El poeta y el traidor
Publicado: 18 May 2005 02:00
El poeta y el traidor
Toda su vida había admirado a aquel hombre. Sabía a conciencia que los ideales representados en una persona eran un engaño de aquel que se dejaba ilusionar, pero aún así, no se había resistido al encanto de los héroes.
Y ahora ella, visitándolo, absorbiendo cada palabra suya, intentando llegar al tuétano, siendo la encargada de escribir su biografía.
Se moría. Lo sabían ambos. Ambos evitaban, rodeaban el tema, los dos por miedo de herir al otro. La biografía también llegaba a su fin. Sólo quedaban las notas de juventud, el periodo más oscuro del poeta, el que más evitaba. Ella suponía que el dolor le impedía hablar de ello. Su padre había sido un topo escondido en casa tras la guerra civil. Trece años después de que la guerra hubiera acabado registraron su casa y lo fusilaron. Y su relación con su madre se volvió rancia, la gente sabía que no se hablaban cuando años después ella murió.
Aquel día, el último día en que le vio, el poeta habló mucho.
- Hoy te hablaré de mi juventud. El fin se acerca y ya nada importa. Hasta los cinco años mi madre ocultó a mi padre de mí. Tenían miedo de que en mi inocencia infantil lo descubriera. Se podría suponer que yo adoré a mi padre cuando descubrí que en realidad vivía, y que no había perecido en la guerra como me enseñaron a decir. Pero no fue así. Mi madre se deslomaba a trabajar día a día, perdiendo la juventud y la salud, y yo mismo empecé a trabajar a los once años para evitar que nos muriéramos de hambre. Y mi padre se quedaba todo el día escondido en un cuarto interior, tumbado, sin hacer nada. Y mi madre lo adoraba. Todo lo mejor era para él, le aguantaba el mal humor, las palabras feas, incluso me dio una paliza un día en el que me atreví a recriminarlo. Lo odiaba. Sí, no me mires así. Lo odiaba a muerte. Cuando escribí la carta anónima delatándole pensé que para mi madre y para mí empezaría una vida nueva, podríamos ser libres de la presencia de ese fantasma. Sé lo que piensas, Edipo, te permito la licencia de incluirlo.
Si al morir mi padre fusilado por aquella carta mi secreto hubiera muerto con él, quizá habría encontrado alguna manera de ser feliz. Pero mi madre se ahogaba, se volvió violenta, agresiva, tras su muerte me pegaba me martirizaba cada día. La llegué a odiar mucho más de lo que odié a mi padre, por eso le hice algo mucho peor que a él: le conté la verdad. Me fui y nunca más la vi con vida.
Debí haberme pegado un tiro, pero decidí vivir mi vida y necesito expiación. Ahora eres tú la que va a hacer justicia, mi querida joven. Borrando mi nombre de la historia, haciendo que tuerzan el rostro cada vez que lean mis obras, diciéndole al mundo que el poeta es un traidor.
Aquella noche murió el poeta. Y ella publicó la biografía. Pero el secreto del traidor murió con ella.
Creía en los héroes.
Toda su vida había admirado a aquel hombre. Sabía a conciencia que los ideales representados en una persona eran un engaño de aquel que se dejaba ilusionar, pero aún así, no se había resistido al encanto de los héroes.
Y ahora ella, visitándolo, absorbiendo cada palabra suya, intentando llegar al tuétano, siendo la encargada de escribir su biografía.
Se moría. Lo sabían ambos. Ambos evitaban, rodeaban el tema, los dos por miedo de herir al otro. La biografía también llegaba a su fin. Sólo quedaban las notas de juventud, el periodo más oscuro del poeta, el que más evitaba. Ella suponía que el dolor le impedía hablar de ello. Su padre había sido un topo escondido en casa tras la guerra civil. Trece años después de que la guerra hubiera acabado registraron su casa y lo fusilaron. Y su relación con su madre se volvió rancia, la gente sabía que no se hablaban cuando años después ella murió.
Aquel día, el último día en que le vio, el poeta habló mucho.
- Hoy te hablaré de mi juventud. El fin se acerca y ya nada importa. Hasta los cinco años mi madre ocultó a mi padre de mí. Tenían miedo de que en mi inocencia infantil lo descubriera. Se podría suponer que yo adoré a mi padre cuando descubrí que en realidad vivía, y que no había perecido en la guerra como me enseñaron a decir. Pero no fue así. Mi madre se deslomaba a trabajar día a día, perdiendo la juventud y la salud, y yo mismo empecé a trabajar a los once años para evitar que nos muriéramos de hambre. Y mi padre se quedaba todo el día escondido en un cuarto interior, tumbado, sin hacer nada. Y mi madre lo adoraba. Todo lo mejor era para él, le aguantaba el mal humor, las palabras feas, incluso me dio una paliza un día en el que me atreví a recriminarlo. Lo odiaba. Sí, no me mires así. Lo odiaba a muerte. Cuando escribí la carta anónima delatándole pensé que para mi madre y para mí empezaría una vida nueva, podríamos ser libres de la presencia de ese fantasma. Sé lo que piensas, Edipo, te permito la licencia de incluirlo.
Si al morir mi padre fusilado por aquella carta mi secreto hubiera muerto con él, quizá habría encontrado alguna manera de ser feliz. Pero mi madre se ahogaba, se volvió violenta, agresiva, tras su muerte me pegaba me martirizaba cada día. La llegué a odiar mucho más de lo que odié a mi padre, por eso le hice algo mucho peor que a él: le conté la verdad. Me fui y nunca más la vi con vida.
Debí haberme pegado un tiro, pero decidí vivir mi vida y necesito expiación. Ahora eres tú la que va a hacer justicia, mi querida joven. Borrando mi nombre de la historia, haciendo que tuerzan el rostro cada vez que lean mis obras, diciéndole al mundo que el poeta es un traidor.
Aquella noche murió el poeta. Y ella publicó la biografía. Pero el secreto del traidor murió con ella.
Creía en los héroes.