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God save the King

Publicado: 09 Jul 2004 09:41
por curreta
GRANADA

La llegada de King subleva a reclusos y funcionarios del presidio de Albolote
Más de ochenta presos le gritaban «te vamos a matar» cuando era conducido a su celda Ante el revuelo montado, la dirección decidió internarlo en otro módulo más tranquilo para asegurar su integridad
ROMÁN URRUTIA/GRANADA


La gota que colma el vaso se llama ahora Tony Alexander King, un británico que ha escrito su nombre con sangre en la calle y que ahora desata pasiones asesinas en el interior de la cárcel de Albolote. Instituciones Penitenciarias decidió que llevaba demasiado tiempo aislado, que debía tener contacto con los demás presos. Pero poner el proyecto en práctica en la cárcel de Alhaurín el Grande (Málaga), donde estaba ingresado, hubiese sido condenarlo a muerte de forma directa. Aún funciona en las prisiones un código de honor que hace ver en personas como King al asesino y violador de sus hijas. Se eligió Albolote y no gustó a nadie. Pero órdenes son órdenes y la Junta de Tratamiento decide que se integre con el resto de los internos.

A media tarde, entre las tres y las cinco, con una protección nada habitual -tres funcionarios, cuando normalmente los ingresos se hacen con uno- se le traslada del módulo de ingresos al número 12, un lugar poco conflictivo, aparentemente, porque en él sólo hay delincuentes a espera de juicio o condena, no hay penados que hayan perdido las esperanzas y ganado la violencia de saberse entre rejas por muchos años.

Tranquilo

Va tranquilo, demasiado tranquilo, vestido de forma deportiva y con el pelo más largo de lo que ha dejado grabado en la opinión pública a través de imágenes. El funcionario de servicio abre el primer rastrillo, es decir, la puerta de acceso al módulo. De ahí a un segundo rastrillo que le abrirá las puertas al centro de día y a un nuevo infierno. Es una gran sala junto a los patios y bajo las celdas donde los presos pasan sus horas libres leyendo, charlando, jugando a las cartas o, simplemente, paseando como fieras enjauladas.

Una decena de presos aparentemente tranquilos se encrespan; una vez más el código carcelario hace a los delincuentes jueces y verdugos. Hasta 80 internos se agolpan y comienzan los gritos de «asesino de niñas, cabrón, hijo de puta, te vamos a matar» y a King se le descompone la cara. Tiene miedo, quien dibujó el pánico en el rostro de algunas de sus víctimas está asustado. Los tres funcionarios le protegen para evitar que se le acerquen como algunos intentaron. El rastrillo se abre de nuevo y, ante el cariz de los acontecimientos, se sienta en el despacho del funcionario de guardia.

La dirección decide trasladarle a otro módulo. Vuelta a empezar con el paseo por los patios entre las miradas recelosas de internos y funcionarios. Llega al módulo 8, el denominado terapéutico, donde hay menos internos, quizá no más de 70. Son drogodependientes en fase de rehabilitación y extranjeros. Es otro lugar poco conflictivo donde ya conocen al nuevo inquilino.

Vuelta a empezar, pero esta vez no hay gritos. King se queda dentro, bajo vigilancia de los funcionarios, todo puede pasar. Se aísla él sólo, se le ve apartarse en un rincón y con la misma cara de miedo que le acompaña desde que le comunicaron que iba a abandonar el régimen de aislamiento. Algunos internos han cruzado un par de palabras con él, y nada más. Ahora sólo cabe esperar que no se desate de nuevo el temporal, aunque todos, funcionarios y presos, saben que la muerte le va a acechar dentro de esta cárcel o de cualquier otra; la fama de cruel asesino le ha condenado a una pena más grave que la que le han impuesto los tribunales.
Bienvenido mister King