Payasos en la lavadora
Publicado: 15 May 2006 22:42
PAYASOS EN LA LAVADORA, de Álex de la Iglesia
CAPÍTULO 1
COMO RATAS EN UN NAUFRAGIO
(fragmento)
A partir de cierto punto no hay retorno. Ése es el punto que hay que alcanzar.
KAFKA
Habría que matarlos. ¿Por qué coño me miran con esa cara? Ese tipo con el chamberguillo, con su cara de mierda, me mira. Debería acercarme y darle un pellizco en los carrillos, retorciéndoselos con toda mi alma, y luego dejarle ir, como si nada.
La gente me da ascopena. Todas esas caras distintas... ¿No es obsceno? ¿No es repugnante pensar que todas las caras que llenan las calles, esas hordas de rostros confusos, nunca se repiten? Millones de combinaciones, a cada cual más repulsiva. Cientos de millones de orejas sucias, miles de millones de pelos en la nariz, cientos de miles de millones de granos. Y nunca iguales. Todos sorprendentes en su horror, en su realidad brutal.
Siento vértigo. He visto caras horrorosas, y encima me han mirado, con sus ojitos llorosos y su mirada de pena; pero eso no significa nada. Hay miles de millones de caras en el mundo; tantas, que sería imposible verlas en una vida.
Es como si fueran infinitas. Por eso no me atrevo a moverme de aquí. No puedo salir de estas tres putas paredes de cristal.
No existe un límite en el horizonte del pánico. Fernando C., hasta ahora una de las personas a las que yo consideraba más repugnantes y odiosas, con sus labios gorditos, su mirada esquiva y su cara de pene –su cara me recuerda a un pene-, ya no es nadie desde esta nueva perspectiva; existen millones de caras más horribles que la de Fernando C. esperándonos a la vuelta de la esquina, con la sonrisilla más puñetera, la nariz más afilada o con el corte de pelo más baboso.
Estamos en manos de una combinatoria infernal.
Me queda poca batería. Tres barritas. Me quedan tres barritas de batería y tengo que contarlo todo. No basta una confesión apresurada. Dios, no puedo ni sentarme. No puedo, es demasiado doloroso. .. Estoy dando vueltas con el ordenador en las manos, no puedo sentarme... Tengo que explicar toda esta mierda, tengo que hacer comprender a la gente quién soy, cuáles son los motivos que me han arrastrado a esta situación; sacar fuera lo que me quema la cabeza, antes de que pierda totalmente el control, antes de que todo se acabe, antes de que la policía me encuentre en esta ridícula parada de autobús.
Las ideas se amontonan y soy incapaz de ordenarlas. Así es mejor. Pelearán entre sí intentando escapar de mi cerebro como las ratas en un naufragio. Sólo sobrevivirán las mejores, las más astutas y desalmadas, las crueles, las verdaderas.
Es necesario aclarar la trascendencia de conceptos tales como el ‘ascopena’ y la ‘emoción’, sentimientos contradictorios que conviven en mi cerebro. Tengo que hablar de mi abuela y de la crítica de mi último libro. Por qué estoy en paro y cuál es la auténtica historia del ‘hombre-rata’. Tengo que hablar de Horkheimer y las pulgas, de Pirandello y el caballito, de las fiestas de mi pueblo.
Tengo que contar cómo conocí a mis amigos Apocalipsis y Carmen Miranda, acentuar el peligro de las cucarachas y advertir a la humanidad sobre la supervivencia del anciono salvaje Ligeti. Quiero que entiendas, amigo lector, por qué terminé en la cárcel y quién me sacó de ella. Dios, no puedo dejar de hablar del miedo que tengo a los demás, sobre todo a las señoras, por qué tomé la decisión de matar de Marcuse y la asombrosa relevancia filosófica de los Cuatro Fantásticos.
Es primordial reproducir el primer atentado de mi grupo terrorista. Gracias a él mi organismo comenzó su mutación hacia niveles superiores de percepción. Galactus me dio el poder y me privó de él bruscamente...
Conoceréis a Rufino y su opuesto metafísico, La Varillas. Demostraré la existencia de los Flag Golosina y las razones que me llevaron a soportar al insoportable de Intxáustegi.
Usted, lector, comprenderá por qué los Picapiedra son algo más siniestro que un mero dibujo animado y descubrirá que para mí un trapo ardiendo simboliza una señal divina. Hablaré de mi primer amor y cómo reparé posteriormente en que no era el primero. Y lo más difícil: conocerá el secreto de la existencia, el motor de todos los males.
Escribo en presente porque todo está ocurriendo otra vez, todo sucede delante de mis ojos de nuevo, limpio y brillante, a todo color. A través de la pantalla de cuarzo líquido se distinguen los lugares, las cosas, las personas.
Conocer es recordar, es algo que los griegos tenían claro: no hay nada nuevo, todo es como una reposición, una gigantesca reposición televisiva programada para una entidad metafísica ininteligible, cuarentona y aburrida, sedienta de nostalgia.
CAPÍTULO 1
COMO RATAS EN UN NAUFRAGIO
(fragmento)
A partir de cierto punto no hay retorno. Ése es el punto que hay que alcanzar.
KAFKA
Habría que matarlos. ¿Por qué coño me miran con esa cara? Ese tipo con el chamberguillo, con su cara de mierda, me mira. Debería acercarme y darle un pellizco en los carrillos, retorciéndoselos con toda mi alma, y luego dejarle ir, como si nada.
La gente me da ascopena. Todas esas caras distintas... ¿No es obsceno? ¿No es repugnante pensar que todas las caras que llenan las calles, esas hordas de rostros confusos, nunca se repiten? Millones de combinaciones, a cada cual más repulsiva. Cientos de millones de orejas sucias, miles de millones de pelos en la nariz, cientos de miles de millones de granos. Y nunca iguales. Todos sorprendentes en su horror, en su realidad brutal.
Siento vértigo. He visto caras horrorosas, y encima me han mirado, con sus ojitos llorosos y su mirada de pena; pero eso no significa nada. Hay miles de millones de caras en el mundo; tantas, que sería imposible verlas en una vida.
Es como si fueran infinitas. Por eso no me atrevo a moverme de aquí. No puedo salir de estas tres putas paredes de cristal.
No existe un límite en el horizonte del pánico. Fernando C., hasta ahora una de las personas a las que yo consideraba más repugnantes y odiosas, con sus labios gorditos, su mirada esquiva y su cara de pene –su cara me recuerda a un pene-, ya no es nadie desde esta nueva perspectiva; existen millones de caras más horribles que la de Fernando C. esperándonos a la vuelta de la esquina, con la sonrisilla más puñetera, la nariz más afilada o con el corte de pelo más baboso.
Estamos en manos de una combinatoria infernal.
Me queda poca batería. Tres barritas. Me quedan tres barritas de batería y tengo que contarlo todo. No basta una confesión apresurada. Dios, no puedo ni sentarme. No puedo, es demasiado doloroso. .. Estoy dando vueltas con el ordenador en las manos, no puedo sentarme... Tengo que explicar toda esta mierda, tengo que hacer comprender a la gente quién soy, cuáles son los motivos que me han arrastrado a esta situación; sacar fuera lo que me quema la cabeza, antes de que pierda totalmente el control, antes de que todo se acabe, antes de que la policía me encuentre en esta ridícula parada de autobús.
Las ideas se amontonan y soy incapaz de ordenarlas. Así es mejor. Pelearán entre sí intentando escapar de mi cerebro como las ratas en un naufragio. Sólo sobrevivirán las mejores, las más astutas y desalmadas, las crueles, las verdaderas.
Es necesario aclarar la trascendencia de conceptos tales como el ‘ascopena’ y la ‘emoción’, sentimientos contradictorios que conviven en mi cerebro. Tengo que hablar de mi abuela y de la crítica de mi último libro. Por qué estoy en paro y cuál es la auténtica historia del ‘hombre-rata’. Tengo que hablar de Horkheimer y las pulgas, de Pirandello y el caballito, de las fiestas de mi pueblo.
Tengo que contar cómo conocí a mis amigos Apocalipsis y Carmen Miranda, acentuar el peligro de las cucarachas y advertir a la humanidad sobre la supervivencia del anciono salvaje Ligeti. Quiero que entiendas, amigo lector, por qué terminé en la cárcel y quién me sacó de ella. Dios, no puedo dejar de hablar del miedo que tengo a los demás, sobre todo a las señoras, por qué tomé la decisión de matar de Marcuse y la asombrosa relevancia filosófica de los Cuatro Fantásticos.
Es primordial reproducir el primer atentado de mi grupo terrorista. Gracias a él mi organismo comenzó su mutación hacia niveles superiores de percepción. Galactus me dio el poder y me privó de él bruscamente...
Conoceréis a Rufino y su opuesto metafísico, La Varillas. Demostraré la existencia de los Flag Golosina y las razones que me llevaron a soportar al insoportable de Intxáustegi.
Usted, lector, comprenderá por qué los Picapiedra son algo más siniestro que un mero dibujo animado y descubrirá que para mí un trapo ardiendo simboliza una señal divina. Hablaré de mi primer amor y cómo reparé posteriormente en que no era el primero. Y lo más difícil: conocerá el secreto de la existencia, el motor de todos los males.
Escribo en presente porque todo está ocurriendo otra vez, todo sucede delante de mis ojos de nuevo, limpio y brillante, a todo color. A través de la pantalla de cuarzo líquido se distinguen los lugares, las cosas, las personas.
Conocer es recordar, es algo que los griegos tenían claro: no hay nada nuevo, todo es como una reposición, una gigantesca reposición televisiva programada para una entidad metafísica ininteligible, cuarentona y aburrida, sedienta de nostalgia.