El tema propuesto es una puta mierda. Realmente cualquier tema que propusiesen estos inútiles sería una mierda.
Así que yo vengo aquí a hablar de mi vida. Os alegraré la tarde con una vivencia tan propia como verídica. Cambio sólo los nombres de los secundarios para no herir más susceptibilidades.
Reza así:
Cena de empresa de nuevo. Ni putas las ganas de ver las mismas caras de señores odrados llenando el bullate mientras de reojo, los jefes cuentan chistes sacándose la camisa por fuera para parecer menos jefes.
En circunstancias normales nunca hubiese ido, pero aquel mes tenía pensado mandarlos a todos a tomar por culo y buscarme los millones en otro sitio, así que no tendría que soportar mucho tiempo los correveydiles sobre la postcena.
Se podía llevar acompañante, así que llamaría a algún amigo feo y borrachuzo. Tendría buena compañía si aquello resultaba una mierda y había que huir y por otra parte ninguna de las chicas de la primera planta desistirían antes de tiempo de dejarse arrimar la cebolleta. No tenía a nadie mejor a mano, así que vino mi amigo el escritor. O periodista, o librepensador que dice él. Yo a menudo creo que sólo es un gilipollas entrañable.
- ¿Habrá postre del bueno?
- Supongo. Paga la empresa.
- Joder, la última vez que me pagó algo la empresa fue un taxi a media mañana cuando me echaron de El Mundo.
- No, hoy no.
- ¿Qué?
- Que te calles la puta boca o no te presento al Ministro.
Ni conocía al Ministro (que venía a la cena en condición de Consejero Delegado) ni por ser, siquiera era Ministro ya. Mi amenaza fue mano de santo porque él dejó de mascullar.
Ya en el agapé, todo muy normal. Los reproches de falsos amigos de siempre, las mismas anécdotas que nunca escucho, el que con dos vinos es el rey del mambo....
A mí me había tocado junto a Eva, de contabilidad. Veintipocos y pechos pétreos, de esos que amenazan con quitarte un ojo como los suelte del redil la débil blusa. Confiaba en mi sesuda táctica centrada en dejarla hablar y repetir sólo su última frase para que ella siguiese contando la tirana letanía de su vida. Ganada su confianza aspiraba a sacarme aquel picor de huevos con su lengua un poco más tarde.
- ¡Nunca! ¡Los koreanos se comen a los niños, que lo he visto!Y allí estaba él, mi amigo, gritándole al Director General y al ex-ministro.
Es lo que tiene el postre, que ahí la gente se va recolocando en las mesas y se terminan haciendo extrañas confraternizaciones. El Director General estaba muy rojo, parecía que le iba a estallar el culo por la boca. En cambio el que fue (nefasto, por cierto) Ministro se reía con amplias bocanadas mientras palmeteaba a mi amigo en la espalda, no sé si lo quería tranquilizar o sólo lo estaba frotando porque se había puesto todo duro.
Eva me daba codazitos y soltaba risitas señalándome la imagen, y yo decidí que lo mejor era apurar las cuatro botellas que poblaban la mesa y hacerme fuerte entre el licor café y la crema de orujo. Cuántos más gritos se escuchaban al fondo, y cuántos más vasos vacíos dejaba frente a mí, más imponente me parecía Eva. Y sus pechos también. En algún momento creo que dejé de hablarle a ella para mantener soliloquios con ellos y sus rebordes aureolares que ya formaban parte de mi imaginario. Me estaba poniendo realmente cachondo, tanto que cuando Eva posó su mano sobre la mía para proponerme el abandono del restaurante, creí empapar los boxer de la emoción.
La agarré de un brazo, y nos fuimos gambeteando como imbéciles. Nos habían dado en la cena unos vales para uno de esos locales de moda, y ahora había que pasarse a la droga dura, que los chupitos ya habían cumplido su función desinhibidora. O al menos mi mano subiendo entre los muslos de Eva así lo atestiguaba. Yo era muy feliz, y el taxista peruano que nos llevaba al local, creo que aún más. Sudaba mucho cuando al llegar,me dijo que nos cobraría nada nada.
El garito estaba hasta atrás, así que creí que lo más inteligente era hacerme fuerte en una esquina de la barra y pedir cubatas a manos llenas hasta que la idea de encamarme con una compañera de trabajo me pareciese menos estúpida.
En ese momento Eva salía del baño, así que fui tras ella y me acoplé a su culo empujándola hacia una esquina. Ella se dejaba hacer esbozando una sonrisa y diciendo muchas cosas. A mí me latían demasiado los huevos como para poder prestarle atención a esas cosas de mujer que estaría rumiando, así que mientras nos desplazábamos hacia lo oscuro del local, escudriñé la mejor forma de romper el hielo entre nosotros y fingir que realmente ella me interesaba, lo mucho que me había fijado en su sonrisa desde marzo y lo sensible que era yo con las cosas del querer.
Así que comencé a decirle lo preciosa que estaba aquella noche, lo idiotas que eran el resto de tíos de la oficina por no hacerle caso y lo absurdo del panorama de machotes y zorrones que poblaban el local si los mirabas fijamente tapándote los oídos.
Ella se reía con cada palabra mía. Yo me acercaba mucho a sus oídos para susurrarle a gritos mis geniálidas ocurrencias, pero lo único que hacía era soplarle en los tímpanos y provocarle más sonrisas por alguna extraña desviación fetichista que gastaba aquella buena zorra. Excelente.
Lamentablemente, lo mucho de mi creciente borrachera y lo alto de la música hacían que ella se riera por puro compromiso. Yo me envalentoné, y siguiendo por el camino de aquella sensibilidad recién descubierta hice un cucurucho con mis manos sobre su oreja para usarlo de altavoz y le dije un suave pero rotundo:
- Bueno, qué... ¿follamos?Eso sí que lo escuchó la muy comemielda. Me apartó de un leve empujón, pero sin bofetada ni mucha cara de asco, que esas son cosas de las series de Resines. Sólo movía la cabeza ladeada como una madre que regaña con condescendencia. En esos momentos tenía la bragueta a punto de reventar, y un geyser de profundo amor sin nada de respeto luchaba por ver la luz. Ella se sacó un cigarro del bolso y cuando se dispuso a encenderlo me volví a acurrucar a su altura:
- Conozco sustitutos orales mucho más placenteros para ambos. Una mamadita al menos, anda. ¿Qué te cuesta? si total, ya en vuestras fiestas de pijamas ensayáis par la tarea.
Eva se desvaneció sonriente entre una turba que perreaba lo último de Sábina.
A esa altura ya sentía la vejiga tan crecida como inestable, y decidí que lo mejor era vaciarla allí mismo. Demasiada gente en el camino al baño. Demasiada gente en el camino hacia la puerta para mear calle abajo. Lo único viable era buscar un plan B, así que me fui a un rincón de la barra junto a la máquina de tabaco. Sí, allí nadie me vería y total sería un minuto.
Me saqué el miembro con cuidado, porque casi no me cabía en la bragueta y temía soltar amarras demasiado rápido. Así no podía mear en condiciones, joder. Sólo salía un leve chorrito que casi mojaba mis mocasines, y todo porque aquella puta inflamación no dejaba liberar el tigre que hay en mí.
No podía aguantar, así que impaciente, solté bofetadas en toda la cabeza del glande a ver si así la cosa iba mejor. Notaba que muchos imbéciles se me quedaban mirando, incluso entre embestidas pisé a alguno y lógicamente le pedí perdón. Vaya, era el Director General. Mal momento para hablar de aumento o finiquito, pero es que seguro que ignoraba lo duro de mi tarea y lo mucho que necesitaba llegar a puerto. Entre los jaleos de un grupo de adolescentes, comencé a ganar en fluidez y un chorro impetuoso tuvo a bien salir por fin.
No sé si fueron los dos minutos laboriosos de micción ininterrumpida o los contoneos que empleé para hacer figuritas de orín en las paredes y extremos de la barra, pero el caso es que al señor barman no le pareció del todo bien la idea y lo escuché increparme. Él seguramente llevaba un buen rato exigiendo mi muerte, pero sólo hasta aquel momento deseché que aquel hombrecillo que movía los brazos cómicamente no fuese un gnomo.
Yo seguía a mi tarea, porque liberada la barra de obstáculos en forma de gente huyendo tras mi camino dorado de Oz, mi tarea propulsora se había vuelto mucho más caudalosa. Tenía la ligera sensación de que mañana, o acaso algún día, me arrepentiría de aquello, pero decidí eliminar esos resquicios de consciencia enismismándome en imágenes preciosas:
...las turgencias de Eva, los escotes de todas aquellas lolitas que se me habían ido acumulando en la puta sesera desde que habíamos entrado en aquel garito...un churrasco bien pasado, un gitano muerto, un mono fumando, y muchos traseros cubiertos impúdicamente con faldas cinturón y una señal de sentido único tatuada en la pompa. El caso es que cada vez me producía más placer aquella expulsión orgánica, no sabía si llevaba unos segundos o varios minutos en la tarea, pero lo cierto es que comencé a sentir calores más agradables en lo que venía a ser todo el hinchado sexo que se agitaba entre mis manos. En algún momento de extraña lucidez me di cuenta de que aquellos orines habían traído estos blancos lodos.
Que me estaba corriendo, vamos.
Lejos de retirar mi falo del escenario, observaba distante como ahora él tenía poder sobre mí y transformaba el chorro en cañonazos sólidos primero y perdigonazos estertóreos después. Todos salpicando de amor y furia aquel rincón.
A medida que las venas de mi miembro comenzaban a desdibujar su relieve, sentía mi vena artística con más fuerza. Una pena porque quise dedicarle un poema a Eva escrito con mis fluídos sobre la barra y como sólo era capaz de generar orballo o txirimiri, al final quedó para la posteridad un ilegible
E-.-!--v......Y ya. Terminé. Sacudidas, golpecitos y fin.
Hubo aplausos, voces y algunos reproches en forma de amenazas y denuncias.
No hubo para todos, eso es lo que los jode ,pensaba yo, mientras refregaba mis bajos contra la americana que algún incauto había dejado apoyada sobre la espalda de un imbécil. El imbécil se dio la vuelta y de nuevo era el Director General, que muy amable dejó que terminase de limpiar mi prepucio contra sus mangas. Aunque me miró bastante mal (creo que se debía a que él era judío).
Gané con facilidad el camino hacia la salida; como el puto Moisés, había abierto brecha entre los mares de estúpidos que ahora se agolpaban a mi alrededor. Mis problemas en mantener la línea recta hicieron que mi paseíllo durase una eternidad.
Ya fuera, Eva me esperaba apoyada en su coche mientras hacía gestos a dos carrillos que interpreté como querencia por probar más de lo mío. Curiosamente, había perdido todas las ganas por recibir su boca en mi extasiado pequeño ser que ahora reposaba, así que le propuse que me limpiase los zapatos de todas aquellas manchas, y si no era mucho pedir y ya puestos, que me hiciese la colada.
Nos despedimos afectuosamente, no sin antes mandarme a tomar por culo y decirme que era un machisto y un hijo de puta. Estaba muy guapa mientras me increpaba.
Mi amigo, que llegaba entonces abrazado del Ministro por las mangas de la camisa me chilló algo sobre al cambio climático y la madre de Alvarito. No lo entendí muy bien, pero les ofrecí ir a tomarnos la penúltima al after de un conocido, y ambos accedieron encantados mientras yo invitase.
Han pasado varios años. Eva terminó casándose conmigo, y hoy presume dichosa de ser mi ex-mujer, y yo de no ser el padre de ninguno de nuestros dos hijos tan feos.
El Ministro se quitó el ex de delante gracias a una coalición con los nacionalistas, esos asesinos y terroristas que tanto había denostado siempre.
Mi amigo y yo seguimos quedando para tomarnos unas cervezas, y a veces la cosa degenera en felonías mayores que las cometidas por mi estúpida lujuria egoísta en aquel bar.