Para después
Publicado: 26 May 2006 00:58
PARA DESPUÉS
Ahora, aun estáis en el paraíso de la niñez, inmensa selva de luz dormida entre los árboles, que no guarda, ceñudo, el rostro de ningún ángel empuñando la espada de fuego.
Ahora el tiempo es sólo un pájaro, probablemente un jilguero que gorgojea incansable su música, empujando así las sombras de la muerte hacia el otro lado del monte, más allá de las playas remotas y soleadas del Pacífico, donde todos los relojes se oxidan, la tabla de multiplicar carece de sentido, y los esqueletos han sido derrotados por altos cocoteros cubiertos de monos que mean sobre los reglamentos, los códigos, los semáforos y los pitidos del árbitro.
Y un día saldréis del paraíso casi sin que lo advirtáis, pero no lo olvidéis del todo.
Si se pierde la memoria del viejo bosque, nunca habrá amor verdadero, ni palabra justa y medida, ni la hombría acabada y redonda, aunque os dejéis crecer la barba hasta el ombligo y alcéis la voz dando fuertes puñetazos en la mesa.
Ni siquiera la habrá (yo lo sé) aunque rompáis la mesa.
Hay, también, otro paraíso, pero dentro, y que conviene cuidar todos los días al salir del sueño, con el agua clara de la inteligencia, el orballo de la comprensión y la húmeda niebla de la amistad.
Y si los árboles de la selva interior los mueve el viento de la libertad, ésa que se ríe de las mordazas y los bozales de la hipocresía, y de las verdades acuñadas por el miedo al poder de los que emplean las armas en vez de la razón ,yo seré feliz. En algún lugar. No sé donde; acaso detrás de cualquier puerta entornada que da al campo de un verano, con río incluido y gentes amables que ríen y meriendan su tortilla de patatas y sinfonía de grillos al borde del agua, o puede ser que agazapado en las páginas de una novela de Stevenson, de la voz escrita y tan honda de Cunqueiro o de un fantástico relato de Borges.
Porque la verdad es que nadie muere del todo. Por lo menos, eso creo.
Ahora, aun estáis en el paraíso de la niñez, inmensa selva de luz dormida entre los árboles, que no guarda, ceñudo, el rostro de ningún ángel empuñando la espada de fuego.
Ahora el tiempo es sólo un pájaro, probablemente un jilguero que gorgojea incansable su música, empujando así las sombras de la muerte hacia el otro lado del monte, más allá de las playas remotas y soleadas del Pacífico, donde todos los relojes se oxidan, la tabla de multiplicar carece de sentido, y los esqueletos han sido derrotados por altos cocoteros cubiertos de monos que mean sobre los reglamentos, los códigos, los semáforos y los pitidos del árbitro.
Y un día saldréis del paraíso casi sin que lo advirtáis, pero no lo olvidéis del todo.
Si se pierde la memoria del viejo bosque, nunca habrá amor verdadero, ni palabra justa y medida, ni la hombría acabada y redonda, aunque os dejéis crecer la barba hasta el ombligo y alcéis la voz dando fuertes puñetazos en la mesa.
Ni siquiera la habrá (yo lo sé) aunque rompáis la mesa.
Hay, también, otro paraíso, pero dentro, y que conviene cuidar todos los días al salir del sueño, con el agua clara de la inteligencia, el orballo de la comprensión y la húmeda niebla de la amistad.
Y si los árboles de la selva interior los mueve el viento de la libertad, ésa que se ríe de las mordazas y los bozales de la hipocresía, y de las verdades acuñadas por el miedo al poder de los que emplean las armas en vez de la razón ,yo seré feliz. En algún lugar. No sé donde; acaso detrás de cualquier puerta entornada que da al campo de un verano, con río incluido y gentes amables que ríen y meriendan su tortilla de patatas y sinfonía de grillos al borde del agua, o puede ser que agazapado en las páginas de una novela de Stevenson, de la voz escrita y tan honda de Cunqueiro o de un fantástico relato de Borges.
Porque la verdad es que nadie muere del todo. Por lo menos, eso creo.