Carta abierta (a Eleonora)
Publicado: 07 Nov 2007 02:44
Esta mañana, un chicle en ayunas y sin haber dormido me ha robado el aliento.
Perduran las palabras y el esbozo de tus caderas y tu carácter y tu voz, sólo las caricias y tu olor, que son vestigio de tu carne y no te los puedo arrancar se desvanencen como cambian nuestras vidas. Esta mañana, en plena vorágine del trasiego que conocemos y compartimos tú y yo, una grajea de clorofila me hace ahora parir la lechuza que vuela a tu ventana.
Y me fuerzo a capturar con mis pobres manos y sin más instrumentos que mi capada virtud que ya no insuflas, pensamientos fugaces que no abarco y dan luces largas en vías de doble sentido. Hacia dentro y hacia afuera, nos reconocemos a oscuras, y sin hablar me dices que todo está bien y que eso es lo que hace la gente como nosotros. Pero no eres como yo, eventualmente, y pronto dejas de hablar mi idioma y lo conviertes todo en ese galimatías que pringa tu vida, y más tarde la mía.
Con todo y con eso, bajo un edredón y a oscuras, como con una linterna y un libro y con el mismo temor de que los que me quieren me crean cómplice del pecado infame de volar a lomo de un dragón en la cama, me permito acordarme del día de aquella noche y los mil puntitos de colores grabados en mi retina se arremolinan y te siguen, desnuda, hasta mi mesa, que podía haber sido un pedestal, y yo simple y llanamente ocupándome de la transposición física, negro sobre blanco y sin grises, de lo que observan mis ojos, respetuoso con tu desnudez como con un sacerdote en su homilía.
En el instante siguiente el recato no existe, y ya no estoy hecho de piedra sino de carne, no de la tuya, pero casi. Y gracias. Gracias tú, gracias yo, regocijémonos en tanto que somos jóvenes y celebramos la vida, sin recordar que vendrán palabras medias a retumbar en mis oídos de tu boca. Me gustas, pero eso ya lo sabías, y por eso he comprimido el carbón con mis manos y lo he espolvoreado sobre una sábana. Y no es diamante, pero por el resultado quién lo diría.
Hemos dormido una hora como mucho, quién hubiera dicho que nos iba a joder lo de andar jodiendo, y te tienes que ir a hacer un turno y nos dedicamos a odiar en blanco todos tus lazos tanto como antes nos habíamos odiado mutuamente en negro. Es un lunes o como si lo fuera, y después de tanto púrpura, oro y plumas, el frío de las calles recién puestas de apenas primavera lacera las manos y los labios mucho peor que de costumbre porque no es un sueño de lo que me arrancan, sino de veleidades tan verdaderas como tú.
Y ahí una gomita de mascar de las mil millones que me has robado en un beso, y de mis bolsillos, en ayunas, en treinta horas de vigilia, y con semejante madame de acero, francesa o no, a las puertas, se ofrece a ejercer de cápsula del tiempo.
Y se lleva mi aliento al arrastrarme el tuyo.
----
Estoy explorando el género, así que no me riñáis demasiado si no os gusta.
Perduran las palabras y el esbozo de tus caderas y tu carácter y tu voz, sólo las caricias y tu olor, que son vestigio de tu carne y no te los puedo arrancar se desvanencen como cambian nuestras vidas. Esta mañana, en plena vorágine del trasiego que conocemos y compartimos tú y yo, una grajea de clorofila me hace ahora parir la lechuza que vuela a tu ventana.
Y me fuerzo a capturar con mis pobres manos y sin más instrumentos que mi capada virtud que ya no insuflas, pensamientos fugaces que no abarco y dan luces largas en vías de doble sentido. Hacia dentro y hacia afuera, nos reconocemos a oscuras, y sin hablar me dices que todo está bien y que eso es lo que hace la gente como nosotros. Pero no eres como yo, eventualmente, y pronto dejas de hablar mi idioma y lo conviertes todo en ese galimatías que pringa tu vida, y más tarde la mía.
Con todo y con eso, bajo un edredón y a oscuras, como con una linterna y un libro y con el mismo temor de que los que me quieren me crean cómplice del pecado infame de volar a lomo de un dragón en la cama, me permito acordarme del día de aquella noche y los mil puntitos de colores grabados en mi retina se arremolinan y te siguen, desnuda, hasta mi mesa, que podía haber sido un pedestal, y yo simple y llanamente ocupándome de la transposición física, negro sobre blanco y sin grises, de lo que observan mis ojos, respetuoso con tu desnudez como con un sacerdote en su homilía.
En el instante siguiente el recato no existe, y ya no estoy hecho de piedra sino de carne, no de la tuya, pero casi. Y gracias. Gracias tú, gracias yo, regocijémonos en tanto que somos jóvenes y celebramos la vida, sin recordar que vendrán palabras medias a retumbar en mis oídos de tu boca. Me gustas, pero eso ya lo sabías, y por eso he comprimido el carbón con mis manos y lo he espolvoreado sobre una sábana. Y no es diamante, pero por el resultado quién lo diría.
Hemos dormido una hora como mucho, quién hubiera dicho que nos iba a joder lo de andar jodiendo, y te tienes que ir a hacer un turno y nos dedicamos a odiar en blanco todos tus lazos tanto como antes nos habíamos odiado mutuamente en negro. Es un lunes o como si lo fuera, y después de tanto púrpura, oro y plumas, el frío de las calles recién puestas de apenas primavera lacera las manos y los labios mucho peor que de costumbre porque no es un sueño de lo que me arrancan, sino de veleidades tan verdaderas como tú.
Y ahí una gomita de mascar de las mil millones que me has robado en un beso, y de mis bolsillos, en ayunas, en treinta horas de vigilia, y con semejante madame de acero, francesa o no, a las puertas, se ofrece a ejercer de cápsula del tiempo.
Y se lleva mi aliento al arrastrarme el tuyo.
----
Estoy explorando el género, así que no me riñáis demasiado si no os gusta.