Se le reprocha al Papa Benedicto XVI el haber arrancado de raíz los movimientos más “progresistas” dentro de la Iglesia durante su ejercicio como prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe. Y ya lo creo que lo hizo. No con la ayuda de la fuerza coactiva, como inquisidor, sino por la razón que se expresa en la religión revelada, es decir, como hombre inquisitivo y de principios. Porque el progresismo, exclusivamente orientado hacia los fines, que a su vez son medios para otros fines, es un maquiavelismo en ciernes, el cual camufla su falta de escrúpulos bajo la coartada demagógica de procurar “el bienestar del mayor número de personas”. No puede haber principios sólidos donde todo queda subordinado a los objetivos (en eso consistía la “objetividad” según el diccionario peronista); y hay que hacer notar que una expresión como “ética de la mayoría” carece de un significado claro, pues la ética es siempre para todos.
En fin, junto a las lacras íntimas que el “progresismo” laicista, por simple incontinencia verbal, ya ha sacado a la luz a propósito del recién electo Santo Padre (la tentación de tildarle de “nazi” es demasiado fuerte como para que los bobalicones la resistan) está el mezquino cargo de haber “atacado” a la naciente y autoproclamada “teología de la liberación”. Pero, me pregunto, ¿fue Ratzinger el que atacó a los heterodoxos, o más bien estos los que, con su actitud rebelde y contestataria desde el seno de la Iglesia, pretendieron que el Evangelio y la curia se les acomodasen? ¿Quién agredió a quién?
Un sacerdote católico tiene dos obediencias básicas: a la Palabra revelada admitida por la Iglesia y a la Iglesia misma, fundada por designio divino según lo que la Escritura acredita. Pues bien, la “teología de la liberación” conculca ambas. No respeta la jerarquía ni la comunidad de creyentes en tanto que las excluye de una interpretación privada, sin fundamento bíblico, de la Buena Nueva. Según ellos, Jesús no sólo se dirigió a los “pobres de espíritu”, es decir, a los sencillos y humildes, sino que su mensaje, lejos de interpelar a toda la humanidad, iba preferentemente orientado a los pobres de hacienda, que por el mero hecho de serlo y en tanto que "sufridores" (aunque a la fuerza) resultaban salvos. Existen conexiones entre esta manera de pensar y el rigorismo de algunas prácticas musulmanas, que consideran santo todo lo que hace el asceta después de sufrir las privaciones físicas que le conducen a ese estado de gracia. Lo mismo opinaba Müntzer, influenciado por la mística tauleriana y las mortificaciones de los flagelantes, el cual se alzó en armas contra los poderes temporales para exigir justicia en la tierra, aun a precio de la vida, con la que efectivamente pagaron él y sus más de cien mil campesinos allegados en Frankenhausen.
Elitismo intelectual, populismo y fatuo milenarismo se dan la mano en esta pseudoteología del odio. ¿Acaso la violencia y la usurpación nos harán libres? ¿Es la plusvalía la esencia del pecado original? ¿Volverá Jesús al mundo cuando cada palmo de propiedad esté colectivizado “nolens volens” (quieras o no)? ¿Son estos ejecutores socialistas los vicarios de su justicia eterna? Desde el momento en que uno les arrebata la piel de oveja, aparecen como los lobos acechantes que siempre han sido. “Si alguien os repite esa monserga –espetaba la brechtiana Santa Juana de los mataderos en el último acto, refiriéndose a la fe en la bienaventuranza ultraterrena- estrelladle la cabeza contra el asfalto”.
No sólo introducen un elemento cismático: también son ateos, y de ahí que el ateísmo observe con una poco disimulada simpatía a los santones que comparten su mismo parecer sobre la Iglesia (“es corrupta”), sus prelados (“mienten”) y sus fieles (“se equivocan”). Y es que, igual que el marxismo supone que la historia se agotará una vez se haya dado satisfacción a las necesidades materiales finitas del hombre, el pseudoteólogo cree que la teología, sirvienta de la revolución, expirará tan pronto como el Estado llene los estómagos de todos. ¡Realmente están hambrientos de Dios y de su Verbo los que llegan a triturarlos y a metabolizarlos por completo, convirtiéndolos en heces políticas!
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La teología de la liberación es atea
- narrador_eros
- Mojahedín
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