Inauguro mi exposición con un vídeo que no por obvio debe faltar como banda sonora de este combate. No hay nada interesante que ver en él, simplemente let it rol.
[flash width=425 height=350 loop=false]http://www.youtube.com/v/V6XeSRwREf8[/flash]
Vamos a la playa, sí, pero no todos juntos. Que sea un chico de ciudad no significa que me llegue la mierda hasta el cuello, y tampoco quiero que esto suceda en mis visitas puntuales al litoral. Y como no me mola tropezarme con bolsas de basura, pegatas de compresas, manchas de chapapote, condones revenidos como mudas de lagarto, algas, medusas, cadáveres de peces, de aves o de subsaharianos, tampoco tolero que haya gordos compartiendo el mismo marco que yo. Porque yo me mato todo el puto año en el gimnasio no para follar más, no para sentirme aceptado, no para prolongar patéticamente mi juventud, sino para mimetizarme armoniosamente con un paisaje que la naturaleza ha esculpido durante milenios. Y ese efecto estético de composición, que se sale, que mola muchísimo, es algo que en mi urba no puedo conseguir. Sólo lo consigo cuando voy a la playa. Ese es mi anhelo, mi resuello y mi motor durante todo el invierno: el llegar ahí con mis tetas y gritar “¡Cantábrico, son tuyas!”
Tómalas, tuyas son, mías no.
Realmente citar al Cantábrico no ha sido buena idea porque no es un litoral que se precie por su buen ganado. Las vacas que no pastan a pie de playa lo hacen sobre la arena, o juegan a las palas, o se arrastran hacia el chiringuito a ponerse hasta el ojete de rabas, lentas como tortugas centenarias que desovan todos los años en el mismo sitio. Distinto es todo en el Mediterráneo y la costa andaluza, donde el sol y el levante han castigado por generaciones a las razas, esculpiéndolas genéticamente, adaptándolas a la aridez: cuerpos largos, esbeltos y morenos. Nada de atapuercos chaparraos y blancuzcos como estos celtas. Son feos, ostias. Sólo sirven para cocinar cosas ricas que, total, no te las puedes comer si no quieres acabar como ellos.
[flash width=425 height=350 loop=false]http://www.youtube.com/v/c7Y96V7GRc4[/flash]
Mira, kiel, un chumi chúmez. Y no veras un feo a su alrededor. Esto lo hago a modo de soborno,
confiando en que estés hecho de la misma pasta que otros árbitros.
De modo que estoy super a favor de la segregación en las playas. Para los feos será mejor porque así no os entrarán complejos, frustraciones ni priapismos inoportunos. Los guapos toleramos la belleza mejor. Luego además nos entendemos bien entre nosotros, y hasta somos simpáticos, nos relajamos: molamos. Pero para que este milagro suceda vosotros tenéis que quedaros al margen. En realidad podemos ser gente maravillosa siempre y cuando no se nos irrite, siempre y cuando no se nos importune con la sensación de que todo nuestro esfuerzo, toda nuestra bendita suerte, no sirve para inspirar el menor ápice de respeto en los que no disfrutan de la misma merced. Y eso es lo que pasa cada vez que un feo considera que está a la misma altura que un guapo, y se atreve a acercársele, a hablarle, ¡a tirarle los tejos! Pues no nos sale de los cojones, fíjate. Ya sé que esta playa te ha visto nacer, que aquí se ahogó tu abuelo, que ahí te partiste la crisma, que es más tuya que mía, pero ahora estoy yo y estoy bueno. Vete a tu puto órreo a cebarte, gordo hijo de puta, y con lo que te sobre te compras una camiseta kukutxumuxu que es lo que mejor sienta cuando se es un puto gordo del norte. Debe ser que se produce un efecto compensatorio con tanta vaca.
[flash width=425 height=350 loop=false]http://www.youtube.com/v/6_yRx88J23s[/flash]
Lamentable ejemplo de feo apuntando por encima de sus posibilidades.
Evitalo: ACATA la puta segregación playera.
Rancherita, esas menciones al Cantábrico son circunstanciales y no deben tenerse como alusiones. AUN NO HE EMPEZADO CONTIGO.