ÁNIMO GRUMETE
ÁNIMO GRUMETE
Se han dicho muchas cosas sobre ti; y creo que ha llegado el momento de que toda esta gente sepa tu verdadera historia, por si a alguien le puede servir de ayuda, de esa forma rendimos un homenaje desde aquí al Día Mundial de la Salud Mental, que se ha celebrado hoy.
Historia de un esquizofrénico: «Un día descubres que estás loco perdido»
Roberto Sánchez Montes, alias Grumete en los foros de internet, sufrió un brote psicótico y casi provoca una tragedia al sembrar de pedruscos una autovía. Hoy, 10 años después, está bajo tratamiento y hace vida normal
El Día Mundial de la Salud Mental acaba de recordar a un colectivo que todavía sufre «un estigma intolerable, porque no se puede menospreciar a un enfermo por el mero hecho de serlo». Ésa es la queja unánime de los familiares, psiquiatras y psicólogos implicados en una lucha con esperanza: «Son personas que no están necesariamente condenadas a 'salir de la circulación'», insisten. La razón está de su parte: hay afectados -dos tercios en el caso de la esquizofrenia- que superan la demencia. «Eso sí, es conveniente que no abandonen la medicación y huyan, como de la peste, de los climas sociales hostiles», aclara José Cabrera, psiquiatra y asesor científico de la Confederación Española de Agrupaciones de Familiares y Enfermos Mentales (FEAFES).
Nadie sabe de antemano quién está libre de perder el juicio. Ni quién será capaz de recobrar la lucidez. Cualquiera puede despertarse por la mañana con una de esas sensaciones que cambian la vida: «Te das cuenta de que estás loco, esquizofrénico perdido», suelta con naturalidad Grumete, sentado a la mesa de una sala de ASCASAM (Asociación Cántabra Pro-Salud Mental). Contratado desde hace cuatro años en un centro especial de empleo -destinado al reciclado de consumibles informáticos-, ansioso por emanciparse y feliz con una novia «normal», tiene los ojos clavados en el futuro y se aferra con toda sus fuerzas a una frase: «La vida es como ir en bicicleta, si no pedaleas, te caes».
Y él tiene buenas piernas, por algo ha sido campeón nacional de atletismo en el campeonato para disminuidos psíquicos celebrado en Pontevedra. Voluntad para seguir adelante tampoco le falta. No se ha arrugado ante los obstáculos. Ni ante el peor de todos, una enfermedad que irrumpió con tal virulencia que llegó a merecer unas líneas en la prensa vizcaína. «Mira, lee, éste soy yo», aclara con entusiasmo mientras alisa un recorte de periódico sobre la mesa.
Fue en 1994, de madrugada y poco antes de Navidad: un joven santanderino, de 21 años, tuvo la ocurrencia de sembrar de pedruscos la intersección de dos autopistas en las inmediaciones de Bilbao, y cruzar chapas y cuñas de madera sobre la calzada. Varios turismos sufrieron desperfectos y se evitó la tragedia porque un conductor dio aviso a la Policía.
Había caído en un pozo sin fondo. «Me acosaban las voces, no controlaba mis pensamientos, no entendía lo que me decían, sufría manías persecutorias, creía que mis amigos planeaban matarme... Total, la típica historia del 'bueno-bueno' que cuando se vuelve malo, es el peor de todos». Al pedirle más detalles, vacila por primera vez. La mirada se le pierde unos instantes, pero en cuanto cesan las preguntas, salta de nuevo una chispa en su ojos verdes. «Qué va, miedo no le tengo a nada. Ni a recaer ni a relacionarme con la gente. Está claro: si te acojonas, tienes el partido perdido desde el principio. Pero si saltas al campo pisando fuerte, ¿por qué no vas a ganar?».
A grandes zancadas, Grumete deja atrás la asociación y cruza la Plaza Porticada santanderina en dirección a su coche. Por las tardes libra -trabaja de 7.30 a 15.30-, y no quiere desperdiciar la oportunidad de mostrar su lugar de trabajo. Se acomoda al volante y enfila el vehículo hacia Iniciativas Labor, una sección de 40 operarios dentro de la empresa Graphiland, que cuenta con 50 en plantilla y se ubica a siete kilómetros de Santander. Mientras conduce, echa mano de los recuerdos. Habla muy deprisa y de corrido, como quien recita una lección. A estas alturas, cuando echa la vista atrás -más allá del «episodio»-, tiene la impresión de encontrarse ante una persona totalmente ajena a él. Se ha visto obligado «a nacer por segunda vez», y gran parte de sí mismo se ha quedado en el camino.
Ciencias Exactas
En 1994, Grumete estudiaba tercero de Ciencias Exactas y el «amor propio» alimentaba sus sueños de gloria. «Pero entonces me desbordaron las frustraciones amorosas y un malestar profundo por tantas cosas... Es que era hipersensible y todo me lo guardaba, me lo 'tragaba'. Los fines de semana me desfogaba. Salía, tenía madera de líder, consumía sustancias (estupefacientes) y me sentía bien». Así tentaba al diablo, porque desde su nacimiento él forma parte de ese 1% de la población con predisposición a sufrir esquizofrenia; el estrés, las drogas o las crisis son los detonantes de la enfermedad.
Su lucidez se hizo añicos la noche que cogió el coche «con la cabeza a punto de explotar». La Policía se percató de lo penoso de su estado a los dos minutos de apresarlo en uno de los carriles derechos de la A-8. Su internamiento en Basurto y posterior traslado a Zamudio fueron los primeros peldaños de su particular descenso a los infiernos. Tocó fondo tras seis meses en el hospital -varias veces atado y bajo sedación- y dos años postrado en la cama, presa de una depresión aguda, y con el suicidio como único pensamiento. De aquel tiempo, no sólo le queda un poso amargo en la memoria. Todavía recibe medicación, «los ramalazos de tristeza» le asaltan a la mínima oportunidad y, en ocasiones, se le despierta «un instinto agresivo muy fuerte».
Aún así, siente gratitud: «No exagero, soy mejor por dentro y eso me da alegría. Ahora no me importa decir 'te quiero', y comprendo muy bien a la gente que sufre». Frunce el ceño sumido en el pasado, y aparca el coche junto a un polígono industrial. Enseguida salen dos operarios que saludan a los recién llegados con afecto, y como en cámara lenta. «Sí, están bastante medicados pero funcionan con eficacia».
Como abanderado de «la causa de los trastornados», leyó el año pasado en el Parlamento cántabro unas líneas sobre su experiencia y fue contundente. «No tengo nada que envidiar a nadie», proclamó elevando la voz. En su oficio, desempeña la función de coordinador y no disimula su orgullo: «Me he ganado la confianza de nuestro jefe, Enrique Cantera, un hombre muy capaz y con gran sensibilidad hacia nuestra problemática. Como que tiene un hijo afectado que trabaja con nosotros».
Su abuela Consuelo y sus padres, Blanca y Roberto, arropan las ambiciones del «más complicado de la familia» con la ternura de quien mima un pajarillo que echa las primeras plumas. El propósito es que remonte el vuelo hasta donde le lleven sus ilusiones.
Grumete ya agita las alas: «Tengo pensado hacer un curso de informática en breve, y, a medio plazo, me gustaría entrar en una compañía ordinaria». De repente se calla y enciende un cigarrillo. Cada día fuma tres cajetillas; incluso se despierta por la noche para paladear un pitillo. «No puedo dejarlo, es la angustia que no me abandona».
Historia de un esquizofrénico: «Un día descubres que estás loco perdido»
Roberto Sánchez Montes, alias Grumete en los foros de internet, sufrió un brote psicótico y casi provoca una tragedia al sembrar de pedruscos una autovía. Hoy, 10 años después, está bajo tratamiento y hace vida normal
El Día Mundial de la Salud Mental acaba de recordar a un colectivo que todavía sufre «un estigma intolerable, porque no se puede menospreciar a un enfermo por el mero hecho de serlo». Ésa es la queja unánime de los familiares, psiquiatras y psicólogos implicados en una lucha con esperanza: «Son personas que no están necesariamente condenadas a 'salir de la circulación'», insisten. La razón está de su parte: hay afectados -dos tercios en el caso de la esquizofrenia- que superan la demencia. «Eso sí, es conveniente que no abandonen la medicación y huyan, como de la peste, de los climas sociales hostiles», aclara José Cabrera, psiquiatra y asesor científico de la Confederación Española de Agrupaciones de Familiares y Enfermos Mentales (FEAFES).
Nadie sabe de antemano quién está libre de perder el juicio. Ni quién será capaz de recobrar la lucidez. Cualquiera puede despertarse por la mañana con una de esas sensaciones que cambian la vida: «Te das cuenta de que estás loco, esquizofrénico perdido», suelta con naturalidad Grumete, sentado a la mesa de una sala de ASCASAM (Asociación Cántabra Pro-Salud Mental). Contratado desde hace cuatro años en un centro especial de empleo -destinado al reciclado de consumibles informáticos-, ansioso por emanciparse y feliz con una novia «normal», tiene los ojos clavados en el futuro y se aferra con toda sus fuerzas a una frase: «La vida es como ir en bicicleta, si no pedaleas, te caes».
Y él tiene buenas piernas, por algo ha sido campeón nacional de atletismo en el campeonato para disminuidos psíquicos celebrado en Pontevedra. Voluntad para seguir adelante tampoco le falta. No se ha arrugado ante los obstáculos. Ni ante el peor de todos, una enfermedad que irrumpió con tal virulencia que llegó a merecer unas líneas en la prensa vizcaína. «Mira, lee, éste soy yo», aclara con entusiasmo mientras alisa un recorte de periódico sobre la mesa.
Fue en 1994, de madrugada y poco antes de Navidad: un joven santanderino, de 21 años, tuvo la ocurrencia de sembrar de pedruscos la intersección de dos autopistas en las inmediaciones de Bilbao, y cruzar chapas y cuñas de madera sobre la calzada. Varios turismos sufrieron desperfectos y se evitó la tragedia porque un conductor dio aviso a la Policía.
Había caído en un pozo sin fondo. «Me acosaban las voces, no controlaba mis pensamientos, no entendía lo que me decían, sufría manías persecutorias, creía que mis amigos planeaban matarme... Total, la típica historia del 'bueno-bueno' que cuando se vuelve malo, es el peor de todos». Al pedirle más detalles, vacila por primera vez. La mirada se le pierde unos instantes, pero en cuanto cesan las preguntas, salta de nuevo una chispa en su ojos verdes. «Qué va, miedo no le tengo a nada. Ni a recaer ni a relacionarme con la gente. Está claro: si te acojonas, tienes el partido perdido desde el principio. Pero si saltas al campo pisando fuerte, ¿por qué no vas a ganar?».
A grandes zancadas, Grumete deja atrás la asociación y cruza la Plaza Porticada santanderina en dirección a su coche. Por las tardes libra -trabaja de 7.30 a 15.30-, y no quiere desperdiciar la oportunidad de mostrar su lugar de trabajo. Se acomoda al volante y enfila el vehículo hacia Iniciativas Labor, una sección de 40 operarios dentro de la empresa Graphiland, que cuenta con 50 en plantilla y se ubica a siete kilómetros de Santander. Mientras conduce, echa mano de los recuerdos. Habla muy deprisa y de corrido, como quien recita una lección. A estas alturas, cuando echa la vista atrás -más allá del «episodio»-, tiene la impresión de encontrarse ante una persona totalmente ajena a él. Se ha visto obligado «a nacer por segunda vez», y gran parte de sí mismo se ha quedado en el camino.
Ciencias Exactas
En 1994, Grumete estudiaba tercero de Ciencias Exactas y el «amor propio» alimentaba sus sueños de gloria. «Pero entonces me desbordaron las frustraciones amorosas y un malestar profundo por tantas cosas... Es que era hipersensible y todo me lo guardaba, me lo 'tragaba'. Los fines de semana me desfogaba. Salía, tenía madera de líder, consumía sustancias (estupefacientes) y me sentía bien». Así tentaba al diablo, porque desde su nacimiento él forma parte de ese 1% de la población con predisposición a sufrir esquizofrenia; el estrés, las drogas o las crisis son los detonantes de la enfermedad.
Su lucidez se hizo añicos la noche que cogió el coche «con la cabeza a punto de explotar». La Policía se percató de lo penoso de su estado a los dos minutos de apresarlo en uno de los carriles derechos de la A-8. Su internamiento en Basurto y posterior traslado a Zamudio fueron los primeros peldaños de su particular descenso a los infiernos. Tocó fondo tras seis meses en el hospital -varias veces atado y bajo sedación- y dos años postrado en la cama, presa de una depresión aguda, y con el suicidio como único pensamiento. De aquel tiempo, no sólo le queda un poso amargo en la memoria. Todavía recibe medicación, «los ramalazos de tristeza» le asaltan a la mínima oportunidad y, en ocasiones, se le despierta «un instinto agresivo muy fuerte».
Aún así, siente gratitud: «No exagero, soy mejor por dentro y eso me da alegría. Ahora no me importa decir 'te quiero', y comprendo muy bien a la gente que sufre». Frunce el ceño sumido en el pasado, y aparca el coche junto a un polígono industrial. Enseguida salen dos operarios que saludan a los recién llegados con afecto, y como en cámara lenta. «Sí, están bastante medicados pero funcionan con eficacia».
Como abanderado de «la causa de los trastornados», leyó el año pasado en el Parlamento cántabro unas líneas sobre su experiencia y fue contundente. «No tengo nada que envidiar a nadie», proclamó elevando la voz. En su oficio, desempeña la función de coordinador y no disimula su orgullo: «Me he ganado la confianza de nuestro jefe, Enrique Cantera, un hombre muy capaz y con gran sensibilidad hacia nuestra problemática. Como que tiene un hijo afectado que trabaja con nosotros».
Su abuela Consuelo y sus padres, Blanca y Roberto, arropan las ambiciones del «más complicado de la familia» con la ternura de quien mima un pajarillo que echa las primeras plumas. El propósito es que remonte el vuelo hasta donde le lleven sus ilusiones.
Grumete ya agita las alas: «Tengo pensado hacer un curso de informática en breve, y, a medio plazo, me gustaría entrar en una compañía ordinaria». De repente se calla y enciende un cigarrillo. Cada día fuma tres cajetillas; incluso se despierta por la noche para paladear un pitillo. «No puedo dejarlo, es la angustia que no me abandona».
- Penetreitor
- Mojahedín
- Mensajes: 879
- Registrado: 17 Sep 2003 12:19
Pues nada, el muchacho, que sigue emperrado en demostranos sus carencias y sus miserias.
Esto va por rachas, entra, sale escaldado, se va una temporada y vuelve.
Eddu, no te parece que ya tienes edad para andar haciendo el gilipollas, venga hombre, que ya te negrea el prado para éstas tonterias.
Esto va por rachas, entra, sale escaldado, se va una temporada y vuelve.
Eddu, no te parece que ya tienes edad para andar haciendo el gilipollas, venga hombre, que ya te negrea el prado para éstas tonterias.
Pleased to meet you, hope you guess my name, but what's puzzling you, is the nature of my game.
Sympathy for the devil. Rolling Stones
Sympathy for the devil. Rolling Stones
- put hero
- Mulá
- Mensajes: 1338
- Registrado: 03 Mar 2003 01:50
- Ubicación: Algo huele a podrido en Dinamarca.
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Y,La verdad, es q este post de eddu,a mi me ha parecido,interesante y solidario con las personas q tienen algún problema.Yo mismo podría ser Grumete,o cualquiera q tenga un mal día.Lo digo por experiencia.
¿Nunca os habeis despertado y descubres q tu vida no es la q tu te creias q era,y ante un acontecimiento tan duro,tan amargo,tal difícil de asimilar y, por la circunstacias particulares de cada caso,OS BLOQUAEIS y actuais de forma totalmente absurda o incluso de forma antisocial?
Ya q tu mundo se está haciendo mierda.¿No?
¿A lo mejor siempre habeis vivido entre algodones,y la vida nunca os ha dado ningún palo.?
Espero q vuestro equilibrio sea firme,y sin lagunas,lo suficiente para no andar fijandoos en las gilipolleces o en las tonterias de otro.
¿Nunca os habeis despertado y descubres q tu vida no es la q tu te creias q era,y ante un acontecimiento tan duro,tan amargo,tal difícil de asimilar y, por la circunstacias particulares de cada caso,OS BLOQUAEIS y actuais de forma totalmente absurda o incluso de forma antisocial?
Ya q tu mundo se está haciendo mierda.¿No?
¿A lo mejor siempre habeis vivido entre algodones,y la vida nunca os ha dado ningún palo.?
Espero q vuestro equilibrio sea firme,y sin lagunas,lo suficiente para no andar fijandoos en las gilipolleces o en las tonterias de otro.