Me ha parecido interesante incluir este comentario de otro foro..
Luis escribió:Los buenos viejos tiempos
Hubo una época en que uno se escandalizaba con las andanzas del P.S.O.E. Hubo una época en la que le hervía la sangre a uno al oír la inconstitucionalidad de la chapuza de RUMASA; hubo un tiempo en el que el insultante lenguaje de Guerra le hería a uno la sensibilidad; en el que el caso de su hermano, Juan Guerra –miemmano, como lo llamaba la gloriosa prensa de investigación que se dejaba la piel intentando sacar a la luz cada escándalo- nos indignaba; en el que no oíamos hablar de otra cosa que de los millones que se sacaban de la Expo’92 –pellones les llamaban en aquéllos tiempos-, de la corrupción en la construcción del AVE –con aquél divertido alemán que inventó la palabra “convoluto”, que tanto gustaba repetir a los heroicos periodistas de investigación-, de los chanchullos del BOE, a cuyos protagonistas se perseguía hasta hacer noticia incluso el que uno de ellos se presentara a oposiciones a notaría; hubo un período en que descubrimos el infame asunto del GAL, y oímos a un señor con bigote decir “no hay atajos para luchar contra el terrorismo; y le creímos. Hubo un sinvergüenza llamado Roldán que fue perseguido y retratado hasta en sus horteras orgías de ridículos calzoncillos; se le siguió la pista por todo el mundo. ¡Qué prensa tan heroica, la de aquellos días! No había más que ley “corcuera”, autoritaria y atentatoria contra los derechos humanos; TVE era un instrumento en manos del gobierno ¿cómo no recordar al infausto y renombrado Calviño?; Yáñez era gafe, y allá donde iba, una serie de audaces comentaristas de prensa perpetraban artículos hablando de la “jettatura” y cosas parecidas; Guerra tenía escándalos hasta por llevar a su hijo “Pincho”, entonces menor de edad, a los toros.
Hubo un chaval, ¡ay! que cada mañana oía la radio; y se indignaba; hubo una época en que uno leía a una serie de articulistas –Campmany, Antonio Burgos, Pedro J. Ramírez, Alfonso Ussía, Ansón, Federico Jiménez Losantos… sin advertir que eran un clan que se dedicaba a jalearse y alabarse a sí mismo –mediante el elegante y discreto expediente de panegirizarse unos a otros- y a asaltar al gobierno, unas veces con razón y otras sin ella, pero siempre, con una demagogia que la juventud de aquel chaval, ¡ay!, no le dejaba ver.
Aquel gobierno cayó y aquella prensa calló. Calló todo lo futuro, pero siguió hablando del pasado, congelando el tiempo de una España que se deslizaba hacia un porvenir con aromas pretéritos.
Aquél chaval empezó a despertar cuando Ansón, en una afortunada indiscreción, habló de un complot periodístico para derribar a aquel gobierno de su juventud. Fue como cuando uno ve en el microscopio tornarse parte de una materia de un color que la diferencia del resto, gracias a un reactivo químico. El clan se me apareció con nitidez.
Los escándalos, naturalmente, continuaron. Es natural en un occidente que basa su sistema electoral en campañas comerciales similares al lanzamiento de un producto del que se esperan grandes réditos. Los partidos necesitan ingentes sumas de dinero; y necesitan además que este dinero sea oscuro, para eludir las leyes que limitan la financiación de los partidos políticos.
El primer gobierno del P.P. tuvo lugar en un clima de bonanza económica internacional que supieron vender muy bien como mérito propio. La prensa, aquella prensa que había sido justamente dura con el P.S.O.E., trocó su guantelete de hierro por mano de seda. Campmany, Ussía, Losantos, Antón… todos se pusieron al unísono a cantar loas al gobierno; de no haber sido blancos, habrían parecido un coro de gospel.
Los escándalos ya no le saltaban a uno en la cara, había que buscarlos con minuciosidad de mono despiojador en recónditas páginas de periódicos afectísimos; en voces bajas y trémulas de radios amigas; en imágenes borrosas y extemporáneas de televisiones complacientes o, directamente, aliadas.
Hubo caso del lino; hubo Villalonga options y Alierta conections; hubo siniestros asuntillos con alegres funerarias; hubo optimizadores fiscales que votaban supresiones de créditos del Instituto de Crédito Oficial a empresas con las que estaban vinculados; hubo escuchas legales a personajes que decían que estaban en política para forrarse y tras ello ascendían como la espuma de un champán prohibitivo; hubo créditos concedidos en condiciones un rato dudosas; hubo gescarteristas con conexiones demasiado cercanas a los que deberían ser ímprobos gestores; hubo AVES extraños que anidaban en parameras lejanas a Guadalajara, Guadalajara; hubo extrañas desviaciones presupuestarias y, al contrario que en el caso de aquel AVE que fue ¡ay! dulce pájaro de juventud, una gestión desastrosa; se emporcó toda la costa norte con un petróleo procedente de un barco que se debería haber hundido en cualquier lugar menos en aquél al que fue enviado a hundirse; hubo modificaciones del Código Penal que dejaban a la ley “Corcuera” en cariñoso tirón de orejas; se tomó, con la excusa de luchar contra el terrorismo, el más vil y sangriento de los atajos: el que llevaba a la destrucción del Derecho Internacional, la sumisión vergonzante a un presidente telepredicador de Estados Unidos, y el martirio atroz de un pueblo oriental; hubo alianzas para gobernar que, tan pronto como no eran necesarias, se convertían en cómplices del terrorismo y eran anatomizadas; todos los partidos fueron mancillados con el oprobio de colaborar con E.T.A.; se lanzó la especie, tan cara a todas las dictaduras de “yo, o el caos”; se tomaron maneras de partido único; se hizo revisionismo de la tragedia nacional que supuso la guerra civil; se permitió una orgía inmobiliaria que pone en grave peligro la economía de España; se tensaron las cuerdas de la cohesión nacional, por torticeros cálculos electorales, hasta poner en peligro la comunidad de los pueblos de España; se hizo la campaña electoral más sucia de la historia de la democracia; se usó de manera impúdica la tragedia de las víctimas del terrorismo; se bajaron los sueldos mediante el expediente de previsiones de inflación siempre menores que la inflación real; se transformó el mercado de trabajo en algo parecido al juego de las sillas musicales; la iglesia se inmiscuyó en nuestros asuntos mucho más allá de lo tolerable, haciendo renacer, por reacción, algo tan obsoleto como el anticlericalismo; TVE, la de todos, se convirtió en un infecto lodazal dirigida por Urdaci…
Todo el famoso clan de periodistas, aquellos corajudos perseguidores de la corrupción, el crimen, y las malas maneras en la mesa, calló las fechorías actuales y se centró en recordarnos aquellas de nuestra juventud. Primero hablaban del pasado; llegó un momento en el que ya hablaban de historia. Cuando los oigo, hablando aún del caso Roldán, me entra nostalgia de aquel candoroso joven que no entendía de política pero estaba harto de la corrupción del P.S.O.E. y que, convenientemente aleccionado por el clan periodístico, tenía la sangre encendida. Luego llegaron las sentencias absolutorias: la del BOE, la de Pellón… Cuando eran condenatorias, los autores ingresaban en la cárcel, señal de que la Justicia no era tan dependiente del P.S.O.E. como nos contaban y, en todo caso, mucho menos que la cardenalicia justicia actual. Los valientes periodistas de antaño, ahora escritores de mansos ditirambos y apolilladas reposiciones de sus viejos temas estrella, nunca pidieron perdón. Es más, tronaban más fuerte que nunca, como cerdos a los que se apartara a tirones de sus pesebres. El joven, ya maduro, meditó sobre lo irreversible del transcurrir del tiempo y sobre como fue manipulado en días más tiernos. Como a una corrupción se le aplicó la lupa y, a otra, un tupido velo.
El joven maduro decidió votar. A quien sea. Con la nariz tapada, si es preciso; sabía que era completamente necesario arrebatar el poder a la caterva de saqueadores que se habían instalado en él; y el pesebre a aquellos falsos informadores que habían convertido su juventud en una mistificación, en un minué, en un baile de sombras.