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ENNAS
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El inmortal Jorge Luis Borges, 1947.

Salomon saith. There is no new thing upon the earth. So that as Plato had and imagination, that all knowledge was but remembrance; so Salomon giveth his sentence, that all novelty is but oblivion.
FRANCIS BACON: Essays LVIII.

En Londres, a principios del mes de junio de 1929, el anticuario Joseph Carthapilus, de Esmirna, ofreció a la princesa de Lucinge los seis volúmenes en cuarto menor (1715-1720) de la Ilíada de Pope. La princesa los adquirió; al recibirlos, cambió unas palabras con él. Era, nos dice, un hombre consumido y terroso, de ojos grises y barba gris, de rasgos singularmente vagos. Se manejaba con fluidez e ignorancia en diversas lenguas; en muy pocos minutos pasó del francés al inglés y de inglés a una conjunción enigmática de español de Salónica y de portugués de Macao. En octubre, la princesa oyó por un pasajero del Zeus que Cartaphilus había muerto en el mar, al regresar a Esmirna, y que lo habían enterrado en la isla de Ios. En el último tomo de la Ilíada halló éste manuscrito.

El original está redactado en inglés y abunda en latinismos. La versión que ofrecemos es literal.

I

Que yo recuerde, mis trabajos comenzaron en un jardín de Tebas Hekatómpylos, cuando Diocleciano era emperador. Yo había militado (sin gloria) en las recientes guerras egipcias, yo era tribuno de una legión que estuvo acuartelada en Berenice, frente al Mar Rojo: la fiebre y la magia consumieron a muchos hombres que codiciaban magnánimos el acero. Los mauritanos fueron vencidos; la tierra que antes ocuparon las ciudades rebeldes fue dedicada eternamente a los dioses plutónicos; Alejandría, debelada, imploró en vano la misericordia del César; antes de un año las legiones reportaron el triunfo, pero yo logré apenas divisar el rostro de Marte. Esa privación me dolió y fue tal vez la causa de que yo me arrojara a descubrir, por temerosos y difusos desiertos, la secreta Ciudad de los Inmortales.

Mis trabajos empezaron, he referido, en un jardín de Tebas. Toda esa noche no dormí, pues algo estaba combatiendo en mi corazón. Me levanté poco antes del alba; mis esclavos dormían, la Luna tenía el mismo color de la infinita arena. Un jinete rendido y ensangrentado venía del Oriente. A unos pasos de mí, rodó del caballo. Con una tenue voz insaciable me preguntó en latín el nombre del río que bañaba los muros de la ciudad. Le respndí que era el Egipto, que alimentan las lluvias. Otro es el río que persigo, replicó tristemente, el río secreto que purifica de la muerte a los hombres. Oscura sangre le manaba del pecho. Me dijo que su patria era una montaña que está del otro lado del Ganges y que en esa montaña era fama que si alguien caminara hasta el Occidente, donde se acaba el mundo, llegaría al río cuyas aguas dan la inmortalidad. Agregó que en la margen ulterior se eleva la Ciudad de los Inmortales, ricas en baluartes y anfiteatros y templos. Antes de la aurora murió, pero yo determiné descubrir la ciudad y su río. Interrogados por el verdugo, algunos prisioneros mauritanos confirmaron la relación del viajero; alguien recordó la llanura elísea, en el término de la tierra, donde la vida de los hombres es perdurable; alguien, las cumbres donde nace el Pactolo, cuyos moradores viven un siglo. En Roma, conversé con filósofos que sintieron que dilatar la vida de los hombres era dilatar su agonía y multiplicar el número de sus muertes. Ignoro si creí alguna vez en la Ciudad de los Inmortales: pienso que entonces me bastó la tarea de buscarla. Flavio, procónsul de Getulia, me entregó doscientos soldados para la empresa. También recluté mercenarios, que se dijeron conocedores de los caminos y que fueron los primeros en desertar.

Los hechos ulteriores han deformado hasta lo inextricable el recuerdo de nuestras primeras jornadas. Partimos de Arsinoe y entramos en el abrasado desierto. Atravesamos el país de los trogloditas, que devoran serpientes y carecen del comercio de la palabra; el de los garamantes, que tienen mujeres en común y se nutren de Leones; el de los augilas, que sólo veneran el Tártaro. Fatigamos otros desiertos, donde es negra la arena, donde el viajero debe usurpar las horas de la noche, pues el fervor del día es intolerable. De lejos divisé la montaña que dio nombre al Océano: en sus laderas crece el euforbio, que anula los venenos; en la cumbre habitan los sátiros, nación de hombres ferales y rústicos, inclinados a la lujuria. Que en esas regiones bárbaras, donde la tierra es madre de monstruos, pudieran albergar en su seno una ciudad famosa, a todos nos pareció inconcebible. Proseguimos la marcha, pues hubiera sido una afrenta retroceder. Algunos temerarios durmieron con la cara expuesta a la Luna; la fiebre los ardió; en el agua depravada de las cisternas, otros bebieron la locura y la muerte. Entonces comenzaron las deserciones; muy poco después, los motines.Para reprimirlos, no vacilé ante el ejercicio de la severidad. Procedí rectamente, pero un centurión me advirtió que los sediciosos (ávidos de vengar la crucifixión de uno de ellos) maquinaban mi muerte. Hui del campamento, con los pocos soldados que me eran fieles. En el desierto los perdí, entre los remolinos de arena y la vasta noche. Una flecha cretense me laceró. Varios días erré sin encontrar agua, o un solo enorme día multiplicado por el sol, por la sed y por el temor de la sed. Dejé el camino al arbitrio de mi caballo. En en alba, la lejanía se erizó de pirámides y de torres. Insoportablemente soñé con un exiguo y nítido laberinto: en el centro había un cántaro; mis manos casi lo tocaban, mis ojos lo veían, pero tan intrincadas y perplejas eran las curvas que yo sabía que iba a morir antes de alcanzarlo.

II

Al desenredarme por fin de esa pesadilla, me vi tirado y maniatado en un oblongo nicho de piedra, no mayor que una sepultura común, superficialmente excavado en el agrio declive de una montaña. Los lados eran húmedos, antes pulidos por el tiempo que por la industria. Sentí en el pecho un doloroso latido, sentí que me abrasaba la sed. Me asomé y grité débilmente. Al pie de la montaña se dilataba sin rumor un arroyo impuro, entorpecido por escombros y arena; en la opuesta margen resplandecía (bajo el último sol o bajo el primero) la evidente Ciudad de los Inmortales. Vi muros, arcos, frontispicios y foros: el fundamento era una meseta de piedra. Un centenar de nichos irregulares, análogos al mío, surcaban la montaña y el valle. En la arena había pozos de poca hondura; de esos mezquinos agujeros (y de los nichos) emergían hombres de piel gris, de barba negligente, desnudos. Creí reconocerlos: pertenecían a la estirpe bestial de los trogloditas, que infestan las riberas del golfo Arábigo y las grutas etiópicas; no me maravillé de que no hablaran y de que devoraran serpientes.

La urgencia de la sed me hizo temerario. Consideré que estaba a unos treinta pies de la arena; me tiré, cerrados los ojos, atadas a la espalda las manos, montaña abajo. Hundí la cara ensangrentada en el agua oscura. Bebí como se abrevan los animales. Antes de perderme otra vez en el sueño y en los delirios, inexplicablemente repetí unas palabras griegas: los ricos teucros de Zelea que beben el agua negra del Esepo...

No sé cuántos días y noches rodaron sobre mí. Doloroso, incapaz de recuperar el abrigo de las cavernas, desnudo en la ignorada arena, dejé que la Luna y el Sol jugaran con mi aciago destino. Los trogloditas, infantiles en la barbarie, no me ayudaron a sobrevivir o a morir. En vano les rogué que me dieran muerte. Un día, con el filo de un pedernal rompí mis ligaduras. Otro, me levanté y pude mendigar o robar - yo, Marco Flaminio Rufo, tribuno militar de una de las legiones de Roma - mi primera detestada ración de carne de serpiente.

La codicia de ver a los Inmortales, de tocar la sobrehumana Ciudad, casi me vedaba dormir. Como si penetraran mi propósito, no dormían tampoco los trogloditas: al principio inferí que me vigilaban; luego, que se habían contagiado de mi inquietud, como podrían contagiarse los perros. Para alejarme de la bárbara aldea elegí la más pública de las horas, la declinación de la tarde, cuando casi todos los hombres emergen de las grietas y de los pozos y miran el Poniente, sin verlo. Oré en voz alta, menos para suplicar el favor divino que para intimidar a la tribu con palabras articuladas. Atravesé el arroyo que los médanos entorpecen y me dirigí a la Ciudad. Confusamente me siguieron dos o tres hombres. Eran (como los otro de ese linaje) de menguada estatura; no inspiraban temor, sino repulsión. Debí rodear algunas hondonadas irregulares que me parecieron canteras; ofuscado por la grandeza de la Ciudad, yo la había creído cercana. Hacia la medianoche, pisé, erizada de formas idolátricas en la arena amarilla, la negra sombra de sus muros. Me detuvo una especie de horror sagrado. Tan abominadas del hombre son la novedad y el desierto, que me alegré de que uno de los trogloditas me hubiera acompañado hasta el fin. Cerré los ojos y aguardé (sin dormir) que relumbrara el día.

He dicho que la Ciudad estaba fundada sobre una meseta de piedra. Esta meseta comparable a un acantilado no era menos ardua que sus muros. En vano fatigué mis pasos: el negro basamento no descubría la menor irregularidad, los muros invariables no parecían consentir una sola puerta. La fuerza del día hizo que yo me refugiara en una caverna; en el fondo había un pozo, en el pozo una escalera que se abismaba hacia la tiniebla inferior. Bajé; por un caos de sórdidas galerías llegué a una vasta cámara circular, apenas visible. Había nueve puertas en aquel sótano; ocho daban a un laberinto que falazmente desembocaba en la misma cámara; la novena (a través de otro laberinto) daba a una segunda cámara circular, igual a la primera. Ignoro el número total de las cámaras; mi desventura y mi ansiedad las multiplicaron. El silencio era hostil y casi perfecto; otro rumor no había en esas profundas redes de piedra que un viento subterráneo, cuya causa no descubrí; sin ruido se perdían entre las grietas hilos de agua herrumbrada. Horriblemente me habitué a ese dudoso mundo; consideré increíble que pudiera existir otra cosa que sótanos provistos de nueve puertas y que sótanos largos que se bifurcan. Ignoro el tiempo que debí caminar bajo tierra; sé que alguna vez confundí, en la misma nostalgia, la atroz idea de los bárbaros y mi ciudad natal, entre los racimos.

En el fondo de un corredor, un no provisto muro me cerró el paso, una remota luz cayó sobre mí. Alcé los ofuscados ojos: en lo vertiginoso, en lo altísimo, vi un círculo de luz tan azul que pudo parecerme púrpura. Unos peldaños de metal escalaban el muro. La fatiga me relajaba, pero subí, sólo deteniéndome a veces para torpemente sollozar de felicidad. Fui divisando capiteles y astrálagos, frontones triangulares y bóvedas, confusas pompas del granito y del mármol. Así me fue deparado ascender de la ciega región de negros laberintos entretejidos a la resplandeciente Ciudad.

Emergí a una suerte de plazoleta; mejor dicho, de patio. Lo rodeaba un solo edificio de forma irregular y altura variable; a ese edificio heterogéneo pertenecían las diversas cúpulas y columnas. Antes que ningún otro rasgo de ese monumento increíble, me suspendió lo antiquísimo de su fábrica. Sentí que era anterior a los hombres, anterior a la Tierra. Esa notoria antigüedad (aunque terrible de algún modo para los ojos) me pareció adecuada al trabajo de obreros inmortales. Cautelosamente al principio, con indiferencia después, con desesperación al fin, erré por escaleras y pavimentos del inextricable palacio. (Después averigüé que eran inconstantes la extensión y la altura de los peldaños, hecho que me hizo comprender la singular fatiga que me infundieron.) Este palacio es fábrica de los dioses, pensé primeramente. Exploré los inhabitados recintos y corregí: Los dioses que lo edificaron han muerto. Noté sus peculiaridades y dije: Los dioses que lo edificaron estaban locos. Lo dije, bien lo sé, con una incomprensible reprobación, que era casi un remordimiento, con más horror intelectual que miedo sensible. A la impresión de enorme antigüedad se agregaron otras: la de lo interminable, la de lo atroz, la de los complejamente insensato. Yo había cruzado un laberinto, pero la nítida Ciudad de los Inmortales me atemorizó y repugnó. Un laberinto es una casa labrada para confundir a los hombres; su arquitectura, pródiga en simetrías, está subordinada a ese fin. En el palacio que imperfectamente exploré, la arquitectura carecía de fin. Abundaban el corredor sin salida, la alta ventana inalcanzable, la aparatosa puerta que daba a una celda o a un pozo, las increíbles escaleras inversas, con los peldaños y balaustrada hacia abajo. Otras, adheridas aéreamente al costado de un muro monumental, morían sin llegar a ninguna parte, al cabo de dos o tres giros,en la tiniebla superior de las cúpulas. Ignoro si todos los ejemplos que he enumerado son literales; sé que durante muchos años infestaron mis pesadillas; no puedo saber ya si tal o cual rasgo es una transcripción de la realidad o de las formas que desatinaron mis noches. Esta Ciudad (pensé) es tan horrible que su mera existencia y perduración, aunque en el centro de un desierto secreto, contamina el pasado y el porvenir y de algún modo compromete a los astros. Mientras perdure, nadie en el mundo podrá ser valeroso o feliz. No quiero describirla; un caos de palabras heterogéneas, un cuerpo de tigre o de toro, en el que pulularan monstruosamente, conjugados y odiándose, dientes, órganos y cabezas, pueden (tal vez) ser imágenes aproximativas.

No recuerdo las etapas de mi regreso, entre los polvorientos y húmedos hipogeos. Únicamente sé que no me abandonaba el temor de que, al salir del último laberinto, me rodeara otra vez la nefanda Ciudad de los Inmortales. Nada más puedo recordar. Ese olvido, ahora insuperable, fue quizá voluntario; quizá las circunstancias de mi evasión fueron tan ingratas que, en algún día no menos olvidado también, he jurado olvidarlas.

III

Quienes hayan leído con atención el relato de mis trabajos, recordarán que un hombre de la tribu me siguió como un perro podría seguirme, hasta la sombra irregular de los muros. Cuando salí del último sótano, lo encontré en la boca de la caverna. Estaba tirado en la arena, donde trazaba torpemente y borraba una hilera de signos, que eran como letras de los sueños, que uno está a punto de entender y luego se juntan. Al principio, creí que se trataba de una escritura bárbara; después vi que es absurdo imaginar que hombres que no llegaron a la palabra lleguen a la escritura. Además, ninguna de las formas era igual a otra, lo cual excluía o alejaba la posibilidad de que fueran simbólicas. El hombre las trazaba, las miraba y las corregía. De golpe, como si le fastidiara ese juego, las borró con la palma y el antebrazo. Me miró, no pareció reconocerme. Sin embargo, tan grande era el alivio que me inundaba (o tan grande y medrosa mi soledad) que di en pensar que ese rudimental troglodita, que me miraba desde el suelo de la caverna, había estado esperándome. El Sol caldeaba la llanura; cuando emprendimos el viaje de regreso a la aldea, bajo las primeras estrellas, la arena era ardorosa bajo los pies. El troglodita me precedió; esa noche concebí el propósito de enseñarle a reconocer, y acaso a repetir, algunas palabras. El perro y el caballo (reflexioné) son capaces de lo primero; muchas aves, como el ruiseñor de los Césares, de lo último. Por muy basto que fuera el entendimiento de un hombre, siempre sería superior al de los irracionales.

La humildad y miseria el troglodita me trajeron a la memoria la imagen de Argos, el viejo perro moribundo de la Odisea, y así le puse el nombre de Argos y traté de enseñárselo. Fracasé y volví a fracasar. Los arbitrios, el rigor y la obstinaión fueron del todo vanos. Inmóvil, con los ojos inertes, no parecía percibir los sonidos que yo procuraba inculcarle. A unos pasos de mí, era como si estuviera muy lejos. Echado en la arena, como una pequeña y ruinosa esfinge de lava, dejaba que sobre él giraran los cielos, desde el crepúsculo del día hasta el de la noche. Juzgué imposible que no se percatara de mi propósito. Recordé que es fama entre los etíopes que los monos deliberadamente no hablan para que no los obliguen a trabajar y atribuí a suspicacia o a temor el silencio de Argos. De esa imaginación pasé a otras, aún más extravagantes. Pensé que Argos y yo participábamos de universos distintos; pensé que nuestras percepciones eran iguales, pero que Argos las combinaba de otra manera y construía con ellas otros objetos; pensé que acaso no había objetos para él, sino un vertiginoso y continuo juego de impresiones brevísimas. Pensé en un mundo sin memoria, sin tiempo, consideré la posibilidad de un lenguaje que ignorara los sustantivos, un lenguaje de verbos impersonales o de indeclinables epítetos. Así fueron muriendo los días y con los días los años, pero algo parecido a la felicidad ocurrió una mañana. Llovió, con lentitud poderosa.

Las noches del desierto pueden ser frías, pero aquélla había sido un fuego. Soñé que un río de Tesalia (a cuyas aguas yo había restituido un pez de oro) venía a rescatarme; sobre la roja arena y la negra piedra yo lo oía acercarse; la frescura del aire y el rumor atareado de la lluvia me despertaron. Corrí desnudo a recibirla. Declinaba la noche; bajo las nubes amarillas la tribu, no menos dichosa que yo, se ofrecía a los vívios aguaceros en una especie de éxtasis. Parecían coribantes a quienes posee la divinidad. Argos, puestos los ojos en la esfera, gemía; raudales le rodaban por la cara; no sólo de agua, sino (después lo supe) de lágrimas. Argos, le grité, Argos.

Entonces, con mansa admiración, como si descubriera una cosa perdida y olvidada hace mucho tiempo, Argos balbuceó estas palabras: Argos, perro de Ulises. Y después, también sin mirarme: Este perro tirado en el estiércol.

Fácilmente aceptamos la realidad, acaso porque intuimos que nada es real. Le pregunté qué sabía de la Odisea. La práctica del griego le era penosa; tuve que repetir la pregunta.

Muy poco, dijo. Menos que el rapsoda más pobre. Ya habrán pasado mil cien años desde que la inventé.

IV

Todo me fue dilucidado aquel día. Los trogloditas eran los Inmortales; el riacho de aguas arenosas, el Río que buscaba el jinete. En cuanto a la ciudad cuyo nombre se había dilatado hasta el Ganges, nueve siglos haría que los Inmortales la habían asolado. Con las reliquias de su ruina erigieron, en el mismo lugar, la desatinada ciudad que yo recorrí: suerte de parodia o reverso y también templo de los dioses irracionales que manejan el mundo y de los que nada sabemos, salvo que no se parecen al hombre. Aquella fundación fue el último símbolo a que condescendieron los Inmortales; marca una etapa en que, juzgando que toda empresa es vana, determinaron vivir en el pensamiento, en la pura especulación. Erigieron la fábrica, la olvidaron y fueron a morar en las cuevas. Absortos, casi no percibían el mundo físico.

Esas cosas Homero las refirió, como quien habla con un niño. También me refirió su vejez y el postrer viaje que emprendió, movido, como Ulises, por el propósito de llegar a los hombres que no saben lo que es el mar ni comen carne sazonada con sal ni sospechan lo que es un remo. Habitó un siglo en la Ciudad de los Inmortales. Cuando la derribaron, aconsejó la fundación de la otra. Ello no debe sorprendernos; es fama que después de cantar la guerra de Ilión, cantó la guerra de las ranas y los ratones. Fue como un dios que creara el cosmos y luego el caos.

Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal. He notado que, pese a las religiones, esa convicción es rarísima. Israelitas, cristianos y musulmanes profesan la inmortalidad, pero la veneración que tributan al primer siglo prueba que sólo creen en él, ya que destinan todos los demás, en número infinito, a premiarlo o castigarlo Más razonable me parece la rueda de ciertas religiones del Indostán; en esa rueda, que no tiene principio ni fin, cada vida es efecto de la anterior y engendra la siguiente, pero ninguna determina el conjunto... Adoctrinada por un ejercicio de siglos, la república de hombres inmortales había logrado la perfección de la tolerancia y casi con desdén. Sabía que en un plazo infinito le ocurren a todo hombre todas las cosas. Por sus pasadas o futuras virtudes, todo hombre es acreedor a toda bondad, pero también a toda traición, por sus infamias del pasado o del porvenir. Así como en los juegos de azar las cifras pares y las cifras impares tienden al equilibrio, así también se anulan y se corrigen el ingenio y la estolidez, y acaso el rústico poema del Cid es el contrapeso exigido por un solo epíteto de las Églogas o por una sentencia de Heráclito. El pensamiento más fugaz obedece a un dibujo invisible y puede coronar, o inaugurar, una forma secreta. Sé de quienes obraban el mal para que en los siglos futuros resultara el bien, o hubiera resultado en los ya pretéritos... Encarados así, todos nuestros actos son justos, pero también son indiferentes. No hay méritos morales o intelectuales. Homero compuso la Odisea; postulado un plazo infinito, con infinitas circunstancias y cambios, lo imposible es no componer, siquiera una vez, la Odisea. Nadie es alguien, un solo hombre inmortal es todos los hombres. Como Cornelio Agrippa, soy dios, soy héroe, soy filósofo, soy demonio y soy mundo, lo cual es una fatigosa manera de decir que no soy.

El concepto del mundo como sistema de precisas compensaciones influyó vastamente en los Inmortales. En primer término, los hizo invulnerables a la piedad. He mencionado las antiguas canteras que rompían los campos de la otra margen; un hombre se despeñó en la más honda; no podía lastimarse ni morir, pero lo abrasaba la sed; antes de que le arrojaran una cuerda pasaron setenta años. Tampoco interesaba el propio destino. El cuerpo no era más que un sumiso animal doméstico y le bastaba, cada mes, la limosna de unas horas de sueño, de un poco de agua y de una piltrafa de carne. Que nadie quiera rebajarnos a ascetas. No hay placer más complejo que el pensamiento y a él nos entregábamos. A veces, un estímulo extraordinario nos restituía al mundo físico. Por ejemplo, aquella mañana, el viejo goce elemental de la lluvia. Esos lapsos eran rarísimos; todos los Inmortales eran capaces de perfecta quietud; recuerdo alguno a quien jamás he visto de pie: un pájaro anidaba en su pecho.

Entre los corolarios de la doctrina de que no hay cosa que no esté compensada por otra, hay uno de muy poca importancia teórica, pero que nos indujo, a fines o a principios del siglo X, a dispersarnos por la faz de la Tierra. Cabe en estas palabras Existe un río cuyas aguas dan la inmortalidad; en alguna región habrá otro río cuyas aguas la borren. El número de ríos no es infinito; un viajero inmortal que recorra el mundo acabará, algún día, por haber bebido de todos. Nos propusimos descubrir ese río.

La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Éstos se conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser el último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso. Entre los Inmortales, en cambio, cada acto (y cada pensamiento) es el eco de otros que en el pasado lo antecedieron, sin principio visible, o el fiel presagio de otros que en el futuro lo repetirán hasta el vértigo. No hay cosa que no esté como perdida entre infatigables espejos. Nada puede ocurrir una sola vez, nada es preciosamente precario. Lo elegíaco, lo grave, lo ceremonial, no rigen para los Inmortales. Homero y yo nos separamos en las puertas del Tánger; creo que no nos dijimos adiós.

V

Recorrí nuevos reinos, nuevos imperios. En el otoño de 1066 milité en el puente de Stamford, ya no recuerdo si en las filas de Harold, que no tardó en hallar su destino, o en las de aquel infausto Harald Hardrada que conquistó seis pies de tierra inglesa, o un poco más. En el séptimo siglo de la Héjira, en el arrabal de Bulaq, transcribí con pausada caligrafía, en un idioma que he olvidado, en un alfabeto que ignoro, los siete viajes de Simbad y la historia de la Ciudad de Bronce. En un patio de la cárcel de Samarcanda he jugado muchísimo al ajedrez. En Bikanir he profesado la astrología y también en Bohemia. En 1683 estuve en Kolozsvár y después en Leipzig. En Aberdeen, en 1714, me suscribí a los seis volúmenes de la Ilíada de Pope; sé que los frecuenté con deleite. Hacia 1729 discutí el origen de ese poema con un profesor de retórica, llamado, creo, Giambattista; sus razones me parecieron irrefutables. El 4 de octubre de 1921, el Patna, que me conducía a Bombay, tuvo que fondear en un puerto de la costa eritrea 1. Bajé; recordé otras mañanas muy antiguas, también frente al Mar Rojo, cuando yo era tribuno de Roma y la fiebre y la magia y la inacción consumían a los soldados. En las afueras vi un caudal de agua clara; la probé, movido por la costumbre. Al repechar el margen, un árbol espinoso me laceró el dorso de la mano. El inusitado dolor me pareció muy vivo. Incrédulo, silencioso y feliz, contemplé la preciosa formación de una lenta gota de sangre. De nuevo soy mortal, me repetí, de nuevo me parezco a todos los hombres. Esa noche dormí hasta el amanecer.

...He revisado al cabo de un año, estas páginas. Me constan que se ajustan a la verdad, pero en los primeros capítulos, y aun en ciertos párrafos de los otros, creo percibir algo falso. Ello es obra, tal vez, del abuso de rasgos circunstanciales, procedimiento que aprendí en los poetas y que todo lo contamina de falsedad, ya que esos rasgos pueden abundar en los hechos, pero no en su memoria... Creo, sin embargo, haber descubierto una razón más íntima. La escribiré; no importa que me juzguen fantástico.

La historia que he narrado parece irreal, porque en ella se mezclan los sucesos de dos hombres distintos. En el primer capítulo, el jinete quiere saber el nombre del río que baña las murallas de Tebas; Flaminio Rufo, que antes ha dado a la ciudad el epíteto de Hekatómpylos, dice que el río es el Egipto; ninguna de esas locuciones es adecuada a él, sino a Homero, que hace mención expresa en la Ilíada, de Tebas Hekatómpylos, y en la Odisea, por boca de Proteo y de Ulises, dice invariablemente Egipto por Nilo. En el capítulo segundo, el romano, al beber el agua inmortal, pronuncia unas palabras en griego; esas palabras son homéricas y pueden buscarse en el fin del famoso catálogo de las naves. Después, en el vertiginoso palacio, habla de "una reprobación que era casi un remordimiento"; esas palabras corresponden a Homero, que había proyectado ese horror. Tales anomalías me inquietaron; otras, de orden estético, me permitieron descubrir la verdad. El último capítulo las incluye; ahí está escrito que milité en el puente de Stamford, que transcribí, en Bulaq, los viajes de Simbad el Marino y que me suscribí, en Aberdeen, a la Ilíada inglesa de Pope. Se lee inter alia: "En Bikanir he profesado la astrología y también en Bohemia". Ninguno de esos testimonios es falso; lo significativo es el hecho de haberlos destacado. El primero de todos parece convenir a un hombre de guerra, pero luego se advierte que el narrador no repara en lo bélico y sí en la suerte de los hombres. Los que siguen son más curiosos. Una oscura razón elemental me obligó a registrarlos; lo hice porque sabía que eran patéticos. No lo son, dichos por el romano Flaminio Rufo. Lo son, dichos por Homero; es raro que éste copie, en el siglo trece, las aventuras de Simbad, de otro Ulises, y descubra, a la vuelta de muchos siglos, en un reino boreal y un idioma bárbaro, las formas de su Ilíada. En cuanto a la oración que recoge el nombre de Bikanir, se ve que la ha fabricado un hombre de letras, ganoso (como el autor del catálogo de las naves) de mostrar vocablos espléndidos 2.

Cuando se acerca el fin, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras. No es extraño que el tiempo haya confundido las que alguna vez me representaron con las que fueron símbolos de la suerte de quien me acompañó tantos siglos. Yo he sido Homero; en breve, seré Nadie, como Ulises; en breve, seré todos: estaré muerto.

Postdata de 1950

Entre los comentarios que ha despertado la publicación anterior, el más curioso, ya que no el más urbano, bíblicamente se titula A coat of many colours (Manchester, 1948) y es obra de la tenacísima pluma del doctor Nahum Cordovero. Abarca unas cien páginas. Habla de los centones griegos, de los centones de la baja latinidad, de Ben Jonson, que definió a sus contemporáneos con retazos de Séneca, del Virgilius evangelizans, de Alexander Ross, de los artificios de George Moore y de Eliot, y finalmente, de "la narración atribuida al anticuario Joseph Cartaphilus". Denuncia, en el primer capítulo, breves interpolaciones de Plinio (Historia naturalis, V, 8); en el segundo, de Thomas de Quincey (Writings, III, 439); en el tercero, de una epístola de Descartes al embajador Pierre Chanut; en el cuarto, de Bernard Shaw (Back to Methuselah, V). Infiere de esas intrusiones, o hurtos, que todo el documento es apócrifo.

A mi entender, la conclusión es inadmisible. Cuando se acerca el fin, escribió Cartaphilus, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras. Palabras, palabras desplazadas y mutiladas, palabras de otros, fue la pobre limosna que le dejaron las horas y los siglos.

A Cecilia Ingenieros.

oOo

1. Hay una tachadura en el manuscrito; quizás el nombre del puerto ha sido borrado.

2. Ernesto Sábato sugiere que el « Geambattista » que discutió la formación de la Ilíada con el anticuario Cartaphilus es Geambattista Vico; ese italiano defendía que Homero es un personaje simbólico, a la manera de Plutón o de Aquiles.

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Diario de la rosa Ursula K. Le Guin, 1976.

30 de agosto.

La doctora Nades me recomienda que escriba un diario sobre mi trabajo. Opina que si se sigue cuidadosamente, cuando vuelves a leerlo puedes recordar observaciones, advertir errores y aprender de ellos, y observar el progreso o las desviaciones del pensamiento positivo, pudiendo así corregir el curso de tu tarea mediante un proceso de regeneración.

Prometo escribir todas las noches en este cuaderno y volverlo a leer al final de cada semana.

Me gustaría haberlo hecho mientras fui ayudante, pero ahora es todavía más importante puesto que tengo mis propios pacientes.

Desde ayer tengo seis pacientes, toda una carga para una psicoscopista, pero cuatro de ellos son los niños autistas con los que he estado trabajando todo el año para el estudio que realiza la doctora Nades para el Departamento Nacional de Psiquiatría (mis notas al respecto se hallan en los archivos psi de la clínica). Los otros dos acaban de ser admitidos.

Ana Jest, cuarenta y seis años, empleada en una panadería, casada, sin hijos, diagnóstico: depresión, enviada por la policía local (intento de suicidio).

Flores Sorde, treinta y seis años, ingeniero, soltero, sin diagnóstico, enviado por el TRTU (conducta psicopática: violenta).

La doctora Nades dice que es importante que escriba las cosas todas las noches tal como me sucedieron durante el trabajo: la espontaneidad es más informativa al examinarse una misma (igual que en autopsicoscopia). Dice que es mejor escribirlo, no grabarlo, y conservarlo en privado para que no lo redacte pensando que otra persona va a leerlo. Es difícil. Nunca antes he escrito nada sólo para mí. ¡Sigo haciéndolo como si fuera para la doctora Nades! Si el diario es útil, quizá pueda enseñárselo a ella algún día y pedirle consejo.

Creo que Ana Jest se halla en una depresión menopáusica y que una terapia hormonal bastará. ¡Bien! Veamos lo mala que soy pronosticando.

Mañana trabajaré con los dos pacientes en el psicoscopio. Es excitante tener mis propios enfermos. Estoy impaciente por empezar. Aunque, claro, el trabajo en equipo fue muy educativo. Análisis material psicos de once a diecisiete horas. Nota: ¡Ajustar el detector cerebral en siguiente sesión! Concreción visual débil. Muy poco auditiva, sensibilidad débil, imagen corporal errática. Análisis de laboratorio sobre equilibrio hormonal, mañana.

Resulta sorprendente cuán vulgar es la mente de muchas personas. Claro que la pobre mujer está en una depresión grave. La entrada en la dimensión Con fue nebulosa e incoherente, y la dimensión Incon estaba muy abierta, pero oscura. ¡Y las cosas que salieron de la oscuridad fueron tan triviales! Un par de zapatos viejos y la palabra "geografía". Y los zapatos eran difusos, un simple esquema de un-par-de-zapa tos, quizá de hombre o quizá de mujer, tal vez azules oscuros o tal vez marrones. Es un tipo definitivamente visual pero no ve nada con claridad. No mucha gente lo hace. Es deprimente. Cuando yo era estudiante de primer año solía pensar en lo maravillosas que serían otras mentes, en lo fantástico que sería compartir todo aquel mundo distinto, los diferentes coloridos de sus pasiones e ideas. ¡Qué ingenua!

La primera vez que me di cuenta fue en la clase de la doctora Ramia. Estudiábamos una grabación de una persona muy famosa, próspera, y advertí que el sujeto nunca había mirado o tocado un árbol, no conocía ninguna diferencia entre un roble y un álamo, o ni siquiera entre una margarita y una rosa. Para él todo era simplemente "árboles" o "flores", percibidos esquemáticamente. Lo mismo sucedía con los rostros de las personas, aunque tenía trucos para diferenciarlos; fundamentalmente, aquel tipo veía los nombres, como una etiqueta, y no las caras. Se trataba de una mente Abstracta, por supuesto, pero aún puede ser peor con los Concretos, cuyas percepciones se presentan en una especie de todo indefinido: sopa de arvejas con un par de zapatos dentro.

¿Me estoy "adaptando"? He estado todo el día estudiando los pensamientos de una deprimida y me he deprimido. Más arriba he escrito "Es deprimente". Ya veo el valor de este diario. Sé que soy superimpresionable.

Claro, por eso soy una buena psicoscopista. Pero es peligroso.

Ninguna sesión con F. Sorde hoy, puesto que el efecto sedante no ha desaparecido. Los enviados por la TRTU suelen estar tan drogados que no se los puede someter a examen durante varios días.

Mañana a las cuatro sesión psicoscópica de rapidez visual con Ana J. ¡Mejor me acuesto!

1 de septiembre.

La doctora Nades dice que lo que escribí ayer es justo lo que ella tenía en mente y me invitó a mostrarle este diario otra vez cuando tenga dudas. Pensamientos espontáneos, no los datos técnicos, que en cualquier caso están registrados en los archivos. Sin tachar nada. La sinceridad es muy importante.

El sueño de Ana fue interesante pero patético. ¡El lobo que se convertía en una torta! Una torta desagradable, confusa, tosca... Su visualidad es más clara en sueños, pero el tono de sensibilidad permanece bajo (pero recuerda: tú contribuyes al efecto, no lo interpretas). Hoy inicié la terapia hormonal.

F. Sorde despertó, pero demasiado confuso para someterle a una sesión psicos. Asustado. Se negó a comer. Se quejó del costado. Creí que estaba dudoso sobre el tipo de hospital que es este y le expliqué que él estaba físicamente bien. Contestó: "¿Cómo demonios lo sabe?", y tenía toda la razón, porque llevaba puesta la camisa de fuerza por causa de la notación V en su informe. Lo examiné y descubrí magulladuras y contusión. El examen por rayos X que pedí mostró dos costillas rotas. Expliqué al paciente que había estado en unas condiciones en las que fue preciso inmovilizarle para evitar que se autolesionara. Dijo: "Cada vez que uno de ellos me hacía una pregunta, el otro me daba una patada". Repitió esto varias veces, colérico y confuso. ¿Sistema paranoico delusivo? Si no cesa cuando las drogas desaparezcan, procederé de acuerdo con esta suposición. Responde muy bien hacia mi persona, preguntó mi nombre cuando lo visité con la placa de rayos X y accedió a comer. Me vi obligada a excusarme ante él. No es un buen principio con un paranoico. La lesión de las costillas debía haber estado consignada en su informe por la agencia que lo envió o por el médico que lo admitió. Este tipo de negligencias es molesto.

Pero también hay buenas noticias. Rina (sujeto 4 del estudio sobre autismo) vio hoy una frase en primera persona. Surgió de repente, en primer término de la alta Con, en caracteres sencillos y muy negros: Quiero dormir en la habitación grande. (Duerme sola debido al problema de las heces.) La frase permaneció clara durante unos cinco segundos. Ella la leía en su mente igual que yo en la pantalla holográfica. Hubo una subverbalización débil, pero no subvocalización, nada en el audio. Todavía no ha hablado, ni siquiera para sí misma, en primera persona. Expliqué todo el asunto a Tío y él le preguntó a Rina después de la sesión: "Rina, ¿dónde quieres dormir?". "Rina duerme en la habitación grande." Ningún pronombre, ninguna comunicación. Pero uno de estos días ella dirá Yo quiero... en voz alta. Y en base a esto podrá, quizás, desarrollar finalmente una personalidad. Quiero, luego existo.

Hay mucho miedo. ¿Por qué hay tanto miedo allí?

4 de septiembre.

Fui a la ciudad aprovechando mis dos días de descanso. Estuve con B. en su nuevo piso del norte de la ribera. ¡¡¡Tres habitaciones para ella sola!!! Pero en realidad no me gustan esos viejos edificios, hay ratas y cucarachas. Parecen tan antiguos y extraños... como si los años del hambre estuvieran todavía allí, aguardando. Fue agradable volver aquí, a mi pequeña habitación, toda para mí pero con otras muy cerca, en la misma planta, con amigas y colegas. Extrañé el escribir en este cuaderno. Formo hábitos con mucha rapidez. Tendencia compulsiva.

Ana mejoró mucho: vestida, peinada, estaba tejiendo. Pero la sesión fue floja. Le pedí que pensara en tortas y la gruesa torta-lobo, tosca, monótona, surgió ocupando toda la dimensión Incon, mientras en la Con Ana intentaba, obedientemente, visualizar un delicioso pastel de queso. No estaba del todo mal: colores y rasgos ya más vigorosos. Sigo deseando que todo quede en un simple tratamiento hormonal. Claro que ellos sugerirán terapia electroconvulsiva, y un coanálisis del material psicoscópico sería perfectamente posible. Deberemos empezar con la torta-lobo, etc. ¿Pero hay motivo para ello? Ella ha estado haciendo pan durante veinticuatro años y su estado físico es deficiente. No puede cambiar su situación. Con un buen equilibrio hormonal podría, al menos, soportarla.

F. Sorde: tranquilo pero aún suspicaz. Extrema reacción de miedo cuando le dije que debíamos iniciar la primera sesión. Para apaciguarlo me senté y le hablé sobre la naturaleza y funcionamiento del psicoscopio. Escuchó atentamente.

-¿Sólo empleará el psicoscopio? -preguntó.
-Sí.
-¿No habrá electroshock?
-No.
-¿Me lo promete?

Le expliqué que soy una psicoscopista y que nunca he manejado el equipo de terapia electroconvulsiva, que pertenece a un departamento completamente distinto. Le dije que mi trabajo con él sería diagnóstico, no terapéutico. Siguió escuchando con atención. Se trata de una persona instruida y entiende la diferencia entre conceptos tales como "diagnóstico" y "terapéutica". Es curioso que me pidiera una promesa. Eso no concuerda con un modelo paranoico, no se piden promesas a gente que no es de tu confianza. Me acompañó dócilmente pero se detuvo al entrar en la sala de psicoscopía y palideció al ver el aparato. Expliqué el chiste de la doctora Aven sobre el sillón del dentista, que ella siempre empleó con los pacientes nerviosos. Y F. S. comentó: "¡Mientras no sea una silla eléctrica!".

Tratándose de individuos inteligentes, creo que es mejor no guardar secretos, cosa que impone sobre el sujeto una autoridad falsa y un sentimiento de desamparo (véase Técnica psicoscópica, de T. R. Olma). Por eso le mostré la silla y el casco electródico y le expliqué su funcionamiento. Posee algunas nociones sobre el psicoscopio y sus preguntas también reflejaron sus conocimientos de ingeniero. Se sentó en la silla cuando se lo pedí. Atemorizado, sudaba profusamente cuando le ajusté la corona y las abrazaderas y, evidentemente, el olor a sudor lo avergonzaba. Si supiera cómo huele Rina después de haber estado haciendo cuadros con excrementos... Cerró los ojos y se aferró a los brazos del sillón con tanta fuerza que perdió el color de las manos. Y también las pantallas estaban casi blancas.

-No hace daño, ¿verdad? -dije al cabo de un rato en tono alegre.
-No lo sé.
-Bien, ¿sí o no?
-¿Quiere decir que ya está conectado?
-Sí, desde hace noventa segundos.

Abrió los ojos y miró a su alrededor todo lo que le permitieron las abrazaderas de la cabeza.

-¿Dónde está la pantalla? -preguntó. Le expliqué que el paciente nunca mira la pantalla en funciona miento, porque la objetivación puede ser muy nociva.
-¿Como la realimentación para un micrófono? -dijo. Su sonrisa al decir esto fue exactamente la misma que la doctora Aven solía usar. Sin lugar a dudas, F. S. es una persona inteligente. Nota: ¡Los paranoicos inteligentes son peligrosos!
-¿Qué es lo que ve? -me preguntó.
-Estése quieto, no quiero ver lo que dice sino lo que piensa -contesté.
-Pero eso no le incumbe a usted, ya lo sabe -afirmó amablemen te, casi burlándose.

Entre tanto, la palidez del miedo se había convertido en repliegues volitivos, oscuros, intensos. Pocos segundos después de que dejara de hablar, una rosa apareció en la totalidad de la dimensión Con: una rosa abierta, maravillosamente percibida y visualizada, clara y uniforme, completa.

-¿Qué es lo que pienso, doctora Sobel? -dijo al cabo de un momento.
-Osos en el zoológico.

Me pregunto por qué respondí así. ¿Autodefensa? ¿Contra qué? F. se rió y el Incon se oscureció. Enseguida, la rosa se diluyó y desapareció.

-Era una broma -dije-. ¿Puede volver a pensar en la rosa?

La palidez del miedo volvió a presentarse.

-Escuche -proseguí-, está muy mal que hablemos así en la primera sesión. Tiene mucho que aprender antes de poder coanalizar, y yo tengo mucho que aprender sobre usted. No hagamos más bromas, ¿de acuerdo? Limítese a relajarse físicamente y piense en cualquier cosa que le guste.

Hubo agitación y subverbalización en la dimensión Con, y la Incon se desvaneció hasta un tono grisáceo, represión. La rosa volvió a aparecer débilmente unas cuantas veces. F. intentó concentrarse en ella, pero no pudo. Observé varias imágenes fugaces: yo misma, mi uniforme, uniformes de la TRTU, un coche gris, una cocina, el guarda violento (potentes imágenes aurales, chillidos), un escritorio, documentos sobre éste... Se aferró a ellos. Eran los planos de una máquina. Empezó a mirarlos. Era un intento deliberado de supresión, y muy efectivo.

-¿Qué tipo de máquina es ésa? -dije por fin.

Al principio respondió en voz alta. Pero se detuvo y permitió que yo obtuviera la respuesta, subvocalmente, en el auricular.

-Planos para un conjunto motriz rotativo a tracción. -Dijo eso o algo parecido... Las palabras exactas, por supuesto, están grabadas. Lo repetí en voz alta, antes de preguntar:
-No se trata de planos secretos, ¿verdad?
-No -contestó en voz alta. Y añadió-: No conozco ninguno secreto.

Su reacción ante una pregunta es intensa y compleja. Cada frase es como un montón de piedras arrojadas a un estanque: los anillos entrelazados se difunden rápida y ampliamente por el Con y penetran en el Incon, provocando respuestas a todos los niveles. Al cabo de pocos segundos todo eso fue ocultado por un gran letrero que apareció en primer término en la alta Con, visualizado deliberadamente como la rosa y los planos, reforzado auditivamente mientras lo leía una y otra vez: ¡NO PASAR! ¡NO PASAR! ¡NO PASAR!

La imagen empezó a hacerse borrosa y a fluctuar, dominada por señales somáticas. Flores dijo que estaba cansado y terminé la sesión (a las doce y cinco).

Le quité la corona y las abrazaderas y le ofrecí una taza de té que recogí en el mostrador del vestíbulo. Se sorprendió por el detalle y las lágrimas se asomaron en sus ojos. Sus manos, tanto tiempo aferradas al sillón, estaban agarrotadas y le costó trabajo sostener la taza. Le dije que no debería estar tan tenso y temeroso, que intentábamos ayudarle, no hacerle daño.

Me miró. Los ojos son como una pantalla del psicos, pero no puedes leer en ellos. Me habría gustado que aún llevara puesta la corona pero, al parecer, nunca puedes recoger en el psicos los momentos más interesantes.

-Doctora -dijo-, ¿por qué estoy en este hospital?
-Para diagnosis y terapia.
-Diagnosis y terapia... ¿de qué?

Le dije que, aunque en aquel momento no lo recordara, se había comportado extrañamente. Me preguntó cómo y cuándo, y le respondí que todo se aclararía cuando la terapia hiciera efecto. Aunque hubiera conocido su episodio psicopático yo habría dicho lo mismo. Era el procedimiento correcto. Pero me sentí en una posición falsa. Si el informe de la TRTU no hubiera sido secreto, yo estaría hablando con conocimiento de los hechos. Y hubiera podido contestar mejor a lo que me preguntó después.

-Me despertaron a las dos de la madrugada -explicó-, me encarcelaron, interrogaron, golpearon y drogaron. Supongo que me habré comportado un poco raro en aquel momento. ¿No le habría pasado lo mismo a usted?
-A veces -dije-, una persona sometida a tensión malinterpreta las acciones de otra gente. Bébase el té y lo llevaré a la sala. Tiene fiebre.
-La sala -dijo, con una especie de estremecimiento. Y añadió, casi desesperado-: ¿De verdad no sabe por qué me encuentro aquí?

Esto fue extraño, como si me hubiera incluido en su sistema delusivo, en "su bando". Comprobar esta posibilidad en Rheingeld. Debería suponer que ello implicaría una cierta transferencia y no ha habido tiempo suficiente para eso.

He pasado la tarde analizando las holografías de Jest y Sorde. Nunca he visto una imagen psicoscópica tan perfecta y vívida como aquella rosa, ni siquiera en alucinaciones causadas por las drogas. Las sombras de un pétalo sobre otro, la húmeda y aterciopelada textura de los pétalos, el color rosa repleto de luz natural, la corona central amarilla... Estoy segura que hasta el olor habría percibido si el aparato tuviera el sistema adecuado para ello. No se trataba de un recuerdo sino de algo real, enraizada en la tierra, viva y en desarrollo, con el tallo, espinoso y fuerte, bajo ella.

Muy cansada, debo irme a la cama.

Vuelvo a leer las notas de hoy. ¿Llevo bien el diario? Todo lo que he escrito es lo que sucedió y lo que se dijo. ¿Es espontáneo? Por lo menos, era importante para mí.

5 de septiembre.

Hoy, mientras comía, he discutido el problema de la resistencia consciente con la doctora Nades. He explicado que ya había trabajado con obstáculos inconscientes (los niños y sujetos depresivos como Ana J.) y que tengo cierta habilidad para superarlos, pero que nunca me había encontrado con un obstáculo consciente como el letrero NO PASAR de F. S., o con el dispositivo que empleó hoy, efectivo durante toda una sesión de veinte minutos: concentración en su respiración, ritmos corporales, dolor en las costillas e impulso vital partiendo de la sala psicoscópica. La doctora sugirió que le vendara los ojos para superar el último truco, y que fijara mi atención en la dimensión Incon, puesto que él no puede evitar que aparezcan cosas allí. Con todo, es sorprendente la amplitud de la zona de acción recíproca de sus campos Con e Incon, y la intensidad de resonancia de uno sobre otro. Creo que su concentración en el ritmo respiratorio le permitió lograr algo parecido a una situación de "trance". Claro está que la gran parte de lo que se denomina trance es mero faquirismo ocultista, un rasgo primitivo sin interés para la ciencia operativa.

Hoy Ana ha pensado para mí en "un día de mi vida". Todo tan gris y desvaído... ¡Pobrecilla! Ni siquiera le ha complacido nunca pensar en comida, aunque se sustenta con una ración mínima. La única cosa clara durante un instante fue un rostro infantil, ojos castaño claro, una gorra de punto rosa, mejillas redondeadas... En la discusión que tuvimos después de la sesión, me explicó que siempre pasa por el patio de una escuela cuando va camino del trabajo porque "me gusta ver a los pequeños corriendo y gritando". Su marido aparece en la pantalla como un voluminoso traje de faena y un murmullo enojado, amenazante. ¿Se da cuenta de que no ve su rostro ni oye palabra alguna que él dijera durante muchos años? Pero no hay razón para hablar de ello. Tal vez sea mejor que no lo haga.

Hoy advertí que lo que está tejiendo es una gorra roja.

Por recomendación de la doctora Nades, leo Falta de afecto: un estudio, de De Cams.


6 de septiembre.

En medio de la sesión (respirando de nuevo), grité: "¡Flores!"

Las dos dimensiones psíquicas quedaron en blanco pero la verificación somática apenas varió. Respondió en voz alta, soñoliento, al cabo de cuatro segundos. No es un "trance", sino una autohipnosis.

-El aparato controla su respiración -dije-. No me hace falta saber que sigue respirando. Es fastidioso.
-Me gusta controlarme yo mismo, doctora.

Me acerqué a él, le quité la venda y lo miré. Tenía un rostro apacible, el que se acostumbra a ver en hombres que tratan con maquinaria, sensibles pero pacientes, como un asno. Esto es una estupidez. No lo tacharé. Se supone que debo ser espontánea al escribir. Los asnos tienen caras bonitas. Se les atribuye estupidez y rebeldía, pero su aspecto es inteligente y bonachón, como si hubieran sufrido mucho pero sin guardar rencor, como si tuvieran algún motivo para no ser rencorosos. Y el círculo blanco que rodea sus ojos los hace parecer indefensos.

-Cuanto más respira -dije-, menos piensa. Necesito su cooperación. Estoy intentando averiguar qué es lo que usted teme.
-Pero yo lo sé -respondió.
-¿Y por qué no me lo ha dicho?
-Porque nunca me lo ha preguntado.
-Eso es ilógico. -Y, pensándolo ahora, es gracioso mostrarse indignada ante un paciente mental por el hecho de que sea ilógico-. Bien, pues ahora se lo pregunto.
-Temo al electroshock. Que me destruyan la mente. Que me retengan aquí. O que me dejen marchar cuando ya no recuerde nada. -Respiraba con dificultad mientras hablaba.
-Bien, ¿por qué no piensa en eso mientras observo las pantallas?
-¿Por qué debo hacerlo?
-¿Y por qué no? Ya me lo ha explicado, ¿por qué no puede pensar en ello? ¡Quiero ver el color de sus pensamientos!
-El color de mis pensamientos no es de su incumbencia -dijo enfadado.

Pero yo observaba la pantalla mientras hablaba y vi aquella actividad desguarnecida. Además, todo lo que hablábamos estaba siendo grabado, y lo he estudiado durante toda la tarde. Es fascinante. Hay dos niveles subverbales aparte de las palabras habladas. Todas las reacciones y distorsiones emotivo-sensoriales son vigorosas y complejas. El me "ve" de tres formas distintas, por ejemplo, o quizá más; ¡el análisis es terriblemente difícil! Las correspondencias Con-Incon son muy complicadas, los recuerdos y las impresiones nuevas se mezclan con toda rapidez y, con todo, el conjunto está unificado en su complejidad. Es igual que esa máquina que F. estudiaba, muy intrincada pero única, matemáticamente armónica. Como los pétalos de la rosa.

Cuando advirtió que yo estaba observando, empezó a gritar: "¡Mirona! ¡Maldita mirona! ¡Déjeme solo! ¡Váyase!". Después empezó a llorar. Durante varios segundos la pantalla reflejó claramente su imaginación: él mismo rompía las abrazaderas de la cabeza y los brazos, destrozaba a patadas el aparato y salía corriendo del edificio. En el exterior, la extensa cumbre de una colina, cubierta con hierba poco crecida y reseca, bajo el cielo del atardecer, y Flores allí, solo. Estaba agarrado a la silla, sollozando.
Acabé la sesión, le quité la corona electródica y le pregunté si deseaba té, pero él se negó a responder. Desaté sus brazos y le traje una taza. Hoy habría azúcar, una caja llena. Se lo hice saber y le dije que le pondría dos terrones. Bebió un poco de té.

-¿Sabe que me gusta el azúcar? -dijo en un tono premeditadamente irónico, porque estaba avergonzado de sus lloros-. Supongo que lo debe saber por su psicoscopio.
-No diga tonterías -respondí-. A todo el mundo le gusta el azúcar cuando pueden conseguirlo.
-No, mi pequeña doctora, no pueden.

En el mismo tono, me preguntó mi edad y si estaba casada. Se mostraba resentido.

-¿No quiere casarse? -preguntó-. ¿Está aferrada a su trabajo? ¿A ayudar a los enfermos mentales a volver a una vida constructiva de servicio a la nación?
-Me gusta mi trabajo porque es difícil e interesante. Como el suyo. A usted le gusta su trabajo, ¿no es cierto?
-Me gustaba. Me he despedido de todo eso.
-¿Por qué?
-¡Zzzzzt! -dijo dándose golpecitos en la cabeza-. Todo se ha ido, ¿no es así?
-¿Por qué está tan convencido de que le prescribirán electroshock? Todavía no he dado mi diagnóstico.
-¿Diagnosticarme? Mire, basta de comedia, por favor. Mi diagnóstico ya está hecho. Lo hicieron los instruidos doctores de la TRTU. Caso grave de desafección. Síntoma determinante: ¡Perversidad! Terapia: Encerradlo en una habitación llena de miserias humanas, llorosas y apaleadas, escrutad su mente igual que hicisteis con sus notas, y abrasadla... destrozadla. ¿Cierto, doctora? ¿Por qué todas estas preguntas, diagnósticos, tazas de té...? ¿No puede seguir adelante sin todo esto? ¿Debe escarbar en todo lo que soy antes de pegarle fuego?
-Flores -dije pacientemente-, es usted el que está diciendo "acaben conmigo". ¿No se oye decirlo? El psicoscopio no destruye nada. Y tampoco estoy usándolo para obtener pruebas. Esto no es un tribunal, no se le está juzgando. Yo no soy juez. Soy médico.
-Si usted es un médico -interrumpió-, ¿no puede ver que no estoy enfermo?
-¿Cómo voy a ver nada si me impide el paso con sus estúpidos carteles de NO PASAR? -grité. Sí, grité. Mi paciencia era una actitud y se rompió en pedazos. Pero comprendí que esto le había afectado, y por eso continué-. Parece enfermo, actúa como un enfermo, dos costillas rotas, fiebre, inapetencia, arrebatos de llanto... ¿Es eso estar saludable? ¡Si no está enfermo, demuéstremelo! ¡Déjeme que vea cómo es por dentro, por dentro de todo eso!

Bajó la vista hacia su taza, emitió una especie de risa y se encogió de hombros.

-No puedo ganar -dijo-. ¿Para qué hablar con usted? ¡Parece tan honrada, maldita sea!

Me fui. Es chocante cómo puede herirte un enfermo. El problema es que estoy acostumbrada a los niños, cuyo rechazo es total, como animales que tiemblan, se esconden o muerden en su pánico. Pero con este hombre, inteligente y de más edad que yo, primero hay comunicación, confianza, y luego el ataque. Es peor.

Es penoso escribir todo esto. Vuelve a ser doloroso. Pero es útil. Ahora entiendo mucho mejor muchas cosas que F. dijo. Creo que no se lo enseñaré a la doctora Nades hasta que complete el diagnóstico. Si hay algo de cierto en lo que dijo de que le habían detenido por sospecha de desafección (y realmente es descuidado en la forma que habla), la doctora Nades podría pensar que debe hacerse cargo del caso, a causa de mi inexperiencia. Debería lamentarme por eso. Necesito experiencia.

7 de septiembre.

¡Tonta! Por eso te dio el libro de De Cams. Claro que lo sabe. Como directora de la sección tiene acceso al expediente de la TRTU sobre F. S. Me dio este caso deliberadamente.

No hay duda que es educativo.

Sesión de hoy: F. S. sigue colérico y huraño. Intencionadamente ha imaginado una escena sexual. Era un recuerdo, pero cuando ella estaba jadeando bajo F. éste ha cambiado la cara por una caricatura de mi propio rostro. Fue muy vívido. Dudo que una mujer pudiera haberlo hecho; la memoria femenina sobre un acto sexual es normalmente menos clara y más sublime, la mujer y su acompañante no se convierten en marionetas de carne, con cabezas recambiables. Al cabo de un rato se cansó de la representación (pese a toda su vividez hubo poca participación somática, ni siquiera una erección) y su mente empezó a errar. Por primera vez. Volvió a surgir uno de los dibujos que había en el escritorio. Debe ser dibujante, porque modificó el plano con un lápiz. Al mismo tiempo sonaba una canción en la radio, en un tono mental puro. Y en el Incon, sobreponiéndose en la zona de acción recíproca, una habitación muy grande, en la penumbra, contemplada desde la estatura de un niño, los antepechos de la ventana muy altos, anocheciendo tras las ventanas, oscureciéndose las ramas de los árboles, y en la habitación una voz de mujer, dulce, quizá leyendo en voz alta, a veces siguiendo la canción. Mientras tanto la ramera de la cama surgía y desaparecía en esfuerzos voluntarios, cada vez menos visible, hasta que sólo quedó un pezón. Todo esto lo he analizado por la tarde. Es la primera secuencia, de unos diez segundos, la que he podido analizar con claridad y por completo.

-¿Qué ha aprendido? -preguntó F. al acabar la sesión, con su tono irónico.

Me limité a silbar un trozo de canción, y pareció asustarse.

-Es una tonada muy bonita -dije-. No la había escuchado antes. Si es suya, no la silbaré en ningún otro sitio.
-Es de un cuarteto. -Su cara de "asno", indefenso y paciente, miraba hacia otro lado-. Me gusta la música. ¿No vio...?
-Vi a la chica. Y mi rostro sobre ella. ¿Sabe lo que me gustaría ver?

Meneó la cabeza. Arisco, avergonzado.

-Su infancia. -Esto le sorprendió. Estuvo callado un rato.
-De acuerdo -dijo finalmente-. Tendrá mi infancia. ¿Por qué no? En cualquier caso va a obtenerlo todo, ¿no? ¿Puedo ver una grabación? Deseo ver lo que usted ve.
-Claro que sí. Pero no le parecerá tan significativo como usted piensa. Tardé ocho años en aprender a observar. Empecé con mis propias grabaciones. Las estudié durante meses antes de lograr reconocer alguna cosa.

Le puse en mi silla, con el auricular, y repetí para él treinta segundos de la última secuencia. Después se quedó pensativo y serio.

-¿Qué era -preguntó- todo ese movimiento de escaleras arriba y abajo en... en último termino, supongo que es la palabra?
-Observación visual (sus ojos estaban cerrados) e impulso propioceptivo subconsciente. La dimensión Inconsciente y la corporal se sobreponen en gran medida todo el tiempo. Separamos las tres dimensiones porque raramente coinciden por completo, excepto en los bebés. El brillante movimiento triangular, a la izquierda de la pantalla holográfica, era probablemente el dolor de sus costillas.
-¡No lo considero así!
-Usted no lo ve, ni siquiera era consciente de él en aquel momento. No podemos traducir un dolor de costilla en una pantalla holográfica, por esto lo simbolizamos visualmente. Igual sucede con todas las sensaciones, afectos, emociones...
-¿Ve todo eso de golpe?
-Ya le he dicho que me costó ocho años. ¿Y se da cuenta de que eso es tan sólo una parte? Nadie puede reproducir toda una psique en una pantalla. Nadie sabe los límites de la psique, como no sean los del universo.
-Tal vez no sea tan necia, doctora -dijo al cabo de un momento-. Tal vez es sólo que la absorbe su trabajo. Eso puede ser peligroso. Estar tan absorta en su trabajo... ya sabe.
-Amo mi trabajo, y espero que sea de utilidad.

Yo estaba atenta a síntomas de desafección. F. sonrió un poco y dijo "pedante", en tono de tristeza.

Ana va progresando. Algunos problemas con la comida, todavía. La he metido en el grupo de terapia mutua de George. Lo que necesita, o al menos una cosa que necesita, es compañía. Después de todo, ¿por qué ha de comer? ¿Quién desea que ella viva? Lo que denominamos psicosis a veces es simple realismo. Pero los seres humanos no pueden vivir tan sólo de realismo.

El modelo de F. S. no se ajusta a ninguno de los tipos psicoscópicos de paranoia clásica del Rheingeld.

Me cuesta trabajo entender el texto de De Cams. La terminología política es muy distinta de la psicológica. Todo parece atrasado. Debo prestar mucha atención a partir de ahora en las sesiones de gimnasia de los domingos por la noche. Mi mente ha estado muy embotada. O quizá, como dijo F. S., demasiado absorta en mi trabajo... y sin prestar atención a su contexto, a eso se refería él. Sin pensar para qué trabajo.

10 de septiembre.

El cansancio me ha impedido escribir este diario las dos últimas noches. Por descontado, todos los datos están grabados y en mis notas de análisis. He trabajado muchísimo con los análisis de F. S. Es muy excitante. Su mente es francamente inusual. No es brillante, sus test de inteligencia arrojan un buen promedio, no es original o artista, no se perciben signos esquizofrénicos, no puedo decir de qué se trata. Me sentí honrada compartiendo la infancia que recordó para mí. No sé de qué se trata. Había dolor y miedo, por supuesto; la muerte de su padre por cáncer, meses y meses de miseria cuando F. S. tenía doce años... Eso fue terrible, pero el resultado final no es dolor. No lo ha olvidado o reprimido, sino que lo ha cambiado todo por su amor a sus padres y a su hermana, por la música, por la forma, peso y ajuste de las cosas, por su recuerdo de la luz y los problemas de tiempos muy lejanos, por una mente que siempre actúa silenciosamente, buscando, buscando la integridad.

Aún no puede hablarse de un coanálisis formal, es demasiado pronto, pero él colabora muy inteligentemente. Hoy le pregunté si era consciente respecto a la figura del Personaje Desconocido que acompañaba varios recuerdos Con en la dimensión Incon. Lo describí diciendo que tenía una enmarañada mata de pelo.

-¿Se refiere a Dokkay? -dijo sorprendido.

Aquella palabra había sido audible subverbalmente, pero no la había relacionado con la figura.

Me explicó que, cuando tenía cinco o seis años, Dokkay era el nombre que ponía a un "oso" con el que normalmente soñaba o pensaba.

-Yo cabalgaba sobre él -me explicó-. Era enorme, y yo muy pequeño. Derrumbaba las paredes y destruía las cosas, las cosas malas, ¿comprende?, los delincuentes, los espías, la gente que asustaba a mi madre, las cárceles, los callejones oscuros que me daba miedo atravesar, policías armados, el prestamista... A todos los vencía. Y después andaba por encima de los escombros, hacia la cumbre de la colina, llevándome en su lomo. Cuando llegábamos se quedaba quieto. Siempre estaba anocheciendo, un momento antes de que salieran las estrellas. Es extraño recordar esto. ¡Han pasado treinta años! Después se convirtió en una especie de amigo, un chico o un hombre, con el pelo igual que un oso. Siguió aplastándolo todo, y yo a su lado. Fue muy divertido.

Escribo todo esto de memoria, no está grabado. La sesión se interrumpió por un corte de corriente. Es exasperante que el hospital ocupe un lugar tan bajo en la lista de prioridades del gobierno.

Esta noche he asistido a la sesión de pensamiento positivo y he tomado notas. La doctora K. habló sobre los peligros y falsedades del liberalismo.


11 de septiembre.

Esta mañana F. S. ha intentado mostrarme a Dokkay, pero no lo ha conseguido.

-Ya no puedo verlo -dijo en voz alta, riéndose-. Creo que en algún momento me convertí en él.
-Muéstreme cuándo sucedió eso.
-De acuerdo.

Y al instante empezó a recordar un episodio de sus primeros años de adolescencia. No tenía nada que ver con Dokkay. F. vio una detención. Se le dijo que aquel hombre había sido detenido por difundir propaganda ilegal. Más tarde pudo ver uno de los panfletos. En el margen de su visibilidad se podía leer: "¿Existe una justicia igualitaria?" Lo leyó, pero sin recordar el texto, y tampoco pretendió ocultarlo de mi vista. La detención era un recuerdo intenso. La camisa azul del hombre joven, su tos, el sonido de los golpes, los uniformes de los agentes de la TRTU, un coche que se alejaba, un coche gris con sangre en la puerta... La escena se repitió una y otra vez. El coche enfilando la calle, alejándose por ella... Fue un suceso traumático para F. S. y podría explicar su exagerado temor ante la violencia de la justicia nacional, justificada en aras de la seguridad nacional. Esto pudo llevarle a comportarse irracionalmente cuando le investigaron, dando la impresión de que tendía a la desafección. Una impresión falsa, creo.

Y voy a demostrar por qué lo creo.

-Flores -le pregunté después de que recordara el caso-, piense en democracia, por favor.
-Mi pequeña doctora, no puede atrapar a un perro viejo con tanta facilidad.
-No pretendo atraparle. ¿Puede pensar en democracia, sí o no?
-Pienso mucho en ella.

E inició una actividad cerebral, música. Se trataba del coro de la última parte de la Novena Sinfonía de Beethoven, que reconocí gracias al tiempo que pasé estudiando arte en la escuela superior. Lo cantábamos para acompañar algún discurso patriótico.

-¡No cambie de tema! -grité.
-No grite, ya la oigo.

La habitación era a prueba de ruidos, por supuesto, pero el sonido del audio era tremendo, como si el coro fuera de miles de personas.

-No cambio de tema -dijo F. en voz alta-. Pienso en democracia. Eso es democracia. Esperanza, fraternidad, ningún obstáculo... Todos los obstáculos demolidos. ¡Yo, usted, nosotros hacemos el universo! ¿Lo oye?

Volvió a surgir la cumbre de la colina, la hierba poco crecida, la sensación de elevación, el viento, el cielo... La música era el cielo.

Cuando acabamos le quité la corona y le di las gracias.

No entiendo por qué un médico no puede agradecer a un paciente el que le haya revelado tanta belleza, tanta riqueza. Es importante que el médico mantenga su autoridad, claro, pero no es preciso mostrarse dominante. Comprendo que en política las autoridades deban dirigir y ser acatadas, pero la medicina psicológica es algo distinto. Un médico no puede "curar" al paciente, el paciente se "cura" a sí mismo, sin nuestra ayuda; no es nada que contradiga al pensamiento positivo.


14 de septiembre.

Estoy aturdida después de mi larga conversación de hoy con F. S. Voy a intentar clarificar mis ideas.

Flores está intranquilo, no puede participar en una terapia de trabajo debido a su lesión en las costillas. La clasificación "violenta" de su conducta le afectaba profundamente y, por ello, he puesto en juego mi autoridad para que eliminaran la V de su expediente y le trasladaran a la sala B de hombres (eso fue hace tres días). Su cama es la inmediata a la del viejo Arca, y cuando fui a buscarle para la sesión encontré a los dos hombres hablando, F. sentado en la cama del otro.

-Doctora Sobel -dijo F. S.-. ¿Conoce a mi vecino, el profesor Arca, de la facultad de Artes y Letras de la universidad?

Sí, claro que lo conocía. Llevaba allí cuatro años, más que yo. Pero F. S. habló con tanta cortesía y seriedad...

-¿Cómo está usted, profesor Arca? -dije. Y estreché la mano del anciano.

El profesor me saludó educadamente, como si fuera una extraña. Es normal que no reconozca a una persona de un día para otro. Luego me dirigí con F. a la sala psicoscópica.

-Doctora -me preguntó Flores-, ¿sabe cuántos tratamientos de electroshock ha sufrido ese hombre?
-No.

-Sesenta. Me lo repite cada día. Con orgullo. -Hizo una pausa antes de seguir hablando-. ¿Sabía usted que era un erudito de fama internacional? Escribió un libro, La idea de la libertad, sobre las ideas del siglo XX respecto a la libertad en política, arte y ciencia. Lo leí cuando me hallaba en la escuela de ingenieros. El libro existía entonces. En las bibliotecas. Ahora ya no. En ningún sitio. Pregunte al doctor Arca. Ni siquiera sabe que lo ha escrito.

-Después de una terapia electroconvulsiva -dije-, casi siempre hay fallos de memoria. Pero puede recuperar la conciencia. Es algo que ocurre muchas veces, espontáneamente.
-¿Al cabo de sesenta sesiones?

F. S. es un hombre alto, cargado de espaldas. Su figura es impresionante, hasta vestido con el pijama del hospital. Pero yo también soy alta. No me llama "mi pequeña doctora" porque tenga menos estatura que él. La primera vez que lo dijo fue cuando se enfadó conmigo y lo sigue diciendo cuando está enojado pero, por lo que me conoce, no pretende herirme.

-Mi pequeña doctora -dijo hoy-, deje de fingir. A este hombre le destruyeron la mente con toda deliberación, y usted lo sabe.

Ahora intentaré escribir con exactitud lo que respondí, porque es importante.

-No apruebo el uso de la terapia electroconvulsiva como método normal. No recomendaría su empleo para mis pacientes, a no ser que se tratara de casos específicos de melancolía senil. Elegí la psicoscopía porque es un método integrativo, no destructivo.

Todo esto es cierto, y, sin embargo, nunca antes lo había dicho o pensado.

-¿Qué recomendará en mi caso? -preguntó F.

Le expliqué que, en cuanto terminara mi diagnóstico, mis recomen daciones serían sometidas a la aprobación de la directora y subdirectora de la sección. Dije que, hasta el momento, nada en su historia o personalidad justificaba el uso de la terapia de electroshock, pero que, al fin y al cabo, aún no habíamos avanzado mucho.

-Demos tiempo al tiempo -dijo, mientras caminaba penosamente, con los hombros caídos.
-¿Por qué? ¿Le gusta estar así?
-No. Me gusta usted. Y me gustaría retrasar el final inevitable.
-¿Por qué insiste en un final inevitable, Flores? ¿No comprende lo irracional que es pensar en ese único punto?
-Rosa -era la primera vez que utilizaba mi nombre de pila-, Rosa, es imposible ser racional con el infortunio. Hay aspectos que la razón no puede considerar. Claro que soy irracional, me enfrento a una destrucción inminente de mi memoria, de mí mismo. Pero no me equivoco. Sabe que no me dejarán salir de aquí sin... -Dudó mucho antes de completar la frase-. Sin cambiarme.
-Un episodio psicopático...
-No tuve ningún episodio psicopático. Ya debería saberlo.
-Entonces, ¿por qué lo enviaron aquí?
-Algunos de mis colegas prefieren considerarse rivales, competidores. Me enteré de que informaron a la TRTU que yo era un liberal subversivo.
-¿Qué pruebas tenían?
-¿Pruebas? -Habíamos llegado ya a la sala psicoscópica. Se llevó las manos a la cara por un instante y rió como aturdido-. ¿Pruebas? Bien, hubo una reunión en mi sección y estuve hablando con un visitante extranjero, un colega, un proyectista. Y tengo amigos, ya sabe, gente que no produce, bohemios. Y este verano demostré al jefe de sección por qué un proyecto que ya había sido aprobado por el gobierno no funcionaría. Eso fue una tontería. Tal vez me encuentro aquí por... por imbécil. Además, leo. He leído el libro del profesor Arca.
-Pero todo eso no es importante, usted piensa positivamente, ama su patria, ¡eso no es desafección!
-No lo sé. Amo la idea democrática, la esperanza, sí, amo eso. No podría vivir sin ello. ¿Pero a la patria? ¿Se refiere a eso que hay en el mapa, fronteras, y que todo lo que hay dentro de las fronteras es bueno, y que no importa lo que haya fuera de ellas? ¿Cómo es posible que un adulto ame una idea tan infantil?
-Pero usted no traicionaría la nación ante un enemigo exterior.
-Bien, si tuviera que elegir entre la nación y la humanidad, o entre una nación y un amigo... tal vez lo haría. Si es que eso es traición. Para mí es moralidad.

F. es un liberal. A eso exactamente se refería la doctora Katin el domingo pasado.

Se trata de una psicopatía clásica: ausencia de afecto normal. Dijo "tal vez lo haría" con tanta frialdad...

No. Eso no es verdad. Lo dijo con dificultad, con dolor. Fui yo la que se sorprendió por no sentir nada... impasible, fría...

¿Cómo voy a tratar este tipo de psicosis, una psicosis política? He leído dos veces el libro de De Cams y creo que ahora lo entiendo, pero sigue habiendo este vacío entre lo político y lo psicológico. El libro me enseña cómo pensar, pero no cómo actuar positivamente. Comprendo como debería pensar y sentir F. S., y la diferencia entre eso y su presente estado mental. Pero no sé cómo educarle para que piense positivamente. De Cams dice que la desafección es una condición negativa que debe ser superada con ideas y emociones positivas, pero esto no encaja con F. S. El vacío no está en él. De hecho, es en ese vacío de De Cams, entre lo político y lo psicológico, donde encajan sus ideas. Pero si son ideas erróneas, ¿cómo explicarlo?

Necesito que me aconsejen, pero no puedo pedírselo a la doctora Nades. Cuando me dio el De Cams me dijo que allí encontraría todo lo que me hiciera falta. Si le digo que no ha sido así estaría confesando mi incompetencia y me quitaría el caso. Realmente, creo que es una especie de caso de prueba, que me están probando. Necesito esta experiencia, estoy aprendiendo, y además el paciente confía en mí y me habla con toda libertad. Porque sabe que todo lo que me diga será confidencial. Así que no puedo enseñar este diario o discutir estos problemas con nadie hasta que la curación esté en marcha y no sea imprescindible el secreto.

Pero no veo cuando puede llegar ese momento. Parece como si la confidencia tuviera que ser siempre algo esencial entre nosotros.

Debo enseñarle a que adapte su conducta a la realidad, o le enviarán a terapia de electroshock cuando la sección revise los casos en noviembre. En eso F. tiene toda la razón.


9 de octubre.

Dejé de escribir el diario cuando el material de F. S. le pareció (o me pareció a mí) "peligroso". Acabo de leerlo todo esta noche y me he dado cuenta de que nunca podré mostrárselo a la doctora N. Voy a proseguir y escribiré todo lo que me venga en gana. Tal como ella me dijo, aunque creo que siempre esperó poderlo leer. Pensó que yo se lo enseñaría, y así lo hice, al principio, o que no tendría problemas si me pedía verlo. Y ayer lo hizo, pero respondí que lo había dejado porque sólo repetía las cosas que ya constan en los registros de análisis. Su desaprobación fue evidente, pero no dijo nada. Nuestra relación maestra-alumna ha cambiado durante las últimas semanas. Ya no estoy tan necesitada de dirección, y tras la salida del hospital de Ana Jest, el documento sobre el autismo y mi logrado análisis de las grabaciones de T. R. Vinha la doctora ya no puede pretender que siga dependiendo de ella. Pero es posible que se resienta de mi independencia. He arrancado las tapas del cuaderno y conservo las páginas sueltas en el hueco de la cubierta del Rheingeld. Será difícil que las encuentre allí. Mientras estaba haciendo eso me dio dolor de estómago y de cabeza.

Alergia: Una persona puede ser expuesta al polen o picada mil veces por las pulgas sin manifestar reacción. Pero si contrae una infección virulenta, un trauma psíquico o le pica una abeja, empezará a estornudar, toser, rascarse, llorar, etc., a la próxima ocasión que encuentre polen o que le pique una pulga. Lo mismo ocurre con otros irritativos. La persona debe ser sensibilizada.

¿Por qué hay tanto miedo allí?, me preguntaba hace algún tiempo. Ahora ya lo sé. ¿Por qué no hay intimidad? Es injusta y sórdida. No puedo leer los archivos "secretos" que ella tiene en su oficina, pero yo trabajo con los pacientes y ella no. Yo no debo tener material "secreto". Eso corresponde sólo a las personas autorizadas. Todos sus secretos son buenos, hasta cuando son mentiras.

Escucha. Escucha, Rosa Sobel. Doctora en medicina, titulada en psicoterapia, titulada en psicoscopia. ¿Te estás adaptando?

¿A quién pertenecen tus pensamientos?

Has estado trabajando de dos a cinco horas diarias durante seis semanas en el interior de la mente de una persona. Una mente generosa, íntegra, sana. Nunca antes habías hecho algo así. Sólo habías trabajado con inválidos y asustados. Nunca antes te habías enfrentado a esto.

¿Quién es el terapeuta, tú o él?

Pero si él está bien, ¿qué es lo que tengo que curar? ¿Cómo puedo ayudarlo? ¿Cómo puedo salvarlo?

¿Enseñándole a mentir?


(Sin fecha).

He pasado las dos últimas noches, hasta las doce, revisando las pruebas psicoscópicas del profesor Arca, grabadas cuando fue admitido, hace once años, antes del tratamiento electroconvulsivo.

Esta mañana la doctora N. me preguntó por qué había buscado "expedientes tan antiguos" (eso significa que Selena le informa de los expedientes que se emplean). (Conozco perfectamente la sala de psicoscopía pero es igual, la escudriñaré diariamente a partir de ahora.) Contesté que me interesaba estudiar el desarrollo de la desafección ideológica en los intelectuales. Coincidimos en que el intelectualismo tiende a nutrir el pensamiento negativo y puede desembocar en psicosis, y que los que lo padecían debían ser tratados mentalmente, igual que el profesor Arca, y devueltos a la sociedad en el caso de que siguieran siendo competentes. Fue una discusión interesante y armoniosa.

Mentí. Mentí. Mentí deliberadamente, sabiendo que lo hacía. Ella mintió. Es una mentirosa. ¡También es una intelectual! Toda ella es una mentira. Y una cobarde, me temo.

Busqué las grabaciones de Arca para obtener una perspectiva. Para demostrarme que Flores no es único ni excepcional. Esto es cierto. Las diferencias son fascinantes. La dimensión Con del doctor Arca era espléndida, arquitectónica, pero el material Incon era menos consistente e interesante. El doctor Arca sabía mucho más que Flores y la potencia y belleza de los movimientos de su pensamiento era también muy superior. Flores es a menudo muy confuso. Eso constituye un elemento de su vitalidad. El doctor Arca es... fue un pensador abstracto, igual que yo, y por eso disfruté menos con sus grabaciones. Eché a faltar la solidez, el realismo espaciotemporal y la intensa claridad sensorial de la mente de Flores.

Esta mañana, en la sala de psicoscopía, expliqué a F. lo que había estado haciendo. Su reacción, cosa normal, no fue la que yo esperaba. Aprecia al anciano y pensé que esto le gustaría.

-¿Han conservado las grabaciones y han destruido la mente, es eso lo que me está diciendo? -dijo.

Le aclaré que todas las grabaciones se conservan para usos educativos, y le pregunté si eso no le alegraba, si no le confortaba saber que aún existía un registro de los pensamientos originales de Arca. Después de todo, ¿no era algo parecido a su libro, el resultado final de una mente que tarde o temprano envejecería y que, de todas formas, moriría?

-¡No! -repuso-. ¡No, porque el libro está prohibido y la grabación es secreta! ¿Sin libertad ni intimidad, ni siquiera en la muerte? ¡Eso es lo peor de todo!

Al finalizar la sesión me preguntó si me atrevería a destruir sus grabaciones de diagnóstico, en el caso de que fuera enviado a terapia de electroshock. Respondí que era muy fácil archivar mal o perder ese tipo de registros, pero que me parecía una pérdida cruel. Yo había aprendido de él y otras personas podrían hacer lo mismo, más tarde.

-¿Es que no comprende que no podré servir a la gente con pasaportes de seguridad? No me utilizarán, esa es toda la cuestión. Usted nunca me ha utilizado. Hemos trabajado juntos. Hemos cubierto el plazo los dos juntos.

En el último período, la cárcel había ocupado ampliamente sus pensamientos. Fantasías, ilusiones de cárceles, campos de concentración... Sueña con la cárcel igual que un preso sueña con la libertad.

Realmente, si yo supiera la forma adecuada, le enviaría a la cárcel. Pero es imposible: está aquí. Si informara que él es peligroso, políticamente hablando, volverían a llevárselo a la sala de violentos y le aplicarían el electroshock. Aquí no hay jueces para condenarlo a vivir. Tan sólo médicos para dar sentencias de muerte.

Lo único que puedo hacer es prolongar el diagnóstico tanto como sea posible, y hacer una solicitud para coanálisis total, acompañada de un firme pronóstico de curación completa. Pero ya he redactado tres veces el informe y resulta muy difícil escribirlo de forma que quede claro que yo conozco el carácter ideológico de la enfermedad (para que no anulen al instante mi diagnóstico) y al mismo tiempo parezca un caso benigno y curable de modo que me permitieran tratarlo con el psicoscopio. Y entonces, ¿por qué malgastar un año empleando un equipo muy costoso, cuando se tiene a mano una cura económica y sencilla? No importa lo que yo diga, siempre recurrirán a este argumento. Faltan dos semanas para la revisión de casos de la sección. Debo escribir el informe de tal manera que les resulte imposible rechazarlo. Pero... ¿Y si Flores tiene razón? ¿Y si todo esto es sólo una comedia, mentira tras mentira? ¿Y si ellos tienen órdenes, ya desde el principio, de la TRTU? "Destruidlo..."



(Sin fecha).

Hoy revisión de la sección.

Si me quedo aquí puedo hacer algo, algo bueno. No no no no no quiero no quiero ni siquiera esto qué puedo hacer ahora cómo puedo detenerlo.



(Sin fecha).

La noche pasada soñé que corría a lomos de un oso por un profundo desfiladero entre escarpadas montañas, que se elevaban hacia un cielo oscuro, era invierno, había hielo en las rocas.



(Sin fecha).

Mañana por la mañana le diré a Nades que dimito y pediré que me trasladen al hospital infantil. Pero ella debe aprobar el traslado. Si no lo hace estoy perdida. Ya lo estoy ahora. He cerrado la puerta para escribir esto. En cuanto lo haya escrito lo quemaré todo. Todo se ha terminado.

Nos encontramos en el vestíbulo. El estaba con un enfermero.

Le tomé la mano. Era grande, huesuda, y estaba muy fría.

-¿Ha llegado el momento, Rosa? -preguntó-. ¿El electroshock...?

Me habló en voz baja. Yo no quería que perdiera la esperanza antes de que bajara las escaleras y llegara al pasillo. El pasillo es muy largo.

-No -contesté-. Algunas pruebas más... un electroencefalograma, probablemente.
-Entonces, ¿nos veremos mañana?
-Sí.

Y nos vimos. Entré allí esta tarde. F. estaba despierto.

-Soy la doctora Sobel, Flores -dije-. Soy Rosa.
-Mucho gusto en conocerla -respondió en un murmullo.

Padece una ligera parálisis facial en el lado izquierdo. Desaparecerá.

Soy Rosa. Soy la rosa. La rosa, soy la rosa. La rosa sin flor, la rosa toda espinas, la mente que él hizo, la mano que el tocó, la rosa de invierno...

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"Shake it, don't break it. It took too damn long to make it"

GNU Terry Pratchett

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"Si en un sueño te ves bebiendo cerveza caliente es malo, significa que sufrirás"
Libro de interpretación de sueños encontrado en la tumba de un escriba del antiguo Egipto.

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