Como sabéis, soy ateo de toda la vida, ni siquiera estoy bautizado. Incluso podría decirse que tengo un poco de tirria a la Iglesia y a los curas. Pero como vivimos en una sociedad cristiana, pues a veces toca asistir a ritos varios: bodas, bautizos, funerales… últimamente sobre todo funerales, para que nos vamos a engañar. Cuando rondas los 50 a todo el mundo a tu alrededor se le empiezan a morir los padres, e incluso de vez en cuando algún coetáneo se va a la puta mierda.
El caso es que el otro día tuve el funeral del padre de una amiga y, aunque me daba pereza, allá que fui. Podría no ir o quedarme fuera, pero soy de los que dice “bueno, una vez al año no hace daño”, sobre todo si tengo aprecio al familiar del difunto.
Pues eso, que fui, y me quedé sorprendido por dos cosas:
La primera es que, en lugar de parecerme un aburrimiento, llegué cansado (un puto lunes a las 19 horas…) y un poco estresado (currar, estar con los niños, hacer recados, coger el metro, buscar la iglesia en un barrio que no conozco bien…) y, sorprendentemente, la misa me relajó. El ruidito, los cánticos, estar ahí casi una hora sin móvil y sin tener que hacer nada… Relajante. Encima, con mis dolores no me siento y me levanto, sino que paso toda la misa sentado, abrigadito, pensando en mis cosas, escuchando al cura (muy mayor) a ratos… relajado. Curioso.
La segunda es que una parte de
las canciones los salmos me parecieron unos versos muy bellos. Siempre me ha gustado el principio, pero me fijé más allá de esa frase inicial y oye, muy bonito:
El Señor es mi pastor;
nada me falta.
En verdes praderas me hace descansar,
a las aguas tranquilas me conduce,
me da nuevas fuerzas
y me lleva por caminos rectos,
haciendo honor a su nombre.
Aunque pase por el más oscuro de los valles,
no temeré peligro alguno,
porque tú, Señor, estás conmigo;
tu vara y tu bastón me inspiran confianza.
Me has preparado un banquete
ante los ojos de mis enemigos;
has vertido perfume en mi cabeza,
y has llenado mi copa a rebosar.
Tu bondad y tu amor me acompañan
a lo largo de mis días,
y en tu casa, oh Señor, por siempre viviré.
La parte en negrita me pone palote. ¿Cómo debo interpretar esto? Nunca he buscado en misticismo alguno un consuelo ante el absurdo de nuestra existencia. ¿Me he dado un golpe en la cabeza? Algo me está pasando. Escucho salmos con deleite. Me relajo en misas. Putos psicofármacos.