Como he dicho antes; buen tema.
¿A quién no se le ha pasado por la cabeza en algún momento de enajenación, el quitarle la vida a alguien que te ha traicionado, o que te odia? Si, esa persona que se te cuela en la charcutería, o esa otra que, pese a holerle el aliento, no deja de hablarte a escasos centímetros de la cara....
Quizá no a todo el mundo, de acuerdo. Pero es innegable que absolutamente todos nosotros hemos fantaseado alguna vez con cuál sería el método perfecto para dar su eterno merecido a una persona, y salir deslumbrantemente impune del asunto. Puede que como pasatiempo momentaneo, o como un esbozo de planificación de una vida nueva.....
Crimen Perfecto.
No os creáis lo que os digan los demás, gente sin conocimiento, que habla de boquilla. Todos los periodicos mienten.
El crimen perfecto, el que de verdad no sale en ninguna película, en ningún informativo, es aquel del que nadie tiene conocimiento, o mejor aún, más magistral, aquél el cual la gente, pese a intuirlo, no desea esclarecer.
¿Qué mejor crimen que uno de cuya víctima nadie se acuerde? ¿Qué mejor crimen que el anhelado por muchos otros, pese a que tú tengas que ser la mano redentora que borre de la faz de la tierra esa triste existencia...?
Me explico:
La elección de la víctima es vital.
No puede ser cualquier viandante, ni cualquier persona, por mucho que la odies, de tu entorno, u otro.
Debe poseer una cualidad importantísima:
Tiene que ser
odiado por todos,
provocador del más profundo asco, o al menos, envidiado, como yo (aunque a mí me quiere todo el mundo, así que no va a poder ser).
Nadie se apenará por su muerte, ni sus familiares, en caso de tenerlos.
Y ahora, expliquemos pormenorizadamente, los pasos a seguir, una vez elegida la víctima, a la hora de sesgarle la vida, y salir de rositas.
Ejemplo:
Lucía está cansada.
No pensaba que las cosas fuesen a ser tan complicadas desde que su marido murió hace dos años.
Sus dos hijos no la respetan, en plena adolescencia, están descontrolados, los ingresos en casa son escasos y durísimos, tan sólo está ella para cuatro personas.
Y es que lo peor supone aguantar a
Mauricio, su suegro, el padre de su querido y desaparecido marido.
Mauricio es un ser detestable, un hombre de mirada aviesa, caracter mezquino, uraño en sus relaciones con los demás, avaro, y portador de una trompetilla de tamaño descomunal.
Mauricio es medio sordo, y medio tonto, pero es más molesto lo primero, sin duda, ya que a veces hay que repetirle hasta cinco o seis veces las cosas.
Lucía le ha insistido e intentado convencer en múltiples ocasiones acerca de las bondades de un buen Sonotone. Y él, erre que erre, que no se fía.
Los meses pasan, uno de los hijos se marcha de casa, el otro tan sólo aparece medio drogado, y Lucia comienza a saturarse demasiado.
Más de una vez se descubre con un cuchillo jamonero, enorme, en las manos, mirando fijamente a Mauricio, al cual hace causante de todos los problemas de su vida, de manera quizá injusta, pero no del todo carente de razón.
Mauricio es una boca más que alimentar, un problema, un engorro al que no le queda demasiado de vida, y consume los justos recursos financieros que Lucía balancea como una malabarista, hasta llegar a fin de mes.
Mauricio, feo, sordo, sin posibilidad de escape, testarudo, simple y antipático hasta la nausea, comienza a ser una molestia difícil de soportar.
Pero Lucía no puede dejar nada en el aire. Toma su decisión, y decide actuar; con tiento.
Paso número 1º.
Llega la cena, y surte de vino peleón, generosamente, a Mauricio, el cual, encantado, comienza a beber y a eructar de manera descontrolada.
Dos horas después se queda medio inconsciente sobre la mesa del comedor.
Paso número 2º.
Lucía no tiene vida social, de casa al trabajo, de trabajo a casa, sin amigos de interés con los que pueda quedar, ni que vengan a visitarla.
Ya bien entrada la noche, con el abuelo completamente fuera de la realidad, dormitando, Lucia desconecta el teléfono y comprueba que, o el hijo no está en casa, o está lo suficientemente drogado en su cuarto, que dá el mismo resultado.
Paso número 3º.
Agarra con fuerza, por el cuello, a Mauricio, y comienza a apretar hasta que se le blanquean los nudillos, hinchándosele las venas de la frente, poniendose roja.
Paso número 4º.
Mauricio está tan borracho que no intenta nada en su defensa. Lucía incluso duda que se haya despertado en algún momento. Durante el estrangulamiento, los minutos parecen tornarse horas.
En contra de cómo sale en las películas, una persona no muere asfixiada en cuestión de segundos. Lucía, cada vez más cansada, pero firme y serena como nunca, observa cómo la tez de Mauricio cada vez se hincha más, se enrojece, las venas de sus ojos los amoratan y finalmente, éste fallece.
Paso número 5.
Una vez comprobado que el cadáver es cadáver y no un bulto comatoso, Lucia lo arrastra hasta la bañera, cercana al comedor.
El cadáver pesa lo suyo, pero Lucía no ha sacado adelante a su familia precisamente escribiendo relatos cortos, y posee una corpulencia más que suficiente para terminar todo el trabajo.
Y va a ser duro, pero eficaz.
Y Lucía sonríe.
Paso número 6.
Lucía comienza a arreglar la chimenea de su casa y la enciende. Nadie sospechará nada en absoluto, es pleno invierno y en ese jodido pueblucho perdido hace un frío de impresión.
Paso número 7.
Aguantando las náuseas, Lucía desnuda a Mauricio y lanza su ropa al fuego, el cual lo consume todo vorazmente.
Paso número 8.
Lucia agarra su fiel y afiladísimo cuchillo jamonero y abre a Mauricio la yugular, dejando que se desangre, y utilizando la fuerza de la ducha para lanzar la sangre por el desagüe, y para borrar absolutamente todas las huellas.
Paso número 9.
Una vez limpio de sangre el cadáver (de 1 a 2 horas), Lucia desmembra a Mauricio y coloca sus piezas en bolsas de basura de tamaño gigante.
Paso número 10.
Lucía agarra las bolsas de basura y las rellena de los restos de ropa del abuelo, todos sus objetos personales, todos sus (escasos) libros, sus recuerdos, su traje de torero. Todo bien mezclado con los restos orgánicos, pero sin que estos aparezcan a simple vista.
Paso número 11.
Lucia se ducha casi llorando de felicidad.
A la mañana siguiente, Lucía escucha el camión de la basura y sale a la calle con la mejor de sus sonrisas.
-Buenos días, ¿me podríais echar una mano?- pregunta Lucía a los dos operarios de limpieza.
-¿Qué desea?
-Echar estas tres bolsas dentro- dice, señalando el camión.- Ayer hice limpieza en casa, trastos viejos, inútiles... ya saben.
Los empleados se encojen de hombros, agarran las pesadas bolsas y las lanzan dentro del camión, el cual las tritura y las entremezcla con toneladas más de mierda y desperdicios.
-Muchas gracias, pesan bastante.
Los operarios la sonríen y se marchan a seguir con su trabajo.
Lucía vuelve a casa y entra en la habitación de su hijo, el cual sigue durmiendo, inmutable, babeante.
El subnormal de Óscar jamás se dará cuenta de nada. Le dirá que su abuelo se ha marchado a una residencia con los tíos de Granada, y que cuando quiera le van a ver.
Óscar se encogerá de hombros y mascullará cualquier cosa.
Odia a su abuelo, alcohólico, uraño, estúpido y violento. No lo echará de menos.
Y nadie más en todo el pueblo preguntará por él.
Conocida es su fama de mala persona. Nadie pierde un segundo de su vida en pensar en ese ser que ha pasado a mejor existencia.
Lucía, tres meses después, vive liberada. Con tan sólo dos bocas que alimentar (la de óscar y la propia), la situación es bastante sostenible, e incluso se pueden permitir ciertos lujos. Además, acaba de conocer a un hombre encantador, cuarentón e imparablemente activo en la cama.
Lucía es feliz al fin, y la poca gente que la conoce se alegra por ella.
Se lo merece.