Nueva Era
Publicado: 01 Ago 2005 22:40
El atardecer se acercaba con presteza, como si la noche tuviese prisa por caer, llenando el cielo de tonos rojizos. Una pequeña brisa se levantaba en el horizonte, removiendo la tierra a su paso, creando dibujos de arena en el aire con múltiples formas. Una escena idílica de no ser por el contexto de destrucción en el que se había producido. Entre las viejas estructuras de lo que antaño habían sido edificios y las carcasas de antiguos vehículos algo se movía con agilidad. Un chico joven, quizá más de lo que aparentaba el tono negruzco y la aspereza de su piel, se balanceaba como un felino entre el amasijo de hierros que formaba su hogar. Apenas tapado con un harapo procuraba no caer desde las grandes alturas donde solía buscar comida, huevos de algún pájaro que por error hubiese decidido anidar en las cercanías de el más gran depredador de la zona. Sus ojos, de un azul cristalino, oteaban todo su alrededor sin perder detalle, cubriéndose a cada ráfaga de viento que lanza sobre él granos de arena.
Más allá de aquel paraje, un hombre de mediana edad, cubierto totalmente por ropas anchas y sujetando a su cara algo semejante a una mascara de gas, deambulaba por entre las calles de la vieja ciudad, acompañado de un perro famélico y sarnoso. Con un andar irregular y falto de ánimo el hombre se detenía allí donde veía u oía algo que le pudiese proporcionar alimento, sin prestar atención al perro, que revoloteaba por sus alrededores sin alejarse demasiado del que parecía, o él deseaba, que fuese su dueño. El hombre se detuvo frente a lo que quedaba de un viejo quiosco, ahora transformado en algo más parecido a una cripta. El techo de plástico estaba hundido a causa del calor y los laterales habían desaparecido en alguna de las anteriores tormentas de arena. Finalmente y tras inspeccionar minuciosamente la zona decide introducirse en el malogrado quiosco. Apartando con las manos todos los objetos que le dificultan la entrada inspecciona las destartaladas estanterías, hasta que finalmente topa con lo que busca, lo que parece una cajetilla de cigarrillos.
En la otra punta de la ciudad, cubiertos por una lona de un color turquesa descolorida del sol, una chica y su hermano se refugian de la tormenta de arena que se esta levantando. Abrazados esperan a que esta amaine para proseguir su búsqueda de ayuda. La cabellera oscura de ella se introduce entre el hueco de sus brazos, acariciando la blanca piel de su hermano, que reprime sus sollozos de desesperación, mientras ella le aprieta con fuerza hacia su pecho, intentando calmar los temores de su hermano y a su vez ofuscando los suyos propios bajo una actitud maternal. Una ciudad derruida en medio de un desierto no es el mejor sitio para buscar la ayuda de nadie, pero posiblemente sea su única posibilidad de salvación.
Más allá de aquel paraje, un hombre de mediana edad, cubierto totalmente por ropas anchas y sujetando a su cara algo semejante a una mascara de gas, deambulaba por entre las calles de la vieja ciudad, acompañado de un perro famélico y sarnoso. Con un andar irregular y falto de ánimo el hombre se detenía allí donde veía u oía algo que le pudiese proporcionar alimento, sin prestar atención al perro, que revoloteaba por sus alrededores sin alejarse demasiado del que parecía, o él deseaba, que fuese su dueño. El hombre se detuvo frente a lo que quedaba de un viejo quiosco, ahora transformado en algo más parecido a una cripta. El techo de plástico estaba hundido a causa del calor y los laterales habían desaparecido en alguna de las anteriores tormentas de arena. Finalmente y tras inspeccionar minuciosamente la zona decide introducirse en el malogrado quiosco. Apartando con las manos todos los objetos que le dificultan la entrada inspecciona las destartaladas estanterías, hasta que finalmente topa con lo que busca, lo que parece una cajetilla de cigarrillos.
En la otra punta de la ciudad, cubiertos por una lona de un color turquesa descolorida del sol, una chica y su hermano se refugian de la tormenta de arena que se esta levantando. Abrazados esperan a que esta amaine para proseguir su búsqueda de ayuda. La cabellera oscura de ella se introduce entre el hueco de sus brazos, acariciando la blanca piel de su hermano, que reprime sus sollozos de desesperación, mientras ella le aprieta con fuerza hacia su pecho, intentando calmar los temores de su hermano y a su vez ofuscando los suyos propios bajo una actitud maternal. Una ciudad derruida en medio de un desierto no es el mejor sitio para buscar la ayuda de nadie, pero posiblemente sea su única posibilidad de salvación.