No sé si es del todo pertinente… pero el martes pasado quedé completamente impresionado por una pequeña y cotidiana escena que presencié en un tren y se me quedó grabada.
Los que saben lo que son los trenes bonaerenses de Buanos Aires podrán imaginar. A los demás les digo que uno de los tantos limosneros que entró en el vagón, me pareció, tristemente, un ejemplo condensador de la religiosidad cristiana.
Era un hombre de unos cuarenta años, muy deteriorado, y entró fatigosamente haciendo rodar manualmente las ruedas de una silla de ruedas muy mala, pretérita, algo descentrada, que avanzaba con zigzagueos.
El discurso de este pobre hombre, a los gritos, para hacerse oír entre el bullicio y el ruido del tren, me pareció impresionante. Tanto así, que lo escribí al instante para no olvidarlo, ly as palabras que pongo a continuación son exactas, no falta ni sobra ni una, tal como el hombre lo dijo:
Yo tengo una silla de ruedas porque a los quince años leí la Biblia.
Los jóvenes que hoy tienen quince años, y que caminan, no leen la Biblia.
Están abrazaditos,
se dan besitos.
Y es tan notable lo que digo,
que pudimos tener 100 muertos en un día (nota: en realidad 200; alude al incendio en un boliche el reciente fin de año).
Yo tengo esta silla de ruedas porque a los quince años leí la Biblia, y sólo me dediqué a estudiar y a amar a Dios.
Por eso Dios me regaló esta silla de ruedas.
Dios es maravilloso.
Creo que en este discurso está la esencia de la Iglesia: pobreza, precariedad, absurdidad, desesperación, sumisión. No es de extrañar que tal Institución tenga tanto éxito y sea tan trascendente: va como anillo al dedo respecto de este mundo, miseria para una realidad miserable.
...
¿Qué coño haces en Buenos Aires?