bar, en plan vacilón.
- Porque estás buenísima. – Contesté con sequedad. La sinceridad provocó las risas entre los habituales. Antonio, el camarero, me disculpó.
- Esther, perdónalo, ha bebido mucho. Además, está jodido.
- ¿Que coño le pasa? – le contestó antes de mirarme redirigiendo la pregunta con el mentón.
- Es demasiado largo – musité antes de centrarme en el vaso y acabarme el cubata.
Esther se levantó y vino decidida hacía donde estaba yo. Pilló un taburete y se sentó a una distancia prudencial.
- Venga, cuéntanoslo. ¿que te pasa? Tampoco hay nada mejor que hacer. – la chica busco miradas aprobatorias en el resto de la gente, las encontró. Pero a mi me la pelaba; omití su pregunta y seguí con mi estrategia de acoso y derribo:
- No es justo. ¿Por qué algunas tías estáis tan y tan buenas? – la chica sonrió, de pura incomodidad. Pero pese a todo, mi vulgaridad parecía gustarle. Ella también era vulgar, a todas luces. Al final, recomponiéndose, sentenció:
- No tenemos la culpa.
- Yo creo que sí. – empezaba a desvariar.
- ¡que del palo! ¿y vosotros que? Tú, por ejemplo, no estás nada mal, y tienes encanto, cabroncete... – los parroquianos seguían la conversación con sonrisas estúpidas en la cara.
- El encanto que tu puedas sentir por mi no tiene ni punto de comparación con el que yo puedo sentir por ti. Es una cuestión hormonal, la testosterona, la libido, cosas de esas. Hacen que los tíos pensemos con la polla.
Antonio me había puesto un cubata sin ni siquiera pedírselo. Pegué un trago y al instante me sentí demasiado borracho como para decir nada más. Cerrando los ojos me apoyé contra la pared. La conversación se generalizó, yo pasé del asunto. Me sentía la ostia de cómodo con los ojos cerrados. Así que me quede tal cual. Rozando la inconsciencia, contra la pared.
No sé cuanto tiempo pasó. Esther me decía cosas continuamente. “eh, tío, despierta, que te sobas” Así, todo el jodido rato. Al final alguien le dijo que vivía en la esquina y ella se ofreció a acompañarme. Saliendo del bar intercambié las palabras de rigor con Antonio:
- oye, demà passem comptes… (mañana pasamos cuentas)
- tranki, tío. Na nit. (buenas noches)
Esther cargó con la mitad de mis 80 y pico kilos hasta el portal. Saqué las llaves, pero no acertaba con la cerradura. Mohamed Alí enhebrando agujas.
- Anda, dame las llaves. – Se las di y entramos. Esther vio el tramo de escaleras que había frente a nosotros y se apiadó de mí.
- Te voy a ayudar a subir, pero no te hagas ilusiones, te subo y me piro. Oye, ¿vives solo en este caserón? ¿es tuyo?
- Que va. La dueña es una vieja gorda toca huevos que va todos los días a la peluquería. Una barbie chochona conservadora que lleva fatal lo de ser vieja. Esto es una especie de residencia de estudiantes, tengo una habitación.
- Ah, ¿Y qué estudias?
- En mis sueños, filosofía, en la vida real, la forma de llegar a fin de mes. Soy un currela infiltrado, pero no se lo digas a nadie.
Subimos a mi habitación. Tétrica toda ella. Las paredes estaban guarras y la luz era de ese color mierda suave, sabes. Una mesa con un portátil prehistórico, una mesita de noche con un par de libros y un huevo de botellas vacías y ceniceros a tope de colillas por todos lados.
Esther me dejó caer sobre la cama.
- Gracias Esther, eres un ángel. Que sepas que te quiero. Me acabo de enamorar de ti. – se rió graciosamente - oye, ¿me cantas una nana? – ahora nos reímos los dos. – shhh, que mis compañeras de piso están sobando.
- Vale, me voy ya, que mis viejos tienen que estar mosqueándose, llevo una temporada de cuelgues…
- Ni de coña. Que apunten uno más.
La cogí por el brazo, y casi sin fuerza, la hice tumbarse conmigo. Me enganché a su cuello.
- ¡No! ¡El cuello no! ¡por favor! ¡el cuello no! ¡ah! ¡Socorro! – se reía.
A todas las tías cutres les pone que juegues con su cuello y con sus orejas. En las escuelas pobres, como no tienen para ordenadores, en vez de informática, fijo que les enseñan eso. Cuestión de horas lectivas. Aunque la verdad es que más que besárselo se lo estaba babeando. Mi ciego era importante.
Le quité la camiseta y me puse a jugar con sus tetas. Eran una monada. perfectas. Jugué con ellas un buen rato, pero mi polla no acababa de responder como dios manda. Empecé a cagarme en los putos cubatas. De todas formas, no perdí la esperanza y le quite el pantalón. Ella hizo lo propio y me quitó toda la ropa. Se subió encima, con las bragas puestas, y comenzó a frotarse. Yo, tenía el rabo grande, pero no como un tronco. No lo conseguía. Resignado, paré el asunto y le dije:
- oye, que no voy a poder. - Estuve a punto de soltar un “lo siento”, pero habría entendido que lo sentía por ella. Y ni de coña, lo sentía por mí.
Me miró con suficiencia y contesto tranquila:
- Ya, ya lo sabía. Tío, estás más muerto que vivo... Pero tú déjame a mí, a mi rollo.
Estuvo frotándose unos diez minutos, primero lento, luego a lo bestia. Yo le agarraba el culo, el pelo, la besaba; todo eso. Ayudándola. Al final la tipa se corrió de putísima madre.
- Ostias, lo necesitaba, llevaba sin correrme dos meses. – dijo mientras se arreglaba un poco el pelo.
- ¿tu no te masturbas o que? - yo flipaba. Dos meses sin un orgasmo era una puta locura de monjas, curas y mancos.
- Sí, pero no consigo llegar a tanto. Necesito saber que hay algo de verdad, ¿sabes? Que estoy con un tío. – con cierta vergüenza añadió: - una polla.
- Joder niña, no seas tan complaciente, si ni siquiera te he follado.
- Es que yo solo me corro así. He follado con tres tíos y solo me corro así.
- Pos fale. – concluí.
Nos tumbamos, y antes de ponerme a roncar, para mis adentros, me repetía cosas del estilo: “ya te enseñaré yo a correrte con una polla dentro”.
Aunque no sería esa noche…
- 3 -
Después de aquello, Esther, comenzó a pasarse mucho más seguido por el bar. Si antes pasaba una vez por semana - según me comentó Antonio – Ahora pasaba cada dos o tres días.
Efectivamente, la enseñé a correrse follando de verdad, pero coño, tampoco era para tanto. Yo pasaba bastante, pero ella respondía de forma inversamente proporcional. Me buscaba como una perra en celo. Yo, dejaba que la cosa siguiera fluyendo, porque a fin de cuentas, había encontrado el antónimo de Marta. En teoría, era lo que buscaba.
Esther trabajaba de bailaora, sí tío, sí, bailaba flamenco en tablaos. Para colmo estudiaba no sé que chorrada de esteticien. Joder, detestaba todas sus ocupaciones por un huevo de cosas que no pienso ponerme a explicar. Me da palo entrar en eso. Es todo un mundo.
Total, que empecé a preocuparme cuando dejó de buscarme por las noches en el bar para buscarme a cualquier hora en mi casa. Esther se reveló como una cría presumida y pegajosa, que se pasaba la puta vida llamándome por teléfono jodiéndome la existencia con su banalidad. Era una buena chica, pero joder, no podía ni cagar tranquilo. Al cabo del día tenía 25 llamadas perdidas, 5 o 6 mensajes y un huevo de minutos consumidos contestando a sus preguntas y afirmaciones con monosílabos.
En algún momento, la muy plasta, se autoproclamó mi novia. Fue entonces cuando comencé a odiarla. Pero tampoco la dejé. Con mi odio, el sexo mejoró hasta límites insospechados. Cuando me la tiraba, mi intención última, era puramente homicida. Follarla en ese estado me reportaba liberación. Esther era un antídoto contra una frustración que iba mucho más allá de su persona. El que ella confundiera mis ansias de matarla, con la pasión del enamoramiento, era su problema, no el mío. Bastantes tenía yo como para andar preocupado por los del resto de infelices.
- 4 -
Era medio día, me estaba preparando los canelones pre-cocinados que vendían en el súper de atrás cuando sonó el móvil: Un mensaje. Ante el microondas grité: "¡cago en ta' puta mare, esther! ¿¡ com pots ser tan fotudament cansina?! Joder, me equivoqué. Era un mensaje de Marta. Y solo decía:
- “¿Cómo te va?” - Opté por la mentira.
- “Bien, ¿y a ti?”
Entonces me llamó:
- Hola Tristán - dijo. La verdad es que casi me muero cuando oí su voz, pero tengo muy ensayado el papel de tío insensible, así que no se me notó.
- Hola guapa.
- Que tal cabrón. ¿Follas mucho? – mierda, seguía igual.
- ¿que cojones quieres, Marta?
- Ya te lo he dicho. Quiero saber si follas mucho, te lo acabo de preguntar. ¿Por que te haces el subnormal?
- Pues sí, follo, pero te sigo queriendo a ti.
- Hijo de puta. – dijo con rabia una décima de segundo antes de colgarme.
Vale, la muy zorra, con aquello, me dejaba jodido para unos cuantos días. Me decidí a llamarla.
- ¿¡Que quieres!? – contestó llorando. Ella es así.
- Te quiero a ti, ya te lo he dicho antes. ¿Por qué te haces la gilipollas?
- JA-JA-JA. VETE A TOMAR POR EL CULO, SO-CABRÓN.
- Eres una estúpida. Nos has jodido la vida a ambos. como si no fuera una mierda ya bastante grande de por sí. – ahora colgué yo. me quede mucho más tranquilo. Decir la última sienta mejor que escucharla.
Mi pequeño triunfo duró unos 20 segundos. Pipipi, mensaje:
- “perdona, tu eres el que se va follando a guarras sidosas por ahí”.
- "me las follo para olvidarte, tu me has llevado a esto”.
- "Claro, me hiciste los cuernos CERDO HIJO DE PUTA para olvidarme…"
- Niña, me equivoqué y lo siento. No puedo volver atrás ¿¿pillas que no tengo ese poder?? - No volvió a contestar. La cosa era esa.
Y nah, encendí el portátil, me serví un vaso lleno a petar de whisky y esperé a que llegara Esther…
- The last samurai
- Ulema
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- Mr. Blonde
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