Recursos
Publicado: 31 Ago 2006 12:49
La gente dice que soy un cabrón. Y puede que tengan razón. Desde su punto de vista, claro. Desde el mío sólo puedo decir que nací para hacer mi trabajo. Me gusta. ¿Hay algún pecado en eso? Pues parece que nadie puede entenderlo.
Hace poco un colega me decía: “Trabajar en recursos humanos es como trabajar en las galeras del capital”. Me quedé pensándolo un momento y me imaginé aquella escena de Ben-Hur en la que gritaban: “Boga de ataque” y los látigos restañaban sobre las espaldas de los remeros, mientras el ritmo del tambor se hacía frenético. Un sentimiento de orgullo recorrió mi columna vertebral.
Boga de ataque. Hay que estar dispuesto a darlo todo en los momentos decisivos. Y quien no lo esté, no tiene sitio en este mundo.
Hago bien mi trabajo. No cabe la menor duda. No me tiembla la voz cuando tengo que llamar a alguien para despedirlo. Si el látigo no le ha hecho remar más fuerte no tiene sentido seguir dándole su ración de comida. Esto son lecciones que te enseña la vida. Todos somos recursos reemplazables. Lo que yo llamo: “el sentimiento práctico de la vida”.
Un ejemplo. Los últimos años de mi juventud los compartí con una mujer. Vivimos juntos casi tres años en un piso en alquiler. Su belleza era lo que necesitaba para terminar de decorar mi fotografía. Ella tenía sus planes de boda.
Un buen día recibí una llamada de teléfono. Me dijeron que ella había tenido un accidente, que estaba ingresada. Cuando llegué al hospital encontré una persona inconsciente que recordaba vagamente a la mujer hermosa que vivía conmigo. Pero aquel guiñapo ya no era bello. Los médicos nunca dicen nada. Tardaron varios días en confesarme que nunca más recuperaría su belleza, ni siquiera podría andar. Paralizada de cintura para abajo.
Ya no tenía ningún sentido. Y así se lo dije cuando recuperó la consciencia. Ya no me servía para bogar fuerte. No estaba dispuesto a desperdiciar el resto de mi vida junto a una paralítica con la cara deformada.
La verdad puede doler, pero a mi me lo pone dura. Recuerdo que allí, sentado en la habitación del hospital, mientras decía que la abandonaba, que cuando volviera a casa ya me habría llevado todas mis cosas, tuve una erección tremenda. Un ataque de priapismo descomunal.
Un recurso agotado.
Por eso me gusta mi trabajo. Me considero un científico que mide las capacidades humanas hasta sus límites. Cuando ya no dan más de sí, el recurso se ha acabado. Y yo me sigo empalmando cuando le comunico a alguien que la empresa va a prescindir de sus servicios.
Hace poco un colega me decía: “Trabajar en recursos humanos es como trabajar en las galeras del capital”. Me quedé pensándolo un momento y me imaginé aquella escena de Ben-Hur en la que gritaban: “Boga de ataque” y los látigos restañaban sobre las espaldas de los remeros, mientras el ritmo del tambor se hacía frenético. Un sentimiento de orgullo recorrió mi columna vertebral.
Boga de ataque. Hay que estar dispuesto a darlo todo en los momentos decisivos. Y quien no lo esté, no tiene sitio en este mundo.
Hago bien mi trabajo. No cabe la menor duda. No me tiembla la voz cuando tengo que llamar a alguien para despedirlo. Si el látigo no le ha hecho remar más fuerte no tiene sentido seguir dándole su ración de comida. Esto son lecciones que te enseña la vida. Todos somos recursos reemplazables. Lo que yo llamo: “el sentimiento práctico de la vida”.
Un ejemplo. Los últimos años de mi juventud los compartí con una mujer. Vivimos juntos casi tres años en un piso en alquiler. Su belleza era lo que necesitaba para terminar de decorar mi fotografía. Ella tenía sus planes de boda.
Un buen día recibí una llamada de teléfono. Me dijeron que ella había tenido un accidente, que estaba ingresada. Cuando llegué al hospital encontré una persona inconsciente que recordaba vagamente a la mujer hermosa que vivía conmigo. Pero aquel guiñapo ya no era bello. Los médicos nunca dicen nada. Tardaron varios días en confesarme que nunca más recuperaría su belleza, ni siquiera podría andar. Paralizada de cintura para abajo.
Ya no tenía ningún sentido. Y así se lo dije cuando recuperó la consciencia. Ya no me servía para bogar fuerte. No estaba dispuesto a desperdiciar el resto de mi vida junto a una paralítica con la cara deformada.
La verdad puede doler, pero a mi me lo pone dura. Recuerdo que allí, sentado en la habitación del hospital, mientras decía que la abandonaba, que cuando volviera a casa ya me habría llevado todas mis cosas, tuve una erección tremenda. Un ataque de priapismo descomunal.
Un recurso agotado.
Por eso me gusta mi trabajo. Me considero un científico que mide las capacidades humanas hasta sus límites. Cuando ya no dan más de sí, el recurso se ha acabado. Y yo me sigo empalmando cuando le comunico a alguien que la empresa va a prescindir de sus servicios.