Encuentros en la Tercera Fase
Publicado: 25 Feb 2003 17:09
He aquí el escalofriante relato de mi encuentro con el malcarado y antisocial Dolordebarriga (Originalmente publicado en...er...bueno...¿y qué caraho importa?):
Lo primero que vi fue una zumbante nube de moscas tras una esquina. Allí, vestido con un harapiento abrigo repleto de remiendos, y cubierto con un desvencijado y mugriento sombrero, estaba Dolordebarriga. Sus zapatos abrían hambrientos las fauces, mostrando sus hileras de clavos cual oxidada dentadura de cocodrilo. Unos dedos de negras uñas asomaban por los agujeros de los calcetines. El hedor a cochambre y orín era tan intenso que llegó a marearme. Agarraba una botella cubierta por una bolsa de papel con una de sus manos envueltas en sucios mitones. Me miró con enrojecidos y legañosos ojos, y, con una sonrisa desdentada, me dijo: -"Eh, hermano, ¿me prestas un par de pavos?". Su cuerpo se tambaleaba lastimosamente, y su mirada bizqueaba en torno a la roja y redondeada nariz.
Tan lamentable era su estado, que decidí, en lugar de darle unas monedas que gastarse en alcohol, llevarle a desayunar, pues tenía aspecto de no haber probado nada caliente en varios días.
Caminar junto a él era sumamente incómodo: caminaba haciendo eses, desvariando, eructando, y canturreando vocingleramente canciones de Raimon. Continuamente tuve que pedir excusas en su nombre, porque no había chica a la que no importunase con pellizcos y lascivos exabruptos. Las cosas pudieron ponerse trágicas de no haber actuado yo con sumo tino y diplomacia, pues Dolordebarriga no podía caminar cien pasos sin meterse en algún lío. Se enzarzó con un grupo de marroquíes, a quienes llamó "moracos despreciables". Después, se encaró con un par de gitanos rumanos, a quienes acusaba de quitarle los mejores rincones para dormir en la estación de metro. De milagro nadie nos rebanó el pescuezo allí mismo.
Llegamos a una cafetería. Allí le pedí un café con leche y un croissant. Obviaré la manera en que se lo tomó, haciendo toda clase de ruidos groseros que nos convirtieron en el enojoso centro de atención. Pero eso no fue lo peor: la leche y la ginebra barata no deben compaginar bien, pues, sin previo aviso, lanzó una torrencial vomitona que se extendió por el mostrador del bar, salpicándolo todo. Clientes, camareros, y todo el género expuesto, fueron objeto de una repugnante lluvia de tropezones que provocaron un caos de exclamaciones, mareos, arcadas y confusión.
No tardamos mucho en vernos arrojados a la calle de modo no muy cariñoso. Dolordebarriga no parecía ser consciente de nada, por lo visto aquella clase de situaciones eran el pan de cada día para él. Yo a duras penas pude ponerme en pie. Me ofrecí a acompañarle a un albergue, para que pudiera pasar la noche a cubierto. Él desvariaba, sin importarle en absoluto estar completamente cubierto de vómito.
Mientras caminábamos, me contó toda clase de estrambóticas historias de vagabundos. Me habló de algunos personajes del submundo de los "homeless", como por ejemplo de una prostituta retirada adicta al pegamento, a la que llamaban "Barbie", no por la muñeca, sino por los pelillos incipientes que poblaban su mentón.
(continuará...¿o qué te pensabas, Dolorcín, que esto terminaba aquí?)
Lo primero que vi fue una zumbante nube de moscas tras una esquina. Allí, vestido con un harapiento abrigo repleto de remiendos, y cubierto con un desvencijado y mugriento sombrero, estaba Dolordebarriga. Sus zapatos abrían hambrientos las fauces, mostrando sus hileras de clavos cual oxidada dentadura de cocodrilo. Unos dedos de negras uñas asomaban por los agujeros de los calcetines. El hedor a cochambre y orín era tan intenso que llegó a marearme. Agarraba una botella cubierta por una bolsa de papel con una de sus manos envueltas en sucios mitones. Me miró con enrojecidos y legañosos ojos, y, con una sonrisa desdentada, me dijo: -"Eh, hermano, ¿me prestas un par de pavos?". Su cuerpo se tambaleaba lastimosamente, y su mirada bizqueaba en torno a la roja y redondeada nariz.
Tan lamentable era su estado, que decidí, en lugar de darle unas monedas que gastarse en alcohol, llevarle a desayunar, pues tenía aspecto de no haber probado nada caliente en varios días.
Caminar junto a él era sumamente incómodo: caminaba haciendo eses, desvariando, eructando, y canturreando vocingleramente canciones de Raimon. Continuamente tuve que pedir excusas en su nombre, porque no había chica a la que no importunase con pellizcos y lascivos exabruptos. Las cosas pudieron ponerse trágicas de no haber actuado yo con sumo tino y diplomacia, pues Dolordebarriga no podía caminar cien pasos sin meterse en algún lío. Se enzarzó con un grupo de marroquíes, a quienes llamó "moracos despreciables". Después, se encaró con un par de gitanos rumanos, a quienes acusaba de quitarle los mejores rincones para dormir en la estación de metro. De milagro nadie nos rebanó el pescuezo allí mismo.
Llegamos a una cafetería. Allí le pedí un café con leche y un croissant. Obviaré la manera en que se lo tomó, haciendo toda clase de ruidos groseros que nos convirtieron en el enojoso centro de atención. Pero eso no fue lo peor: la leche y la ginebra barata no deben compaginar bien, pues, sin previo aviso, lanzó una torrencial vomitona que se extendió por el mostrador del bar, salpicándolo todo. Clientes, camareros, y todo el género expuesto, fueron objeto de una repugnante lluvia de tropezones que provocaron un caos de exclamaciones, mareos, arcadas y confusión.
No tardamos mucho en vernos arrojados a la calle de modo no muy cariñoso. Dolordebarriga no parecía ser consciente de nada, por lo visto aquella clase de situaciones eran el pan de cada día para él. Yo a duras penas pude ponerme en pie. Me ofrecí a acompañarle a un albergue, para que pudiera pasar la noche a cubierto. Él desvariaba, sin importarle en absoluto estar completamente cubierto de vómito.
Mientras caminábamos, me contó toda clase de estrambóticas historias de vagabundos. Me habló de algunos personajes del submundo de los "homeless", como por ejemplo de una prostituta retirada adicta al pegamento, a la que llamaban "Barbie", no por la muñeca, sino por los pelillos incipientes que poblaban su mentón.
(continuará...¿o qué te pensabas, Dolorcín, que esto terminaba aquí?)