Cuadrupeda "El Regreso"
Publicado: 08 May 2006 16:51
Ahora resulta que estamos llenos de ellos, en cada esquina hay uno, ¿viviremos todos en armonia y felicidad?
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A Eusebia la conocen ya como la cuadrúpeda de La Gomera. Tiene 54 años y desde hace más de 30 camina utilizando los brazos y las piernas debido a los devastadores efectos de una poliomelitis. Como si de una bisagra rota se tratara, sus caderas cedieron poco a poco hasta dejarla en esa posición casi animal con la que ahora malvive dentro del barranco gomero de Jerduñes entre cabras, perros, gallinas y gatos, sola y sin un baño siquiera donde asearse. Hace seis años recibió una vivienda de protección oficial, ‘pero era de dos plantas y me caía por las escaleras. Entonces’, dice, ‘me tuve que volver al monte’. Eusebia García Mendoza se reía ayer cuando escuchó decir que su historia es un chiste malo de gomeros. No es para menos. Hija de agricultores muy pobres y criada en una cueva, a los seis años enfermó de la polio, ‘y para que no contagiase a mis hermanos un médico me trató con descargas eléctricas que mire usted cómo me dejaron’, dice sujetándose las piernas y estirándolas hacia atrás como si fueran de goma.
La ignorancia y la falta de medios propiciaron el desgaste de músculos y huesos, por lo que siendo aún muy joven Eusebia perdió la capacidad de enderezar su espalda. Obligada a moverse desde entonces ayudada de las manos, su vida nunca fue fácil y menos desde que hace un año y medio falleciera su madre, con quien vivía. "Era quien me cuidaba", cuenta entre sollozos en el salón de su vieja y abandonada vivienda, una especie de cuadra reformada y con una cocina adosada que se encuentra, justamente, a unos 25 minutos de un campo de golf de lujo y de la capital de la isla, San Sebastián.
POBREZA. "Yo torcida y todo", recuerda Eusebia, "me echaba a la espalda un saco de 50 kilos cuando era una chiquilla y lo traía desde el principio del barranco hasta la casa. Éramos muy pobres y todos teníamos que ayudar, pero como yo estaba mala pues me fui quedando peor con todo aquello, y también la falta de alimentos, que pasamos mucha hambre". Con el pelo cano cubierto por un pañuelo claro, los ojos azules de Eusebia brillan cuando rememora su juventud, y entonces reconoce que "quizá cuando era joven los médicos podían hacer algo por mí". "Ahora", añade, "es muy difícil que haya una solución para mi enfermedad".
Eusebia no camina por su diminuta casa, más bien se arrastra. Y con la cabeza cerca del piso o sentada en cuclillas realiza las tareas que su cuerpo le permite realizar, que son muchas, aunque pueda parecer lo contrario. "La soledad obliga", rechista ella cuando se le recrimina que no pida ayuda para mover unas garrafas de leche. "Como puedo", prosigue, "le voy dando de comer a los animales. Pongo la comida en el cacharro o el agua en una garrafa y los voy empujando hacia arriba con una mano", explica imitando el movimiento perruno que debe hacer para poder alimentar precisamente a Tarzán y Curro, sus dos perros. "Tardo por lo menos 20 minutos en recorrer 10 metros porque es cuesta arriba", dice.
Como sus callosas manos y sus brazos están también atrofiados, no puede cocinar -"ya me he quemado dos veces", dijo ayer-, por lo que su dieta consiste "en pan, queso y leche del tiempo".
Ella mejor que nadie sabe el asombro que produce su malformado esqueleto y asegura que "muchas personas" han estado a punto de "chocarse" cuando la han visto "caminando por la carretera" de Jerduñes que está a unos metros de su casa. "Me han hecho fotos y me han grabado dos veces para la televisión, pero ya no quiero nada más de eso porque no me ha servido de nada", se queja defraudada por quienes han querido hacer de su situación un circo "cuando prometieron ayudarme a lograr una casa que esté adecuada a una minusvalía como la mía".
Aunque ayer casualmente aparecieron por su casa dos asistentes sociales, Eusebia asegura que no recibe ayuda de ningún trabajador social, algo evidente viendo su situación y la de su vivienda. Aunque cobra cerca de 400 euros de pensión, dice que con lo que gana no puede "aspirar a mucho porque hasta los animales comen y son un gasto, ¿pero qué voy a hacer con ellos?"
La mañana pasa y Eusebia entra en confianza. A cuatro patas ha recorrido su casa y la tremenda cuesta vecina explicando y contenta de que alguien la escuche. En un momento determinado su pie izquierdo, que está hinchado y cubierto por un calcetín gris, se le traba en una piedra impidiéndole avanzar.
"Mi primo me puso un poco de cemento para que pudiera andar por aquí", dice mientras libera su pie, "pero para ir a hacer mis necesidades tengo que meterme en el barranco, por la tierra y las piedras? Qué se va a hacer: morirse es ley", se consuela antes de girarse y emprender a cuatro patas el regreso a su casa sobre un frío y sucio cemento que en verano le quema las manos al recalentarse y en invierno provoca que se resbale cuando llueve. Sin duda una vida perra para una canaria de 54 años, Eusebia García Mendoza, que parece vivir en un lugar que no tiene nada que ver con el paraíso que venden muy cerca de su casa, donde las pelotas de golf vuelan por un césped fresco, recién regado.
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