Bodas, bautizos y maricones
Publicado: 30 Oct 2006 12:51
No admitir una despedida de solteros no es discriminar a los solteros. No: se discrimina la juerga -que no tiene nada de inherente a la condición de célibe- por considerarse vulgar y antiestética. Lo que diga aquí el Código Civil importa poco, mientras el mismo Código reconozca la autonomía de la voluntad para obligarse. Luego, en fin, está la cuestión del precedente y la coherencia, ya que si dejas pasar a uno, dejas pasar a todos. Sin embargo, la etiqueta sirve para seleccionar qué tipo de clientes queremos. Porque no todos son compatibles, y los hay que se ahuyentan entre sí.
Se dirá que no hay nada grotesco en la ceremonia que se ha impedido. Respondo que las bodas son eventos a los que la tradición avala, mientras que las "bodas de gays y lesbianas" suponen ya en sí mismas un carnaval: un hombre asumiendo el papel de la mujer, o una mujer el del hombre. ¿Cómo no va a ser difícil conseguir que se reconozca públicamente y se acepte sin rechazo lo que no posee más finalidad que la privada? Pues es tanta la trascendencia social del bonete fálico del descocado soltero como la de las prospecciones intestinales de Perico en Alberto.
El hombre es un animal simbólico. No es el hecho de que estos individuos se comporten correctamente o no el que hace de su celebración algo no asumible por muchos, sino el significado que quieren dar al acto. Una fracción considerable del espectro sociológico no quiere conferir galones a prácticas marginales sólo porque la ley en España las iguala a otras que son el fundamento habitual de la familia. En suma, estoy convencido de que esta reforma del régimen del matrimonio más conducirá a frustraciones y persecuciones de signo inverso que a una paradójica normalización de quienes, para cubrirse las espaldas relativistas, han rechazado siempre que haya algo normal "a priori".
Entonces, resulta claro que en el presente caso la inmundicia no está en que dos homosexuales celebren algo en un restaurante. Está en llamar a ese algo "boda". Que es legal ya lo sé. Pero no se puede legislar fácilmente sobre el sentido común. Aquí el problema es el carácter usurpador del término. Si esos señores dijeran que van a una comilona de negocios, nadie objetaría nada. ¡Ah, pero eso sería hipócrita! Como hipócrita es no llamar a las cosas por su nombre.
Así como es distinto el pathos de un bautizo y el de un entierro, nada tiene que ver -si aceptamos los estereotipos- la emoción de un banquete gay con la de unas nupcias. Habrá bautizos más tristes y entierros más alegres, pero no se confunden. ¡Existen tantas convenciones! La novia suele vestir de blanco, aunque no sea virgen. Pero si ese blanco lo lleva en forma de mancha cremosa en la comisura de los labios, el sentido es muy otro, incluso siendo virgen. El populacho inculto no lo entiende y, donde el jurista aprecia la ley, él sólo ve sucio semen. Pues bien, dos hombres zalameros no guardan bastante las apariencias para entrar en el concepto de lo que gran parte de la sociedad entiende por amor y compromiso. Y eso es todo.
Se dirá que no hay nada grotesco en la ceremonia que se ha impedido. Respondo que las bodas son eventos a los que la tradición avala, mientras que las "bodas de gays y lesbianas" suponen ya en sí mismas un carnaval: un hombre asumiendo el papel de la mujer, o una mujer el del hombre. ¿Cómo no va a ser difícil conseguir que se reconozca públicamente y se acepte sin rechazo lo que no posee más finalidad que la privada? Pues es tanta la trascendencia social del bonete fálico del descocado soltero como la de las prospecciones intestinales de Perico en Alberto.
El hombre es un animal simbólico. No es el hecho de que estos individuos se comporten correctamente o no el que hace de su celebración algo no asumible por muchos, sino el significado que quieren dar al acto. Una fracción considerable del espectro sociológico no quiere conferir galones a prácticas marginales sólo porque la ley en España las iguala a otras que son el fundamento habitual de la familia. En suma, estoy convencido de que esta reforma del régimen del matrimonio más conducirá a frustraciones y persecuciones de signo inverso que a una paradójica normalización de quienes, para cubrirse las espaldas relativistas, han rechazado siempre que haya algo normal "a priori".
Entonces, resulta claro que en el presente caso la inmundicia no está en que dos homosexuales celebren algo en un restaurante. Está en llamar a ese algo "boda". Que es legal ya lo sé. Pero no se puede legislar fácilmente sobre el sentido común. Aquí el problema es el carácter usurpador del término. Si esos señores dijeran que van a una comilona de negocios, nadie objetaría nada. ¡Ah, pero eso sería hipócrita! Como hipócrita es no llamar a las cosas por su nombre.
Así como es distinto el pathos de un bautizo y el de un entierro, nada tiene que ver -si aceptamos los estereotipos- la emoción de un banquete gay con la de unas nupcias. Habrá bautizos más tristes y entierros más alegres, pero no se confunden. ¡Existen tantas convenciones! La novia suele vestir de blanco, aunque no sea virgen. Pero si ese blanco lo lleva en forma de mancha cremosa en la comisura de los labios, el sentido es muy otro, incluso siendo virgen. El populacho inculto no lo entiende y, donde el jurista aprecia la ley, él sólo ve sucio semen. Pues bien, dos hombres zalameros no guardan bastante las apariencias para entrar en el concepto de lo que gran parte de la sociedad entiende por amor y compromiso. Y eso es todo.