Nicotin escribió:Krista escribió:Jack001 escribió:Esas situaciones son un poco extremas, que alguien a cielo abierto te diga que apagues un cigarrillo es gilipollas,
Te olvidas a los que te dicen además, que es por tu bien, que el tabaco es malo para la salud y que con cada cigarrillo que te fumas pierdes un día de vida.
De todas formas, a mí que me digan en un sitio cerrado que apague el cigarrillo porque le molesta el humo no me importa en absoluto. Lo que me jode son los aspavientos que hace la gente con las manos para hacer ver que le molesta, sin decirlo. Casi parece que quieran darse de hostias a ellos mismos y no puedan llegar a la cara.
Ya. A mí lo que me molesta es los aspavientos que hacen algunas cuando me pajeo delante de ellas en el metro. Parece que quieran darse de hostias ellas mismas pero que no pueden llegar a la cara. Es más curioso...
Ya. ¿En serio? Pues eso no debería preocuparle.
El hecho de deshinibirse en actos eróticos autoplacenteros en transportes públicos, denota un inequívoco desarrollo del nivel de la autoestima y seguridad en sí mismo. Y en verdad le digo que eso es admirable.
¿Y por qué resulta admirable ese acto impúdico tan obsceno y poco social? Usted, si es tan asiduo a esos menesteres, debería saberlo mejor que nadie, ya que su más que respetable presunción y gallardía le impulsa a enseñar su masculinidad y honrarla con masajes imperiosos y febriles, para su disfrute y el de todas aquellas féminas que, en ese momento, son en extremo afortunadas por hallarse en el mismo vagón de metro que usted.
Pero entonces, esas féminas se convierten en "algunas" (y es usted en suma buena persona porque, en realidad, merecerían calificativos mucho más malsonantes y claros en su significado, que ese magnánimo tono despreciativo) debido a que, las muy infames, hacen aspavientos y gritan cual ratas pisoteadas.
Lo malo (y de ahí viene su problema, querido amigo) es que no gritan de júbilo, de admiración, ni siquiera de terror o de asco, gritan como marujas cotorras cuando les cuentan un chiste verde; carcajadas desagradables que le obligan a parar en su frenesí, a volver a la realidad del mundo en que le ha tocado vivir, ese mundo pequeño y caído, que ni siquiera el traqueteo del metro es capaz de animar.
Ya le digo, amigo, que no se sulfure, no caiga en ese sinvivir que es el odio real hacia todas ellas que no comprenden, que no saben apreciar sus bien dotados actos de bondad. Piense que, al llegar a su casa después de tan ultrajosa experiencia, le queda el momento cumbre en el mundo virtual, donde "realmente" se hace usted grande, donde puede insultar de forma llana, clara, y desahogarse con esas soberbias réplicas que hacen temblar la pantalla más firme.
Porque, y no lo olvide, Sr. Nicotín, usted lo vale.