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La singladura del barquero (dedicado a Karhonte)

Publicado: 10 Jul 2004 00:53
por Cíclope Bizco
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Esta es la historia del primer lacayo de la humanidad; porque antes que nadie, él, ya estaba allí. Ni los más viejos y corroídos guijarros de la Laguna Estigia recuerdan ya nada semejante al sabor a olvidadiza hiel de las almas que se ahogaban en su enervante oleaje. Las cuencas fúnebres y nebulosas de Caronte sin consuelo lo han sufrido.

Y una vez, sin embargo, fue distinto.

Hubo una era infinita en la que los dioses, inexpertos jovenzuelos, descubrieron la pasión. La pasión de la creación, se amaron ardientemente y el icor que bullía de sus venas se diluyó en fabulosa progenie. De este modo, su eterna pasión dimanaba en soles, estrellas y también en negruras imperecederas; se creó el mundo, la tierra, el mar y el vano místico al que luego le nombraron cielo. Seguidamente, la garra y el tallo, el pico y la espina, la agalla y la semilla, las fauces y las flores. Y para gozar de todo ello, al idólatra de la eternidad, al hombre.

Yo os diré una apócrifa realidad, de toda vuestra raza miserable, es Caronte de todos el primero. Condenado a servir inmortal al resto.

Y arrojado a su sempiterno laborar con su bote y un remo fue maldito el infausto barquero.

Pasaba el tiempo y veía discurrir cachiporras y corbatas, ligueros y yelmos, bolsos y blasones. Las gentes iban y nunca volvían. Siempre con la última despedida en su boca macilenta. Así, vio medrar a sus semejantes del mundo, tanto como a sus sofisticadas guerras. En grupos cadavéricos familias, tribus, clanes, pueblos, polis, legiones, megalópolis, naciones y hemisferios se hacinaban en la carcomida y fabulosa barca de negro ónice. Tal era el poder del titánico navío que los espectros se agolpaban encogidos y temerosos del embate de las cáusticas olas estigias; su número no importaba, si eran diez hombres o diez mil millones de personas, todos tenían cabida en la infernal barcaza del barquero.

Mas los dioses saben que el alma malevolente pesa más en sí misma que la suma de todas sus grotescas maldades.Tantos, tantísimos eran que a Caronte extenuado y con salvaje y perenne esfuerzo bregaba con su remo argénteo en pos de la orilla que le libraba durante un trayecto de todo su perpetuo tormento. Pocos, poquísimos eran los puros espíritus que brillaban refulgentes de bondad, livianos de corazón, pues todo lo dan y nada poseen. De esta condenada suerte era la holística ultraterrena.

Y el peso del género humano lo sentía en sus brazos de como le dolían.

Cuando en un día, al cabo de una miríada de eones, no tuvo a nadie que recoger, su trabajo se trocó en indecible espanto. Expectante y aterrado, vio aparecer a otro nuevo extraño.

Sólo, tembloroso, silencioso, así llegó aquel hombre que arrojaba cantos rodados que chapoteaban reacios a hundirse en el gorgoteante caldo estigio. Gorgotenate como el cálido llanto que se derramaba desde el piélago de sus párpados, la abismal tristeza de una laguna de lágrimas humanas.

Y macabro el bote, macabro su barquero y macabro el pasajero, zarparon en pos del Averno.

Caronte, eternamente decrépito e inmortal, con los brazos agrietados y entumecidos por su fatigoso ahínco, remó y remó junto a un hombre que con su mortificante mudez parecía cargar sobre sus hombros exangües todo la fatalidad del mundo. Aún incluso más que Caronte mismo.

Entonces, desde la siniestra y oscura barcaza, bajó una luz consumida y titilante que con remolona melancolía escudriñó la turbada y turbia mirada del barquero.

«Soy el último», dijo.

Y en el más antiguo y fraternal de los saludos, ambos se asieron estrechamente del antebrazo. Y Caronte lloró, y Caronte sonrió como única vez en su vida perpetua y sombría. Y el murmullo de las olas arrastró una afectuosa despedida susurrante, «adiós hijo mío, adiós».

Y liberado por fin de su divina condena, se zambulló en las gorgoteantes aguas de azogue de la Laguna Estigia. Y olvidó. Así llegó a desconocer el estrago del esclavo, la tortura del tiempo, el lamento del muerto y el holocausto humano.

Y Caronte fue feliz.

Publicado: 10 Jul 2004 01:18
por Nicotin
Orfeo en la laguna estigia:

-... coño.. ¿nadie tiene cambio de cien?

Publicado: 10 Jul 2004 14:12
por NORNA
Y he aquí que viene en bote hacia nosotros
un viejo cano de cabello antiguo,
gritando « ¡Ay de vosotras, almas pravas!

No espeéis nunca contemplar el cielo;
vengo a llevaros a la otra orilla,
a la eterna tiniebla, al hielo, al fuego.

Y tu que aquí te encuentras, alma viva,
aparta de éstos otros ya difuntos.»
Pero viendo que yo no me marchaba,

dijo: «Por otra vía y otros puertos
a la playa has de ir, no por aqui;
más leve leño tendrá que llevarte»

Y el guía a él: «Caronte, no te irrites:
así se quiere allí donde se puede
lo que se quiere y más no me preguntes.»

Las peludas mejillas del barquero
del lívido pantano, cuyos ojos
rodeaban las llamas, se calmaron.

«Descendamos ahora al ciego mundo
-dijo el poeta todo amortecido-:
yo iré primero y tu vendrás detrás.»

Publicado: 12 Jul 2004 18:40
por StYgYaN
Y nadie se acuerda de mí, eh? Que yo soy importante en esta historia!