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Relatos de Nicotin, con algún poema

Publicado: 10 Oct 2006 00:46
por Merodeador
En este hilo me dispongo, si las fuerzas no me faltan, plasmar los relatos y algun poema de este insigne forero, compañero y para mí: amigo.

Leyéredes y no Creyéredes

Publicado: 10 Oct 2006 00:47
por Merodeador
Leyéredes y no Creyéredes


Pues vean vuesas mercedes, que cabalgando a lomos de astroso jamelgo por aquellos parvos caminuelos que por todos los lugares pasan y a parte ninguna llevan, hallé por tope en mi desventurado viaje un extraño castillo, que no ni de ninguna manera en los mapas de usanza es figura, ni digno hubo de ser de piadosa reseña por inapreciable que la misma resultara, por voluntad o desconocimiento de los esforzados geógrafos. Asombrado me andaba yo por la solemne crasitud de semejante omisión, pues por cierto en ninguno de los mapas que en el zurrón traía hallé noticia alguna de ciudadela tal, como ya he dicho pocas palabras antes, si es que vuecencias concediéronme la bondad de leerlas. Preguntábame yo a mi menda, y sin respuesta a servidor de ustedes dejando, qué causa era la natural y originaria de tamaño olvido, pues convendrán vuesas mercedes con este humilde fijodalgo en que no muy cabal parece el dejar registro en los mapas de un caserío de esparteros y no de un castillo de ley, no invisible a los ojos, con sus torres y sus almenas, pues, ¿cuán oculto a la vista podía estar si se lo topaba uno en mitad de la senda?. Grande misterio para grandes inteligencias...pero quien les escribe, aun siendo pequeña la su inteligencia, en modo alguno acobardóse ante lo fantástico del enigma.
"Quizá -pensé- yace en conocimiento de los geógrafos del reino cosa cualquiera que yo ignoro, como pudiera ser el deshonor de los señores del castillo por motivo de traición o herejía, o el impago de alguna derrama, o el faltar a los impuestos que de precepto son, o la certidumbre de que entre sus muros laten corazones impíos que impulso dan a sangre sarracena...¡sólo Jesucristo Señor Nuestro noticia tiene, pues tantas son las verdades que en mi ignorancia desconozco...! Mas aunque de claridad adolezco, valor me sobra. Averiguaré cuanto de secreto encierre este lugar, sea lo único por la deseable veracidad y exactitud de los mapas que nos han de guiar por las Españas".
Dicho lo tal y hecho lo cual: hollaron tierra mis pies, pues dejando en amarre mi montura para soltura mía y descanso de la pobre bestia, caminando gané proximidad al portón de la ciudadela, y bien me alcé tan cerca de su robusta madera que alargando un brazo tocarla podía, solté una decidida voz para que los vientos cabalgase y a la que dí por orejeras mis propias manos.
"¡Ah, del castillo!".
Por la que obtuve, noténse cuán notable resultado, grande atención de los gorriones, las ardillas, y un cuervo negro como el aceite que por aquellos lares se ocultaba, y que volando huyó sabrá quién si creyendo que un congénere antiguas deudas le reclamaba...dudo empero que entre los cuervos haya tanto desvergonzado moroso y amoroso apego al vil metal como entre las personas...sabe Dios si entre las urracas, que tan aficionadas son a todo cuanto brilla, aunque no distinguen plata de vidrio, según me apuntan mis entendederas. Como se dió que no pretendía yo a roedores y pajarillos por único auditorio, por ocasión segunda llevé las manos a mi boca a guisa de paréntesis, para gritar sin perjuicio de asteriscos:
"¡Ah, del castillo! ¡Cáspita! ¿es que os privó de orejas al nacer vuestra comadrona, tirando de ellas para arrastraros al mundo? ¡bien pudo haberse ahorrado la buena mujer tanto trabajo! ¡Ah, del castillo!".
Rallaba mi figura en lo ridículo, hablando en soledad, para sonrojo de las bestezuelas del bosque y mío propio, cuando finalmente prueba hallé de que había sido escuchado. Abrióse en lo alto un ventanuco con frustrado disimulo, pues con un chirrido protestaron las bisagras por lo abandonado de su suerte y lo herrumbroso de su estado. A lo alto levanté la cabeza, mas tímidos se mostraban los habitantes del castillo, pues nada dijeron y escondidos permanecían en la penumbra del interior. Robusta es mi paciencia, tanto como bien alimentada es mi templanza, pero tan ejemplar descortesía hubiese irritado, en mi lugar, al mismo Job.
"¡Valiente forma de recibir a un caballero es ésta! ¿Chusmeáis, cretinos, tras un ventanuco como las viejas? ¿Acaso no sabéis, sea cual fuere la rama de macacos a la que pertenecen vuestros ancestros, que no es cosa de honor racanearle hospitalidad a un viajero de probada dignidad?".
Chirrió de nuevo el ventanuco, vi ciertamente unas manos que apoyadura reclamaron del alféizar, y un rostro carnavalesco, de acebollada mocedad, generoso en carillos y no menos espléndido en pecas, y redondeado en idéntico a un pan de Aragón. Por ventura que la comadrona vanamente tiró de sus orejas, pues ni doce Hércules pudieran arrancar tamaño velamen auricular. Así que feo, pecoso, ojizambo y orejón, observóme el mequetrefe no sé decirles si arrebatado por bovina curiosidad o ensalsado en el jugo de la estupidez que le era propia. Tomóse su perezosa cabeza el tiempo menester para sus cavilaciones, y no sabiendo yo en qué andaban, volaban, nadaban o reptaban sus pensamientos, hablóme con un acento extraño que no pude reconocer al pronto:
-"kien eres?".
Sorprendíme, azoróme, e indignóme grandemente al verme así tratado de rufián andrajoso, sin el tratamiento que por justicia me corresponde. Díjele al calabacín:
-"¡Cómo! ¿Buscas acaso que rebane esas orejas que sin duda conocerán los más remotos rumorcillos de Cipango y de Catay, si tan grande es su don de la audiencia como la magnitud de su compostura? ¡Tutearme a mí, una pecosa lambrija como tú! ¡Trátame de 'vos' de ahora en lo venidero, si no gustares de verte atravesado por mi espada, gusano!".
Sus dos ojuelos azules cual azul es el limbo de los idiotas miráronme en un puro asombro. Vieron sin duda que con singular firmeza asía mi mano diestra la empuñadura del arma que envainada a mi siniestra pendía. Pues es el caso que jamás en vano chamulla un caballero cuando de dar zanja a discusión blandiendo el noble acero se trata.
-"...pero, ¿k kieres? ¿por k ablas tan raro kolega?".
En tal vez fué mi menda el sorprendido. Por seguro tomé que tan amorfa verborrea en manera ninguna tenía correspondencia con dialecto romance alguno de cuantos pueblan la hispanidad, pues no era el individuo astur, catalán o portugués, y voto a Júpiter que tampoco andalusí, levantino, vascón o del África septentrional. Creí entonces que por caballeros venidos de allende el Imperio pudiera el castillo estar habitado, lo cual explicábame la dificultad con que el mastuerzo del ventanuco apenas comprendía mis palabras. Suposición aquella que entibió mis ánimos y reblandeció la predisposición al combate que tenía por suyo a mi espíritu. Díjele lo que sigue:
-"Disculpad, amigo, lo pronto de mi arrojo, pues no supieron mis endurecidos sesos entender que no sois español. Decid, ¿sois acaso normando, caledonio, o por ventura sardo?".
Sin disputa cabe afirmar que en dicha ocasión tampoco híceme entender, pues de nuevo desde lo alto respondióme con un galimatías sin sentido:
-"Pero kien t krees k eres, Kevedo o k? abla bien o k t den."
Mucho pediríais, si pidiérais que tal descabezada sentencia hubiese quien les cuenta logrado descifrar de cabo a rabo. Mas algo se le dio a mis oídos entender, y no era ello otra cosa que la contumaz desvergüenza del malcarado cretino al tutearme en una nueva ocasión, desoyendo con descaro la advertencia que en un instante no muy remoto habíale yo pronunciado. Pues era de ver, o más buenamente diremos que de oir y de entender, que sentaba firmemente el perillán propósitos de hacerme menosprecio y burla. Habíame yo sobradamente contenido lo luengo y suficiente que a un caballero de corazón puro le impone la caridad cristiana, mas confióse el ruin y tomóme la manga por la mano, a lo que hombre que por tal se precie y que de nobles perpendículos presuma, ha de responder, sí, o sí, con la espada. Así ocurrió que hablé:
-"¡Por los bubones del arcipreste! ¿Acaso no habré de ornamentar mi bacinilla con limaduras de tu osamenta y escalpar tu hueco cabezón, faciéndome unos calzones con tus cueros, rufián? ¡Fruto de mal cipote, fijo de mala madre! ¡He de propinarte tantos puntapiés en las criadillas como pecas cuentas en tu cara, y tantos pescozones como padres tienes, y no serán menos de ciento!".
Espada en ristre dí rodeo al castillo en pos de algún resquicio, grieta o pedrusco suelto que pudiera yo extraer fácilmente cual si fuera atifle entre dos recién forneadas vasijas, para así introducirme a través del hueco en el interior, para cumplir justa venganza en las flojas carnes de aquel ridículo tunante. Dí finalmente con una falla en el murallón, de anchura conveniente para el tránsito de fornido caballero y bien compuesta armadura, y de través por el mismo entré en el castillo. Encontréme de tal modo en un amplio jardín, no faltando en el mismo animación y gentío, pues un banquete hallaba lugar allí, grande a la medida que pensé haber caído a combatir en mitad de un desposorio. Ante luengos mesones repletos de manjares y bebidas espirituosas sentábanse atildados mozalbetes y apinceladas muchachas, y más allá, a modo de proscenio, divisé un tapiz a cuyo pie varios músicos tañían al laúd y al albogón no muy afortunadas armonías. En viéndome, los más próximos comensales la bienvenida diéronme, mas no para cosa distinta que el espanto y horripilancia mías, pues sucedió que el mismo bárbaro idioma parloteaban, y tan estúpida expresión daban a mostrar en sus infortunadas caras como la del pecoso orejón del ventanuco.
-"Wenos días".
-"Holita wapo"
-"Bisitospati".
Cosas tales hube de soportar sin flaquear, mas dudando de si no daría todo aquello en ser obra del mismísimo Engañador, que con arteros sortilegios intentaba poner a prueba cuanto de íntegro tiene mi condición y dignidad de caballero. Comida me ha de faltar y aun habitación, en un triste harapo han de quedar mis ropajes y en borroso recuerdo el último de mis doblones, mas, ¡pardiez! valor no ha nunca de faltarme. Ya fueran dragones de siete cabezas surgidos de las fétidas profundidades de un tenebroso llamazar quienes con sus fogosas fauces amenazáranme, no hubiese mi menda concedido un paso en retaguardia. Encomendé la salvación del ánima mía a la mediación celestial del buen Arturo, y blandí la espada no pensaran aquellos individuos de degenerada estirpe que la portaba a modo de mangorrera colgadura ornamental.
-"K pasa tronko, buen royito!".
-"Ains! Ya estamos kon las espaditas...yonkimaster, banea a este karka, anda, porfi".
Torrente tal de mariconada y melindre obedecer no podía a cosa distinta que los infernales designios del Burlador, así entendílo y en consecuencia dispuse mi encarnadura mortal y mi espíritu a afrontar tan desigual contienda, en la cual, si hubiere de dar fin a mi existencia, fuere en martirio cristiano. Pues el caballero que fenece en el empeño de erradicar de la cristiandad toda huella de los manejos del Manipulador, bien ganada ha la eterna contemplación de la gloria celeste, y en ello me creía yo. Entregué mi alma en encomienda a los designios del Padre, y arremetí con ciega bravura contra comensales, sirvientes, lechones asados y cuanto al alcance de mi espada encontraba, con perjuicio de andar con las espaldas descubiertas y sin importarme ver atacada a traición mi retaguardia. No sabré las cuentas de qué número de cuellos rebané, ni cuántas extremidades desmembré, ni de la sangre que corrió por mor del ímpetu de mi improvisada cruzada. Mas... no habrán de creer vuesas mercedes lo que en tal circunstancia sucedióme, para asombro de mi menda e incredulidad de quienes mi relato escuchan. Transcurrió apenas un instante entre batirme yo en feroz batalla, y hallarme, sin alcanzar a comprender la manera ni el procedimiento, de nuevo en el exterior del castillo, transportado mágicamente por indeterminada fuerza inasequible a la vista, al tacto, o a la audición.
-"¿Qué suerte de brujería es ésta? Pues, ¿no ha apenas un suspiro que me batía yo contra los engendros del averno, y en un repente y sin movimiento alguno me hallo nuevamente en el exterior? Gotea aún la sangre en la templada hoja de mi espada, probatura ésta de que no he despertado de un sueño, y de que combate tal a la realidad pertenece y no ha sido visión ni ilusión ninguna".
Preguntábame yo tales cosas, pero todavía mi asombro encontraría fértil bancal en que arraigar y florecer, pues aparecieron ante mis ojos, flotando en el aire, incorpóreas lo mismo que el éter, visibles empero cual la Luna, unas letras luminosas que no eran de este mundo, cual sobrenatural aparición, y portadoras de un enigmático mensaje cuyo significado escapó a mi inteligencia:
"Estás baneado".
No existe ciencia que prodigio parejo auspicie, ni superchería o engaño que de la nada remiende letras mágicas que en el vacío pendan a no más de tres palmos de mis ojos. Andábame yo en el convencimiento de que era todo asunto del diablo, y, en resolviendo solicitar auxilio a la autoridad espiritual del reyno, retorné en busca de mi montura, y cabalgué rodeando el siniestro castillo para así continuar la mesma senda del interrumpido viaje. No daba yo crédito a mis ojos, y no se sorprenda nadie de cosa tal, pues acostumbro a ser yo mesmo quien crédito solicita en las posadas y tabernas, y poco cultivo el hábito de ser yo quien monedas ni valijas dé en préstamo, ni aun a mis propios ojos como ya he dicho.
Al trote llevóme mi caballo no más de legua y media, cuando nuevamente cerraba el camino una construcción, notoriamente modesta en mayor grado que el castillo y reducida en dimensiones, pues se era lo que por mal nombre dicen chabola. Miserable por fuerza había de ser quien aquella desvencijada cabañuela habitaba, y apiadóse mi corazón en viendo un harapiento viejo que tras la puerta asomábase. Descabalgué y con él conversé como sigue:
Yo: "Buen día."
El Viejo: "Buen día, y sabeos bienvenido en mi humilde hogar, caballero. Permitid que os ofrezca mi hospitalidad, mas no teniendo yo mucho ni poco que compartir con vos, pues pobre soy y mísera es mi condición por propia elección, pues años ha que retiróme del mundo el ansia de paz y la voluntad de meditación y estudio".
Yo: "Bienhallado sois en tal caso, y os ruego que en pago a vuestra generosidad sea yo quien comparta con vos las vituallas que conmigo traigo, osando yo rogaros que me concedáis el gozo de vuestra conversación, mas no quisiera importunar la silenciosa calma de la que gustáis haciendo de vos un eremita".
El Viejo: "Sea".
Yo:"Mas decidme, noble anciano, vos que al cultivo del espíritu habéis consagrado vuesa existencia, y que por verdad tal sin duda os encontrais en posesión de sabidurías y conocimientos que a mi tosco cerebro escapan, mayores todavía que los de escolano y catedrático, ¿qué infames encantamientos esconde el castillo de maldición que, atrás no dos leguas de contarse han, encontré en el camino?"
El Viejo: "Veo por ventura que noticia tuvieron vuesos ojos de tan infausta aparición y que sana como entera se ve la osamenta de vuecencia. Quísolo así la fortuna o el mismo cielo, quieran también que los sesos y el ánimo vuestro tan feliz suerte hayan encontrado. Pues sabed que aquello de lo que en esta hora me contáis, no es cosa otra que el Castillo Fantasma, o el, llamado así a la manera de los antiguos califas, Castillo de los Idiotas. Maldito es su nombre, y temible en magno grado su aparición, pues cuéntase por esos mundos que quien en el camino topa con él, bien muere, o bien permanece en franca imbecilidad hasta el instante mesmo de su adiós y al hoyo."
Yo: "Horripílanse mis brazos y piernas, y no menos mis atributos, en oyendo tan terroríficos conceptos. Mas, como dispusieron el azar o el destino que vivo e ileso restara yo de tal encuentro, ¿es cosa de suponer que, como es precepto en tales casos, quede yo imbécil para los restos?."
El Viejo: "Si coyuntura tal sucediere, traerá tal cosa el porvenir, mas es cosa de ver que aún no tuvo lugar el susodicho efecto, pues caballero cabal sois ahora, y holladura ninguna del incidente apreciar puedo en vuestra semblanza y conducta. Pero escuchad bien: magro garante puedo ofreceros de que salvo os podais considerar del hechizo, pues escrito no está que no os suceda mala cosa en lo venidero. Buscad desde el momento mesmo en que parlamentamos elixir que os proteja de la cretinez, y no desfallezca el corazón vuestro ni desesperanzado y transido quede vueso espíritu, so pena de abandonar tal escrutinio del cual pende el buen desenlace de la existencia vuestra."
Yo: "Mil veces una millarada de leguas recorreré en persecución de tal remedio, si a este afligido enfermo diérais índice de dónde hallarlo o tener noticia del mesmo".
El Viejo: "¡Oh, apenada ánima y fatigado corazón! Cuanto os he dicho está en correspodencia con la medida de cuanto conozco, nada hay que en mi recuerdo retenga y no os haya contado. Ayudaros más no puedo, bien sabe el buen Dios que un brazo diere yo si con tan magno sacrificio libertaros de tan apurado trance así lograra."
Yo: "Ains!".
El Viejo: "¡Monte de los Olivos, Santo Sepulcro, y Sudario Sagrado y Bienhechor! ¡Comenzando está la cosa! ¿Pues no termino de hablaros y ya observo en vos el primero de los síntomas? ¡Corred, corred...volad si menester fuere! ¡Cabalgad raudo en busca del remedio!."
Yo: "¿Hacia dónde orientar mis pasos? ¡Es el mundo maraña de sendas, laberinto de rincones, pléyade de destinos! ¿Al frío septentrión dirigirme debo, o por el contrario al sur cálido he de ir? ¿Debo buscar en Numidia, la Hélade, el Asia, las Indias...? ¿Qué conviene más a mis propósitos, adentrarme en los hielos perpetuos, o, en dejando a las espaldas las columnas de Hércules, navegar hacia el confín de los océanos y tal vez por los abismos del fin del mundo despeñarme?."
El Viejo: "Instante que pensando dejáis perderse en la tiniebla del pasado, instante que habréis de añorar en el incierto futuro...¡no hagáis desperdicio del tiempo, y cabalgad! ¡Cabalgad en pos de vuestra salvación!".

Hasta aquí da alcance la parte primera del extravagante relato de mis increíbles desventuras. Mas no ha de detenerse en tal punto la narración, pues digno es de asombro el trance en que hube de verme hundido hasta el propio corvejón desde el instante mesmo en que partí azorado, dispuesto a cumplir con denuedo tan ardua empresa como era la de hallar remedio a la maldición que con consumir a este caballero amenazaba, y las múltiples maravillas que mis asombrados ojos vieron, las mágicas circunstancias en que el asunto desenvolvióse, los monstruos y dragones con los que me ví forzado a combatir, y las rubicundas mozas de apretadas carnes con quienes hube de batirme en otra suerte de combates más gratos al fatigado guerrero pero no por ellos menos peligrosos que los anteriores.

Pero múltiples prodigios fueron aquellos como para ser contados en unas pocas palabras. Dispongan vuesas mercedes un ágape de comsiderar, con su cordero asado y su buen vino, su quesada de oveja y su recio pan, amén de buenas perdices y algún que otro conejo, aderezados con verdura conveniente, sin escatimar en vinagretas y dorado óleo, y yo mesmo acudiré a desvelarles cómo quedó en seguir la historia y cuál fue su desenlace.

Queden con Dios. Se despide de vuesas mercedes, quedando a su servicio para lo que gusten disponer, especial caso de las mozas de generoso escote y torneadas caderas:

Caballero Nicomedes Alonso y Garcifuentes de las Ciruelas, barón de las Higueruelas, veterano de la Cruzada, soldado del Reyno y súbdito considerado de Su Majestad, buen cristiano, hombre cabal y conveniente, y servidor de ustedes.

Leyéredes y no Creyéredes, II.

Publicado: 10 Oct 2006 00:48
por Merodeador
Leyéredes y no Creyéredes, II.








Leyéredes y No Creyéredes
Parte segunda - de un prólogo vergonzante por su pomposidad y repetición, y de cómo hallaron continuación las aventuras del barón Nicomedes.


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Uno. prólogo vergonzante:
Cabalgué las nocturnas noches entre las neblinosas nieblas y las tinieblas tenebrosas, y los diurnos días bajo el cálido calor del soleado sol, sudando sudorosamente la gota gruesa, pues en valeroso valor no hay quien que me compita competentemente, sabida sapiencia es que paladino paladín soy, y obediencia presto solamente a la ley del Rey, y no a hueros fueros ni desatados desatinos. Bien sabe el divino Dios que pleno es mi espirituoso ánima de alba blancura e impoluta pureza, pues jamás pecaminosa pecata en ella halló asentido asiento, pues siempre la negrura negó, y... ¡cáspita! En vuesos arrastrados rostros leo cuán peco de plúmbea pluma y redonda redundancia... ¡basta, Nicomedes! ¡detén tu tendinosa tendencia a la ridícula rimbombancia, no han de estar sus mercedes, que aguardan la continuación de tu relato, a tragar tan oblonga oblea obligados! ¡Pesado y repetitivo eres cual gallo con gallaruza de plomizo plumaje...! ¡Ah, si pudiera tan sólo darme a entender con un breve trío de palabras...! .

Dos: de donde se sigue el relato:

La bóveda celeste a todos por igual cubre, sean hacendados ó menesterosos, justos ó ruines, herejes ó piadosos, valerosos ó cobardes...mas a unos llueve, hiela y truena, y a otros por bien cierto que concede reconfortante sol o refrescante umbría, según su ánimo requieriere et a la estación correpondiere. En tal modo se conducían mis pensamientos, creyendo yo que la fortuna y la justicia no hallaban acuerdo en lo que convenía a mi penoso tránsito por la existencia en aquesta mi sufrida mortal encarnadura, pues sin reposo ni tregua ninguna había yo cabalgado caminos y brozales, páramos y bosques, en escrutinio de una medecina que a mi mal de remedio sirviere, sin hallar rastro ni huella de medecina tal ni yerba o mejunje que alivio me procurase. Dos semanas discurrieron fugaces cual arroyo montaña abajo, durmiendo yo poco y comiendo á penas, en el empeño de cabalgar siempre en pos de lontananza, tanto, que encallecía mis sufridas posaderas y en no pocas postas hube de malcallar el hambre y maldormir las fatigas de la marcha, empleando en ello más pecunia de la que en otras circunstancias hubiese sido menester. Cierto que en mi vida anduve ligero de dineros los más días, y en aquesta aventura no me llovieron tampoco del cielo los doblones, en tal vez, como en otras tantas, recurso busqué en el noble arte de los naipes, cosa aquesta que ganó a posaderos y aposentados no escudos y maravedíes por único botín, sino furias, broncas y contiendas varias, a las que di resolución espada en mano, pues nada obtienen cuchillos de matanza y facones de malhechor cuando presencia hayla de bruñido y templado espadón, y de fuerte y afortunado brazo que el mesmo blanda con soltura. Dícese que ganancia en el juego no es provecho conveniente y el oro en tal modo adquirido es innoble y para todo buen caballero impropio, mas yo digo a vuesas mercedes que no lo es, si a quienes se gana son calaña de malandrines y sacamantecas.

Mas no eran juego ni contienda propósitos últimos de mi viaje, y sí rastro hallar del antídoto que libráreme de restar, los años que me quedaren, en imbécil mangurrián convertido. Cosa es de comprender mi desánimo cuando quinzena de jornadas transcurridas fueron no hallándome yo en la pista de nada.

Quísolo así la fortuna o quizá la providencia celeste en aquella manera gustó el disponello, que al anochecer de la jornada que quinze hazía en la cuenta, hallábame yo en humilde posada reponiendo ánimos a fuer de comer el sustancioso potage obrado por las manos sabias del posadero, en que no hubieron de faltar su buena güeña y esotros aderezos que de todo famélico viajero son buenamente considerados, cuando a mis oídos llegó extraña conversación, que tres sugetos a una mesa contigua sentados sostenían, siendo aquesto lo que decían:

sugeto cejijunto: "Pues os digo que es cosa bien cierta, pues visto lo han mis primos Rodrigo y Martín, y mi cuñada Olga, la teutona, a quien así decimos pues es cosa sabida que nacida fue en tierras germanas."
sugeto malcarado: "Palabras banales las tuyas, pues no son esas historias sino cuentos de viejas para sacalle á personas los cuartos y asustar los mozuelos á las zagalas en noches de plenilunio para de ellas obtener un tembloroso abrazo".
sugeto patizambo: "Y por cierto que así debe ser, mas déjale hablar todo, pues en siendo aquestos relatos tan impropios como inziertos, buena chanza traen a la mesa...¡posadero, escancia unos tragos más de buen vino en las nuestras jarras!"
el malcarado: "Oigamos pues, et bebamos, et comamos".
el cejijunto: "Sea pues: existe a pocas leguas de aquí un bosque presa de encantamientos varios, y aún dicen los más que habitado por íncubos, súcubos y demonios de varia catadura, aparencia y encarnadura. Nayde que en el mesmo adentrado se haya, retornado entero ha para contallo. En el recóndito corazón del bosque dícese que ha su asiento el Crasus Biblum Petetis, que no es sino aquél libro que todos los secretos mágicos revela. Mas quienes ambicionaron encontrallo y poseello, no hallaron premio otro que la mesma muerte, pues custodiando el libro se entretiene una feroz y sanguinaria criatura de temer: la Bestia Gafuda."
el patizambo: "Estrafalario nombre es ese, ¡válgame el carajo!"
el cejijunto: "Dícesele de aquesta manera por motivo de que gafas porta".
el malcarado: "¡Pardiez y paronze! ¿qué cosas son aquestas 'gafas', de las que noticia nunca tuve?".
el cejijunto: "No son sino unas lentes á modo de antiparras, pero de tamaño descomunal y monstruoso: gruesas son cual fondo de garrafón y grandes cual escudería griega. Mas no yergue en soledad la Bestia Gafuda en guardando el Crasus Biblum, y es verdad de no reprochar que pléyade de pavorosas criaturas por aquellos lares pululan: los Reidores sin Seso, que enloquezen al incauto con la chirriante cacofonía de las sus vozes, los Duendecillos Tangecriadillas, que de las viriles colgaduras préndense con sus garras siendo así causa de insoportable tormento, o los Escarlatados Espectros, que armadura y espada portan cual caballeros, mas con saltitos se andan y á grititos se hablan de idéntica manera á cual si de muchachitas se tratase."
el malcarado: "¡Cuentos de viejas!".
el patizambo: "Cuán falaces, mas...¡cuán hilarantes estrambotes! ¡y cuán interminable sarta de sandeces! Si siguen por tales derroteros tus delirios, mucho no falta para que la mandíbula se me descoyunte en un puro hartazgo de carcajadas!"

Así hablaron y así entendílo mi menda en escuchándolo todo, ¡y no daban las alforjas del ánima mía lugar para el asombro!. Húbome allí que, tras un par de interminables calendas que diríanse dos años de pura desesperanza, sin adivinar yo ni en lo más remoto destello ninguno de luz en lo obscuro de mi porvenir, encontrábame en un repente inesperadas como reconfortantes noticias de prodigioso volumen que respuestas daba a los intemporales enigmas de las cosas de lo mágico. En pie túveme, y, en acercándome al jacarandoso triunvirato de contertulios, así tuve en consideración hablarles:
"Ruégoles sepan perdonar mi impertinencia si de brusca manera asomo el nasal apéndice mío en tan ilustradora dialoganza, concédanme la bondad de creer que manera tal de conducirme no tengo verdaderamente por costumbre, pues soy yo caballero cabal, que por Nicomedes Alonso y Garcifuentes conocióme el registrador de mi arciprestazgo en yo naciendo, y baronía es la dignidad que por motivos de sangre me corresponde. Mas evitar no pude albergar noción de lo que vuecencias hablaban, tal es la cercanía de las mesas a las que estaban sentados vuecencias y estaba sentado servidor de vuecencias. Así se ha dado la ocurrencia de que a mis tímpanos llegaron palabras de bosque maldito, polifemos antiparrados, afeminados fantasmas, y, por sobre todas aquestas cosas, un libro de maravilla que compendia cuanto conocimiento existe sobre cosas de hechicerías, encantamientos y cosas mágicas diversas. Dáse el caso de que escenario semejante andábame yo buscando desde no menos de quinze jornadas, y téngome aquí en pie sabiendo que semejantes prodigios mágicos ocurren en aquestas mesmas vezindades y no en esotras que en el camino encontréme. Así pues, ¿concederíanme vuecencias tan craso favor de mostrar a este desorientado cuan desamparado gentilhombre el modo de conducirme a través de aquestas latitudes, por mi menda desconocidas, para toparme con el susodicho bosque encantado? De así hazello vuecencias, ténganse por pagadas dos rondas de buen vino, dos platadas de recio queso, y una conveniente visita a las generosas donzellas de por aquí cerca que apreciar sepan el valor de un doblón de oro."
Y como es apostanza segura el que quien malas casas frecuenta, caso del cejijunto y los dos congéneres suyos, buen conozimiento ha de mozas avezadas en la cosa de comerciar que saben de lo difícil de cerrar deudas, mas de lo fácil de abrir los brazos á perillanes acaudalados, y como eran los tres rufianes a buen seguro sugetos viziosos y borrachuzos, aceptáronme prontamente el doblón de oro y los maravedíes de plata a cuenta de los vinos y el queso, chorizos y el pan del mesonero. Pues así ocurre en ocasiones que caballeros de proba nobleza y limpieza de ánima, obligados se ven a entrarse en tratos con rufianes desarrapados y puteros.
La mañana que a noche tal dio relevo, y mientras de seguro aquellos rufianes depertaban el cada quien en lecho de cada cual aventajada moza, generosamente surtidos de resacas y cargazones, con un doblón de menos y una alegre noche de más, -y, sin comello ni bebello, con dos ramas de más en la cornamenta algún que otro marido de más confianza que sesera-, quien a vuesas mercedes se confiesa hubo prontamente emprendido camino al alba, y, a poco de encaramarse el sol a la línea del mediodía, en subiendo a un solitario galayo para en tal manera otear el horizonte, divisé a lo no muy lejano un bosque, cerrado y espeso como ninguno hube yo visto en lo antaño, y en tal grado apreciable su tamaño que hasta más allá de lo visible se extendía y verduzco océano de árboles diríase.

En llegando al lindero mesmo del bosque, hizóseme inteligible que lo apretado de la vegetación, lo bajo del ramaje y lo abrupto del lugar hazía impropio, si no imposible, el continuar mi aventura a lomos de montura ninguna, y por toda solución decidí libertar á mi caballo, en viendo que la pradera que al bosque circundaba era generosa en pastos y no era cosa de añorar incluso arroyuelo de cristalinas aguas donde la sufrida bestia saciar la sed pudiere. Consoléme yo en sabiendo que más caballuno el paraje no pudiera haber sido, pues era a conveniencia de equino lo que palaciego hospedaje á sugeto humano, y así decidílo que libertad díle al animal, rogando a la bienaventuranza que lo alto procura, que á salvo de ladrones estuviere y que en el mesmo prado lo encontrare yo al regresar, si es que con vida regresare del bosque aquel fuente de tanta maledicencia, y del que nayde antes salió en una pieza sola. Libré al jamelgo de riendas, estribos, silla, alfolrjas y demás aderezos, y despedíme de él con una caricia, a la que el pobre animal miróme con interrogadora tristeza. Encogióse el corazón mío ante aquesto más que ante peligros cualesquiera que me esperasen y aun ante la propia muerte, pues han de tener en conozimiento vuesas mercedes que caballo es á caballero un mayor parentesco del que las palabras mesmas indican, pues no sirve sólo de montura, por lo contrario es escudero, compartidor tanto de fatigas y hambrunas cuanto de fríos y de calores, compañero de armas y salvador en mil batallas, silencioso confesor, fiel en situaciones todas, compañero digo, amigo, y hermano.

Vean pues que de guisa tal, caballero sin caballo, quien les habla anduvo en dos pies hacia la foresta de infame nombre, en disposición de hallar el libro, fontana de conozimientos y secretos, ó de la muerte encontrar por toda otra recompensa. Poco tardé en asombrarme de lo tétrico y feamente hipertrofiado del paisaje: ni un rayo solo de bendita luz solar al suelo llegaba, donde no hubiera tenido cosa otra que facer que mostrar la agusanada alfombra de hojarasca podrida que cubríalo por doquiera. Las ramas de los árboles no diríanse ramas sino brazos huesudos y retorzidos que sus nudosos dedos extendían en amenazante ademán, y por toda otra vegetación conté cardos espinosos, abigarrados zarzales y ortigas de ponzoña repletas, amén de toda suerte de setas y rovellones, de las que ni fambriento y moribundo hubiese tastado la más insignificante, pues tal aspecto de mal entrañadas a la vista se daban. Entre ellas apresurábanse en sus repugnantes quehaceres escarabajos, tisanuros, y curianejas, y aún adiviné el veloz tránsito de alguna insidiosa víbora. En caminando yo, las ramas al suelo más próximas hacíanme dificultoso el pasar, y par o tres de ellas, quasi afirmaría que á malos propósitos siguiendo, á poco estuvieron de saltarme uno de los dos ojos que, como bípedo bien nacido, el rostro mío presiden. Bien ciego tendrá que ser quien no percibiere lo maligno del lugar, pues parecía mesmamente salido de pesadilla o de aborto de paisaje por malísimo pintor emprendido. Mas no a los ojos se presentaba únicamente el sitio repelente y nada hóspito sino también al olfato, denso como era el aire en el lugar a fuer de estancado y portador de hedores y podedumbres varias, que hasta las moscas más avisadas en cuanto a porquerías y desfechos compete dificultosamente volaban, y en un puro círculo además, de mareadas cual se sentían en fétido ambiente como no hubo otro, a no ser en los arrabales de París, donde vive Dios que discurren libremente riadas de porquería, capazes ellas de impedir por sí solas el ataque a la ciudad de ejércitos, monstruos y aun dragones alados, pues dudo que fiera voladora ninguna atravesar incólume pueda tan recio murallón de peste. Pues, bien sabido lo es, que grande ciudad todo entre sus muros lo tiene, mas mucha mierdumbre bajo su cielo amontona. No vanamente dizen los bien entendidos que perfumes y esencias floridas varias en París fueron concebidas...pues, ¡dónde, si no!
Y no quedaba en aquesto todo cuanto de deplorable el paraje atesoraba. Escuchábanse rápidas carreras y extrañas vozes no de bestia mas tampoco de hombre, de sabe el cielo qué siniestras criaturillas que por los cuatro costados pululaban sin darse en momento ninguno á ser vistas, y que en el suyo parecer diversión hallaban en la escondida observación de mi persona, pues eran bien de oír horripilantes risitas que de acá, allá y acullá procedían:
-"Jijijiji"
-"Jijijiji"
-"Xdddd"
La empuñadura de mi espada dispuse prontamente coger, pues temí que de los duendecillos aquellos que del cojón gustan colgarse se trataba, aunque buena protección procurábame cierta conveniente pieza de la armadura que guardaba lo más vulnerable al tiempo que lo más preciado de la anatomía de todo bien formado varón. No detuve mi avance empero, pues aunque a poco más del alcanze de patada hallábanse ocultas las criaturas en la maleza, ninguna moléstome ni tan sólo la cabeza asomó á modo tal que se la separare yo con mi espada del cuerpo. Nada hazían que no fuera ir en persecución mía, permanecer escondidos cual virtud de donzella casadera, y reír a cuenta mía. Decíales yo a los invisibles perseguidores:
-"Menesteroso peligro el vuestro, lechuguinos sietemesinos, pues por único modo de terminar conmigo tenéis el 'jijiji' y el 'jujuju'; será que no da abasto a mayores valijas vuestro minúsculo cerebelo. Ví en mi vida alimañas ridículas y cobardes, mas ninguna tan mangorrera y zarrapastrosa como vosotros y vuestros 'jijiji'. Puedo jurar que en mayor manera temo a las inmundas moscas que revolotean en derredor mío, no vaya a suceder que en dándome con un ala me derriben partido en trozos".
-"Jijiji".
-"Xdddd"
¡Cuán inútil conversación! Cual si estuviera hablando a tórtolas o gallinas se me dió en pensar, y aun aquestas hubiéranme procurado dircurso de mayormente apreciable interés. Además, díjeme yo a mi menda, si nada hazían aquellos duendes que reir y refocilarse en su idiocia, y en modo ninguno mi marcha entorpezían, decisión más sabia sería la de ignorallos. En aquesta actitud proseguí mi avance por entre los retorzidos ramajes y en mitad de una penumbra inexplicable, pues apenas tres horas pasadas debían ser del mediodia. Anduve y no menos caminé, en agradable paseo que físicos y galenos sin dudallo recomendarían a enfermo cualquiera, pues de todo cuanto a la salud conviene proveía: hedor insoportable, calores asfixiantes, miríadas de moscas, todavía más miríadas de mosquitos, ramas amigas del ojo ajeno, hongos venenosos, podredumbres y humidades varias y abundantes, cucarachas y lombrices á cestadas, "jijijis" y más "jijijís" para bien distender los nervios, plantas espinosas de toda condición para el buen cuidado de las pantorrillas y paisaje á semblanza de mal sueño por empacho de garbanzos. Quien de tal tratamiento con vida sale, no habrá bubones, fiebres, cólicos ni landres que a él puedan llevar a dar en la mortaja.

No aparentan á penas nada los instantes, mas amontónenlos vuesas mercedes uno junto al otro y juntarán sin trabajo en sus manos un minuto. Cuenten minutos el uno tras el otro, y en contando sesenta será que pese una hora más sobre su espaldada. Y, ¡cuán breves y livianos se nos antojan los instantes, mas cuán largas las horas en trances dificultosos, no siendo nacidas de cosa otra que de aquéllos! En modo tal, braceando esforzadamente contra tales ejércitos de instantes que el uno y después el otro veníanse sobre mí, al entendimiento llegué de que no habría recorrido menos de legua y media ó dos de las mesmas, que precisamente no podía decirse faltando horizonte alguno en que fijar la mirada y asentar el cálculo, y no viéndose por clarejo ninguno el cielo. Apremiábame lo caluroso y húmedo de la temperie, mas buena insignificancia representaba en los ánimos míos el cansancio, pues no menos apuesta que mi vida ó mi sensatez jugábame yo en el envite aquél.
En aquesto distrájome de la abstracción un chillido de aflautada agudeza que de la retaguardia mía procedía, no distinto en mucho al canto de un pájaro, que impropio resultaba empero en el bosque maléfico donde ave ninguna gustaba de anidar:
-"¡Uyyyysss!"
Azoróme el alarido y mitad de vuelta dí espada en ristre, y fue así que ví extraña figura que se antojaba espíritu, pues ni sólida ni carnal naturaleza aparentaba, y aureado era su contorno, de un color tal que dióme a entender aquesto: hallábame yo en presencia de un Escarlatado Espectro de aquellos que dijera el rufián de la fonda por quien supe del bosque maldito. Espectro y ser de otro mundo por fuerza era, pues su aspecto escapaba a cuanto hubiese yo visto: portaba armadura, mas estaba la mesma forrada con un tejido rosáceo de florales bordados y volantes, el su calzado era puntiagudo y bajo el talón separábase el pie del suelo mediante larga taconada, vistiendo las piernas con ajustada malla de grotesca coloración según lo que a caballero sería propio. Sujetaba una empuñadura que en todo igualaba a la de una espada, mas donde correspondía hoja de templado acero, había flexible vara en una flor terminada, y en la otra mano portaba látigo más propio de tiempos de gladiadores. Observé de lo bajo a lo alto la singular estampa del fantasma, y habléle lo que sigue:
Yo: "¿Quién sois y por cuál motivo gritais?"
Espectro: "¡Uy! ¡Qué fornido caballero estáis hecho, por los bálsamos del baño de Platón! Si fuerais un poquito más simpático, os permitiría tomarme del brazo para dar un paseíto por el bosque...aunque quizá os lo permita igualmente, ahora que veo cúan formados están vuestros miembros...al menos, los cuatro que a la vista están...¡machote!"
Yo: "¡Válgame el cielo una vez, y dos y tres veces me valga! ¿Qué insensateces decís, o es que loco hallásteis la muerte, y loco quedó vuestro fantasma?".
Espectro: "Loco, no...¡loquíssimo!".
Yo: "En tal caso proseguiré mi marcha, pues remedio no conozco para las ánimas enajenadas, y en nada ayudaros puedo siendo yo carne mortal y vos trastornado éter. Me despido de vos, lo que sea que seáis, medio vivo ó muerto á medias pero a buen seguro loco entero, y rezaré por la salvación de todo cuanto delirante espíritu por el mundo vaga".
Espectro: "¡Uy, qué hombre pero tan, tan maloote! No, no puedo dejaros seguir vuestro camino, pues por alguna razón en este lugar permanezco, y esa es la de abordar a los intrusos que por el bosque se aventuran...¡y son tan pocos! ¡me aburro pero taanto, tanto! Así que, sabedlo ya, no os dejaré pasar tan fácilmente."
Yo: "¡Entonces, vaho rosado que sólo remotamente semejáis persona, habré de dispersaros con mi espada como voluta de humo que la visión del camino nubla en la mañana!"
Espectro: "Muerto soy ya y de tal modo inmune quedé a la muerte, vuestra espada no puede ya despojarme de aquello que ya no tengo y que es la vida. Sólo de un modo podéis vencerme y no es vertiendo mi sangre, que ya bebieron los gusanos en mi sepultura".
Yo: "Os venceré de la forma que la casualidad disponga...¡sabeos de vuelta en el purgatorio!".

En tal trance esperaba yo lenguas de fuego, rayos que de los sus dedos naciesen, enjambres de murciélagos voraces que á mi gaznate se lanzasen, o cualesquier artificio maligno del que gustare emplear el espectro para doblegarme en el combate. Mas nada de aquesto sucedió, y sí el que volvióse de espaldas el fantasma, despojóse de pantalón, y, en agachándose, presentóme feamente las posaderas y díjome:
- "Tened empuje, caballerote, ¿no queréis vencerme? ¡hacedlo y demostrad cuán hombre sois, que me tenéis pero loquita perdida!".
Nadaba yo en océano de sorpresa, en viendo que tan fácilmente acobardábase el espectro rehuyendo la lidia y presentando nalgas, pues interpreté agachada tal como veraz muestra de rendición conclusa y definitiva. Signo tal que nunca antes hube visto sino en mujeres licenciosas, pero que en varón otra cosa significar no podía que la humillación del vencido ante el venzedor y el reconozimiento de un formidable adversario cual yo mesmo lo era. Y así habléle:
-"Abandonad sin demora tan ridícula actitud, petimetre. Bien comprendo que os rindáis sin osar enfrentaros a mí, mas la vida os perdono a cambio de que, ¡pardiez, os dejéis ya mesmo de continuar mostrando el culo!".
Y volvíme para más no vello y aplicarme en proseguimiento de la misión que ocupaba mis esfuerzos, mas avanzar no pude, pues por obra del mesmo diablo, encontrábame encerrado en repentina prisión de piedra junto al Escarlatado Espectro, quien, á gachas y con el culo en pompa, díjome:
-"¡Ayyy! ¡Pero qué tontitos son todos éstos caballerotes! ¿Acaso no sabéis que jamás habréis de abandonar tal mágico encierro hasta que a mis deseos os dobleguéis? Pues, ¿cómo esperábais vencerme sino con ese arma que entre vuestros dos fibrosos muslos cuelga? Sabed que yo, el espectro del condestable Urdurico, no he de conformar con menos mis apetenzias".

¡Horroricéme y espeluznéme ante aquesta jamás vista artería de los mil demonios! ¿A cuál suerte de retuerta y maliziosa trampa pertenezía tan enojosa circunstancia? ¿Posible era, por todas las desventuras de un malafortunado por dos millares de bizcos malmirado, que hallárame yo en sonrojante enzierro en compañía de un espectro soplababas y tuerceuñas, culorroto para mejor seña, y que, por toda manera de salir, hubiera yo de prestarme a las más bajas y abyectas mariconadas? Así parezíalo, pues mostróme el espectro un buen montón de cráneos y esqueletos, diziendo:
-"¿Veis? Son aquestos los restos de todos los caballeros que negáronme su cipote, que de aquí jamás salieron, y que encontraron penosa e interminable agonía, sin bebida ni comida poder procurarse...mas os aseguro que piedad no provocaron en mí, pues ninguno fue en tal manera objeto de mis apetitos como vos...¡hombretón! ¿No sería una penita que el mundo perdiese tan apuesto y varonil ejemplar? ¡No os condenéis a una muerte segura, y haced de mí vuestra donzellita!".
-"¡¡Jamás!! Si en tan siniestro lugar he de morir, ¡sea!, pero no permitiré que sigáis condenando a cuanto desgraciado por aquestos lugares transita a elegir entre verter la su sangre ó destilar azeites! ¿Queréis que os rellene las posaderas y sancione vuestras sodomíticas ansiedades, ánima repugnante a quien incluso en el mesmo infierno dieron puerta por tragasables? ¡¡Pues tomad!!"
Y en aquesto diciendo, hundí mi espada en el repugnante trasero del espectro, quien, al recibir tan profunda estocada en pleno intestino, profirió alaridos en tal manera espeluznantes, que ni cien luciferes igualar puderen:
Espectro: "¡¡Aaaaay ay ay ay aaaay!! ¡¡Ooooy oy oy oy ooooy!! ¡¡Uuuuuy uy uy uy uuuuy!!"
Yo: "¿Os causa mi espada tormento y padezimiento? ¡Bien empleado en vos está, pues peores penitencias habéis merecido sin disputa ninguna, por razón de causar la muerte a insobornables y buenos cristianos y caballeros, o buscar la ruina y la condenazión eterna de aquellos pusilánimes que quizá a vuestras bajezas hubiéran caído en prestarse".
Espectro: "¡¡Uyy uy uy uy!! ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! ¡Ay, ay, ayyyyy! ¡La espada! ¡La espada! ¡Oiiiiii oi oi oi!".
Yo: "¡Sí! ¡la espada! Y sabed que no pienso sacárosla, pues buenamente ganado está el sufrimento que el frío acero os inflinge!"
Espectro: "¡Agh! ¡Agh! ¡La espada! ¡La espada! ¡aaay ay ay aaaaay! ¡oy oy! ¡uy uy!".
Yo: "¡Sí! ¡La espada! A la que nunca pude haber destinado a mejor fin que a provocaros tortura infinita, pues criatura maléfica sois que piedad ninguna me inspiráis, y ni asoman a mi mente pensamientos de sacarla para..."
Espectro: "¡No! ¡No la saquéis! ¡metedla más! ¡metedla más! ¡uy uy uyyy! ¡sois el más recio e inagotable fornicador que jamás ví en vida o tras mi muerte!¡aay ay ay! ¡metedla más! ¡laceradme! ¡machote! ¡semental! ¡Uyyy uy uy uy!".

Pendió la mandíbula de quien aquesto narra a vuesas mercedes en boquiabierto rictus de pasmo e incredulidad. Mudóse el rostro mío del color suyo propio al blanco más albino y de ahí al verde, al rojo, al azul y de nuevo al albo para nuevamente presentarlos todos en sucesión. Pues fue para no creello de visto no habello, y mayormente para negallo al escuchar contallo. El ánima aquel tuvo de Lucifer por dote los poderes todos del averno, pues en nada fízole sufrir ni dióle de padezer el acero de la espada, y no fue sino que plúgole el ensarte, cosa jamás vista y jamás imaginada por mente humana ni en canción o leyenda ninguna reseñada. Entiendan pues cuán comprometida tenía yo mi vida en el momento dicho, siendo que el sugeto espirituoso era todo él inmune a las armas de convención, y que sable en las posaderas dábale gusto y no muerte. En viéndome yo condenado a agonía sin óbice, aposentéme junto al osario de quienes precediéronme en tan maligna trampa, entendiendo por seguro que la osamenta mía a no tardar serviría de compañía a las que allá formaban montón, mirándolos yo con tristeza, á cráneos y costillas pelados, y sintiendo por los ellos la simpatía de quien comparte condena et infortunio. Y pensaba yo: "¡Ah, desventurados caballeros, que tan mala cara mostráis pues no es otra que la de puro hueso la que se ve, pronto mi calavera sonreirá con las vuestras, riendo del Señor sabe cuáles chascarrillos de difuntos! ¿tan buena cosa es la muerte que todas las calaveras sonríen?", y así lo pensé y dispúseme a dezir oración por las sus almas y la mía propia, mas no hallé recogimiento oportuno para mis propósitos, pues no cesaba el fantasmón sus gritos y vozecillas, por lo que aquesto habléle:
Yo: "Asunción héla de que en aquesta prisión sellóse el destino mío, y así lo acepto sin lágrimas ni ruegos, pues peligro tal era indisoluble de la empresa que a este lugar maldito trájome. Mas os digo, espíritu tocapelotas y julandrón, que reprimáis vuestros gritos y vozes, pues ni vos mismo escapáis al designio del Altísimo, y así dispúsolo Él que sea cosa de respetar la solemnidad de la muerte de un caballero cristiano aun por los enemigos que le son propios. Así que callad un solo minuto, lo necesario para que pueda yo arrepentirme de mis pecados y encomendar mi salvación a Cristo Señor Nuestro, como corresponde a..."
Espectro: "¡Uy! ¡Ay! ¡Pero qué decís, Hércules mío! ¿Morir vos aquí y hacer de vos desperdizio, y privar al mundo de machotes castigadores como vos? ¡uyyy! ¡en modo ninguno! ¡sería una penita pero que muy, muy grande! ¡sois un bruto, un animal, un aguerrido semental! ¡jamás sentí tan placentera estocada, tan flagelante éxtasis! Habéis pasado la prueba como nadie pudo antes que vos...¡sois una bestia, un campeón! ¡oyy oy oy! ¡uyy uy uy!".

Y así dijo, y para asombro mío, esfumóse la pétrea prisión, el montón de huesos, y alejóse el espectro hacia las entrañas del bosque profiriendo ayes y uyes, y quedé yo sano y salvo, habiendo satisfecho con creces la prueba sin para hazello menoscabar mi dignidad de caballero, aunque perdiera yo en el envite la espada, que llevóse consigo el fantasma alojada entre las nalgas. No lamenté yo empero pérdida tal, pues en nada quería yo espada que en tales lugares hubiérase adentrado. Arrodilléme y oré en humilde gratitud por la bendición que húbome concedido el cielo en salvándome la vida en tal aprieto, y dispúseme a seguir mi camino, no dando por seguro mi pellejo, pues sin duda en pruebas mayores habría de verme aún, y privado de espada con la que defenderme.
Y así caminé otras horas, y cuanto más adentraba mis pasos en la foresta, más oscuro lo estaba todo, y más inquietantes y siniestros eran los ruidos y vozecillas, y más sofocadores eran los aires, y más intenso el aura maligna de cosa toda que allí había, y así sentía yo que a cada paso que daba, más á dentro de la garganta del mesmo mal me conducía, y más me asomaba a mi propia fosa. Y será de verse que mis negros augurios no eran faltos de acierto, pues horrores aguardábanme que dejaban al espectro bujarrón en bromilla de poca monta.

Y crezían los ruidos, los susurros y lo tétrico del ambiente, mas no era todo aquesto sino el breve anuncio de cuanto había de encontrarme en lo que seguía. Un momento llegó en que dejáronse de oir las irritantes risitas de los duendes así como sus pasitos sobre la hojarasca. Dejaron de empeñarse en mi persecución hasta las mesmas moscas, como si todo vicho viviente hubiérase esfumado en un repente, temerosos de toparse con horror tan grande que ni ellos mesmos podían encarar. Un silencio que hiciere pasar por jolgorio cordobés á la más solitaria sepultura apoderóse del bosque, cual inaudible anuncio de algo terrible que hazía huir incluso a las criaturas acostumbradas a lo siniestro del lugar. Díjeme que parecíalo todo como si la animada coronación de un rey interrumpida fuere por la inesperada presencia del mesmísimo demonio, con las almas atemorizadas de todos los presentes que, la su respiración conteniendo, esperaban temblorosos á comprobar quién había venido el diablo a llevarse, pues de un temor tal salvos no están ni los mesmos reyes. En tal ocasión, sabiéndome en inminencia de cosa en verdad horrenda, dispúseme a enfrentar lo que fuere, y en permaneciendo inmóvil, atendiendo al silencio, allí me tuve valerosamente, esperando conozer el reverso quál de la moneda me depararía la fortuna: si el de la victoria, ó el de la muerte, pues tal temerosa quietud a cosa otra responder no podía que a la cercana presencia de la Bestia Gafuda.

Será cosa del relato continuallo en otro momento, graziosas damiselas y honorables caballeros, pues sin demoras anochece y buen tiempo es de retirarse á los aposentos, cada qual al de correspondencia suya, aunque sepan vuesas mercedes que cedo lugar en el mío propio a cuanta donzella halle el suyo frío en demasiado, pues por bien cierto en el de un servidor calidez y acogimiento hallare si considerare propizio venir a compartillo.

Mañana nos sirvan buen vino y espumosa cerveza, que torneando la mesa fazeremos parlamento de aquestas y esotras cosas que de hablallas gustemos, cumplamos á los naipes, elogiemos á las damas, y, en cayendo el cielo vespertino, si así lo gustare la distinguida concurrencia proseguiría yo la glosa de pasadas andanzas y desventuras, pues cosas terribles vieron aquestos ojos míos que habrán de alimentar la tierra.

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Cartas

Publicado: 10 Oct 2006 00:50
por Merodeador
Cartas


Una

¿Necesito tener algo que decir para poder escribirte?

Supongo que esperas algo más de una carta que una cadena deshilachada de pensamientos sin sentido. Me imaginas abalanzándome sobre el papel con el alma repleta de felices noticias, felizmente preso de un ímpetu efervescente por hacértelas llegar cuanto antes. Crees que abrirás el sobre y sonarán campanas, y que la carta será ligera y entretenida, emotiva y vibrante, elegante y jovial.

Pero, la verdad, estoy sentado ante el papel en blanco, y no puedo recordar nada digno de ser dicho noticia. Serán las cuatro, o no, las cinco, o no lo sé, de la madrugada... el reloj de la pared dejó de funcionar hace... no sé cuándo dejó de funcionar. Todo cuanto tengo para contarte es este calor sofocante que me hace sentir sucio y abatido. Mis manos se pegan en el papel, como el cabello se me pega en la frente. No tengo nada más para relatarte que las noches interminables y solitarias, que los amaneceres intrusos, nunca bienvenidos, y que mis horas de maltrecho sueño diurno en las que desperdicio el tiempo útil de este engaño al que llaman vida.

No, no me gusta dormir de día, pero no puedo dormir de noche. El silencio me llena el corazón de ruido, y la oscuridad proyecta recuerdos amargos sobre mis retinas. De día, al menos, son los sonidos apagados de la ciudad los que me calman: las voces, los coches, el rumor gris e indefinido en que se funden todas las cosas que cada día suceden a mi alrededor... mientras dentro de mí no sucede nunca nada. La vida en la ciudad me adormece. Y cuando la ciudad duerme soy incapaz de cerrar los ojos.

De vez en cuando viene alguien a verme. Nunca estoy preparado cuando lo hacen. Respondo torpemente a lo que me dicen, que nunca escucho, y me despido aliviado al verles marchar. Sé que la soledad no hará más que enturbiar mis ánimos, pero la prefiero a las compañías superfluas... y ahora todas las compañías se me antojan superfluas. Tú no me dejarías estar así, ¿verdad? Me golpearías en el centro del espíritu hasta hacerme temblar y sonrojarme por dentro, mientras finjo un insolente desdén por fuera. Y yo te hubiese dicho una y otra vez que jamás haré lo que tú quieres que haga, mientras lo hago sin darme cuenta. Sí, tú me sacarías del agujero.

Estoy intentando no parecer triste, ¿lo estoy consiguiendo? Probablemente te aburro, sé que si algo no conseguiré transmitirte es alegría. No es esta la clase de carta que esperas después de tanto tiempo. Yo no soy quien esperas que sea después de tanto tiempo. Lamento decirlo, pero sí: estoy estancado. No tengo fuerzas para nadar hacia lo desconocido, y tampoco sé ya dónde quedó la orilla para poder regresar. Me he quedado inmóvil, esperando hundirme... pero no me hundo. Sólo consigo flotar en mitad de un agua cada vez más espesa. No puedo soportar el hedor del pantano que me rodea, y creo que no puedo porque está compuesto de las lágrimas que aún no he llorado.

No, no estoy bebiendo. No tomo alcohol, ni tranquilizantes, ni siquiera fumo. No sé por qué ni siquiera fumo, no es necesario que me emborrache: quizá un puñado de Marlboros me ayudarían a pasar las noches mejor. Pero, a decir verdad, no tengo ganas de sentir un sabor amargo en mi boca: ni el del humo, ni el del alcohol, ni el de las resacas, ni el de la saliva intoxicada por las medicinas y las drogas. Tomo toda clase de infusiones, eso sí, sólo porque el prepararlas y beberlas es ya una excusa moverme con calma o sentarme ante una mesa. A veces las mezclo, para comprobar con desgana a qué sabe el resultado de la combinación de hierbas, y lo que obtengo siempre es lo mismo: un líquido gris que podría haber sacado de un charco, con un sabor más allá de toda descripción... no sabría si llamarlo “menta fuerte” o “ácido fórmico”. Es muy curioso, ¿verdad? Mezcles las hierbas que mezcles, los cócteles de plantas secas terminan sabiendo siempre a lo mismo. Nada del otro mundo.

Perdón por lo de “otro mundo”.

Sé que te estoy aburriendo, lo sé, ya te lo he dicho. Quieres saber cosas apasionantes de mi vida, y lo único que se me ocurre es hablarte de mis infortunados cócteles de hojas secas. También podría hablarte de cuando abro los ojos, y veo los rayos de luz que atraviesan la persiana, y de las motas e hilillos de polvo que revolotean en ellos, bruñidos de un resplandor anaranjado. O de las comidas que me mantienen vivo: pan blando con aceite, pan duro con aceite, pan correoso con aceite, queso enmohecido, latas de conserva. No, como ves ya no preparo aquellas ensaladas impresionistas, repletas de verdes oscuros, verdes claros, rojos y naranjas vivos, blancos luminosos.... ni aquellos guisos de carne con salsas de mil sabores. Ahora abro una lata y como lo que hay dentro. La mayor parte de las veces ni siquiera me resulta agradable lo que mastico, a menudo no puedo ni decir qué estoy comiendo. Pero así no tengo que cocinar.

Ya no se me ocurre qué más decirte. Me avergüenza dedicarte una carta tan breve, tan vacía, pero mi vida está igualmente vacía. Infusiones y latas de conservas... a eso se reduce mi mundo ahora. Perdóname, intentaré hacerlo mejor la próxima vez. Intentaré resultar más divertido, más alegre. Intentaré tener noticias. Intentaré cambiar.

Ya lo estoy intentando... no me mires con reproche desde ahí abajo cuando deje esta carta sobre el mármol. Lo estoy intentando. Y sí, sé que siempre termino diciendo lo mismo, pero esta vez lo prometo: te cambiaré las flores. Lo sé, lo sé: los pétalos se secan y caen a tierra... y las flores secas terminan sabiendo siempre a lo mismo.






Dos


Me está sucediendo algo extraño. Llevo mucho tiempo sin vender una sola escultura.

Lo más extraño es que sí me las quieren comprar, pese a que ninguna de ellas tiene rostro. Ya sabes cómo son los compradores: ven varias esculturas casi terminadas, pero con un pedazo de material aún informe donde deberían tener la cabeza, y piensan que se trata de una nueva y original tendencia. Incluso llegan a teorizar delante de mí, en mi propio estudio, sobre lo que estoy queriendo expresar con ello. Para unos, los cuerpos sin rostro son una crítica mordaz de la despersonalización del estilo de vida contemporáneo. Para otros, son un canto al naturalismo hedonista. Hay quien dice que, al ser siempre cuerpos de mujer, reflejan mi deseo de convertirme en mujer por medio del arte, para comprender mejor su naturaleza; que no les pongo rostro para no romper así la ilusión de que podría ser mi propia cara la que corone aquellas figuras femeninas. Entonces les pregunto: “¿y entonces por qué directamente no pongo mi propio rostro?”, y me responden: “oh, no, tu rostro es demasiado masculino”.

Sí, debes estar imaginando mi cara al oír semejantes teorías y te debes estar riendo. La verdad es que uno tiene que escuchar muchas estupideces sobre lo que uno mismo quería, al perecer, expresar sin ser consciente de ello.

Pero lo que de verdad les extraña es que no las quiera vender. Primero, no quieren creer que no estén terminadas. Me dicen: “no dejarías una escultura incompleta para empezar la siguiente: ¿tendrías más de veinte esculturas sin terminar?”. Yo respondo: “sí”. No se lo creen. Para ellos, son obras completas. Cuerpos de mujer sin rostro, con el mutilado encanto de la Venus de Milo, que a todo el mundo seduce precisamente porque no tiene brazos. Prefieren verlas así, porque al verlas todas juntas –quizá por la ilusión de exposición que crean dos decenas de obras en hileras- les encuentran un sentido, una explicación. No importa cuánto insista yo y cuán evidente sea la realidad: para ellos están terminadas, son así, y si lo niego aseguran que como buen artista me estoy haciendo el interesante.

Y, evidentemente, aún creen más en mis ínfulas de divo escultórico cuando me niego a venderlas. Piensan que es una táctica para despertar su atención, para publicitarlas. Son incapaces de entender que el dinero no me importa. Cualquiera de ellos las hubiese vendido ya. Es lógico, ¿por qué no? Pero yo no soy ellos, ni ellos saben lo que para mí representan esas esculturas.

Para mí son algo más. Verás: con el tiempo, es difícil que un arte no se transforme en rutina. La inspiración no aparece por las buenas: hay que trabajar, hay que realizar un sinnúmero de obras mediocres para conseguir una de la que realmente te puedas sentir orgulloso. Tú sabes que la opinión de los demás nunca me importó. Vendí esculturas horribles a un buen precio, sólo porque el comprador veía en ellas algo que para mí no existía: inspiración. Para mí, eran obras del montón, de las que no estaba contento. Cambiarlas por dinero... casi me sentía un estafador. También sabes que hay otras que me gustaron tanto, que no pude venderlas. Mis mejores obras las regalé a la gente que me importa, porque no soy capaz de vender un significado. Algunas de las más logradas son ahora tuyas, si es que aún las conservas.

Y todas estas últimas esculturas, las que no tienen rostro... no puedo venderlas. No son un producto del ímpetu artístico. No, no son hijas del arte. Son hijas de la desesperación y la soledad.

Normalmente, al comenzar a esculpir, contemplo un bloque de material en términos de estructura y belleza. Según la estructura, sé lo que puedo y no puedo hacer, cuáles serán los límites técnicos de mi trabajo. Una vez conozco esos límites, imagino cómo obtener algo bello dentro de ellos. No suena demasiado romántico, pero es que el arte raras veces lo es. El 99% de las veces, mis esculturas son una pura ecuación matemática, una conjunción de volumen y superficie. El conseguir que resulten bellas suele ser una cuestión de técnica, de cuidadoso acabado. No es más “artístico” de lo que pueda hacer un buen ebanista, o incluso un buen albañil. Una vez has practicado lo suficiente y consigues dominar la técnica, lo único que tienes que hacer es intentar no cometer grandes errores. Un artista no puede llegar más alto ni ser mejor de lo que es, pero sí puede evitar ser peor. En eso suele consistir todo. En no equivocarte demasiado.

Pero estas nuevas esculturas... yo estoy en ellas. He dejado en ellas días y noches de lágrimas, de silencios, de gritos, de desesperación. Olvidé toda técnica, toda preparación, todo cálculo. Sencillamente me sumergí en la piedra, forzándola a convertirse en el cuerpo que yo tenía en mente, sin importar si el bloque se prestaba o no a semejante violación. No contemplé la piedra y según su imagen dibujé una figura. Al contrario, contemplaba una figura dentro de mi cabeza y horadé con violencia la piedra hasta lograr tener esa figura delante de mis ojos. Incluso utilicé algunos bloques que debido a su estructura no eran idóneos para la figura que yo tenía en mente, y los desperdicié, porque se partieron en dos.

Pero realmente me da igual. Devoro la roca sediento de unas formas que quizá no estén en ella, y amenazo al mineral, le maldigo, le hago falsas promesas y le someto a viles chantajes, con tal de que se pliegue a mis deseos. Una noche, recordé aquella frase de John Coltrane que resumía su aproximación a la improvisación de un modo sucinto y absolutamente genial: “hay que saberlo todo sobre tu instrumento, para después olvidarlo a la hora de tocar”. Aprender la técnica para convertirte en artista... y una vez tienes realmente algo que decir, la técnica deja de importar y el arte se convierte en tu verdadera voz, una voz sin ataduras, para quien la técnica es sólo el primer escalón de un ascenso hacia la cumbre. Y la obra se convierte en tu verdadera vida. Y tu propia vida, en tu próxima obra.

Todas estas figuras sin rostro son tú. Todos estos cuerpos anónimos son tu cuerpo. Sus posturas son posturas en las que te vi a ti. Su actitud es tu actitud. Cada curva, cada protuberancia, cada hueco, los recorrí en ti mucho antes de recorrerlos ahora en piedra.

Son tus hermanas, engendradas por el lascivo mordisco de mi infinito amor hacia ti sobre la indefensa roca. Creándote una y otra vez de la nada, me emborracho en el éxtasis alucinado de convertirme en Dios, el mismo Dios que te creó en carne, mientras que yo –pobre aprendiz- solamente puedo copiarte en piedra, en inerte mineral huérfano del milagro de la vida. Mis manos recorren la pulida superficie añorando tu verdadero tacto, mientras yo soy otro bloque de maltrecha piedra, esculpida por el dolor. Por primera vez en mi vida, cada una de mis obras es una verdadera expresión de mí mismo. Por primera vez en mi vida me considero un verdadero artista, un verdadero creador, capaz de traducir mi alma en materia. Por primera vez en mi vida me disuelvo en cada uno de esos pedazos de piedra, y ellos renacen a tu imagen y semejanza, pero desprovistos de tu alma, aunque repletos de la mía.

Por eso no les he puesto rostro. Porque no soportaría ver su rostro sin ojos, y no puedo crear sus ojos sin tu mirada, y no puedo copiar tu mirada de mi recuerdo sin sentirme sacrílego y blasfemo. Tu mirada nunca vivirá sin tu alma, y ahora, en esas rocas, es mi alma la que habita, no la tuya.

Sí, son mis mejores esculturas. Sí, son mi más puro y elevado logro en el arte. Y, sin embargo, son las que con mayor infelicidad contemplo, porque en ellas he tratado de fabricarte, y en todas ellas sigues faltando. No son más que piedra. No son más que horas y horas de trabajo. No hay en ellas milagro alguno. No son nada.

Por eso te escribo.

Vuelve, para que pueda terminarlas. Vuelve, para que tu mirada brille en sus ojos de piedra, y que sus ojos de piedra reinen en sus rostros blanquecinos. Vuelve, para que no sean una fría copia de tu cuerpo, para que tu alma resida en ellas en armonía con tu silueta. Vuelve, para que mis mejores esculturas -la mejor obra de mi vida- queden completas.

Y entonces, cuando hayas vuelto, y cuando estén por fin completas, quédate conmigo.

Así no volveré a necesitarlas.

Ayúdame a terminarlas, así podré destruirlas.

Quiero que la piedra sea solamente un trabajo. Quiero poseerte directamente a ti y dejar de intentar amar un pedazo de roca muerta, quiero devorar tu piel y escupir de mi boca los últimos fragmentos de insípido mármol.

Quiero que tú seas mi arte

Vuelve.

Sexo

Publicado: 10 Oct 2006 00:51
por Merodeador
Sexo






Alargo el dedo índice, delicadamente, y espero a sentir el rugoso tacto en mi yema: es el pequeño aviso que necesito para poder alargar también el dedo corazón. Todo transcurre muy deprisa, en apenas un instante. Pero es un instante repleto de sensaciones mínimas, breves, pero que encajan en la satisfactoria certeza de estar haciendo lo correcto. Es sólo el primer paso de un camino que anhelo completar; la cuidadosa exploración a la que, sólo con la práctica, he logrado despojar del ímpetu sediento de cuando sólo me guiaba un voraz instinto.

Yo la noto, y ella me nota. Sólo mis dos dedos nos unen en ese instante; apenas unos centímetros de mi piel son todo cuanto ella tiene de mí. Ninguno de los dos necesita más aún: ella nació para responder sólo cuando sigo los pasos precisos, y yo sólo he de dejar que su vibración me muestre hacia dónde debo seguir, o si he comenzado con demasiada ansia, o con demasiada precaución. He descubierto que puedo transformar el ansia febril de tenerla en mis manos en un arte: mover suavemente mis dedos al compás de su respuesta se convierte en una partida de ajedrez, en la que poco a poco, ambos empezamos a tolerar –y a demandar- un ritmo mayor, un contacto más próximo, un movimiento más desenfrenado.

Muchas veces ni siquiera la miro. No lo necesito. El bemol aterciopelado de sus gemidos más graves, o el repentino, inesperado tintineo cristalino de sus agudos grititos, son todo cuanto preciso para guiarme en la oscuridad de sus deseos. Porque sí, soy yo quien marca el ritmo... pero sólo me satisface seguirla a ella, e imponer el ritmo que ella me pide. A menudo estoy ansioso por llevarla más lejos, por sumergirme en ella y por acelerar una explosión que sé inevitable. Puedo sentir mi corazón palpitando a saltos, noto las perlitas de sudor asomando en mi frente, en mi espalda... hasta que dejan de ser perlitas y caen hechas gotas por mi rostro, por mi columna vertebral. Respiro entrecortadamente, y, sin darme cuenta, a veces comienzo a gemir imperceptiblemente yo mismo, arrastrado por su voz. Sólo tengo mis dedos sobre ella, pero todo mi cuerpo le pertenece. También mi mente termina siendo suya: me olvido de mí mismo, de que vivo y existo, y todo cuanto quiero es hacerla vibrar como sé que puede vibrar. En esos momentos, no hay nada más importante que ella.

Y, finalmente, mi paciencia es recompensada: ambos hemos despegado, una difusa nube de calor nos envuelve, y cuando menos lo espero, ella me deja ser impetuoso, brusco, casi brutal. Permite que mis manos sean libres, no: exige que mis manos liberen su encadenada lujuria sobre ella. Gime cada vez más alto, en un abstracto ruego para que abandone mi delicadeza, como jurando entre lágrimas de éxtasis que ya está preparada, que ya no podré hacerle daño, que ya no espera otra cosa de mí más que verme haciéndola exhalar roncos gritos de descontrol. Ella se abandona a mí y suplica que me abandone a ella. Al principio tuve que ser delicado para que no me rechace, y ahora grita una y otra vez implorando rudeza.

Creí que podría hacerla vibrar según mi voluntad... pero es ella quien termina manejando mis hilos. Creí tener mis dedos en ella, pero es ella quien ha tendido sus tentáculos en torno a mí. Creí ser yo quien mandaba, pero es ella quien, como de costumbre, hace lo que quiere de mí.

Y cuando la veo ahí, voluptuosamente tendida sobre el suelo de madera, esperándome, reclamando anhelante mi atención, siempre me pregunto lo mismo...

























...¿cómo no amarla?
[img]http://www.blastingroomstudios.com/gfx/stacie2/images/Les-Paul-(04).jpg[/img]

Soy un hongo (poema serialista-minimalista)

Publicado: 10 Oct 2006 00:52
por Merodeador

Soy un hongo (poema serialista-minimalista)






Hongo,
seta.
teta,
seno.
Cieno,
barro.
Guarro,
yo.







Es que me gusta ciscarme de vez en cuando en la poesía. Lo iba a llamar "soy un guarro"... pero me ha parecido poco sofiacoppolesco, así que le he puesto un título un poco más acid.

Si los has leído y te ha parecido una tomadura de pelo vergonzante... felicítate... aún no eres completamente gilipollas.

Acid trip I

Publicado: 10 Oct 2006 00:53
por Merodeador
Acid trip I.


Ahora que soy un enano de gorro puntiagudo, voy a caminar entre las setas y voy a volver atrás para contar mis pisadas sobre la hojarasca. Mis manos son pequeñas pero duras como la madera, y mis oídos penetrantes: oigo ahora más de lo que nunca oí siendo humano. Los ruidillos del bosque vienen a mí claros y limpios desde la distancia. Ahora que soy mucho más pequeño, me siento mucho más seguro.

Conversando con una galleta me di cuenta de que no tenemos mucho en común. Yo jamás me ablandaría bañándome en leche. Pero me gusta ver cómo la galleta ríe y baila. Una vez vi que las galletas, cuando bailan juntas, siguen coreografías que han aprendido de antemano: gran espectáculo el de todas las galletas moviéndose al unísono.

Una noche, buscando la claridad de la Luna, caminé entre los matorrales tratando de no hundirme en el pantano, y llegué hasta la playa. Era una noche fresca –no fría- y clara. Inspiré el aire salado y dejé que los ronquidos del mar dormido acariciasen mis oídos.
Y entonces vi las cajas: eran de cartón, tenían dos patas como de avestruz, y dos largos y delgados ojos de caracol terminados en bombillas brillantes. También tenían dos pequeñas alas, cubiertas de plumas. Pero no volaban: se limitaban a corretear sobre la arena. Pensé que sin duda huían de mí, y supe que yo era el primero en haberlas visto y tal vez el último, pues ahora, asustadas, se esconderían para siempre y no volverían a salir jamás.

No miréis las luces. Seguid caminando junto a la carretera, y tratad de tener la vista fija en el suelo. No miréis las luces. Tampoco miréis en la distancia. La oscuridad de la noche es muy engañosa y quizá veáis el fin del mundo.
El arcén está repleto de diablos, y la única manera de evitar que te hagan daño es mirando siempre al suelo.

No miréis el remolino de agua. Sólo con mirarlo, os tragará.

Cuando volví a mi tamaño normal –o antes de convertirme en enano, no lo recuerdo- traté de bajar las escaleras. Pero las escaleras bajaban más rápido que yo, y nunca lograba llegar al primer escalón. Cuantos más escalones bajaba yo, más escalones aparecían ante mí. No me rendí, pero sentí que la escalera era infinita.

El morro frito reporta las más satisfactorias experiencias que puede vivir un ser humano. Miro los pedazos de morro en el plato: su piel rugosa, dura y grasienta, es un cristal de mil facetas y en cada faceta se reflejan varios colores. Nunca había reparado en que el morro brilla tanto.
El morro tiene la consistencia exacta que debe tener la materia. Sé que no debería comerme una materia tan perfecta, pero los cantos en mi boca son demasiado tentadores y mastico trozo tras trozo para que esos cantos no cesen. Siento una felicidad total. Una mano de procedencia desconocida y expresión amable pone ante mí un vaso de whisky. Bebo un pequeño sorbo, porque la sal del morro está bailando en mi lengua.
Es todo muy agradable. Trato de contar los colores del morro pero son demasiados. Así que los reúno y hago con ellos una canción para los ojos.

Ahora que soy un enano de gorro puntiagudo, me alejo de los trenes. Son demasiado grandes, demasiado ruidosos. Demasiado metálicos.

Sé que no voy a volverme más diminuto, pero estoy contento siendo como soy ahora. Camino entre las setas, y al alzar la vista hacia las lejanísimas copas de los árboles, intuyo que falta poco para el amanecer. Es hora de que me vaya a dormir. De repente, tengo mucho sueño. Iré a dormir. No quisiera volver a enfrentarme a esas luces en la carretera, ni mirar al remolino de agua. Pero sí me gustaría encontrar alguna otra vez las cajas que corren de noche por la playa. Creo que ellas saben que no quiero hacerles daño, sólo mirarlas.

Me quedo dormido. No sé si seguiré siendo un enano cuando despierte.

Quién sabe, ¿verdad?

Acid Trip II

Publicado: 10 Oct 2006 00:53
por Merodeador
Acid Trip II





Hoy he tenido experiencias con la luz.

Estoy sentado sobre la arena de la playa. Apenas hay luna, y la noche es oscura y fría. Agarro mis rodillas con los brazos, rodeándolas, haciéndome un ovillo para entrar en calor.
Entonces noto que hay algo entre mis dedos. Sí, es un cigarrillo. Pero no ha sido encendido.

Fumar me ayudará a sentir menos el frío.

Miro a mi alrededor. A unos cientos de metros veo a un hombre; quizá es alguien familiar, pero no puedo reconocerle a esa distancia. Le pido fuego.
Me sorprende ver cómo su brazo se alarga cientos y cientos de metros en un solo segundo: casi al instante sostiene un mechero ante mi cara, y me llevo el cigarrillo a la boca.

Un fogonazo me ciega mientras aspiro para que el cigarrillo se encienda. Cierro los ojos, pero el fogonazo sigue allí, grabado en mis retinas. Una mancha abstracta de colores luminosos, que se agita y retuerce como el magma de un volcán.
La luz empieza a formar rostros. Uno tras otro. No son rostros humanos, pero no me asusta su presencia. Simplemente me molesta no poder dejar de verlos, ni cerrando los ojos, ni volviéndolos a abrir. No puedo ver nada que no sean rostros luminosos que me miran con insistencia y cambian de forma continuamente. A veces es uno, a veces dos, a veces tres.

No puedo levantarme y caminar, porque no podría ver a dónde me dirijo. Sólo puedo esperar a que los rostros se marchen.

Pasa el tiempo, no sé cuánto. Los rostros son cada vez más pequeños y tenues, y su metamorfosis más lenta. Ya puedo distinguir tras ellos lo que hay más allá de mi cabeza: la arena azulada, el oscuro mar.

Finalmente desaparecen. Pero, al marcharse ellos, vuelvo a sentir un intenso frío.

Alzo la mirada y veo las estrellas. Son como blancas y borrosas esferas esponjosas. Me admira su infinito número. Mientras las observo se mueven, agrupándose en racimos, girando unas alrededor de las otras, latiendo, parpadeando. Sé que, a su manera, me están sonriendo, y me siento reconfortado.

Alguien me lleva a otro lugar y me quedo dormido. Al principio me despierto con frecuencia: veo rostros, que ahora sí son humanos, que vienen muy deprisa hacia mí, con la boca muy abierta, y escucho un estruendo de voces.

Estos rostros sí son humanos, y tal vez por ello sí me asustan.

Cuando me levanto está amaneciendo sobre el mar. El Sol es una grande y sólida esfera rojiza que se asoma tras el horizonte, y el mar se convierte en fuego. Me siento maravillado. Olas de llamas rompen silenciosamente en una playa de arena incandescente, mientras el cielo brilla como metal fundido.
Deseo intensamente que el amanecer dure diez años. Se me concede.

Después vuelvo a dormir.

Al regresar a casa, camino por la ciudad. Debe ser mediodía, y festivo, pues apenas hay gente caminando ni coches en las calles. Brilla un Sol veraniego, intenso, feroz.

Y entonces me doy cuenta. Las aceras son de oro puro. El asfalto es de oro puro. La calle refulge bajo el Sol, convertida en una senda divina del más precioso de los metales. Su reflejo produce una luz dorada tan intensa que lo envuelve todo y todo desaparece bajo ella. No sé si me siento feliz, o asombrado, o asustado, o indiferente. Las calles son de oro, y aun así tengo prisa por llegar a casa.

Acid Trip III

Publicado: 10 Oct 2006 00:54
por Merodeador
Acid Trip III




Imagen

Sé que soy inmune a la lluvia. Todos corren a refugiarse bajo las cornisas, o dentro de los portales.

Yo no. Mi cabello mojado cae sobre los hombros, y mi camisa, empapada, se pega a mi cuerpo. Además puedo contar las gotas de lluvia. No con números, sino escuchando cómo golpean el suelo.

Estoy de pie frente a un gran cristal oscuro. Sé que es la cafetería de un hotel. Sentados alrededor de sus confortables mesas, me observan y piensan que estoy loco: ahí, de pie, dejando que la fuerte lluvia caiga sobre mí.

Son ellos quienes están locos: ahí, sentados, sin dejar que la fuerte lluvia caiga sobre ellos.

Un día, en algún momento del tiempo o quizá en algún lugar fuera del tiempo, una niebla espesa lo cubría todo. Tan espesa, que para distinguir cualquier objeto tenía que acercarme a apenas dos o tres pasos de él.

Visité dos grandes edificios. Muy antiguos, muy solemnes, muy silenciosos. Caminé empedrado arriba hasta la parte más alta de un pueblo, y oí a los cuervos graznar en lo alto, en algún lugar del cielo blanco que había descendido hasta mí, volando invisibles, escondidos en la niebla.

Creí haberme perdido, pero entonces parte de la niebla se retiró y vi la gran cruz.

Oí voces en la gran explanada de piedra blanca, pero no pude encontrar a nadie. Ellos se habían extraviado en la bruma cegadora y seguían el sonido de mis pasos. Yo me había extraviado en la bruma cegadora y seguía el sonido de sus voces.
No llegué a verles. Nunca supe quiénes eran.

Recuerdo estar tendido en una cama, y una mujer sentada sobre mí. No recuerdo su rostro. Yo no estaba despierto. Sólo recuerdo que supe que no engendraríamos un hijo. La niebla blanca nos protegía.

Sé que ese lugar aún existe. Pero también sé que la niebla se marchó de allí. No quiero volver y verlo todo tal y como realmente es. No necesito volver. Lo viví en su momento más bello: bajo la niebla, en día que no era día y una noche que no era noche.

Es más hermoso tal y como yo lo recuerdo. ¿Por qué querría verlo ahora otra vez?

¿Para qué, si puedo cerrar los ojos y volver a estar entre la niebla?

LSD Topic: Espejos.

Publicado: 10 Oct 2006 00:55
por Merodeador
LSD Topic: Espejos.




Viéndome en un espejo, me di cuenta de que el verdadero yo es quien me contempla tras el cristal. ¿A dónde va cuando me aparto del espejo? ¿Qué hace, cómo vive, en el mundo que hay al otro lado? Puedo imaginar todo un universo muy distinto del que conocemos a este lado. Quizá soy sólo el reflejo de alguien que, allí, se mira de vez en cuando en el espejo. Quizá él es más libre, y quizá su mundo es más amplio y menos complicado.

Y entonces me pregunto: ¿por qué, cuando él se mira en el espejo, yo estoy también ante el espejo? ¿soy sólo un títere cuya función es aparecer a determinadas horas del día ante determinados espejos? ¿alguna vez él se mira en el espejo sin verse reflejado, sin verme a mí? Tal vez soy un mal reflejo, y a veces no estoy donde debería estar: ante el espejo correcto. Tal vez es a eso a lo que llaman “pecado”.

Un edificio recubierto de espejos refleja el cielo. Y, si lo que querían era ver el cielo, ¿por qué levantaron ese edificio?

Romper un espejo no trae siete años de mala suerte. Eso es sólo una superstición.
Pero, cada vez que un espejo se rompe, algo funciona mal en el otro lado. Rompemos un espejo aquí, a este lado del cristal, y ellos no pueden verse reflejados en él, y se preocupan, y se preguntan por qué.
Quizá les trae siete años de mala suerte a ellos.

Cada ser humano, cuando se mira en el espejo, se ve con expresión triste. Siempre. Aunque no lo esté. Yo no estoy triste, pero mi reflejo sí. Quizá son ellos los títeres, los que no tienen vida propia, y esperan durante horas –o días- junto a un espejo, hasta que nosotros nos asomamos a él y entonces les vemos, con la mirada repleta de desesperanza y aburrimiento. Quisieran salir de detrás del espejo y vivir, como nosotros, libremente. Pero saben que no pueden. Son sólo reflejos. Todo lo que han de hacer en su vida es mostrarse cuando miramos hacia allí, y envejecer con nosotros, pero sin vivir nuestras experiencias.

Así que acercaos al espejo y decidle a vuestro reflejo: “lo siento… trataré de no mirarme para no darte demasiado trabajo, o, si lo prefieres, me miraré más para que tengas algo que hacer”.

Qué putada ser sólo un reflejo.

Casi es mejor ser un fantasma. Al menos el horario es más razonable (de doce a seis de la mañana), no estás de guardia permanente, y eres tu propio jefe.

Sí, arrastras unas cadenas, pero... qué coño, hay gente que carga ladrillos.