Pues vean vuesas mercedes, que cabalgando a lomos de astroso jamelgo por aquellos parvos caminuelos que por todos los lugares pasan y a parte ninguna llevan, hallé por tope en mi desventurado viaje un extraño castillo, que no ni de ninguna manera en los mapas de usanza es figura, ni digno hubo de ser de piadosa reseña por inapreciable que la misma resultara, por voluntad o desconocimiento de los esforzados geógrafos. Asombrado me andaba yo por la solemne crasitud de semejante omisión, pues por cierto en ninguno de los mapas que en el zurrón traía hallé noticia alguna de ciudadela tal, como ya he dicho pocas palabras antes, si es que vuecencias concediéronme la bondad de leerlas. Preguntábame yo a mi menda, y sin respuesta a servidor de ustedes dejando, qué causa era la natural y originaria de tamaño olvido, pues convendrán vuesas mercedes con este humilde fijodalgo en que no muy cabal parece el dejar registro en los mapas de un caserío de esparteros y no de un castillo de ley, no invisible a los ojos, con sus torres y sus almenas, pues, ¿cuán oculto a la vista podía estar si se lo topaba uno en mitad de la senda?. Grande misterio para grandes inteligencias...pero quien les escribe, aun siendo pequeña la su inteligencia, en modo alguno acobardóse ante lo fantástico del enigma.
"Quizá -pensé- yace en conocimiento de los geógrafos del reino cosa cualquiera que yo ignoro, como pudiera ser el deshonor de los señores del castillo por motivo de traición o herejía, o el impago de alguna derrama, o el faltar a los impuestos que de precepto son, o la certidumbre de que entre sus muros laten corazones impíos que impulso dan a sangre sarracena...¡sólo Jesucristo Señor Nuestro noticia tiene, pues tantas son las verdades que en mi ignorancia desconozco...! Mas aunque de claridad adolezco, valor me sobra. Averiguaré cuanto de secreto encierre este lugar, sea lo único por la deseable veracidad y exactitud de los mapas que nos han de guiar por las Españas".
Dicho lo tal y hecho lo cual: hollaron tierra mis pies, pues dejando en amarre mi montura para soltura mía y descanso de la pobre bestia, caminando gané proximidad al portón de la ciudadela, y bien me alcé tan cerca de su robusta madera que alargando un brazo tocarla podía, solté una decidida voz para que los vientos cabalgase y a la que dí por orejeras mis propias manos.
"¡Ah, del castillo!".
Por la que obtuve, noténse cuán notable resultado, grande atención de los gorriones, las ardillas, y un cuervo negro como el aceite que por aquellos lares se ocultaba, y que volando huyó sabrá quién si creyendo que un congénere antiguas deudas le reclamaba...dudo empero que entre los cuervos haya tanto desvergonzado moroso y amoroso apego al vil metal como entre las personas...sabe Dios si entre las urracas, que tan aficionadas son a todo cuanto brilla, aunque no distinguen plata de vidrio, según me apuntan mis entendederas. Como se dió que no pretendía yo a roedores y pajarillos por único auditorio, por ocasión segunda llevé las manos a mi boca a guisa de paréntesis, para gritar sin perjuicio de asteriscos:
"¡Ah, del castillo! ¡Cáspita! ¿es que os privó de orejas al nacer vuestra comadrona, tirando de ellas para arrastraros al mundo? ¡bien pudo haberse ahorrado la buena mujer tanto trabajo! ¡Ah, del castillo!".
Rallaba mi figura en lo ridículo, hablando en soledad, para sonrojo de las bestezuelas del bosque y mío propio, cuando finalmente prueba hallé de que había sido escuchado. Abrióse en lo alto un ventanuco con frustrado disimulo, pues con un chirrido protestaron las bisagras por lo abandonado de su suerte y lo herrumbroso de su estado. A lo alto levanté la cabeza, mas tímidos se mostraban los habitantes del castillo, pues nada dijeron y escondidos permanecían en la penumbra del interior. Robusta es mi paciencia, tanto como bien alimentada es mi templanza, pero tan ejemplar descortesía hubiese irritado, en mi lugar, al mismo Job.
"¡Valiente forma de recibir a un caballero es ésta! ¿Chusmeáis, cretinos, tras un ventanuco como las viejas? ¿Acaso no sabéis, sea cual fuere la rama de macacos a la que pertenecen vuestros ancestros, que no es cosa de honor racanearle hospitalidad a un viajero de probada dignidad?".
Chirrió de nuevo el ventanuco, vi ciertamente unas manos que apoyadura reclamaron del alféizar, y un rostro carnavalesco, de acebollada mocedad, generoso en carillos y no menos espléndido en pecas, y redondeado en idéntico a un pan de Aragón. Por ventura que la comadrona vanamente tiró de sus orejas, pues ni doce Hércules pudieran arrancar tamaño velamen auricular. Así que feo, pecoso, ojizambo y orejón, observóme el mequetrefe no sé decirles si arrebatado por bovina curiosidad o ensalsado en el jugo de la estupidez que le era propia. Tomóse su perezosa cabeza el tiempo menester para sus cavilaciones, y no sabiendo yo en qué andaban, volaban, nadaban o reptaban sus pensamientos, hablóme con un acento extraño que no pude reconocer al pronto:
-"kien eres?".
Sorprendíme, azoróme, e indignóme grandemente al verme así tratado de rufián andrajoso, sin el tratamiento que por justicia me corresponde. Díjele al calabacín:
-"¡Cómo! ¿Buscas acaso que rebane esas orejas que sin duda conocerán los más remotos rumorcillos de Cipango y de Catay, si tan grande es su don de la audiencia como la magnitud de su compostura? ¡Tutearme a mí, una pecosa lambrija como tú! ¡Trátame de 'vos' de ahora en lo venidero, si no gustares de verte atravesado por mi espada, gusano!".
Sus dos ojuelos azules cual azul es el limbo de los idiotas miráronme en un puro asombro. Vieron sin duda que con singular firmeza asía mi mano diestra la empuñadura del arma que envainada a mi siniestra pendía. Pues es el caso que jamás en vano chamulla un caballero cuando de dar zanja a discusión blandiendo el noble acero se trata.
-"...pero, ¿k kieres? ¿por k ablas tan raro kolega?".
En tal vez fué mi menda el sorprendido. Por seguro tomé que tan amorfa verborrea en manera ninguna tenía correspondencia con dialecto romance alguno de cuantos pueblan la hispanidad, pues no era el individuo astur, catalán o portugués, y voto a Júpiter que tampoco andalusí, levantino, vascón o del África septentrional. Creí entonces que por caballeros venidos de allende el Imperio pudiera el castillo estar habitado, lo cual explicábame la dificultad con que el mastuerzo del ventanuco apenas comprendía mis palabras. Suposición aquella que entibió mis ánimos y reblandeció la predisposición al combate que tenía por suyo a mi espíritu. Díjele lo que sigue:
-"Disculpad, amigo, lo pronto de mi arrojo, pues no supieron mis endurecidos sesos entender que no sois español. Decid, ¿sois acaso normando, caledonio, o por ventura sardo?".
Sin disputa cabe afirmar que en dicha ocasión tampoco híceme entender, pues de nuevo desde lo alto respondióme con un galimatías sin sentido:
-"Pero kien t krees k eres, Kevedo o k? abla bien o k t den."
Mucho pediríais, si pidiérais que tal descabezada sentencia hubiese quien les cuenta logrado descifrar de cabo a rabo. Mas algo se le dio a mis oídos entender, y no era ello otra cosa que la contumaz desvergüenza del malcarado cretino al tutearme en una nueva ocasión, desoyendo con descaro la advertencia que en un instante no muy remoto habíale yo pronunciado. Pues era de ver, o más buenamente diremos que de oir y de entender, que sentaba firmemente el perillán propósitos de hacerme menosprecio y burla. Habíame yo sobradamente contenido lo luengo y suficiente que a un caballero de corazón puro le impone la caridad cristiana, mas confióse el ruin y tomóme la manga por la mano, a lo que hombre que por tal se precie y que de nobles perpendículos presuma, ha de responder, sí, o sí, con la espada. Así ocurrió que hablé:
-"¡Por los bubones del arcipreste! ¿Acaso no habré de ornamentar mi bacinilla con limaduras de tu osamenta y escalpar tu hueco cabezón, faciéndome unos calzones con tus cueros, rufián? ¡Fruto de mal cipote, fijo de mala madre! ¡He de propinarte tantos puntapiés en las criadillas como pecas cuentas en tu cara, y tantos pescozones como padres tienes, y no serán menos de ciento!".
Espada en ristre dí rodeo al castillo en pos de algún resquicio, grieta o pedrusco suelto que pudiera yo extraer fácilmente cual si fuera atifle entre dos recién forneadas vasijas, para así introducirme a través del hueco en el interior, para cumplir justa venganza en las flojas carnes de aquel ridículo tunante. Dí finalmente con una falla en el murallón, de anchura conveniente para el tránsito de fornido caballero y bien compuesta armadura, y de través por el mismo entré en el castillo. Encontréme de tal modo en un amplio jardín, no faltando en el mismo animación y gentío, pues un banquete hallaba lugar allí, grande a la medida que pensé haber caído a combatir en mitad de un desposorio. Ante luengos mesones repletos de manjares y bebidas espirituosas sentábanse atildados mozalbetes y apinceladas muchachas, y más allá, a modo de proscenio, divisé un tapiz a cuyo pie varios músicos tañían al laúd y al albogón no muy afortunadas armonías. En viéndome, los más próximos comensales la bienvenida diéronme, mas no para cosa distinta que el espanto y horripilancia mías, pues sucedió que el mismo bárbaro idioma parloteaban, y tan estúpida expresión daban a mostrar en sus infortunadas caras como la del pecoso orejón del ventanuco.
-"Wenos días".
-"Holita wapo"
-"Bisitospati".
Cosas tales hube de soportar sin flaquear, mas dudando de si no daría todo aquello en ser obra del mismísimo Engañador, que con arteros sortilegios intentaba poner a prueba cuanto de íntegro tiene mi condición y dignidad de caballero. Comida me ha de faltar y aun habitación, en un triste harapo han de quedar mis ropajes y en borroso recuerdo el último de mis doblones, mas, ¡pardiez! valor no ha nunca de faltarme. Ya fueran dragones de siete cabezas surgidos de las fétidas profundidades de un tenebroso llamazar quienes con sus fogosas fauces amenazáranme, no hubiese mi menda concedido un paso en retaguardia. Encomendé la salvación del ánima mía a la mediación celestial del buen Arturo, y blandí la espada no pensaran aquellos individuos de degenerada estirpe que la portaba a modo de mangorrera colgadura ornamental.
-"K pasa tronko, buen royito!".
-"Ains! Ya estamos kon las espaditas...yonkimaster, banea a este karka, anda, porfi".
Torrente tal de mariconada y melindre obedecer no podía a cosa distinta que los infernales designios del Burlador, así entendílo y en consecuencia dispuse mi encarnadura mortal y mi espíritu a afrontar tan desigual contienda, en la cual, si hubiere de dar fin a mi existencia, fuere en martirio cristiano. Pues el caballero que fenece en el empeño de erradicar de la cristiandad toda huella de los manejos del Manipulador, bien ganada ha la eterna contemplación de la gloria celeste, y en ello me creía yo. Entregué mi alma en encomienda a los designios del Padre, y arremetí con ciega bravura contra comensales, sirvientes, lechones asados y cuanto al alcance de mi espada encontraba, con perjuicio de andar con las espaldas descubiertas y sin importarme ver atacada a traición mi retaguardia. No sabré las cuentas de qué número de cuellos rebané, ni cuántas extremidades desmembré, ni de la sangre que corrió por mor del ímpetu de mi improvisada cruzada. Mas... no habrán de creer vuesas mercedes lo que en tal circunstancia sucedióme, para asombro de mi menda e incredulidad de quienes mi relato escuchan. Transcurrió apenas un instante entre batirme yo en feroz batalla, y hallarme, sin alcanzar a comprender la manera ni el procedimiento, de nuevo en el exterior del castillo, transportado mágicamente por indeterminada fuerza inasequible a la vista, al tacto, o a la audición.
-"¿Qué suerte de brujería es ésta? Pues, ¿no ha apenas un suspiro que me batía yo contra los engendros del averno, y en un repente y sin movimiento alguno me hallo nuevamente en el exterior? Gotea aún la sangre en la templada hoja de mi espada, probatura ésta de que no he despertado de un sueño, y de que combate tal a la realidad pertenece y no ha sido visión ni ilusión ninguna".
Preguntábame yo tales cosas, pero todavía mi asombro encontraría fértil bancal en que arraigar y florecer, pues aparecieron ante mis ojos, flotando en el aire, incorpóreas lo mismo que el éter, visibles empero cual la Luna, unas letras luminosas que no eran de este mundo, cual sobrenatural aparición, y portadoras de un enigmático mensaje cuyo significado escapó a mi inteligencia:
"Estás baneado".
No existe ciencia que prodigio parejo auspicie, ni superchería o engaño que de la nada remiende letras mágicas que en el vacío pendan a no más de tres palmos de mis ojos. Andábame yo en el convencimiento de que era todo asunto del diablo, y, en resolviendo solicitar auxilio a la autoridad espiritual del reyno, retorné en busca de mi montura, y cabalgué rodeando el siniestro castillo para así continuar la mesma senda del interrumpido viaje. No daba yo crédito a mis ojos, y no se sorprenda nadie de cosa tal, pues acostumbro a ser yo mesmo quien crédito solicita en las posadas y tabernas, y poco cultivo el hábito de ser yo quien monedas ni valijas dé en préstamo, ni aun a mis propios ojos como ya he dicho.
Al trote llevóme mi caballo no más de legua y media, cuando nuevamente cerraba el camino una construcción, notoriamente modesta en mayor grado que el castillo y reducida en dimensiones, pues se era lo que por mal nombre dicen chabola. Miserable por fuerza había de ser quien aquella desvencijada cabañuela habitaba, y apiadóse mi corazón en viendo un harapiento viejo que tras la puerta asomábase. Descabalgué y con él conversé como sigue:
Yo: "Buen día."
El Viejo: "Buen día, y sabeos bienvenido en mi humilde hogar, caballero. Permitid que os ofrezca mi hospitalidad, mas no teniendo yo mucho ni poco que compartir con vos, pues pobre soy y mísera es mi condición por propia elección, pues años ha que retiróme del mundo el ansia de paz y la voluntad de meditación y estudio".
Yo: "Bienhallado sois en tal caso, y os ruego que en pago a vuestra generosidad sea yo quien comparta con vos las vituallas que conmigo traigo, osando yo rogaros que me concedáis el gozo de vuestra conversación, mas no quisiera importunar la silenciosa calma de la que gustáis haciendo de vos un eremita".
El Viejo: "Sea".
Yo:"Mas decidme, noble anciano, vos que al cultivo del espíritu habéis consagrado vuesa existencia, y que por verdad tal sin duda os encontrais en posesión de sabidurías y conocimientos que a mi tosco cerebro escapan, mayores todavía que los de escolano y catedrático, ¿qué infames encantamientos esconde el castillo de maldición que, atrás no dos leguas de contarse han, encontré en el camino?"
El Viejo: "Veo por ventura que noticia tuvieron vuesos ojos de tan infausta aparición y que sana como entera se ve la osamenta de vuecencia. Quísolo así la fortuna o el mismo cielo, quieran también que los sesos y el ánimo vuestro tan feliz suerte hayan encontrado. Pues sabed que aquello de lo que en esta hora me contáis, no es cosa otra que el Castillo Fantasma, o el, llamado así a la manera de los antiguos califas, Castillo de los Idiotas. Maldito es su nombre, y temible en magno grado su aparición, pues cuéntase por esos mundos que quien en el camino topa con él, bien muere, o bien permanece en franca imbecilidad hasta el instante mesmo de su adiós y al hoyo."
Yo: "Horripílanse mis brazos y piernas, y no menos mis atributos, en oyendo tan terroríficos conceptos. Mas, como dispusieron el azar o el destino que vivo e ileso restara yo de tal encuentro, ¿es cosa de suponer que, como es precepto en tales casos, quede yo imbécil para los restos?."
El Viejo: "Si coyuntura tal sucediere, traerá tal cosa el porvenir, mas es cosa de ver que aún no tuvo lugar el susodicho efecto, pues caballero cabal sois ahora, y holladura ninguna del incidente apreciar puedo en vuestra semblanza y conducta. Pero escuchad bien: magro garante puedo ofreceros de que salvo os podais considerar del hechizo, pues escrito no está que no os suceda mala cosa en lo venidero. Buscad desde el momento mesmo en que parlamentamos elixir que os proteja de la cretinez, y no desfallezca el corazón vuestro ni desesperanzado y transido quede vueso espíritu, so pena de abandonar tal escrutinio del cual pende el buen desenlace de la existencia vuestra."
Yo: "Mil veces una millarada de leguas recorreré en persecución de tal remedio, si a este afligido enfermo diérais índice de dónde hallarlo o tener noticia del mesmo".
El Viejo: "¡Oh, apenada ánima y fatigado corazón! Cuanto os he dicho está en correspodencia con la medida de cuanto conozco, nada hay que en mi recuerdo retenga y no os haya contado. Ayudaros más no puedo, bien sabe el buen Dios que un brazo diere yo si con tan magno sacrificio libertaros de tan apurado trance así lograra."
Yo: "Ains!".
El Viejo: "¡Monte de los Olivos, Santo Sepulcro, y Sudario Sagrado y Bienhechor! ¡Comenzando está la cosa! ¿Pues no termino de hablaros y ya observo en vos el primero de los síntomas? ¡Corred, corred...volad si menester fuere! ¡Cabalgad raudo en busca del remedio!."
Yo: "¿Hacia dónde orientar mis pasos? ¡Es el mundo maraña de sendas, laberinto de rincones, pléyade de destinos! ¿Al frío septentrión dirigirme debo, o por el contrario al sur cálido he de ir? ¿Debo buscar en Numidia, la Hélade, el Asia, las Indias...? ¿Qué conviene más a mis propósitos, adentrarme en los hielos perpetuos, o, en dejando a las espaldas las columnas de Hércules, navegar hacia el confín de los océanos y tal vez por los abismos del fin del mundo despeñarme?."
El Viejo: "Instante que pensando dejáis perderse en la tiniebla del pasado, instante que habréis de añorar en el incierto futuro...¡no hagáis desperdicio del tiempo, y cabalgad! ¡Cabalgad en pos de vuestra salvación!".
Hasta aquí da alcance la parte primera del extravagante relato de mis increíbles desventuras. Mas no ha de detenerse en tal punto la narración, pues digno es de asombro el trance en que hube de verme hundido hasta el propio corvejón desde el instante mesmo en que partí azorado, dispuesto a cumplir con denuedo tan ardua empresa como era la de hallar remedio a la maldición que con consumir a este caballero amenazaba, y las múltiples maravillas que mis asombrados ojos vieron, las mágicas circunstancias en que el asunto desenvolvióse, los monstruos y dragones con los que me ví forzado a combatir, y las rubicundas mozas de apretadas carnes con quienes hube de batirme en otra suerte de combates más gratos al fatigado guerrero pero no por ellos menos peligrosos que los anteriores.
Pero múltiples prodigios fueron aquellos como para ser contados en unas pocas palabras. Dispongan vuesas mercedes un ágape de comsiderar, con su cordero asado y su buen vino, su quesada de oveja y su recio pan, amén de buenas perdices y algún que otro conejo, aderezados con verdura conveniente, sin escatimar en vinagretas y dorado óleo, y yo mesmo acudiré a desvelarles cómo quedó en seguir la historia y cuál fue su desenlace.
Queden con Dios. Se despide de vuesas mercedes, quedando a su servicio para lo que gusten disponer, especial caso de las mozas de generoso escote y torneadas caderas:
Caballero Nicomedes Alonso y Garcifuentes de las Ciruelas, barón de las Higueruelas, veterano de la Cruzada, soldado del Reyno y súbdito considerado de Su Majestad, buen cristiano, hombre cabal y conveniente, y servidor de ustedes.
Leyéredes y no Creyéredes
El ABC foreril estaba lo último de este subforo y yo lo refloto porque me dió cosica verlo ahí tan perdido.
El perrico, definiendo la HAMBROSIA a ma112nu escribió:Un curasán aceitoso y calentico chorreando en el plato, la sonrisa de un niño, las ttks, un perolo de gazpacho manchego con medio kilo de pan para mojar, las ttks, las pelis de chinos dándose hostias, los ninjas, Mr. T, Mr.T luchando contra los ninjas, cualquier animal comestible, las ttks, correr desnudo por la playa alrededor de la gente mientras silbo el opening de battlestar galactica, la shandy cruzcampo de abadía belga, los torreznos, cualquier cosa rebozada, cagar en espiral, cosas asín, manu, cosas asín.
- Mr. Blonde
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