La culpa la tuvo la imprenta
Publicado: 30 Abr 2006 20:36
Yo era un chico normal y feliz, salía los fines de semana con mis amigos y me iba de vacaciones con mi novia cuando podía, pero un buen día el Teléfono de la Esperanza decidió lanzar una campaña publicitaria y repartió varios panfletos muchos de ellos con un error tipográfico, un sencillo número mal puesto, que convertía el Teléfono de la Esperanza en el mío particular.
Enseguida me di cuenta, empezaba a recibir llamadas de gente que decía que estaba pensando en suicidarse, al principio no lo entendía pero después cayó en mis manos uno de esos folletos y todo quedo claro. Empecé a decirles que se equivocaban, que el número era otro, aunque eran tantos que muchas veces si no veía un numero familiar en el identificador ni siquiera lo cogía y dejaba que sonara hasta que al otro lado de la línea se cansaban de llamar, o eso quería pensar yo.
Pero un día un oscuro pensamiento vino a mi mente, ¿qué pasaría si cogiera el teléfono y animara a mi interlocutor a seguir adelante con sus planes?. Podría ser curioso dije yo, al principio sólo fantasee con la idea, pero se fue convirtiendo en una obsesión, sonaba con el día en que lo haría y al final ese día llegó.
Llamaron, el número no me resultaba conocido y descolgué, una cálida voz femenina preguntó si era el Teléfono de la Esperanza, yo le dije que si y ella empezó a contarme su problema. Se llamaba Marta y tenía 16 años, tenía novio desde hacía un año y se quedó embarazada, el novio inmediatamente se hizo el sueco y sus padres, que eran muy tradicionales y rigurosos la habían echado de casa. Su novio además de dejarla embarazada la había dejado sin amigos, la fue apartando de ellos así que ya no tenía amistades a las que recurrir y para colmo era hija única de unos padres hijos únicos, con lo que tampoco tenía parientes cercanos.
De todo esto hacía tres días, desde entonces, sin dinero y sin nadie a quien recurrir había vivido en la calle y habían intentado violarla dos veces, triunfando el hijo de puta la primera de ellas, la segunda ya había aprendido a desconfiar y a correr rápido. Estaba totalmente hundida e iba acortarse las venas con una cuchilla que había encontrado en la basura cuando vio uno de los carteles de la campaña, uno de los mal hechos y me llamó.
Cuando por fin acabó de contármelo todo se produjo un prolongado e interminable silencio de apenas 5 segundos, en el que por mi cabeza fluían todo tipo de ideas, ¿me atrevería a hacerlo?¿La convencería de que no lo hiciese?. Por fin dije las palabras mágicas:
-Marta, yo recibo muchas llamadas al día y muchas veces son por tonterías, pero tu caso es realmente grave, no veo que pueda haber solución posible y creo que tu opción de abrirte las venas era buena.
Nada, silencio, de repente se oyó un mar de lágrimas, ella había quemado su último cartucho de esperanza y yo acababa de apagárselo, pero aun fui mas allá.
-Marta, es obvio que es un momento difícil, y nadie debe morir sólo, una de mis misiones es acompañarte en este mal trago, si dejas la línea abierta mientras lo haces no morirás sola.
Mas llantos, y después tras un minuto de llantos dos pequeños grititos. “Ya lo he hecho” oí por el auricular. Poco a poco oí como se calmaba y respiraba mas lentamente, al cabo de un rato ya no se oía nada. Colgué.
Yo era un chico normal y feliz, salía los fines de semana con mis amigos y me iba de vacaciones con mi novia cuando podía, pero un buen día el Teléfono de la Esperanza decidió lanzar una campaña publicitaria y repartió varios panfletos muchos de ellos con un error tipográfico, un sencillo número mal puesto, que convertía el Teléfono de la Esperanza en el mío particular. Calculo que gracias a mí hay 200 españoles menos.
Enseguida me di cuenta, empezaba a recibir llamadas de gente que decía que estaba pensando en suicidarse, al principio no lo entendía pero después cayó en mis manos uno de esos folletos y todo quedo claro. Empecé a decirles que se equivocaban, que el número era otro, aunque eran tantos que muchas veces si no veía un numero familiar en el identificador ni siquiera lo cogía y dejaba que sonara hasta que al otro lado de la línea se cansaban de llamar, o eso quería pensar yo.
Pero un día un oscuro pensamiento vino a mi mente, ¿qué pasaría si cogiera el teléfono y animara a mi interlocutor a seguir adelante con sus planes?. Podría ser curioso dije yo, al principio sólo fantasee con la idea, pero se fue convirtiendo en una obsesión, sonaba con el día en que lo haría y al final ese día llegó.
Llamaron, el número no me resultaba conocido y descolgué, una cálida voz femenina preguntó si era el Teléfono de la Esperanza, yo le dije que si y ella empezó a contarme su problema. Se llamaba Marta y tenía 16 años, tenía novio desde hacía un año y se quedó embarazada, el novio inmediatamente se hizo el sueco y sus padres, que eran muy tradicionales y rigurosos la habían echado de casa. Su novio además de dejarla embarazada la había dejado sin amigos, la fue apartando de ellos así que ya no tenía amistades a las que recurrir y para colmo era hija única de unos padres hijos únicos, con lo que tampoco tenía parientes cercanos.
De todo esto hacía tres días, desde entonces, sin dinero y sin nadie a quien recurrir había vivido en la calle y habían intentado violarla dos veces, triunfando el hijo de puta la primera de ellas, la segunda ya había aprendido a desconfiar y a correr rápido. Estaba totalmente hundida e iba acortarse las venas con una cuchilla que había encontrado en la basura cuando vio uno de los carteles de la campaña, uno de los mal hechos y me llamó.
Cuando por fin acabó de contármelo todo se produjo un prolongado e interminable silencio de apenas 5 segundos, en el que por mi cabeza fluían todo tipo de ideas, ¿me atrevería a hacerlo?¿La convencería de que no lo hiciese?. Por fin dije las palabras mágicas:
-Marta, yo recibo muchas llamadas al día y muchas veces son por tonterías, pero tu caso es realmente grave, no veo que pueda haber solución posible y creo que tu opción de abrirte las venas era buena.
Nada, silencio, de repente se oyó un mar de lágrimas, ella había quemado su último cartucho de esperanza y yo acababa de apagárselo, pero aun fui mas allá.
-Marta, es obvio que es un momento difícil, y nadie debe morir sólo, una de mis misiones es acompañarte en este mal trago, si dejas la línea abierta mientras lo haces no morirás sola.
Mas llantos, y después tras un minuto de llantos dos pequeños grititos. “Ya lo he hecho” oí por el auricular. Poco a poco oí como se calmaba y respiraba mas lentamente, al cabo de un rato ya no se oía nada. Colgué.
Yo era un chico normal y feliz, salía los fines de semana con mis amigos y me iba de vacaciones con mi novia cuando podía, pero un buen día el Teléfono de la Esperanza decidió lanzar una campaña publicitaria y repartió varios panfletos muchos de ellos con un error tipográfico, un sencillo número mal puesto, que convertía el Teléfono de la Esperanza en el mío particular. Calculo que gracias a mí hay 200 españoles menos.