En el segundo año de instituto, en 1982, te enamoraste locamente de Vanesa, una belleza con un culo hipnotizante. En una fiesta de clase la emborrachaste y os enrollastéis. Te dijo que se había peleado con su novio y que quería que en adelante estuvieras con ella. Cuando al día siguiente pasaste por su casa para invitarla a ir al cine, ahí estaba con el que luego sabrías que era su novio. Cuando te acercaste, aún no sabes bien con qué intención, ella te llamó cerdo y te pegó una bofetada. Su novio inmediatamente después te dio la paliza de tu vida. Luego te enteraste que habías sido un segundo plato para desquitarse y que ella le contó a su novio que la forzaste.
Tras unos años trabajando en la construcción, decidiste rehacer tu vida presentándote a unas oposiciones. Tras dos años de intenso estudio, en 1990 te presentaste y conseguiste quedar cuarto. Sólo pasaban los tres primeros.
Caíste en el alcohol y te pasaste algo más de una década sumido en tus propias heces mentales (y algo más físicas también, de vez en cuando) hasta que un ángel con unas tetas preciosas, de nombre Elisa, te rescató. Conociste el amor y, cuatro años después, el más profundo dolor.
31 de octubre de 2006, tu novia te confesó que te la había estado metiendo doblada con un cubano que le presentaste durante algo más de medio año. Nunca le levantarías la mano a una mujer, así que te pusiste a llorar. Otra vez un segundón. Cuando ella te quiso abrazar, te fuiste corriendo. Tras varios años sin catar el alcohol, te metiste en un bar y pillaste la mayor borrachera de tu vida.
Al día siguiente saliste de un after y cogiste el coche. No te diste cuenta de que un coche de la guardia civil te estuvo siguiendo mientras zigzagueabas, te metías por una calle en dirección contraria y estabas a punto de colisionar con diversos coches y piezas de mobiliario urbano. Cuando te diste cuenta de que el coche de detrás te hacía luces y te daba el alto, te importó una mierda. Seguiste un rato más hasta que te cansaste y los saludaste con un porro en la mano.
Perdiste todos los puntos de golpe, por conducir ebrio y de forma temeraria, por circular contra dirección y por ignorar las órdenes de los agentes.
Fuiste el primer español en perder el carné de conducir. En cierto modo la idea te producía una extraña satisfacción.
Una semana después, seguías cayendo más y más hondo en tu espiral de autodestrucción. Te volvió a parar la policía conduciendo borracho. Les dijiste "soy el primer español que pierde el carné", les dijiste que te daba igual lo que te hicieran, que todo te importaba una mierda. Ellos no entendieron nada.
Al poco fuiste el primer español en ser encarcelado por conducir sin carné a causa de la pérdida de todos los puntos.
Por eso te escribo esta oda, Miguel Ángel Medina González. Porque por fin has sido el primero -y por dos veces.
Venga.
