Voy hacia ti con la mayor de las prisas, como si temiera verte desaparecer. Estás en la lejanía, sonriéndome e invitándome; tu silueta se recorta en esa luz azul, donde se unen el turquesa y el añil, el cielo y el mar. ¡Bien sabe Dios que me dejaría desmembrar con tal de estar más tiempo contigo!
Pero ya te veo rodeada de esa aura azulada, aún más bella si cabe. ¿Qué puedo decir cuando se ha dicho todo? Sólo me queda recurrir a los tópicos del poeta; viéndote sonreír mientras el rojo de tu cabellera ondula, acompañada de la omnipresente luz azul. En todo caso, en tu presencia, todos los tópicos tienen sentido: desde el fulgor de tus ojos al nácar de tu boca.
Hace calor pero prosigo; agitas tus brazos, tu esbelto talle, y siento el frescor. Alimentándome de los demás, rodeado de lóbregas visiones, contigo he sentido el amor, el perdón.
Cada vez estoy más cerca, ya la luz azul me rodea. Cógeme en tus brazos, ríe a mi lado, fundámosnos en una eternidad de gozo, amémosnos para siempre...
Absorto en sus cavilaciones, el mosquito siguió su imprudente vuelo hacia la lámpara insecticida. Una pequeña explosión, un leve chisporroteo y los carbonizados restos cayeron al suelo, a la eternidad, a la nada. El camarero miró a la luz azul que pendía del techo y pensó: “Ahora le picas a tu puta madre”.
