Te vendo mi alma
Publicado: 07 Mar 2005 20:28
La mujer ató las bridas de su caballo a un árbol y levantó la vista para observar la torre, que se alzaba como una daga oscura apuñalando el cielo. La nieve crujió cuando se aproximó a la entrada, y mientras el sol se ponía a sus espaldas entró en la enorme estructura de obsidiana y empezó a ascender por los empinados escalones.
Arriba le esperaba una habitación desnuda y sin ventanas con un espejo en su centro; despedía una débil luz que constituía la única iluminación de la sala. La mujer se acercó al espejo, y dirigiéndose a su reflejo exclamó:
- “¡Maestro del Mal, Amo de los Reflejos, Duque del Infierno y Comandante de la decimocuarta legión demoníaca, yo te invoco! ¡OH, SULDANEXATHOR, ACUDE A MI LLAMADA!"
Y el espejo le devolvió una imagen que podría ser perfectamente la suya, si ella tuviera los ojos de un brillante color violeta. Una imagen que le respondió con una voz que era la suya, pero que a la vez no lo era.
- “¿Quién eres tú, que osas invocarme?”
- “Lo que debería importarte no es mi identidad, sino mi cometido.”
- “Muy bien, insignificante mujer… ¿Qué te trae ante mí?”
-“Vengo a venderte mi alma.”
El reflejo sonrió.
- “Excelente. ¿Y qué deseas a cambio? ¿Belleza sobrenatural?”
- “No.”
Y es que la mujer que se encontraba frente al espejo era extremadamente bella.
- “¿Que tu aspecto se mantenga inalterado hasta el fin de tus días?”
- “Tampoco.”
- “¿Tener la admiración y el amor de todos los hombres del Reino? ¿Es eso lo que quieres?”
- “No.”
- “¿Gozar de poderes Taumatúrgicos? ¿Manejar las Fuentes de la Magia a tu antojo?”
- “No.”
El reflejo enarcó una ceja.
-“Mmm… ¡Riquezas! Todos los mortales queréis riquezas.”
- “¿Qué me ofreces?”
- “¿La Corona del Fundador?”
- “No.”
- “¿Las Tres Gemas Elementales?”
- “No.”
- “¿La Espada Resplandeciente?”
- “¿Te refieres a la que mató al Devorador de Aqualonde?”
- “En efecto. ¿Te interesa?”
- “No.”
La voz que salía del espejo adquirió un matiz desesperado.
- “¿La Llave de la Torre Argéntea?”
- “No, lo siento.”
- “¿El Anillo de Poniente? ¿El Trono de Oro? ¿El Tesoro del Dragón? ¿El Cetro de Rubí?”
- “¿El del Rey Kharadras?”
- “No, el del Conde Glauco”.
- “Muy bien, en ese caso acepto.”
El Maestro del Mal, Amo de los Reflejos, Duque del Infierno y Comandante de la decimocuarta legión demoníaca suspiró aliviado. Pero enseguida volvió a sonreír, y extendiendo un brazo que atravesó la pulida superficie del espejo tendió a la mujer un pergamino.
- “Con tu sangre sellarás este contrato.”
La mujer cogió el pergamino, y empezó a leerlo. Cuando acabó sacó un estilete y se hizo un corte en el brazo izquierdo. Heridas similares marcaban su piel, algunas ya cicatrizadas y otras recientes. Dejó que sangre cayera en el contrato, y mientras lo devolvía comentó:
- “La segunda y la quinta cláusula pueden ser incluidas en la primera, quedaría mucho más elegante y claro. Aunque claro, es sólo una opinión.”
El reflejo miró extrañado a su interlocutora, e hizo desaparecer el pergamino. Acto seguido en sus manos apareció un bello cetro con decenas de rubíes engarzados, que entregó ceremoniosamente a la mujer.
- “Aquí tienes, mortal; disfruta de esta dádiva mientras puedas. Porque cuando llegue tu hora volveremos a vernos en el Inframundo, y tu alma será mía para toda la Eternidad.”
La Condenada se limitó a sonreír, y Suldanexathor la observó con curiosidad mientras abandonaba la sala. Extraña mujer, pensó.
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La sonrisa de la extraña mujer se ensanchó mientras bajaba las escaleras, y cuando salió de la torre estalló en carcajadas que rompieron el silencio circundante. ¿Belleza? ¿Poder? Ya había obtenido eso con anterioridad, ahora se había propuesto apoderarse de todos los tesoros del Reino, y con cada contrato estaba más cerca de lograrlo.
Sabía que estaba condenada a una Eternidad de tormentos, pero a veces pensaba que valía la pena sólo por el caos que iba a desatarse en el Inframundo cuando los Duques del Infierno se dieran cuenta de que habían comprado todos la misma alma.
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- Para Bárbara, con afecto.
Arriba le esperaba una habitación desnuda y sin ventanas con un espejo en su centro; despedía una débil luz que constituía la única iluminación de la sala. La mujer se acercó al espejo, y dirigiéndose a su reflejo exclamó:
- “¡Maestro del Mal, Amo de los Reflejos, Duque del Infierno y Comandante de la decimocuarta legión demoníaca, yo te invoco! ¡OH, SULDANEXATHOR, ACUDE A MI LLAMADA!"
Y el espejo le devolvió una imagen que podría ser perfectamente la suya, si ella tuviera los ojos de un brillante color violeta. Una imagen que le respondió con una voz que era la suya, pero que a la vez no lo era.
- “¿Quién eres tú, que osas invocarme?”
- “Lo que debería importarte no es mi identidad, sino mi cometido.”
- “Muy bien, insignificante mujer… ¿Qué te trae ante mí?”
-“Vengo a venderte mi alma.”
El reflejo sonrió.
- “Excelente. ¿Y qué deseas a cambio? ¿Belleza sobrenatural?”
- “No.”
Y es que la mujer que se encontraba frente al espejo era extremadamente bella.
- “¿Que tu aspecto se mantenga inalterado hasta el fin de tus días?”
- “Tampoco.”
- “¿Tener la admiración y el amor de todos los hombres del Reino? ¿Es eso lo que quieres?”
- “No.”
- “¿Gozar de poderes Taumatúrgicos? ¿Manejar las Fuentes de la Magia a tu antojo?”
- “No.”
El reflejo enarcó una ceja.
-“Mmm… ¡Riquezas! Todos los mortales queréis riquezas.”
- “¿Qué me ofreces?”
- “¿La Corona del Fundador?”
- “No.”
- “¿Las Tres Gemas Elementales?”
- “No.”
- “¿La Espada Resplandeciente?”
- “¿Te refieres a la que mató al Devorador de Aqualonde?”
- “En efecto. ¿Te interesa?”
- “No.”
La voz que salía del espejo adquirió un matiz desesperado.
- “¿La Llave de la Torre Argéntea?”
- “No, lo siento.”
- “¿El Anillo de Poniente? ¿El Trono de Oro? ¿El Tesoro del Dragón? ¿El Cetro de Rubí?”
- “¿El del Rey Kharadras?”
- “No, el del Conde Glauco”.
- “Muy bien, en ese caso acepto.”
El Maestro del Mal, Amo de los Reflejos, Duque del Infierno y Comandante de la decimocuarta legión demoníaca suspiró aliviado. Pero enseguida volvió a sonreír, y extendiendo un brazo que atravesó la pulida superficie del espejo tendió a la mujer un pergamino.
- “Con tu sangre sellarás este contrato.”
La mujer cogió el pergamino, y empezó a leerlo. Cuando acabó sacó un estilete y se hizo un corte en el brazo izquierdo. Heridas similares marcaban su piel, algunas ya cicatrizadas y otras recientes. Dejó que sangre cayera en el contrato, y mientras lo devolvía comentó:
- “La segunda y la quinta cláusula pueden ser incluidas en la primera, quedaría mucho más elegante y claro. Aunque claro, es sólo una opinión.”
El reflejo miró extrañado a su interlocutora, e hizo desaparecer el pergamino. Acto seguido en sus manos apareció un bello cetro con decenas de rubíes engarzados, que entregó ceremoniosamente a la mujer.
- “Aquí tienes, mortal; disfruta de esta dádiva mientras puedas. Porque cuando llegue tu hora volveremos a vernos en el Inframundo, y tu alma será mía para toda la Eternidad.”
La Condenada se limitó a sonreír, y Suldanexathor la observó con curiosidad mientras abandonaba la sala. Extraña mujer, pensó.
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La sonrisa de la extraña mujer se ensanchó mientras bajaba las escaleras, y cuando salió de la torre estalló en carcajadas que rompieron el silencio circundante. ¿Belleza? ¿Poder? Ya había obtenido eso con anterioridad, ahora se había propuesto apoderarse de todos los tesoros del Reino, y con cada contrato estaba más cerca de lograrlo.
Sabía que estaba condenada a una Eternidad de tormentos, pero a veces pensaba que valía la pena sólo por el caos que iba a desatarse en el Inframundo cuando los Duques del Infierno se dieran cuenta de que habían comprado todos la misma alma.
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- Para Bárbara, con afecto.