Relatos de Dolordebarriga, con algún poema.

La editorial asocial, desde la mas inmunda basura hasta pequeñas joyas... (En obras)
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Merodeador
Mojahedín
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Joia Vanidad IX (de fosphorito)

Mensaje por Merodeador »

Joia Vanidad IX (de fosphorito)




Siempre he creído que cuando yo me duermo ellas se mueven. Cambian de lugar, se encuentran, se explican sus cosas y, … al menor atisbo vuelven a ocupar sus lugares.

Soy como un edificio, un edificio en movimiento para ellas. Cada una sabe de memoria donde vive y nunca se equivoca de lugar, aunque a veces…

Hablo de mis pecas, bueno, hablo de las pecas que tiene todo el mundo. Son algo más que simples manchas en la piel, yo creo…, yo creo que tienen vida.

Mientras tú vigilas ellas se mantienen en su sitio, sin moverse, adormiladas, pero en cuanto tú y los que están a tú alrededor duermen, comienza el espectáculo.

Recorren tu cuerpo deslizándose por la piel, jugando las unas con las otras.

Y se comunican entre ellas, pero no sólo entre las de un mismo cuerpo, sino también entre las de cuerpos diferentes. Por eso saben si los edificios de alrededor están también apagados.

Y hay más, cuando duermes junto a alguien, pegadito, abrazado, ellas se desplazan de un cuerpo a otro para visitarse y conocerse de cerca.

Y aunque son muy prudentes, sobre todo cuando abandonan su hogar, a veces pueden ocurrir accidentes.

¿Recuerdas la última vez? Yo me desperté sobresaltado, de repente. Era una pesadilla horrible. Estaba tan azorado que fui incapaz ya de dormirme.

Y después ya nunca más nos volvimos a dormir juntos. Tú para un lado, yo para el otro.

Y mira ahora aquí, en el antebrazo, cerca del codo. ¿No recuerdas ese lunar pequeño y pálido que tenía ahí?

Si, seguro que si. Las yemas de tus dedos lo recorrían suavemente mientras nos quedábamos dormidos tras hacer el amor.

Yo muchas veces pasaba mi brazo por debajo de tu cuello y tú, de lado y dándome la espalda, acariciabas mi antebrazo mientras ambos nos íbamos sumiendo en el mundo del sueño.

Creo que fue eso, las suaves caricias de tus dedos lo que le hizo que fuera hacía a ti.

Desde entonces no estoy bien, el resto de lunares están como inquietos, no se como explicártelo. Yo no veo nada, no noto nada, pero se que es por eso por lo que soy incapaz de ser el de antes. Tú puedes darte cuenta de cual es mi estado, mírame ya ni siquiera…

-Espera un momento!!. Ésta es la historia más absurda que me ha contado un tío para volver a follar conmigo.

Ya, pero es una historia bonita, y además diferente a las habituales. Y en realidad la peca ha desaparecido de mi antebrazo, así que, ¿Por qué no probarlo?.

-¿De veras que crees que te vas a salir con la tuya?

Por supuesto, el resto de mis lunares me estás sonriendo por dentro, han contactado ya con los tuyos y saben que van a volver a poder estar juntos.

-No deberías fiarte de tus lunares.

No lo hago, me fío de lo tuyos. Son ellos los que le cuentan a los míos que las cosas están sucediendo.

-Ah si!, ¿y cómo lo saben ellos?

Bueno, tienes uno precioso, pequeño y azulado en el muslo, muy muy arriba. Hace rato que está ya mojado.

-Eres un hijo de puta!!!

Deberías tener unas palabras con tus lunares chivatos.


Vuestro, en el amor y en la guerra todo vale;

Dolordebarriga
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Merodeador
Mojahedín
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Joia Vanidad X (de fosphorito)

Mensaje por Merodeador »

Joia Vanidad X (de fosphorito)




Llevaba ya tres martinis y comenzaba a no ver las cosas claras. La primera de ellas era, precisamente, el porque me estaba tomando esa mierda de bebida horrible.

No se porque tengo la mala costumbre de decir siempre “tomaré lo mismo que tú”. Tal vez una pretendida caballerosidad decimonónica para con las mujeres. Debido a ello durante los últimos años he ingerido una variopinta cantidad de brebajes, casi todos ellos imbebibles para un ser humano de tipo medio.

Y es que los hombres, son mucho más sencillos a la hora de elegir su bebida espirituosa. Se ponen tontos con las marcas, pero en definitiva, la elección siempre estriba entre whisky, vozka, ron o ginebra o a solas o con coca, naranja, limón o tónica. Más allá de esos límites no entramos. Y como mi falsa caballerosidad tan sólo la pongo en práctica con las mujeres, me toca siempre deglutir toda clase de mezclas y sabores dulzones y extraños.

Jueves por la noche, y yo por fin había conseguido quedar para cenar con Carmen, una de las diosas de la oficina. Y aunque el dicho popular viene a decir más o menos aquello de que “no jodas donde comes”, el tipo que lo inventó seguro que no conocía a Carmen.

Una tía lista, tremendamente ocurrente y divertida. Morena, de nariz y culo respingón (“the two trampolines” la llamaba José Luis), con unas pestañas larguísimas y unos ojazos negros frente a los que era casi imposible sostener la mirada sin ruborizarte.

Y las tetas; carajo que tetas!!!. Grandes, duras, firmes.

Con Carmen llevaba flirteando como más de tres meses. Al final me armé de valor y como al descuido y como haciendo ver que no me importara la respuesta que pudiera darme le dejé caer “Tú y yo tendríamos que quedar un día para cenar”. “Mañana si quieres, valiente” me había contestado ella.

Desde entonces llevaba todo el tiempo dándole vueltas a esa frase y a sus posibles significados.

Ahora con el tercer martini, ella sólo llevaba uno, la mayoría de mujeres beben a sorbitos pequeños, casi sin mojarse los labios, estaba comenzando a perder ya de vista toda la complicada estructura de posibles significados sobre ese “valiente” que había llegado a armar, pieza a pieza, como un mecano dentro de mi cabeza.

Y es que en función de desentrañar el verdadero significado del “valiente” de los cojones junto con las acciones/reacciones que se dieran a los largo de la cena podría yo decidir que pasos debía o no debía dar. Si por mí fuera, hubiéramos quedado directamente para follar, pero las cosas siempre son mucho más complicadas y antes de follar debes arrastrarte por un penoso vía crucis que además no siempre sirve para ganar el jodido paraíso. A algunos hombres, y a todas las mujeres, por supuesto, les encanta pasar por esta fase. A mi la verdad, aún a pesar de que he ido entrenando y por lo tanto puliendo mis maneras, es que me aburre en sobremanera todos estos tempos pre-eyaculatorios.

El alcohol ayuda, eso si. A uno para tomar fuelle, al otro para ser más receptivo. Así que comenzar, en un bar tomando una copa antes de cenar, además por decisión suya, me parecía, en principio, muy buena señal.


De repente un tipo alto, uno de esos bastardos moderno-bohemios de dientes blanquísimos y sonrisa perenne comienza a acercarse desde la barra del bar en dirección a las mesas. Miro de reojo con preocupación y con la esperanza de que desde cualquiera de las otras mesas alguien le devuelva la sonrisa y la amenaza se diluya, pero el muy cabrón avanza sonriendo sin detenerse en ningún lugar. Carmen lo tiene de perfil, y como ahora es ella la que sostiene la conversación, habla de los plastas del departamento de contabilidad, no ha podido prestarle atención.

“Carmencita linda, cuanto tiempo sin poder disfrutarte!!!” Las malas noticias se tornan pésimas; no sólo es un moderno-bohemio, sino que además es argentino. Este cabrón me lo jode todo. “ Andrés, joder, pensaba que habías regresado a la Argentina” “No sin antes despedirme de vos, ¿puedo sentarme con ustedes?” Ni siquiera me mira a mí para preguntármelo. “¿Si a Luis no le importa?”.

La verdad es que si que me importa. Llevo tres meses, soñando con Carmen. Por fin me atrevo a dar el paso y cuando vislumbrando tierra en el horizonte y a bordo de mi pequeño velero descorcho mi botella de champaña abandonando momentáneamente el timón se me aparece de la nada el puto Titánic a dos centímetros frente de mí.

Y además está la expresión de Carmen. Con su “¿Si a Luis no le importa?” no se si en realidad quiere que se siente con nosotros o me está pidiendo que por favor le libre del argentino.

Soy memo.

El argentino es un chapas de mucho cuidado, pero está bueno el cabrón y Carmen se ríe con él de una manera que yo nunca había visto reír antes en la oficina. Joder!! con lo inteligente y sarcástica que ella siempre es y ahora adopta la pose de bobita de risa fácil ante cualquier salida del pibito de oro de los cojones.


A los tres minutos el argentino ya ha intentado pasar tres veces su brazo por detrás de los hombros de Carmen y monopoliza toda la conversación. La verdad es que ella con elegancia se ha zafado las tres veces del abrazo del oso pero continúa riéndole como una tonta todas sus bobadas.

Durante la siguiente media hora el argentino habla, habla, habla y habla, y yo me voy sumergiendo en mi miseria, hundiéndome como las aceitunas de mis asquerosos martinis. Así, cuando el argentino lanza su último torpedo, “Qué bien me siento entre ustedes, sería maravilloso poder continuar esta linda velada juntos” yo ya no tengo fuerzas ni para asirme al chaleco salvavidas y respondo, adelantándome a Carmen, “Vente a cenar con nosotros, Andrés”.

Ésta respuesta de perdedor, al menos, me salva de la humillación de tener que escuchar como quizá Carmen lo invita por si misma.

Soy gilipollas.

La cena es una absoluta mierda. Creo que yo solo, me tomo una botella y media de vino. Al salir del restaurante, me excuso torpemente para largarme y dejarlos solos.

Carmen intenta lograr un aparte, tal vez para disculparse, no lo se, pero el argentino finta de maravilla y sin perder comba se mantiene pegado a mi musa. Me despido con un beso rápido, sin darle tiempo a más, y encaro la noche.

Estoy a media hora escasa de casa y prefiero volver caminando, así tengo más tiempo para lamentar mi mala suerte y cagarme en todos los conquistadores que se fueron a descubrir nuevo mundo.

Mi compañero de piso está sobando, trabaja de turno de mañana en una fábrica de inyección de plásticos, así que puedo tranquilamente tumbarme en el sofá de la salita y zapear a volumen bajo entre los canales porno locales. Como mínimo hay cinco canales que dan pelis porno a partir de la una d la madrugada. Es el premio de consolación

Yo llevo siendo aficionado al porno desde los catorce años y superada ya la treintena debo de haber visto televisados más de diez mil polvos. Si hubiera pegado, al menos uno, por cada cien que he visto!!!. Tanto polvo visto hace que el porno normal me aburra y que haya ido desplazando mis preferencias hacia el gonzo cutre y el porno-freak. Así que cuando, en un canal, encuentro un lésbico entre dos embarazadas de por lo menos seis meses, ambas armadas con consoladores dobles, me olvido de Carmen, me saco la polla y comienzo a meneármela con verdadero interés.

La paja del porno es tonta y fácil, pero relaja igual y posibilita que te entre el sueño. Como no agarré los pañuelos de papel, me limpio la lefa que chorrea desde mi glande con la misma mano y restriego luego la masa gelatinosa entre los pliegues del sofá. Seguramente, de no estar borracho y cabreado, no hubiera hecho esa guarrada. Espero que mi compañero de piso sea más considerado que yo.


Soy un guarro.



A la mañana siguiente, en la oficina estoy, además de resacoso de la ostía, con un humor de perros. Cualquier persona con un CI superior al mínimo necesario que te exigen para optar a formar parte de las fuerzas armadas patrias se daría cuenta de que ayer no me fueron bien las cosas, pero Carlos, el gordo baboso que se sienta en la mesa de enfrente, ni siquiera podría optar a soldado raso de infantería y por ello se pasa toda la mañana con una sonrisa igual de babosa que él y repitiendo “Ayer chequi chequi ehh!!!, chequi chequi, que cabrón!!!, ehh que cabrón, ¿qué tal sus tetas?? Ehhh!!! ¿qué tal sus tetas?”.

No tengo ni puta idea de cómo ese pez sapo ha podido enterarse de que ayer cenaba con Carmen. Tal como estoy hoy, se que si no fuera porque él es el cuñado mongolito del director general le hubiera aplastado el cráneo a golpe de plexo hasta estar seguro de que todo su diminuto cerebro hubiera quedado convertido en pura pulpa.

Pero como es el cuñado me callo e intento concentrarme en las gráficas que tengo delante de la pantalla. En un día bueno, ser analista de ventas de una multinacional del sector de los detergentes me causas nauseas. Hoy es un día pésimo.

Durante toda la mañana he hecho todo lo posible para esquivar un encuentro con Carmen, pero al final del día, consigue acorralarme en el cuarto de las fotocopias.

“¿Por qué te fuiste ayer tan pronto?”.

Supongo que si no tuviera esa horrible resaca, supongo que si el pez sapo no se hubiera pasado toda la mañana echándome sus babas sobre mi mesa hubiera podido continuar siendo el hombre correcto de siempre.

“Porque me di cuenta de que te morías de ganas de que te follara el argentino de los cojones”

Da un respingo. Le he hecho daño. ¿Era esto lo que quería? ¿Transmitirle todo el dolor que tengo e indicarle que es por su culpa? Supongo que si. La psicología humana es complicada.

Me atraviesa con sus ojos hermosísimos. Su mirada es tan pura, tan clara que me queman todas las vísceras.

“Eres un imbécil, me moría de ganas porque me follaras tú!!. Pero eso era antes de constatar que eres un reprimido perdedor de mierda incapaz de luchar por nada ni por nadie”.

Creo que mientras se gira puedo ver como una lágrima aflora en su pupila.

Así que ella hubiera querido follar conmigo.

Soy un imbécil

Soy un reprimido.

Soy un perdedor de mierda.


Los viernes como inexorablemente en casa de mi abuela. E inexorablemente también como bistec con judías tiernas y patatas. No se si la iaia Alicia sabe cocinar otra cosa diferente. Nunca se lo he preguntado. El bistec que compra es de primera. Y la verdura me gusta mucho.

Soy el único nieto que todavía visita regularmente a la iaia Alicia. El resto, incluidos mis dos hermanos, se dejan caer únicamente como buitres, cuando se acercan sus cumpleaños a la espera del regalito. La iaia Alicia tiene bastantes propiedades heredadas y administra mucho dinero. Sus regalos de cumpleaños son siempre muy generosos

Así que lo lógico fuera que la familia siempre rondara a su alrededor. Pero la iaia Alicia es especial y al resto, incluidos sus propios hijos que todavía le sobreviven, eso les asusta e incomoda mucho. Es por eso que prefieren evitarla.

A mi me gusta, aunque a veces no; y hoy es uno de esos días en que hubiera preferido no ir, pero se que para ella los medios días de los viernes se han tornado en su gran momento semanal y por nada del mundo querría disgustarla.

He jodido a mucha gente a lo largo de mi vida, pero a ella no. A ella no.

Aunque tengo las llaves de su casa siempre toco al timbre. Mientras le doy los dos preceptivos besos voy recitando para mi interior la tabla del siete.

Es mi mecanismo de autodefensa. La iaia Alicia sabe que cuando estoy pensando en la tabla del siete le estoy diciendo que no quiero que me lea mente. Y aunque se que ella no lo hace queriendo esto es una especie de mensaje secreto mío hacia ella. Lee me la, pero no me hables de ello.

No lo hace queriendo, no puede evitarlo. Y no es con todo el mundo, tan sólo con aquellos que llevan su sangre. Por eso nunca pudo leerle al abuelo. Y supongo que por eso fueron ambos tan felices.

Con el resto de la familia nunca hemos hablado de esto. Pero todos, menos mi primo Manuel, se sienten verdaderamente incómodos en su presencia. No poder guardar un secreto, ni un pensamiento, es difícil.

Manuel es el único que no visita a la abuela por pura vagancia. Yo de pequeño, no entendía porque Manuel estaba siempre tan tranquilo en presencia de la iaia, mientras los demás, hijos y nietos, siempre nos manteníamos en pura tensión. Ya de mayor, un día a solas la iaia Alicia me aclaró que aunque Manuel es mi primo no lleva mi sangre. Ni el propio Manuel, ni el tío Jorge son conscientes de ello, aunque supongo que su madre, la tía Emilia, si lo tiene mucho más claro.

Así que al leerme la iaia Alicia recitar la tabla del siete me deja tranquilo. Y aunque no puede evitar mostrar un gesto de tristeza al enterarse que es lo que me ha pasado se abstiene de comentar nada.

La iaia Alicia sabe mucho mejor que yo cuales son mis verdaderos sentimientos. Porque claro, uno nunca es objetivo con uno mismo. Ella en cambio recibe las cosas sin la película protectora de auto camuflaje.

Un día me dijo, muy seria, que me faltaba todavía mucho que hacer para conseguir ser feliz. Que era algo muy fácil, pero que yo mismo no quería serlo. Le pregunté que qué debía hacer, pero me dijo que eso debía averiguarlo yo mismo.


La comida transcurre tranquila. La abuela me habla de sus cosas y yo la escucho y le pregunto. Yo no le hablo de las mías, no hace falta.

Un viernes de cada cuatro nos toca quedarnos de guardia por la tarde en la oficina. Hoy soy yo el encargado de atender las urgencias de mi departamento. De no ser así me hubiera quedado hasta las cinco en casa de la iaia Alicia.

La dejo dormisqueando en su sillón y me despido con un suave beso en su frente.

Soy un buen nieto.


Me paso toda la tarde colgado del internet en la oficina. Todavía, y eso es raro, no nos lo han capado. Tal vez el motivo sea que durante el día, estando las mesas tan juntas y tan expuestas, es bastante arriesgado dedicarse a navegar. Los viernes de guardia es otra cosa. Podría adelantar trabajo, pero hoy sigue siendo un día pésimo, así que prefiero perderme en el ciberespacio.

Lo mismo no han capado el internet para poder así saber que tal somos en la intimidad. Esto hizo que durante el primer año cuando durante el viernes de guardia me dedicaba a navegar, tan sólo entrara en páginas claras y sin mácula. Pero hace ya dos años me cansé y ahora, los viernes de guardia me dedico a navegar por mis lugares extraños.

Si tuviera ordenador en la casa no lo haría aquí, pero como me fastidia comprarme uno con mi propio dinero, tengo que recurrir a estos viernes para dejarme ir. Y sobre todo hoy, necesito evadirme.

Desde hace como cuatro meses ando obsesionado por las páginas dedicadas a mostrar fotos y experiencias de auto mutilación genital masculina. Es lo más gore y enfermizo que he visto nunca, y creo que quizá por eso mismo me tienen tan subyugado. Existe una página de un club de tarados alemanes que se dedican a compartir experiencias en línea. Tienen incluso grabaciones en video de sus pseudo performances. Cada mes, uno de los miembros, en directo y mediante web-cam, experimenta con su propio aparato genital sometiéndolo a lo más depravado y asqueroso que puedas llegar a pensar. Yo nunca lo he podido ver en directo, no lo hacen los viernes y en horario de oficina, así que tan sólo puedo ver las sesiones grabadas. Es una página de pago, claro está, pero el morbo y asco que me provoca ver eso, bien vale los 30 euros mensuales que me cuesta el vicio.

Durante la última, un tipo, no se le veía la cara, la cámara tan sólo filmaba su pene y su escroto, se introducía un destornillador de punta de estrella en el orificio del pene hasta el final. Y luego el cabrón, estiraba el escroto sobre una plancha de madera y se lo grapaba a la misma con una grapadora de las de grapas duras.

El grueso de usuarios presentes le dieron una puntuación total de cuatro sobre diez!!!, cuatro sobre diez!!! hijos de puta!!!. Y es que se ve, que existe un tío, un tal Hank, que se fue lijando en directo su propia polla, entre alaridos de dolor y gemidos de satisfacción, con un papel de estraza, hasta hacerla desaparecer del todo.

En cuanto te das de alta tan solo puedes ver grabadas las performances posteriores a tú fecha de ingreso, así que yo nunca llegué a ver eso, pero en el foro de la web comentan que fue lo más brutal que se ha podido ver nunca en directo. Y el hijoputa de Hank todavía vive y alardea en el foro de que ahora es un nuevo ser superior con una conciencia suprema. Un nuevo ser superior que tiene que mear por un tubito que le cuelga del pubis.

Soy un depravado.


A las siete, acabo mi guardia con el record absoluto de haber contestado tan sólo a una sola persona, y además era alguien que preguntaba por Domingo. Como de Domingos no estamos provistos, le indiqué que se había equivocado de número. Hasta cuatro veces más llamó para cerciorarse de que su número no era el correcto. Me decía no se que de un cruce de líneas, pero tras la cuarta vez y dado el día que llevaba me cagué en su puta madre y le juré que como consiguiera averiguar su dirección iría con un bidón de gasolina y le prendería fuego, a ella y al soplapollas del Domingo de los cojones. Ya no se volvieron a cruzar las líneas. Estos de Telefónica, cuando quieren, funcionan como la seda. Debería trabajar en atención al cliente.

Soy un mal educado


Podría irme ya para el bar y comenzar a apaciguar la resaca con el único remedio infalible que conozco para calmarla, pero salir de fiesta con traje y corbata me da grima y además necesito ducharme para como limpiarme del día que he tenido.

Al llegar a casa, Rafael, mi compañero de piso, está con su novia, una pedorra, apalancados en el sofá y viendo la tele como abducidos. Rafael siempre cambia de novias, pero con todas hace lo mismo durante los fines de semana: follar como un animal, comer pizzas que piden por teléfono y ver los programas más cutres y absurdos de la tele. Está novia es todavía más estúpida que las anteriores y su risita “jijijijijijij” constante se me clava en el cerebro y me causa pesadillas. Ojalá mi grumo de semen de ayer se le haya quedado prendido en el pelo. Rafael es cortito pero buen chaval y como además sabe que no aguanto a la imbécil que tiene ahora por novia, no da la brasa y se limita a saludarme sin más.

Al principio, nos emporrábamos juntos y nos explicábamos los problemas. Él siempre me decía, “Eres muy complicaó Luis, la via es más fácil: una buena tele, un buen equipo de música, un buen buga con un buen equipo de música, la Play, los partidos del Barca y una tía al lao que te diga que eres cojonudo y te la chupe de vez en cuando”.

Nunca he sabido si cuando cambia de tía es porque deja de chupársela o porque deja de decirle que es cojonudo.

Salgo de la ducha habiendo dejado escurrir por el desagüe casi toda la mala ostia que arrastraba durante el día. Casi toda. Una camiseta limpia, un jersey con un par de agujeros, unos tejanos sin planchar y las viejas deportivas me acaban de cambiar la cara. A ver si hoy la peña está divertida y tenemos una fiesta sin problemas.

Soy un hombre nuevo.


Cuando llego al bar me recibe la Asunció. Me anuncia que todavía no ha llegado nadie, son las nueve, es pronto, me abre la primera mediana de la noche y le pide al Jerónimo que me prepare el bocadillo de lomo embuchado.

Me quedo en la barra y resuelvo sobre el mundo con la vieja sabia con “más mundo a cuestas que cualquiera de nosotros” como ella misma se encarga de recordarnos a menudo, sobretodo, cuando nos las damos de listillos intelectuales con carrera universitaria. Antes de la mitad de la segunda cerveza, y a medio terminar el bocadillo, aparece Juan de muy buen humor.

Entre la Asunció y Juan me ponen de muy buen rollo y, desde ayer por la noche esbozo la primera sonrisa franca cuando comentamos las últimas noticias sobre la salud del Papa de Roma. Y es que la Asunció es roja; roja de cojones y atea y si a alguien le tiene tirria es al Papa.

Poco a poco van cayendo el resto. Nos trasladamos a la mesa y las cervezas se van amontonando vacías unas junto a las otras.

Abel está rayado hoy, y eso es peligroso, porque si Abel está rayado puede joder la noche a cualquiera. Él lo sabe y luego se arrepiente, pero cuando está así no puede controlarse.

De momento, se mantiene en un rincón bebiendo mucho, ya me ha alcanzado con el número de cervezas, pero sin dar la brasa.

Los demás comentamos la semana y nos echamos las acostumbradas puyas los unos a los otros. Por suerte, como la cita con Carmen fue tan de repente, no tuve tiempo de alardear delante de nadie de la peña. Eso me salva de tener que comerme hoy los mocos explicando lo que sucedió. Mejor. Hablar de ello, me pondría de mal humor.


En la mesa de al lado se han sentado una pandilla grande de niños, como de dieciocho, están borrachos y arman bastante bulla. Comienzan a jugar al duro y sube todavía más el volumen del griterío.


“Chavales, aquí no se viene a jugar a tonterías de maricones. O estáis para beber o os largáis a vuestra puta casa”

Mierda, el cabrón de Abel, como está rayado, ya está montando la bronca. Hoy no, por favor, hoy no.

Un par lo intentan calmar y el resto mira a los chavales con resignación haciéndoles entender que nuestro colega está mal, y que eso en realidad no va con ellos. Pero uno de los niños, de pelo cepillo y arete en la oreja, envalentonado, supongo que porque en el grupo debe de estar la chavala que le gusta, se levanta y le suelta.

“Mira gordo, si tienes un mal día vete pa casa a pegarle a tú mujer”


Abel, que a decir verdad está bastante gordo, se levanta en menos de un nano segundo de la silla llevándose por delante parte de las botellas vacías que languidecían en la mesa y que ahora se desparraman rodando y obligando al resto a hacer filigranas para impedir que caigan al suelo. Su vena del cuello, SU VENA DEL CUELLO, está tan gruesa y palpita tanto que parece que tenga un alien dentro a punto de salir.

Todos conocemos a Abel cuando está así. Nos ha jodido bastantes noches, y sobre todo, ha jodido bastantes noches a los que se han atrevido a meterse con él. La Asunció que también se las ha visto venir ya con él, sale con el palo de la fregona desde detrás de la barra para enmochar a Abel y a golpe de balleta sucísima conseguir contenerlo. Sería divertido si no fuera porque de tanto verlo repetido, la escena ha perdido toda su puta gracia.

Los chavales que, aunque envalentonados por el alcohol, no son tontos, se dan cuenta de que ese tipo no está en sus cabales y es realmente muy peligroso y por ello salen todos cagando leches del bar evitándose, de paso, el pagar las consumiciones.

Entre todos contienen a Abel que está hecho una furia. Yo estallo también, y eso si que sorprende a los demás porque siempre soy de los más tranquilos, y comienzo a insultarle y a decirle que no lo aguanto más, que estoy harto de él y que en mi puta vida quiero volver a encontrármelo.

La vena se le vuelve a hinchar y soltándose del resto consigue agarrarme por el cuello.

“¿Qué vas a hacer?, ¿vas a matarme cabrón?. Pues mátame de una vez y así no tendré que verte más la jeta y aguantar tus continuas idas de la olla. Qué no te aguanto más tío, que no aguanto tus peleas, tú violencia, tus putos traumas”

Ha conseguido liberar, pese a los ataques a golpe de mocho por parte de la Asunció y la intervención del resto del grupo, el otro brazo, pero justo antes de romperme de un puñetazo la nariz o la mandíbula se da cuenta de que esta vez a quien tiene delante es a uno de sus mejores amigos y volviendo en si, se deja caer sobre la silla.

Yo no dejo de gritar, pillo mis cosas, dejo un par de billetes, sobre la barra y me largo del bar. Un par de colegas me siguen afuera, pero les pido que me dejen, que estoy rayado y que me quiero largar para casa.

Soy un suicida en potencia.


Camino sólo y realmente cabreado sin saber muy bien hacía a donde voy. Me llaman un par de veces al móvil y lo desconecto. Luego, poco a poco, me voy calmando y entonces comienza a entrarme un bajón de órdago.

Estoy a punto de sumergirme hacia los profundos abismos de la auto compasión depresiva cuando alguien me toca por la espalda.

Es Mario, un camarero con pluma, de un pub cercano al que a muchas veces vamos a bailar con la peña.

“¿Oye, que te pasa?, que mal aspecto tienes”.

Ni siquiera tengo fuerzas para contestarle. Estoy tan hundido que tan sólo lo miro con cara de pena.

“Vente para el pub, que voy a abrirlo ahora. Estaremos tranquilitos y te tomas unos whiskis y te relajas”

Si voy para casa, me muero allí solo, oyendo follar en el cuarto de al lado a Rafael y la pedorra, así que sigo a Mario hacia el pub. Me siento tras la barra y me tomo el primer whisky, de un sorbo, sin decir nada. Me sirve el segundo. Y tras el tercero, y cuando ya ha llegado Elena, la rubia bombón de la barra, se escapa para los lavabos y al minuto sale pasándose el dorso de la mano por la nariz e indicándome con un gesto que me vaya rápido para allí, antes de que cualquier pringado, de los pocos que todavía están en el pub, tenga la suerte de su vida y se encuentre el regalito.

Dos clenchas largas, generosas y absolutamente rectas me esperan sobre la cisterna del inodoro. Enrollo un billete de veinte euros y las aspiro las dos por el mismo lado, pues tengo el tabique desviado de nacimiento y por uno de los lados no me pasa casi ni el aire. Los restos me los restriego entre la encía superior y el labio.

Salgo del baño con otro aspecto. “Joder Mario, tú si que sabes, no sabes lo que necesitaba esto” “Tú necesitas mucho más chaval, pero poco a poco”.


Vuelvo a animarme y a sentirme bien. El pub se va llenando y yo continuo con los whiskies y charlando durante los tiempos muertos con Mario y con Elena.

Comenzamos a reírnos la vida de cualquier cosa y a pasarlo realmente bien. A la cuarta vez que toca ir para el baño Elena me dice que, vaya ya, que Mario le ha dicho que me espera dentro. Entro sin llamar y sobre la cisterna Mario está acabando de alinear las cuatro rayas.

Las esnifamos a la vez, como en una carrera y al acabar me dice “y ahora vine lo mejor”. Mario se agacha y sin mediar palabra me desabotona los jeans, me baja la cremallera y apartándome los calzoncillos me agarra la polla.

Yo, que no había reaccionado hasta entonces, me hecho hacía atrás y mirándolo un poco perplejo le digo.

“Mario, Mario, que tú eres un tío de puta madre y me has alegrado la noche pero yo soy heterosexual y aunque respeto mucho a los gays a mí solo me gustan las mujeres”

“Sólo te voy a hacer una mamada. Eres un buen tío y la necesitas. No te vas a convertir en maricón”

“Joder Mario, pero tú eres un tío”

“Pues cierra los ojos, verás como así no notas la diferencia”

Estoy tan alucinado, y tan borracho, y tan endrogado, que cierro los ojos y me dejo ir. Pienso en Carmen y en sus tetas duras y firmes mientras Mario me agarra la polla entre los labios y comienza a lamerme el capullo. La verdad es que el hijo puta lo hace de primera y al final hasta acabo sujetándole por el pelo y ayudándole a bombear.

La corrida es extraordinaria. En realidad no creo que ni Carmen lo hubiera hecho tan bien. De cierto que ésta ha estado entre las tres mejores mamadas por las que ha pasado mi polla. Y, hasta ahora, había pasado por bastantes bocas”

“Ya está!! Ves, ¿Te has convertido en maricón?”

“Joder Mario , que fuerte!!!”

Salgo como abducido del baño. Ni siquiera soy consciente de lo que hago a continuación. Creo que Elena me sonríe, cómplice, desde detrás de la barra, pero no me hago a la idea. Atravieso el ahora atestado pub y sin darme cuenta salgo a la calle y comienzo a caminar.

A medio camino de casa, me despierto.

¿Soy maricón?

¡Soy maricón!


Llego a la casa y me tumbo vestido sobre la cama. Son las cuatro de la mañana. El cerebro me va a mil por hora y además tengo toda la coca trabajando y me es imposible dormir.

Comienzo a pensar en lo que me ha pasado y me siento como mal. Bueno no mal, como confundido. Intento repasar mentalmente todas las historias que he tenido con mujeres, desde que perdí la virginidad hasta ahora. Intento recordar si alguna vez me había gustado algún tío antes y no!!! Que putas!! Siempre me han gustado las tías. Y además las tías con aspecto de muy mujer, con tetas, caderas y culos. Las andróginas no me van para nada.

Estoy pensando mucho, y muy rápido y estoy volviendo a comenzar a entrar en una situación de pánico así que recordando que hoy es madrugada de sábado me levanto y salgo a la calle.

Hasta el puerto, hasta el de pescadores, tengo como tres cuartos de hora andando, pero siendo la hora que es las calles están vacías y la temperatura es suave y por eso me apetece acercarme caminando.

Mientras paseo tarareo una y otra vez, alternándolas, una canción de los Enemigos y otra de los Ilegales. Así no pienso en nada.

Cuando llego al puerto ya son las seis de la mañana. El sol todavía no ha hecho acto de presencia, pero las luces del alba ya azulean el despejado cielo. La entrada al puerto de pescadores está restringida a extraños, sobre todo en horas de faena, pero yo soy nieto del Tobias pescador de toda la vida de la Barceloneta y que no murió a bordo de una barca porque el tabaco le jugo la última mala pasada obligándole a morirse en una aséptica cama de hospital.

Al menos fue en el Hospital del Mar y desde la ventana de su habitación compartida pudo despedirse de sus dos amores.

Los sábados de madrugada regresan, como todas las madrugadas, las pocas barcas pesqueras de bajo calado que faenan todavía durante la noche las aguas cercanas a la ciudad. Es algo más romántico que otra cosa, porque en estas aguas ya no se saca lo suficiente para ganar bien, pero los pocos viejos pescadores que quedan se niegan a perder la tradición. Y todavía hay gente, sobre todo, dueños de restaurantes de la Barceloneta, otros románticos, que les esperan cada madrugada para comprarles el palangre que traen. Más fresco imposible.

Los sábados la Conchita, nieta, hija, esposa, madre y desde hace tres meses también abuela de pescadores, se levanta antes de la salida del sol y espera la llegada de las barcas. El mejor pescado es para ella, y con él ella cocina la mejor caldereta de pescado que pueda existir sobre la faz de la tierra.

Mi padre, el único hijo de mis abuelos, siempre se mantuvo alejado de la mar, pero a mí siempre me encantó. Los pescadores me consideran de los suyos y muchos de ellos me llaman todavía “el nen del Tobias”.

Así que encuentro rápido acomodo en uno de los bajos taburetes que circundan las largas mesas preparadas en la cooperativa de pescadores y junto a los otros, aún siendo realmente foráneo, alzo el vaso de vino blanco y agradezco a la mar por devolvernos sanos y salvos a puerto con las bodegas cargadas y a Dios por seguir concediéndole la salud a la Conchita.

Luego como, bebo y me río con los compañeros de mi abuelo que me tratan, pese a mis manos finas y mi carrera universitaria, como a uno de los suyos.

A las nueve, ahora ya con todo el sueño trepando sobre mis espaldas, me retiro en taxi hacía casa.

Soy verdaderamente feliz.


Despierto a las siete de la tarde, y pese a todos los excesos cometidos ayer, mi cabeza se encuentra bastante en buen lugar. La caldereta, que hace milagros.

Tal como me levanto comienzo a obsesionarme con la idea de que debo follar con una mujer para demostrar que sigo siendo hombre y que lo de ayer fue tan solo una cosa rara y que no va a volver a pasar. Porque eso lo tengo claro. Lo de ayer no va a volver a pasar y nadie se va a enterar nunca de ello.

Enciendo el móvil y me encuentro cinco llamadas en el buzón de voz, en las que Abel con voz compungida me pide perdón por lo que paso ayer, y otras cinco de otros tantos amigos en las que me explican que Abel se siente muy mal, que está hecho polvo, que nunca lo habían visto así y que debería perdonarlo.

Hoy no tengo ganas de perdonar a nadie.

También hay un msn de Mario. No se como carajo ha conseguido mi teléfono, aunque quizá se lo di yo mismo anoche. “¿Te has vuelto ya maricón?”. Que hijo puta, encima se ríe de mí el muy cabrón.

Pienso en a quien puedo llamar para quedar hoy por la noche y el primer nombre que me viene a la cabeza es el de Esther un ex -lío, con la que lo dejamos de buen rollo hace ya dos meses.

La llamo y le propongo quedar para esta noche, cenar y tomar una copa. Pero Esther tampoco tiene un buen día y se me hecha encima.


“Mira Luis, llevo dos meses sin tener ni puta idea de ti” “Si mira…” “…te he dejado un montón de llamadas en el buzón de voz” “Verás, lo siento, es que…” “…no quiero oír tus excusas Luis, si te conozco…, te conozco a ti y a la mayoría de tíos. Has tenido otros planes, otras cosas, y de repente te encuentras un sábado por la tarde sin nada que hacer y con ganas de follar” “Mujer, no es eso…” “… y que haces, pues llamar a tu ex novia, que todavía anda colgada de ti y a la que se le remueven las entrañas cada vez que te llama y no le coges el teléfono, la que se va a poner a llorar en cuanto acabe esta mierda de conversación” “Lo siento Esther, cariño, pero yo creía que lo habíamos dejado los dos de buen rollo…” “…lo dejaste tú de buen rollo. Yo lo dejé porque te quiero y a tu lado, jodido inseguro egoísta, me hundía en la mierda intentando tener una relación más o menos normal con una persona que es incapaz de ceder ni en uno solo de sus principios de mierda para hacer feliz a alguien que lo quiere con locura y que haría cualquier cosa por él, cualquier cosa Luís, aceptar el que sólo vinieras a mi casa durante los fines de semana y las noches de los miércoles, como si fuera tú puta, aceptar como míos a tus amigos y pasarme las noches de los viernes en esa pocilga de bar hablando de fútbol y de política. De fútbol y política!!, las dos cosas que me dan más por culo en este mundo” “Lo siento Esther, lo siento yo no sabía…” “...Claro que sabias Luis!!. Si algo se de ti es que no eres es ningún imbécil, claro que sabías, pero como yo tragaba a ti te venía de puta madre” “Pero tú nunca me dijiste eso, ni siquiera me dijiste que estabas colgada de mí” “… por que no te quería perder, imbécil, porque sabía que si te decía que te quería huirías como has hecho siempre con todo el mundo que se ha intentado acercar de verdad a ti. Porque no decirte que te quiero era la única dignidad que me quedaba. Vete a tomar por culo imbécil, vete a tomar por culo y madura de una vez. Quizá cuando lo hagas dejarás de hacer daño a la gente que te quiere. Adíos Luis, no vuelvas a llamarme, por favor, no vuelvas a llamarme”


Uff!!! Me quedo completamente girado. No me esperaba algo así; no de Esther. Ella nunca me había dicho nada de esto antes, yo pensaba… pensaba… ¿Tan insensible soy con los demás? ¿Tan hijo puta?.

¿Soy un insensible?

Soy un insensible.

Después de esto ya no me atrevo a llamar a ninguna amiga más. Quizá haya una nube tóxica radiactiva sobre la ciudad que nos está transformando a todos en locos perros rabiosos.

Me lío un porro en mi cuarto para calmarme y me voy hasta la nevera para hacerme con una cerveza fresca. Saldría a la salita a fumármelo, pero está monopolizada por Rafael y la pedorra que se dedican a destrozar sus pocas neuronas frente al televisor. Después de fumármelo llamo a Pablo, un amigo común, y le pido que, por favor, llame a Esther, sin decirle a ella que ha hablado conmigo, porque está muy pocha y quizá necesite hoy tener un buen amigo cerca. Pablo no me pregunta nada, eso me hace ver que seguramente él ya conocía la verdadera, “su verdadera”, visión de los hechos. Me dice que esté tranquilo, que él se ocupará de ella. “¿Tan cabrón soy Pablo?” “No Luis, ni tú ni nadie somos tan cabrones. Somos una generación de absolutos insatisfechos a los que nos han vendido que el mundo es cojonudo y sólo para los triunfadores, para los mejores. Y por eso nos pasamos toda la vida dando palos de ciego a un lado y a otro buscando ese triunfo prometido, buscando ser los mejores, sin darnos cuenta que la felicidad nada tiene que ver ni con ser el mejor ni con triunfar” “… y entonces” “No lo se Luis, yo también estoy intentando averiguar lo mismo que tú, pero creo que ser feliz depende, en realidad, de muy pocos factores externos” “Joder, Pablo” “Cuidaré de Esther, no te preocupes”.

Necesito otro porro, necesito otra cerveza. Necesito salir de casa.

Soy un infeliz.

Camino, camino, camino sin rumbo fijo por la ciudad. Los porros me han hecho entrar hambre y al final me paro en un pakis y me tomo un trozo de esos de carne de cordero que dan vueltas cocinándose poco a poco y otra cerveza.

He dejado el móvil en casa. Hoy no quiero que me encuentre nadie. Estoy tan confundido, tan absolutamente confundido, que debo fijarme un objetivo concreto para no sucumbir del todo.

Vuelvo a mi prioridad inicial. Debo encontrar una mujer con la que poder follar para demostrarme que continúo siendo un hombre de verdad al que sólo le ponen cachondo las hembras.

Me voy caminando para la Plaza Real, allí todavía queda un lugar, “El Carme” donde por la noche, las personas saben a lo que van. Las tías permiten y aceptan el ligoteo sin ponerse en plan borde y del palo estrechas. Si no les gustas te dicen que no como todas, pero al menos, no te montan un pollo, como si los hombres fueran los únicos a los que les gustara follar.

Llego pronto, hay poca gente y me siento en la barra al fondo. Me pido un whisky y observo a la peña. Tras veinte aburridos minutos y dos whiskies una mujer se me sienta en el taburete de al lado. Es mayor que yo y no está nada buena y esto me jode, porque estando a su lado me pierdo otras oportunidades mejores para mis posibilidades.

Pero cuando yo voy a levantarme y cambiarme de lugar, ella inicia la conversación y por pura cortesía decido permanecer hasta acabarme la copa conversando con ella.

Tras las presentaciones de rigor y un inicio medianamente esperanzador la tía entra a trapo y se suceden una retahíla de penas, disgustos, malas suertes y desdichas.

Secretaría con un jefe hijo puta, divorciada con un hijo y un marido que no le paga la pensión. Esta tía no viene a follarme, esta tía viene a joderme!!!.

Yo no le cuento nada, si le contara acabaríamos los dos abrazados y llorando juntos y luego nos iríamos a su casa a pegar uno de esos polvos tristes y lamentables en los que ella buscaría y no encontraría cariño y yo simplemente buscaría un agujero donde aliviarme.

Pienso que todavía no estoy tan mal para aceptar algo así, y que mi prueba de hombría puede todavía esperar un poco más. En cuanto puedo me excuso con una cita en otro lugar y salgo disparado del taburete.

Soy un cabroncete.

Me pierdo en la oscura pista de baile y comienzo a moverme sin ganas intentando seguir el ritmo de la música e intentando evitar al mismo tiempo que nadie me queme con sus cigarrillos ni me empape con el contenido de sus bebidas que se tambalean peligrosamente al ritmo de la música.

También sin demasiadas ganas, por puro método ensayado durante años, me arrimo a un par de chicas que bailan solas y tienen unos cuerpos bonitos. La atracción debe de ser algo mucho más químico y animal de lo que creemos. Y hoy mi química es de primero de básica.

Tras dos horas infructuosas me descubro, como un imbécil pensando en la mujer mayor y no tan buena de la barra. Quizá tampoco fuera tan mayor y quizá tampoco estuviera tan mal.

Vuelvo a la barra ensayando la mejor de mis sonrisas y encuentro que en mi antiguo taburete está sentado un calvo mayor de corinilla brillante y jersey anudado sobre los hombros.

El muy cabrón le está metiendo la lengua hasta la campanilla a mi depresiva ¡!!. Hijo de puta!!!. Y además con la mano libre, la que no abraza el cubata, le está pegando un sobe en las tetas tremendo.


Soy un desgraciado.


Dejo el vaso medio vacío sobre cualquier lugar y salgo apresuradamente del local. Vuelvo a estar a un paso del colapso absoluto y camino sin ver nada entre la gente que alegremente baja por las Ramblas. Tanta felicidad y borrachera estúpida me ponen todavía más melancólico y sin darme cuenta acabo por desviarme por uno de los callejones de la parte baja, cerca del Pastis perdiéndome entre las calles del Chino que cada día es menos Chino y más Raval.


Y sin saber exactamente porque, me siento en un diminuto portal y me echo a llorar como un niño pequeño. Me caen las lágrimas mientras me sorbo constantemente los mocos.

Me siento una mierda, una absoluta mierda. Una mierda como persona, una mierda como ser humano, una mierda como hombre y no quiero seguir aquí haciendo lo que hago y siendo lo que soy. Pero es que ni siquiera se que es lo que quiero ser que es lo que quiero hacer. Ni siquiera se porque continúo trabajando y comiendo y viviendo, como un animal rutinario. Que tiene que haber algo mejor que esto, que toda esta sociedad de mierda y esta vida de mierda.

“Ehh!!! tú, la cartera, venga la cartera y ni se te ocurra intentar nada”. Levanto la cabeza y tres jóvenes moros fibrosos y ágiles rodean el portal. Uno de ellos me enseña la empuñadura de nácar de su cerrada navaja advirtiéndome y previniéndome de males mayores y peores.

Y yo que me lamentaba hace un momento de que el barrio es cada vez es menos Chino y más Raval!!!.

Saco la cartera de mi bolsillo trasero del pantalón y mostrándosela extraigo los setenta euros que llevaba dentro. Casi me los arrancan de las manos y hacen el gesto de salir corriendo. Pero uno de ellos se gira y vuelve, de repente, tras sus pasos. Yo no se que coño va a querer ahora, y me levanto rápido por si acaso.

“Aquí os quejáis mucho. Si conocieras de donde yo vengo si que tendrías ganas de llorar. Todo demasiado fácil lo tenéis vosotros, demasiado fácil”

Se larga corriendo y pronto desaparece por donde los otros, tras la esquina del callejón.

¿Soy, entonces, un afortunado?

Bueno, aunque he perdido setenta euros de golpe, al menos, he conseguido dejar de llorar. Y ni siquiera iba lo suficiente borracho como para justificar la llorera por la cantidad de alcohol. Me he puesto a llorar porque estoy realmente mal. Pero ponerme ahora pensar en ello e intentar analizarlo con calma me va a volver a hundir. Ahora lo que necesito es tranquilizarme y olvidar, y para ello siendo sábado por la noche, el mejor lugar para olvidar está a unas pocas calles de aquí.


Conocí el “Mundo de OZ” hace, más o menos, nueve meses, gracias a Athenea, mi única amiga de verdad. A Athenea, bueno en verdad a Laura, la conozco desde el primero de E.G.B. Es la única mujer a la que considero mi amiga de verdad y tan sólo una vez, cuando teníamos ambos veinte, acabamos, una noche de mucho alcohol, enrollándonos. Pero ella puso el freno y dijo que si seguíamos perderíamos todo lo que habíamos conseguido. Yo que iba caliente y que además creo que entonces tal vez estaba enamorado de ella, intente persuadirla sobre lo bonito que era culminar así esa amistad de tantos años, dicho todo ello con palabras torpes y lengua pastosa y trabada pero ella, aunque también borracha y aunque también con unos ojos de deseo feroces consiguió apartarse de mí y mantenerse firme en su propósito.

Desde entonces nunca más nos hemos enrollado y mantenemos una amistad de puta madre. Incluso durante tres meses, en los que ambos coincidimos, hacíamos salidas conjuntas con nuestras respectivas parejas de entonces.


Laura es rarita, tremendamente snob e intelectual. Se cambió el nombre por el de Athenea para “borrar el primer signo de sometimiento y esclavitud que le habían impuesto tan solo venir al mundo”. Estudió bellas artes y vive de vender unos cuadros rarísimos y, para mí horribles, que le compran tipos todavía más pedantes y snobs que ella por un verdadero pastón.

Y mira que cuando quiere pinta de puta madre!!!. Cuando cumplí los treinta le pedí como regalo un retrato de los dos, pero normal sin rallas raras, ni puntos de colores. Y, aunque odia pintarse a ella misma, me concedió el deseo y ahora mi cama la preside un retrato, con una fuerza terrible, de los dos abrazados y riendo, sentados en una de las mesas del bar de siempre, con una mediana cada uno y otro montón de cervezas vacías a nuestro alrededor. Me da tan buen rollo mirar el retrato que a veces me paso horas enteras contemplándolo y recordando esos tiempos fáciles y buenos de cuando rondábamos los veinte.

Pues Laura y sus amigos raros snobs montaron el que yo sepa que es el único fumadero de opio de la ciudad, el “Mundo de OZ”, en un tercer piso diáfano, de la parte vieja de la ciudad. Es un lugar sacado del mundo real, no del imaginario, de Conan Doyle. Puro oriente del siglo XIX con unas normas de admisión realmente muy, muy estrictas.

Lo fundaron seis socios, la pareja de Athenea fue uno de ellos, y a cada uno tan sólo se le permitió, tras tres meses de funcionamiento convidar a un socio más a su sociedad. Athenea lo conoció entonces y tras sus tres meses me asoció a mí, a quien nunca antes había hablado del lugar. A Cada socio lo representa un carácter del alfabeto, o como quiera que se llame, chino que tiene que escoger y pintar él mismo en la pared mural de la estancia y dicen que cuando se acaben los caracteres chinos se acabarán los socios. Yo , ya desde hace seis meses podía haber invitado a un nuevo socio pero, dejando de lado, las pijadas snobs de los artistas intelectuales, el mundo del opio lo encuentro tan fascinante que todavía no he elegido quien se merece tener la suerte de poder ser el elegido.


El lugar tan sólo funciona los sábados por la noche y por sesión se deben pagar cien euros ya que la adormidera es cara y la trae directamente uno de los socios desde Tailandia donde tiene un negocio de importación de madera y muebles de teka.

Así que voy al cajero, saco doscientos euros y me voy para el “Mundo de Oz”. Tomo todas las precauciones enseñadas y aprendidas para acceder al local y una vez dentro y, antes de tumbarme en el camastro que me asignan, desenrollo las telas blancas y pesadas que, a modo de paredes, me aislaran del resto socios y me permitirán fumar tranquilo y en soledad mi opio enterrador de malos recuerdos.

Soy etéreo.


Despierto en mi cama a las dos de la tarde del domingo, sin saber, ni siquiera, como carajo he llegado hasta allí. Fuera suena la voz del televisor y el “jijijiji” de la pedorra. Es el programa del corazón de antes del telediario y la pedorra se parte la caja, con su risa enfermiza, por alguna gilipollez ocurrida en el cutre mundo de los famosos.

Salgo del cuarto, y sin ni siquiera saludar a la pareja boba, me sumerjo bajo el agua templada de la ducha. Hoy es domingo. Dentro de una hora hay comida familiar en casa de mis padres.

Preferiría que me arrancaran las uñas con alicates a tener que comer hoy con “la familia” pero ya llevo excusándome dos semanas y como hoy no aparezca, mi madre, me ha amenazado con retirarme la palabra y aunque eso constituye, prima facie, un verdadero alivio, las consecuencias posteriores que ocasiona dicha retirada de palabra son peores que las siete plagas bíblicas. La profesión de mi madre, desde siempre, ha sido la de manipular al resto de la familia. Son casi sesenta años de aprendizaje continuo y por eso mismo maneja como nadie el arte de desollarte vivo haciéndote, además, sentir culpable porque tú piel no se desprende de tu cuerpo con la que debiera ser la soltura requerida. La iaia Alicia, que es su propia madre, me llegó a decir una vez que mamá es una persona mala, así, a secas, sin más calificativos.

Creo que en el fondo tiene razón, pero es mi madre.


Soy un mal hijo.


Extrañamente la comida se desarrolla sin ningún incidente de importancia. Mi padre y mi hermana llevan el peso de la conversación y mamá se mantiene contenta porque el ambiente familiar es hoy el adecuado. Roberto y yo pasamos más desapercibidos por esta vez y por eso mamá tan solo me toca los cojones un par de veces, recordándome que papá, que también es economista como yo, a mi edad, ya tenía un puesto más importante en una empresa más importante que la mía, y que además, sus amigas ya comienzan a preguntarse si no seré un poco rarito, porque a estas edades y sin casarme ya comienzo a despertar toda clase de rumores entre sus decentes amistades.

Estoy a punto de contarle, con pelos y señales, la buena mamada que ayer de madrugada me hizo Mario, pero se que, aunque en un principio, eso la haría morirse de horror, después, tras llorar y arañar los espejos, su poder manipulador destructivo caería sobre mí.

Recuerdo entonces, como cuando tenía dieciocho años descubrió, registrando mi habitación, que fumaba porros y la muy cabrona me ingresó en una clínica de desintoxicación durante los tres meses del verano de COU. Rodeado de médicos y psicólogos pasé el peor verano de mi vida. Lo primero que hice el primer fin de semana que me dejaron salir de allí, tras dos meses seguidos de enclaustramiento, fue irme para Vallbona y comprar diez talegos del mejor hachís para repartirlo entre todos los pobres diablos que nos encontrábamos allí. Ni uno solo se chivó al director del centro, así que supongo que a la larga la clínica debió tener que cerrar debido a lo nulo del poder de convicción de sus caros tratamientos.


Tras la comida, y la perceptiva tertulia de adoctrinamiento de mamá, salgo de la casa de mis padres y sin nada que hacer, pero sin ganas de hacer nada me vuelvo para casa.

Soy un desilusionado.

Rafael y la pedorra están en la misma postura ante la tele en la que los dejé cuatro horas atrás. Tan sólo una caja de cartón vacía de pizza extra grande sobre la mesita de la salita atestigua que en ese lugar se ha producido algún tipo de actividad física, que no mental, durante las últimas horas.

“Tú móvil no ha parado de sonar en el cuarto” dice Rafael, “Si tío, no nos dejaba casi oír la tele” acompaña la pedorra. Le dirijo mi peor mirada de desprecio a la pedorra y me meto en mi habitación.

Más de quince llamadas en el buzón de voz, una de Pablo, como ocho de Abel y el resto del resto de los colegas del grupo.

Me tumbo vestido sobre la cama, boca arriba y al revés mirando al retrato de Laura y mío y mientras me lío un porro tarareo mentalmente la canción de los Ilegales de la madrugada anterior “Hay un tipo, con cara de conejo, que me mira dentro del espejo…”

El teléfono vibra… un MSN, es Mario “¿Tienes ya la bandera gay colgada en tú habitación?”.

No puedo evitar reírme. Maldito marica cabrón. Al final su mamada ha resultado, junto con la caldereta de la Conchita, lo único bueno de todo el fin de semana.

Adopto mi pose más seria para contestarle a su mensaje “Mira Mario, ahora tengo demasiadas preocupaciones en la cabeza como para que me resulten divertidos tus mensajes”

Quizá demasiado duro, pero aunque Mario es buen tío y él, en realidad, no ha hecho nada malo, si no que fui yo el que me dejé hacer, claro que porque iba borracho y absolutamente drogado, ahora no tengo ganas de seguir con las coñitas.

Al minuto otro MSN “Yo puedo aliviar tus preocupaciones, Aribau 66 3° 2°”


Cuando al pasar por delante de la tele Rafael me pregunta “¿A dónde vas ahora?” tan sólo puedo responderle “A que me coman la polla o a que me den por el culo, todavía no lo se”.

No se lo que soy, pero tendré que continuar probando.


Vuestro, cho vi, cho va, cada día yo te leo más;

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Joia Vanidad I

Mensaje por Merodeador »

Joia Vanidad I




Adormilado me abrazo a ti y me dejo llevar por el sueño. No quiero que el tiempo transcurra, ojalá pudiera eternizar éste ahora.

Despierto, y por un momento no se donde estoy. Luego miro hacía afuera, a través de la ventanilla, y me doy cuenta de que realmente no se donde estoy. Un arcén polvoriento de una carretera secundaria. El sol cae a plomo sobre todo lo que está a la vista. Íbamos camino a Pilón, un lugar que no conozco y al que, extrañamente, comienzo a tener la sensación de que jamás ya llegaré.

Desciendo del carro y no te veo. Ni a ti, ni a él. Todo está tranquilo. Una inmensa llanura desierta e infinita se extiende hacía los cuatro puntos cardinales. Tan sólo la carretera que se deshilacha de este a oeste rompe la monotonía del paisaje.

¿Dónde estás?!!!!, ¿Dónde estáis?!!!!.


Horas más tarde repetiré una y otra vez la historia ante la policía. Pasaré un tiempo en prisión, pues soy sospechoso, de hecho, el único sospechoso de vuestra desaparición. Tras dos meses me soltarán, pues no hay pruebas ni indicios. En el pueblo todos ya me habrán juzgado y tendré que abandonarlo para siempre.


Me costó muchos años dormir tranquilo. Siempre lo hacía con la sensación de que al despertar todo habría desaparecido: mi vida, mi mundo, tú. Y la verdad es que tú, aunque no tu recuerdo, desapareciste para casi siempre, pero la vida y el mundo continuaron.


Ya nunca nada fue igual, toda la magia vivida hasta entonces a tu lado se difuminó. Me casé, tuve hijos, tuve nietos.

Y está mañana de primavera clara, por pura casualidad, te encuentro. La verdad es que nunca te busqué, la verdad es que hubiera preferido no encontrarte nunca.

Estás con él. Bajo una misma lápida, en un cementerio de un pueblo de costa de un país distinto y lejano del que te vio nacer. Aquí paso yo mis últimos días de vacaciones junto con mi esposa. Un regalo de nuestro hijos. Entré sin saber por qué. Me dejaba llevar entre los panteones y nichos leyendo nombres al azar. A veces, el azar es un hijo de puta de cuidado.

Hace cuatro años murió él, y hace tan sólo dos tú. Él se cambio el segundo apellido, los tuyos son los mismos de siempre. Todavía hay flores frescas sobre la tumba. Eso significa que hay gente que se acuerda de ti. Podría buscarlos, pero ahora ya no vale la pena, ahora por fin lo entiendo todo.


Creo que si me lo hubierais dicho, pese a lo que te quería, pese a lo que os quería, hubiera mantenido el secreto e incluso os hubiera ayudado. No me merecí pagar tanto.

Tú y tu hermano, tu hermano y tú. Siempre juntos a todas partes, siempre juntos a todas partes.


Vuestro, pedaleando rumbo a Plutón;

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Joia vanidad VI (de fosphorito)

Mensaje por Merodeador »

Joia vanidad VI (de fosphorito)




Tenía solamente dos horas por delante y muchísimas cosas que hacer. El tiempo pasaba tan deprisa.

Mateo era una persona normal y corriente hasta hacia sólo siete minutos, pero por un arrebato se había convertido en alguien anormal, en un paria, un marginado.

Si no hubiera tenido la plancha en la mano quizás nada hubiera cambiado. Fue un gesto impulsivo, motivado por un sentimiento de rabia momentáneo, de esos que se forman en la boca del estómago y como un torbellino ascienden dolorosamente por laringes, gargantas y demás órganos internos hasta vomitarse en el mundo exterior.

Un planchazo bien dado con la Ufesa de acero inoxidable y fibra de carbono modelo última generación, estamos hablando de más de sesenta euros de plancha, no es moco de pavo, y menos si se acierta en toda la sien de Virginia, su hasta entonces amada esposa.

Arrebato por arrebato. Ella, en un momento de sinceridad absoluta, motivado por las malas influencias de las ondas hertzianas, ver Gran Hermano tiene estas cosas, le confiesa su pequeña infidelidad con un compañero de trabajo, y él en otro momento de furia absoluta, furia sincera e inocente, le estampa la Ufesa, son una pareja moderna y se repartían las tareas del hogar equitativamente, en toda la cabeza dejándola tiesa sobre el sofá Ikea modelo colonial de fácil lavado.

La pregunta es:

¿Será cierto lo del lavado fácil?. ¿Saldrá la sangre?, ¿Lava en caliente o en frío la funda del cojín?

Es que jode que por una mierda de arrebato alguien tenga que pasarse diez años en la cárcel poniendo el culo ante los jefes del tinglado y haciendo cola en el economato para comprar los cigarrillos. Bueno Mateo nunca ha estado en la cárcel, pero esa es la imagen que se ha hecho de ella. Seguramente el de La Loma exageraba un poco en sus películas y además ahora que la peña ya no roba un 124 por ser un coche molón las cosas habrán mejorado un poco, pero nunca se sabe. Mateo es fino, un chico cool, moderno y bien educado, de esos que escribe la gilipollez de nosotr@s para no ofender a sus destinatarios, si, de esos que nunca utiliza la palabra “maricón”. Coño!! Que la cárcel no está hecha para él, que a este chavalito lo enchironan y en cuatro días acaba colgado del cinturón como el Rafi Escobedo.

Y tiene sólo dos horas. Dentro de dos horas ha quedado para ver el partido con sus colegas y si no acudiera podría ser, más tarde, motivo de sospecha. ¿Que hizo usted la noche de autos?, Ver el partido con mis colegas, Saviola marcó un gol precioso, no lo olvidaría por nada del mundo.

Dos horas sólo y sin por el momento una idea buena de que hacer con Virginia. Joder que guapa está!!!. Si la verdad es que Mateo está, perdón estaba, loco por ella. Vale ahora tiene un lado de la cabeza ligeramente hundido y su pelo rubio esta salpicado de sangre y trocitos de cráneo, si, de esos trocitos diminutos que siempre encuentran los pelmas del CSI cuando se ponen a hurgar como porteras en las casas de los demás, pero continúa estando la mar de guapa.

Y que bien follaba. Mira que Mateo está bueno y ha follado con cientos de tías pero como Virginia ninguna. En realidad decidió que se casaba con ella porque era la que mejor follaba, no la que estaba más buena, pero si la que mejor follaba.

Al recordar esto Mateo se pone a llorar. Es extraño lo de los sentimientos. Matas a alguien y te quedas un poco atontado pero bastante entero, pero cuando te das cuenta de que no vas a poder volver a follar con este alguien nunca más te deshaces como una galleta barata mojada en leche caliente.

Y no es que Mateo sea un pervertido, ni un salido, ni siquiera podría catalogarse como “rarito”, pero cuando comienza a recordar y añorar todo lo bien que ha follado con Virginia le viene un erección de caballo y sin saber como ni porque se saca la polla, le levanta la falda a Virginia y se la mete hasta el fondo. Tarda sólo tres minutos en correrse, claro que ahora ya no debe preocuparse por ser un gentleman y esperar a que ella también obtenga su dosis de placer.

Matar a tu mujer es grave. Follársela una vez muerta ya tiene que ser la ostia. Vete sumando años de talego. Y lo que queda todavía. Porque Mateo no va a chirona por un arrebato, por una mierda de arrebato, que podría haber tenido cualquiera.

El soltar lastre le pone en marcha.

Bañera, más plásticos, más cuchillo de cortar jamón, mas maletas Samsonite. Seguro que puede hacerse mejor pero no hay mucho tiempo y en la tele funciona algunas veces. Bueno no funciona pero es porque en las pelis siempre ponen moralina para asustar a la gente, pero seguro que en realidad puede funcionar.

Trincha pa aquí, trincha pa ya, ¿eso es un bazo?, joder!!! Que largos son los intestinos!!!.

Los tres minutos de follar, más los cincuenta y siete de cortar hacen una hora exacta. Ahora que nadie le vea bajar las Samsonite hasta el coche.

Mateo es buen chaval y los buenos chavales tienen suerte. Las maletas ya están en el carro y él conduciendo como un poseso, (que no te pongan una multa chico que siempre se pringa por las cosas más tontas), hasta la casita de campo de sus suegros a las afueras de la ciudad. En la lavadora da vueltas alegremente la funda del sofá.

Pozo de casa de campo les presento a las maletas, maletas les presento al pozo profundo y seco pero que adorna un montón de la casa de campo. Van a compartir, si las cosas le salen bien a Mateo, juntos mucho pero que mucho tiempo.


Luego a la quinta birra el recuerdo ya está tan difuminado que Mateo por un momento piensa que después del partido le apetece volver a casa para celebrar la victoria pegando un polvazo con su Virginia. Entonces la realidad vuelve y le entra un poquito de mal rollo, pero rápidamente recuerda que hoy Rebeca no iba a hacer nada. No es lo mismo a la hora de follar pero chupándola es casi casi mejor que Virginia.

Y es que las divorciadas maduritas tienen estas cosas. Le chupan a uno hasta el agujero del culo con tal de pasar un rato más con él.


Vuestro, yo sentimental ¡!!;

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Joia Vanidad VIII (de Fosphorito)

Mensaje por Merodeador »

Joia Vanidad VIII (de Fosphorito)


Los ocres y rojos de las hojas muertas perlan el suelo del bosque. Por entre las ramas, batallando con las sombras perennes, los limpios rayos de luz se escurren hasta la tierra dibujando arabescos al azar sobre un tronco caído, una roca de cantos suaves, unos musgos tímidos que protestan al ser obligados a despertarse por el monarca.

Muy cerca de él, una fila de hormigas caracolea por entre un surco limpio trajinando restos de naturaleza hacia su hogar. Las moscas se desperezan y comienzan a trazar círculos concéntricos en el aire compitiendo en zumbidos y vuelos con las primeras abejas de la mañana. Una mariposa, altiva e indolente muestra, cual paleta de artista, sobre una rama baja, sus colores vivos al amanecer.

Trinos de pájaros se mueven con la suave brisa musicando el denso bosque, poniendo notas de ritmo al día.

Y en medio de todo…un intruso. Un excursionista iluso y poco previsor que creyose amo y señor del bosque. Ahora, con la espalda apoyada sobre un gran tronco muerto abre sus ojos al amanecer y contempla la carne turquesa que circunda su tibia desarbolada que atraviesa piel, calcetín y pantalón hasta aflorar sanguinolenta por entre el tejido.

Hace ya mucho tiempo que el dolor candente se apagó. Ahora, tan sólo un palpitar constante late junto a la herida. Moverse es morirse. No moverse es morirse.

El excursionista solitario ya se ha rendido. Antes, gritó, se arrastró, perjuró, suplicó y sollozó. Ahora, una vez ya se ha abandonado, tiene tiempo para gozar con la belleza del bosque. Observa maravillado el devenir de las hormigas, sigue las trayectorias de los rayos de luz desde el lejano cielo hasta las yemas de sus dedos y, habiendo ya aceptado su muerte, fantasea pensando en la calavera mondada que tal vez, en un lejano día, otro excursionista halle junto al tronco donde ahora reposa.

Ha escrito, grabando en el suelo con un ramita de árbol en un trozo que limpió de hojas y piedras un lacónico “Os quiero. Viví feliz”.

De repente; las ramas bajas se agitan y quiebran. Un alce enorme, un macho de cornamenta imposible, entra en el claro.

El encuentro sorprende a ambos. El hombre arquea la espalda y aguanta asustado la respiración. El alce detiene en seco su marcha y abriendo en sobremanera sus fosas nasales observa al hombre.

Nada se mueve, nada se oye, pareciera que el tiempo se hubiera detenido en el claro del bosque. Las moscas, las abejas, la mariposa e incluso las hormigas permanecen expectantes al encuentro entre hombre y bestia.

El alce inicia el diálogo. Agita su cornamenta a uno y otro lado con pereza y emite un áspero y apagado mugido.

El hombre responde relajando su espalda y sonriendo; nunca soñó con ver un alce salvaje tan cerca de él y la curiosidad le puede al miedo.

El alce avanza y se para en el claro, a tres metros escasos del hombre. Los rayos de luz trazan caprichosas líneas en su esbelto cuerpo. Se miran. El hombre observa los negros y grandes ojos del alce en los que se refleja como en un profundo pozo de agua. El alce observa al hombre, ahora ya tranquilo y sabiéndose dueño.

Alza una pezuña y traza un movimiento en el aire. La baja. Mueve la cabeza con parsimonia y decide acercarse lentamente hasta el hombre, sin prisa. Rodeando el tronco caído se sitúa a su lado.

El hombre sonríe tranquilo. El alce baja la testa hasta el rostro del hombre y olfatea su cabello. Su áspera lengua recorre curiosa, primero una oreja y después una mejilla.

Es un momento mágico, nunca pudo el hombre imaginar que algo así podría llegar a sucederle; nunca antes tampoco el alce se había acercado tanto a esta curiosa criatura.

De repente un grito apagado, lejano… alguien llama al hombre, lo están buscando.

El hombre y el alce se miran, el primero piensa por un momento en no contestar y perdurar ese instante, pero el segundo, decidiendo por los dos abandona al trote el claro.

Por cientos de veces que el hombre cuente la historia nunca nadie podrá ser capaz de ni siquiera entrever la magnitud de ese instante. Quizás el alce tenga más suerte.

Vuestro, reparando la nave para seguir pedaleando;

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Joia Vanidad II

Mensaje por Merodeador »

Joia Vanidad II





El ascensor comienza a bajar. Se detiene en el décimo cuarto y entonces, como siempre, entras tú. Comienzo a no dudar de que lo haces expresamente. Esperas a oír como se cierra la puerta en el piso de arriba para salir tú también y así coincidir en el pequeño camerino.

Tienes unos ojos bellísimos y cuando miras a través de ellos toda la soberbia de la adolescencia se refleja en tus pupilas. Son negros, de un oscuro impenetrable. Y después está tú sonrisa, segura y burlona, absolutamente conquistadora.

Ya estamos en el duodécimo y todavía no has apartado la mirada ni un solo momento. Debes extrañarte de que pese a tu belleza, tu perfección, nunca te mire. Pero sin perder la paciencia, como un cazador experto, crees intuir que algún día conseguirás atrapar en tu mirada a tu presa y que entonces ésta será tuya.

No se si alguna vez te has fijado en mí, supongo que no, que sólo ves un bulto informe a su lado. El noveno ya.

Te debes preguntar porque nunca te mira. Se protege. Quizá le caigas bien, y también pretenda protegerte a ti.

Te juro que espero con deleite el día en que consigas arrancarle una mirada. Ese día no llegarás vivo abajo. Nadie en el quinto. Alguien debió llamar y volver luego a entrar en su casa. Tal vez olvido algo.

Te crees dueño de este juego, sin intuir siquiera que las reglas las marco yo. Tan sólo yo. A quien tú miras conoce el juego, por eso, alguna vez, se estremece como si tuviera frío.

Pero no es frío lo que siente, es miedo. Miedo no, pánico, terror absoluto. Pasamos el segundo, vas a tener suerte otra vez.

En todo caso, ya estás muerto, aunque nunca jamás te mire, ya estás muerto. No voy a permitir que oses desafiarme de esta manera.

Acaricio la empuñadura de nácar, mientras el ascensor se detiene. Hoy todavía no; sal a la calle y cómete el mundo, Tal vez mañana yo te coma a ti.

Vuestro, bajando por las escaleras para adelgazar;

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Joia Vanidad III

Mensaje por Merodeador »

Joia Vanidad III



Me asomo al balcón, yeahhhhh!!! que vértigo, que alto está esto, podría caer durante semanas antes de estrellarme contra el suelo.

Ha comenzado a llover, pobre papá, se mojará si está en la calle.

Vuelvo para adentro, sin acordarme de porque carajo me fui a asomar. Te veo. Huahhhhh nena!!!, eres el superpremio mundial de todos los premios. Y te estás quitando la ropa, te estás quitando la ropa!!!

Papá tarda, tarda mucho y mamá está preocupada. Es tan raro!!!, con lo puntual que es papá.

Yo también me desnudo tardando menos de un nanosegundo, aunque conservo puestos los calcetines; necesito que algo me recuerde a mi mundo triste del otro lado de la puerta de la habitación del ático.

Si le pasara algo no se que haría yo sin él, es el papá más bueno del mundo, el mejor papá que nadie puede tener.

Follo como nunca. No se si tu lo disfrutas o si finges. Te muerdes el labio, das grititos y todo eso, pero es que se que he pagado demasiado como para que luego te estés quieta sin hacer nada, así que supongo que todo el espectáculo va incluido con el precio. Yo si lo disfruto nena, lo disfruto como nunca en mi vida.

Los de la clase dicen que es muy serio y muy callado, pero ellos no conocen de verdad a papá

Me corro sobre tu cara y la continúo teniendo dura. Tanto que la vuelvo a meter, pero esta vez te pido que sea por el culo.

Siempre que se lo pido juega conmigo hasta que me entra sueño y casi me quedo dormido.

Estos si que son 600 euros bien invertidos. Te mereces más nena, te mereces mucho más, el doble quizás.

Y me ayuda con los deberes, y para Navidad me compra todo lo que pido para la lista de los Reyes. Aunque tampoco me paso, que soy de los que pido menos de la clase.

Yo nunca podría gastarme todo ese dinero en ti, si lo hiciera mis hijos, mi mujer, mis padres y mis hermanos se quedarían sin regalos de Reyes, y yo puedo ser un poco cabrón, pero no un hijo de puta.

Ojalá no le pase nada, porfa, porfa, porfa, Jesusito tráeme a mi papá sano y salvo a casa.

Fue una suerte que los de la oficina me encargaran comprar el número de lotería de Navidad y que lo mismo hicieran los del gimnasio. He comprado un mismo número para los dos grupos, lo enseñé en los dos lugares y repartí las fotocopias. Quien va a desconfiar de Peláez el contable.

Si lo haces nunca más seré malo, nunca más seré malo, te lo juro por ti.

La jodida lotería de Navidad nunca toca, así que no hay problema. Aunque con lo gafe que soy seguro que este año hay suerte. Que ostías!!, si es así vendo el número al primero que quiera lavar dinero negro y me largo para el Brasil a follar con más nenas como ésta.

Porfa, porfa, porfa , porfa, porfa….

Joder!!! No he avisado en casa!!!, Ostías, a ver que me invento ahora. Seguro que el pelma de mi hijo me está poniendo histérica a Gloria.

El teléfono!!!, que sea papá , que sea papá, porfa, porfa,


Niños!!! Papá está bien, tuvo una reunión muy importante con el Presidente y no pudo salir a llamar hasta que acabó, pero ya viene para casa.


Gracias Jesusito, por ser tan bueno conmigo!!. Ya viene mi papá!!, el mejor papá del mundo!!.


Vuestro, los Reyes Magos son los padres, aunque los Padres no son siempre Reyes Magos;

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Yo soy

Mensaje por Merodeador »

Yo soy




Hace ya algún tiempo y en otro lugar escribi esto. Entonces las colaboraciones fueron muchas y la cosa funcionó. Por respeto no cuelgo nada que no sea mio. Así que lo vuelvo a dejar mis primeras aportaciones desnudas y quien quiera lo puede ir completando. Me lo dejaís en el libro de visitas y y lo edito.

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"Yo soy" es un mediocre experimento literario. Es una saga rio de gente diferente, en un mundo diferente. "Yo soy" describe, no juzga. "Yo soy" pretende provocar, pretende molestar, pretende hacer pensar. "Yo soy" está abierto a todos, y aunque pueda parecerlo no se nutre del exceso grotesco, sino de la indiferencia ante la ya cotidiana realidad.





Vuestro,mass media;

Dolordebarriga

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Yo soy Marcus Lamb.
Yo estoy en Bangkok, en los arrabales. Obtuve la dirección gracias a un compañero alemán que conocí en un club del centro.
Yo tengo 64 años y éste es mi primer viaje a Tailandia
En mi país es realmente difícil ser diferente al resto. Todos piensan que es una aberración y no se dan cuenta que simplemente constituye una forma diferente de pensar.
Yo las quiero, las quiero de la misma forma que el resto de la gente quiere a sus parejas.
Ellas también me quieren a mí, yo la cuido, yo las mimo, yo las cubro de caricias y besos.
Son tan puras, son tan lindas, están tan llenas de vida.
Aquí es diferente, aquí con dinero nadie pregunta.
Pedí que no tuviera más de nueve años, pagué 900 dólares, pero ha valido la pena
Es tan bonito poder disfrutar de tus sentimientos sin sentirte amenazado, sin sentirte constantemente perseguido, sin que nadie te juzgue.
Nan-Yi es vírgen , tiene siete años y sus ojos asustadizos y tímidos me rehuyen cuando entro en la habitación.
Tiembla como una hoja cuando la desnudo y comienzo a lamer su cuerpo.
Nan –Yi aprenderá hoy conmigo lo que es el amor, lo que es sentirse querido.
Hoy será una gran noche para los dos.

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Yo soy Samuel Engo
Yo estoy cerca de Buchanan, Liberia, y miro a los suplicantes ojos de una joven madre que permanece abrazada a su bebé.
Yo tengo 12 años y desde antes de los diez duermo abrazado a mi Kalasnikov cada noche.
Mañana tendremos el día libre. Me han dicho que están organizando un partido de fútbol. Soy muy buen extremo, corro como nadie. Por eso cuando hay peligro el capitán me envía a la carrera por delante del resto.
Me han enseñado a separar primero al niño de los brazos de su madre.
El niño llora, la madre llora, siempre es igual.
Ya nunca fallo, un solo culatazo en la cabeza del bebé es suficiente.
Ella se vuelve como loca, llora, chilla , grita, e intenta levantarse.
Viene el capitán y tres de los soldados mayores. Uno de ellos ya lleva los pantalones por las rodillas.
No me apetece quedarme, ellos se ocuparán de la madre.
Estoy seguro de que mañana marcaré un par de goles.

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Yo soy Xavier Farguell:

Yo estoy en mi casa, un bonito piso en el centro de Barcelona.

Trabajo casi diez horas diarias. Me deslomo por traer un buen sueldo a casa. Vivimos bien.

Yo estoy casado con Eva desde hace ocho años. Mi mujer no trabaja, no nos hace falta, no tenemos hijos.

Yo solo le pido tres cosas a mi mujer.

Que tenga la casa limpia.
Que se limite a ser encantadora, sin hablar más de la cuenta cuando cenamos con mis amigos o compañeros de trabajo.
Que tenga la cena lista cuando llego a casa.

De todo lo demás ya me encargo yo; no quiero que ella deba preocuparse de más cosas.

Cuando he llegado a casa esta noche tras un día agotador me la he encontrado dormida.

La cena estaba por hacer.

Ha balbuceado con un hilillo de voz que se acostó por la tarde un rato porque se encontraba mal y se le ha olvidado poner el despertador para levantarse y cocinar nuestra cena.

Me dice que lo siente mucho, que no volverá a pasar

Es tan jodidamente fácil hacerme feliz que no puedo entender porque alguien se puede empeñar tanto en joderme continuamente después de todo lo que yo hago por ella.

Eva se hace un ovillo junto a los pies de la cama mientras yo me saco el cinturón y doy dos vueltas alrededor de mi diestra a la parte blanda del mismo.

No puedo tocarle la cara, mañana tenemos cena con el director general de la empresa y Eva debe estar radiante.

Antes gritaba e intentaba devolverme los golpes. Desde hace un par de años tan solo gime en voz baja.

Después, cuando se calme tendre que frotarle las heridas con alcohol y luego haremos el amor dulcemente.

Si no la quisiera tanto la habría dejado ya.

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Yo soy André Blanc

Yo estoy en Marsella y me reúno con mis convecinos para intentar atajar de una vez el problema de la inseguridad ciudadana.

Ya no puedes pasear tranquilo por tu ciudad sin toparte con cientos de extranjeros que codician robarte tu dinero, tu mujer, tu casa, tu país.

No debimos sacarles de la miseria y ofrecerles el acceso al progreso.

Son ruines y desagradecidos, los sientas en tu mesa y acaban limpiandose el culo con tu mantel.

Debemos perseguirlos, encerrarlos a todos y devolverlos a sus países.

Francia es nuestra, de los franceses, no de los negros y los moros.

No dejé mi juventud luchando con la Resistencia para esto.

Mi partido político ahora es la tercera fuerza más votada, pero cada vez somos más los que le apoyamos.

Mañana es domingo, acudiré a misa a rezar a Dios para que libere pronto nuestra patria.

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Vuestro, buscando siempre;


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Joia Vanidad XII (o historias bajo la arena) [de fosphorito]

Mensaje por Merodeador »

Joia Vanidad XII (o historias bajo la arena) [de fosphorito]




Todo comenzó cuando yo tenía unos cuatro años. Todo el mundo de mi pequeña aldea de Bretaña decía que yo era muy inteligente para mi edad, que todas las cosas se me metían la cabeza y que la estaba llenando mucho más rápido que los demás niños.

A mí, escuchar estos comentarios me acongojaba. Yo no podía parar de aprender más y más y comencé a creer que mi cabeza comenzaría a crecer y crecer hasta que un día acabaría por explotar. Así que me quedaba en mi camita todo quieto, con los ojitos cerrados y algodones en los oídos y en la nariz. Pero aún así, mis piernas, mis brazos, mi propia espalda, mediante el tacto, mi único sentido que quedaba todavía semiliberado continuaba indagando en busca de nuevas cosas que aportar a mi cabeza.

Me miraba al espejo cada día y comprobaba como de forma imperceptible para los demás pero absolutamente certera para mí, mi cabeza se agrandaba poquito a poquito.

Así que al final tomé una decisión y de noche, aprovechando que mis padres dormían, me deslicé hasta el granero, sustraje el hacha de cortar leña y cual reina de corazones intenté decapitarme para evitar que mi cabeza creciera y acabara explotando. Muerto el perro, muerta la rabia, pensé yo, actuar que, hoy en día y bien mirado, desmentiría lo que decían mis congéneres sobre, mi entonces, presunta sobreinteligencia.

Asestarse un hachazo en el cuello de uno mismo no es cosa fácil, y menos cuando todavía no se tienen los cinco años cumplidos. Al doceavo golpe exitoso, y cercenadas ya las tres partes del cuello me pudo el agotamiento y el desvelo nocturno y me acabe durmiendo.

Desperté antes del alba y pude comprobar el estropicio que había causado en el granero de mis padres. Todo lleno de salpicaduras de sangre. Si descubrían ese desorden iban a dejarme más de tres meses sin golosinas y eso ningún niño, ni el más fuerte, lo puede resistir. Me afane, por tanto en limpiarlo todo hasta que nada se notó.

Pero quedaba lo de mi cuello. Mi papá no era muy observador pero mi mamá siempre lo revisaba todo y, claro un tajo de diez centímetros de hondo por veinte de ancho, a una persona que no se le escapaba el descubrir ni una de mis costras en las rodillas, seguro que no le pasaría desapercibido.

Necesitaba la ayuda de un adulto y como a esas horas todos dormían me dirigí hasta la casa del sastre, pues en el pueblo todos decían que él comenzaba a trabajar antes de que saliera el sol. La cabeza me bailaba, ladeada alegremente hacía el lado izquierdo, proporcionba a mis ojos una perspectiva del camino absolutamente diferente a la habitual.

El sastre, como todos los adultos, demostró ser demasiado cuadriculado. Se emperró en que él cosía telas y no carnes y que por lo tanto el cometido era ajeno a su oficio y no podía llevarlo a cabo. Desesperado, los minutos pasaban, mi madre se iba a levantar de un momento al otro, tuve una de mis dos únicas brillantes ideas de toda mi vida. Agarre un pedazo de tela de color magenta de una de las estanterías del taller del sastre, en ese momento no me percaté de lo importante que sería esa elección, y me envolví el cuello con ella, una y otra, vez a modo de vendaje. Al acabar le dije que me cosiera fuertemente la tela a mi cuello. No pudo negarse. Me preguntó al final si la cortaba ajustándola al cuello o dejaba un pedazo de tela colgando, ondeando al viento a modo de bufanda estandarte magenta. Le pregunté que qué se llevaba entonces y él, entendido en modas, me dijo que con el final de siglo se había puesto de moda, entre la creme de Paris los fulares largos así que acordamos no cortarla. Como no llevaba dinero le dejé a deber y hasta hoy le debo.


Mi madre notó el cambio, pero lo atribuyó a una de mis nacientes extravagancias y no me dijo nada. Durante el desayuno le comentó a papá “éste niño volará alto” y todo quedó así.

La verdad es que, supongo, que por la falta de riego sanguíneo la cabeza dejó de crecer a medida que yo seguía aprendiendo y mis miedos desaparecieron con la edad.

A los veinte años, ya mucho tiempo después de haber salido o escapado del cascarón materno, y en pleno apogeo de la Primera Guerra Mundial, encontrábame un sábado de marzo paseando por París bien pagado de mi mismo, armado con mi sempieterno fulard magenta cosido al cuello, que ahora, creía yo que, ya estaba muy demode.

De repente un borrachín gracioso que salía de una taberna para orinar en la calle comenzó a gritar al verme “el plebeyo magenta, el plebeyo magenta” y la broma se extendió y acabó con el paso de los días haciéndose popular no pudiendo yo caminar tranquilo sin que alguien me nombrara por ese horroroso nombre.

Sólo una vez, una persona, una amante con la que mantenía relaciones y estaba más que acostumbrada a verme en pelotas, aunque siempre ataviado con mi fulard, me preguntó porque siempre lo llevaba puesto. Cuando le contesté que era para mantener la cabeza sobre los hombros se río y ya nunca inquirió más.


Pasaron los meses y la guerra se encrudeció. De repente un día todo Paris amaneció exaltado, Von Richtofen y su flying circus, como le llamaban nuestros aliados ingleses, se disponía esa, misma mañana a llegar hasta nuestro Paris para ametrallar a toda su gente desde el aire. El pánico se apoderó de las calles, la gente gemía y se tiraba de los pelos con desespero. Los pilotos franceses habían huido porque enfrentarse al mítico e invencible “Barón Rojo” era buscar una muerte segura.

Yo me hubiera quedado en casa pero como necesitaba azúcar para el café tuve que salir a la calle. De repente la gente comenzó a murmurar “es el Plebeyo Magenta, él nos salvará”. Yo caminaba tranquilo, pensando que era chirigota, pero cada vez más gente se comenzaba a agolpar a mi alrededor, me daban palmadas en la espalda, las mujeres me besaban en las mejillas y llegó un momento en que un fornido hombre me alzo sobre sus hombros y en volandas y ante el griterío de todo París fui conducido hasta la pista de aterrizaje de los aeroplanos. Me supo mal quitarles la ilusión y la esperanza a tanta gente así que me dejé poner por un general o un comandante, que yo nunca he entendido del ejército, las gafas de aviador el casquete con orejeras y que me sentaran en el avión. Cuando se apartó todo el mundo para dejar que el mecánico pusiera en marcha la hélice, le pude preguntar “Oye, ¿y esto como vuela?”. El mecánico comprendió entonces que el “Plebeyo Magenta” no era un renombrado as de la aviación, sino tan sólo un pobre diablo del que todos esperaban un milagro. “Ya es demasiado tarde para bajarte”, “Lo se, pero dime como vuela, al menos” “Cuando el trasto haya agarrado velocidad tira la palanca para arriba, y que tengas suerte”. “Gracias”.



Hice lo que me dijeron y cuando vi que ya estaba bastante arriba dejé de tirar. Nadie me enseño a girar, así que me abstuve de hacer cosas raras con un aparato que no entendía.

Como la pista de despegue estaba directamente enfocada hacía el corazón bábaro, parecía que me dirigía directamente hacía el enemigo y la gente desde las calles de París primero, y después, desde los campos y aldeas me vitoreaban como un héroe cuando me veían pasar.

Lo del Barón Rojo resultó ser un bulo, pero como mi cacharro tenía combustible acabé cruzando la línea de frente, bajo los disparos asustadizos de los enemigos y sobre los gritos de júbilo de mis compatriotas que envalentonados por lo que creían una hazaña sin par salían de las trincheras y tomaban los puestos enemigos, continué volando sobre toda Alemania, violé varios tratados internacionales de neutralidad al seguir cruzando frontera tras frontera y al fin cuando el aeroplano comenzó a dar muestras de agotamiento, por lógica, tire de la palanca hacia afuera y acabé aterrizando en un lugar desconocido.

Me dejé las gafas y el casquete de cuero, me daban presencia, y definitivamente hacían juego con mi fulard. A los cinco días de estar parado en un inmenso campo de hierba y ya con un poco de hambre y sed se me acercaron unos tipos raros con ojos oblicuos que conducían un rebaño de cosas todavía más raras. No los entendía muy bien, en realidad no los entendía nada de nada, pero por gestos puede averiguar que me pedían cambiar el aeroplano por unos cuantos de los bichos raros. Negociamos el número y al final me quedé con seis de ellos. Se fueron con el resto de bichos y mi avión a cuestas.

Tras un día más de estar parado allí con mis seis bichos comencé a aburrirme. Ellos comían hierba, pero yo me moría de hambre. Por intentar romper un poco el hielo y hacer amistad le di una palmada a uno en el lomo e inmediatamente se puso a caminar y los otros cinco lo siguieron. Yo me fui con ellos. Llegamos hasta un río y allí se quedaron. Me quedé yo también.

Con el tiempo aprendí mucho de los yaks y de los mongoles. Comencé con el yogurt y la cosa me fue bien. Estaban agrios, pero es que los yaks son así. Mis yaks se reproducían sin parar y cada vez tenía y vendía más yogurt. Los mongoles son buena gente, nadie me molestó nunca ni por llevar el fulard magenta, ni por las gafas y el gorro de aviador.

El negocio creció y me hice próspero. Era feliz en mis estepas, pero por puro perfeccionismo estaba seguro de que mi yogurt estaría mucho mejor con un poquito de azúcar, para quitarles un poco esa agriedad. Indagué con los mongoles, pero ellos no tenían ni idea de lo que era el azúcar y mucho menos de dónde podría conseguirla. Yo sabía que en las pastelerías de París era bien fácil encontrarla, pero saber para dónde quedaba París.

Llegué a tener mil yaks, bueno, en realidad novecientos noventa y nueve porque había uno que se negaba a hacer de yak, y creyéndose gacela, caballo de carreras o atleta olímpico se pasaba el día entrenándose, corriendo de aquí para allí, y aleccionando a la manada, un poco con tácticas subversivas, para que se pusiera a correr a su lado y dejaran de dar leche agria. Cuando venían los lobos y fallaban los perros él era el que más corría con diferencia, e incluso se permitía rejonearlos de vez en cuando, causando la admiración del resto de sus compañeros, pero al final por un yak de mil que había, que se pudieran comer los lobos cada cinco o seis meses no provocaba, en los demás, las motivos suficientes para alterar su comportamiento milenario y ponerse ahora a galopar como corceles. Los corceles son corceles y los yaks son yaks.

Un día llegó una carta. Los alemanes amenazaban con quebrar la inquebrantable línea Maginot y como héroe de guerra y reservista me conminaban a regresar y volver a volar por Francia.

Me dolió que habiendo sabido siempre donde estaba nunca se hubieran dignado a venir a visitarme y decidí que no me volvería a subir en un avión y menos para defender una cosa tan tonta como una patria. Pero coño!!, se me ocurrió que siguiendo el rastro de la carta podría acabar regresando a París y así comprar el azúcar que tanto me hacía falta para endulzar mis yogures.

Como caminando tardaría muchísimo y no quería dejar el negocio solo tanto tiempo, decidí aprovechar las veleidades de mi yak corredor y subido a su lomo y galopando sin parar fui retrocediendo el camino de mi carta y preguntando de cartero en cartero hasta llegar a París. De verás que yo tan sólo pretendía comprar mis tres saquitos de azúcar y regresarme hasta la estepa pero el cabrón del yak se me endiosó, y cuando le ordené pararse delante de una pastelería, desobedeciéndome me enfiló a todo galope hacía los Campos Eliseos.

Un hombre sobre un yak, y además ataviado con fulard magenta, las gafas y el gorro de aviador, no pasa desapercibido. Los viejos primero y después el resto de París comenzaron a gritar “ El Plebeyo Magenta ha regresado, él nos salvara de los boches”. Otra vez la gente se arremolinó, las mujeres me besaron, esta vez incluso alguna se atrevió a hacerlo en la boca y mi yak galopador acabó adornado con decenas de guirnaldas de flores.

El aeroplano era diferente, hasta cabina cubierta tenía y todo. Que iba a hacer yo!!. Cuando agarró velocidad tire de la palanca hacia mí y otra vez me fui para arriba. Por mala suerte, ésta vez, la pista de despegue estaba orientada hacía el sur, en vez de hacía el este así que en vez de irme hacía los alemanes me fui dirección hacia el Mediterráneo. Ahora la gente me abucheaba al pasar, e incluso algunos intentaban derribarme a escopetazos por cobarde y traidor. Como explicarles que la culpa no era mía, que yo sólo me iba en la dirección en la que el avión estaba enfocado. Mientras me alejaba, lloraba por mis yaks y mis mongoles queridos que sabía que nunca más volvería a ver, y todo por tres sacos de azucar, por tres malditos sacos de azucar.


El avión se paro mucho más tarde, en un lugar lleno de arena por todas partes. Como la otra vez me dispuse a quedarme quieto y a esperar a que pasara alguien y me dijera para donde ir y que podía hacer.

Un amanecer, a los dos días se me apareció un niño rubio con un jersey a rayas y una bufanda larga que le ondeaba al viento de modo similar a mi fulard magenta, y me contó no se que de un planeta pequeño y una rosa. Me di cuenta enseguida de que el niño, bastante cabezudo, por cierto, también se había intentado cortar el cuello como yo para detener el cabezonamiento, pero que él seguramente se había pillado del todo la aorta y que se había quedado sin riego del todo. Le dije que me dejara en paz y se fue. Cuando regresó al siguiente día con la misma estúpida historia lo tuve que ahuyentar a pedradas.

Ya no volvió más, ni él ni nadie. A las cinco semanas de estar allí comencé a pensar que tal vez ya me hubiera muerto, pero como no tenía a nadie para cerciorarme no lo podía comprobar. A las siete semanas apareció un pequeño ratoncillo, que me comenzó a comer primero la entrepierna del pantalón y después continuó mordisqueándome los huevos. Como no sentía nada, ni desagradable ni gustoso, llegué a la conclusión de que definitivamente estaba muerto.

Estar muerto en el desierto no es nada malo. Por el día tomas el sol y por la noche miras las estrellas, eso al menos, hasta que te duran los globos oculares. Poco a poco la arena me fue cubriendo y ahora más o menos estoy bajo unos ocho metros de tierra.

Una vez muerto comienzas a darte cuenta de que para escuchar no hace para nada falta tener oídos ni para hablar tener boca. Aquí no se está nada sólo. Al ladito, seis metros más abajo y unos pocos a la derecha tengo a dos beduinos despistados y a su camello, y más hacía abajo puedes encontrar de todo, un zulú gruñón, un explorador español del siglo XV y entre capa y capa muchos más beduinos despistados.

Y a seis mil quinientos metros, guau!!! Hay un atlante que es la bomba, él si que explica unas historias buenas de morirse.


Vuestro, no soy yo que yo tengo cuello ,

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Retazos de realidad I

Mensaje por Merodeador »

Retazos de realidad I




Mamíferos. La escena transcurre en la calle, frente a uno de los muchos colegios evangélicos de aquí, a la una de la tarde, la hora de la salida del turno diurno.

No por tan veces sabida, vista y repetida la escena me deja de resultar fascinante.

Dos jóvenes, de unos quince años, marcan jerarquía. Están realmente hermosos, con su pantalón de uniforme negro, su camisa blanca de manga larga, su pelo corto, ensortijado y engominado y sobre todo mostrando esa actitud de desafío ante el mundo que tan sólo los adolescentes y los medio genios, medio locos, pueden adoptar.

Los dos estiran sus cuerpos y adelantan el pecho. Se miran fijamente. Dan lentas vueltas sin perderse la mirada y a veces se golpean con sus torsos o rozan sus cabezas.

Si pudiera, me acercaría más. Me encantaría poder oler el miedo, el orgullo, la rabia, todos los humores que se desprenden de sus cuerpos en ese momento.

Media vuelta, los puños apretados, media vuelta más.

Se miran por última vez y al final ambos al unísono se alejan. Uno vuelve junto al grupo que observaba, el otro se queda sólo.

Dentro del grupo, hay uno que destaca. Más alto, más fuerte, más bello que el resto. Es él, el verdadero líder, quien le dirige unas palabras de desprecio al solitario.

El solitario, comete, supongo que impulsado por ese orgullo absurdo pero tan bonito de la adolescencia, el primer error y le contesta.

Murmullos de desaprobación en el grupo, el líder, sin ni siquiera desprenderse de la mochila que lleva a la espalda, se acerca al solitario que sin perderle la mirada comienza a alejarse.

Ésta segunda parte ya no me atrae. Es ahora cuando, tal vez, debería trasladar mi otrora indeferencia hasta la desaprobación, que son las dos actitudes que el mamífero adulto mantiene siempre en estos casos, pero decido mantenerme todavía en la primera.

El líder da un fuerte empellón al solitario que lo hace trastabillar.

El solitario comete su segundo error. Lanza su morral al suelo y se encara. Un puñetazo le alcanza al pecho, un brazo se ciñe a su cuello y es lanzado, sin miramientos al suelo.

Ya todo ha acabado. Se mantiene en el suelo, hasta que el otro, satisfecho, decide que el castigo ya es suficiente y se acerca hacia el grupo donde es recibido por las sonrisas cómplices del resto. El perdedor, entonces, se levanta, se sacude el polvo del uniforme, se traga el orgullo y las lágrimas, recoge el morral y se aleja.


Vuestro, a palabras necias, oidos sordos;

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