Te lo repito por enésima vez, yo no miro a nadie desde arriba. Yo os observo desde abajo.
No creo que haya nadie mas cínico que yo ahora mismo. Solo confío en lo que yo pueda hacer con mis manos y por mí mismo. Y recelo de todo lo demás.
Esa es la puta realidad de este país. La gran verdad: que en el fondo tenemos lo que nos merecemos como ciudadanos.
Yo ya lo asumí. Lo acepté. Detuve mi pataleo, me embadurné de vaselina y dejé que me preñaran a pelo: todo lo que dependa de otros -además de uno mismo- tendrá resultados mediocres.
Y aquí estoy, bregando en el barro. De vez en cuando levanto la cabeza y observo vuestras entretenidas -y lo digo de verdad- charlas. Veo algunas ideas esperanzadoras, veo bastantes argumentos brillantes. Pero al final todas se resumen en lo mismo: las soluciones dependen de otros ciudadanos y por lo tanto van a tener resultados mediocres.
Y no hay más. No hay una Arcadia ideal. Así que, ¿qué más da?