Leyéredes y no Creyéredes, II.

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Nicotin
Manuel Fraga Iribarne
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Leyéredes y no Creyéredes, II.

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Leyéredes y No Creyéredes
Parte segunda - de un prólogo vergonzante por su pomposidad y repetición, y de cómo hallaron continuación las aventuras del barón Nicomedes.


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Uno. prólogo vergonzante:
Cabalgué las nocturnas noches entre las neblinosas nieblas y las tinieblas tenebrosas, y los diurnos días bajo el cálido calor del soleado sol, sudando sudorosamente la gota gruesa, pues en valeroso valor no hay quien que me compita competentemente, sabida sapiencia es que paladino paladín soy, y obediencia presto solamente a la ley del Rey, y no a hueros fueros ni desatados desatinos. Bien sabe el divino Dios que pleno es mi espirituoso ánima de alba blancura e impoluta pureza, pues jamás pecaminosa pecata en ella halló asentido asiento, pues siempre la negrura negó, y... ¡cáspita! En vuesos arrastrados rostros leo cuán peco de plúmbea pluma y redonda redundancia... ¡basta, Nicomedes! ¡detén tu tendinosa tendencia a la ridícula rimbombancia, no han de estar sus mercedes, que aguardan la continuación de tu relato, a tragar tan oblonga oblea obligados! ¡Pesado y repetitivo eres cual gallo con gallaruza de plomizo plumaje...! ¡Ah, si pudiera tan sólo darme a entender con un breve trío de palabras...! .

Dos: de donde se sigue el relato:

La bóveda celeste a todos por igual cubre, sean hacendados ó menesterosos, justos ó ruines, herejes ó piadosos, valerosos ó cobardes...mas a unos llueve, hiela y truena, y a otros por bien cierto que concede reconfortante sol o refrescante umbría, según su ánimo requieriere et a la estación correpondiere. En tal modo se conducían mis pensamientos, creyendo yo que la fortuna y la justicia no hallaban acuerdo en lo que convenía a mi penoso tránsito por la existencia en aquesta mi sufrida mortal encarnadura, pues sin reposo ni tregua ninguna había yo cabalgado caminos y brozales, páramos y bosques, en escrutinio de una medecina que a mi mal de remedio sirviere, sin hallar rastro ni huella de medecina tal ni yerba o mejunje que alivio me procurase. Dos semanas discurrieron fugaces cual arroyo montaña abajo, durmiendo yo poco y comiendo á penas, en el empeño de cabalgar siempre en pos de lontananza, tanto, que encallecía mis sufridas posaderas y en no pocas postas hube de malcallar el hambre y maldormir las fatigas de la marcha, empleando en ello más pecunia de la que en otras circunstancias hubiese sido menester. Cierto que en mi vida anduve ligero de dineros los más días, y en aquesta aventura no me llovieron tampoco del cielo los doblones, en tal vez, como en otras tantas, recurso busqué en el noble arte de los naipes, cosa aquesta que ganó a posaderos y aposentados no escudos y maravedíes por único botín, sino furias, broncas y contiendas varias, a las que di resolución espada en mano, pues nada obtienen cuchillos de matanza y facones de malhechor cuando presencia hayla de bruñido y templado espadón, y de fuerte y afortunado brazo que el mesmo blanda con soltura. Dícese que ganancia en el juego no es provecho conveniente y el oro en tal modo adquirido es innoble y para todo buen caballero impropio, mas yo digo a vuesas mercedes que no lo es, si a quienes se gana son calaña de malandrines y sacamantecas.

Mas no eran juego ni contienda propósitos últimos de mi viaje, y sí rastro hallar del antídoto que libráreme de restar, los años que me quedaren, en imbécil mangurrián convertido. Cosa es de comprender mi desánimo cuando quinzena de jornadas transcurridas fueron no hallándome yo en la pista de nada.

Quísolo así la fortuna o quizá la providencia celeste en aquella manera gustó el disponello, que al anochecer de la jornada que quinze hazía en la cuenta, hallábame yo en humilde posada reponiendo ánimos a fuer de comer el sustancioso potage obrado por las manos sabias del posadero, en que no hubieron de faltar su buena güeña y esotros aderezos que de todo famélico viajero son buenamente considerados, cuando a mis oídos llegó extraña conversación, que tres sugetos a una mesa contigua sentados sostenían, siendo aquesto lo que decían:

sugeto cejijunto: "Pues os digo que es cosa bien cierta, pues visto lo han mis primos Rodrigo y Martín, y mi cuñada Olga, la teutona, a quien así decimos pues es cosa sabida que nacida fue en tierras germanas."
sugeto malcarado: "Palabras banales las tuyas, pues no son esas historias sino cuentos de viejas para sacalle á personas los cuartos y asustar los mozuelos á las zagalas en noches de plenilunio para de ellas obtener un tembloroso abrazo".
sugeto patizambo: "Y por cierto que así debe ser, mas déjale hablar todo, pues en siendo aquestos relatos tan impropios como inziertos, buena chanza traen a la mesa...¡posadero, escancia unos tragos más de buen vino en las nuestras jarras!"
el malcarado: "Oigamos pues, et bebamos, et comamos".
el cejijunto: "Sea pues: existe a pocas leguas de aquí un bosque presa de encantamientos varios, y aún dicen los más que habitado por íncubos, súcubos y demonios de varia catadura, aparencia y encarnadura. Nayde que en el mesmo adentrado se haya, retornado entero ha para contallo. En el recóndito corazón del bosque dícese que ha su asiento el Crasus Biblum Petetis, que no es sino aquél libro que todos los secretos mágicos revela. Mas quienes ambicionaron encontrallo y poseello, no hallaron premio otro que la mesma muerte, pues custodiando el libro se entretiene una feroz y sanguinaria criatura de temer: la Bestia Gafuda."
el patizambo: "Estrafalario nombre es ese, ¡válgame el carajo!"
el cejijunto: "Dícesele de aquesta manera por motivo de que gafas porta".
el malcarado: "¡Pardiez y paronze! ¿qué cosas son aquestas 'gafas', de las que noticia nunca tuve?".
el cejijunto: "No son sino unas lentes á modo de antiparras, pero de tamaño descomunal y monstruoso: gruesas son cual fondo de garrafón y grandes cual escudería griega. Mas no yergue en soledad la Bestia Gafuda en guardando el Crasus Biblum, y es verdad de no reprochar que pléyade de pavorosas criaturas por aquellos lares pululan: los Reidores sin Seso, que enloquezen al incauto con la chirriante cacofonía de las sus vozes, los Duendecillos Tangecriadillas, que de las viriles colgaduras préndense con sus garras siendo así causa de insoportable tormento, o los Escarlatados Espectros, que armadura y espada portan cual caballeros, mas con saltitos se andan y á grititos se hablan de idéntica manera á cual si de muchachitas se tratase."
el malcarado: "¡Cuentos de viejas!".
el patizambo: "Cuán falaces, mas...¡cuán hilarantes estrambotes! ¡y cuán interminable sarta de sandeces! Si siguen por tales derroteros tus delirios, mucho no falta para que la mandíbula se me descoyunte en un puro hartazgo de carcajadas!"

Así hablaron y así entendílo mi menda en escuchándolo todo, ¡y no daban las alforjas del ánima mía lugar para el asombro!. Húbome allí que, tras un par de interminables calendas que diríanse dos años de pura desesperanza, sin adivinar yo ni en lo más remoto destello ninguno de luz en lo obscuro de mi porvenir, encontrábame en un repente inesperadas como reconfortantes noticias de prodigioso volumen que respuestas daba a los intemporales enigmas de las cosas de lo mágico. En pie túveme, y, en acercándome al jacarandoso triunvirato de contertulios, así tuve en consideración hablarles:
"Ruégoles sepan perdonar mi impertinencia si de brusca manera asomo el nasal apéndice mío en tan ilustradora dialoganza, concédanme la bondad de creer que manera tal de conducirme no tengo verdaderamente por costumbre, pues soy yo caballero cabal, que por Nicomedes Alonso y Garcifuentes conocióme el registrador de mi arciprestazgo en yo naciendo, y baronía es la dignidad que por motivos de sangre me corresponde. Mas evitar no pude albergar noción de lo que vuecencias hablaban, tal es la cercanía de las mesas a las que estaban sentados vuecencias y estaba sentado servidor de vuecencias. Así se ha dado la ocurrencia de que a mis tímpanos llegaron palabras de bosque maldito, polifemos antiparrados, afeminados fantasmas, y, por sobre todas aquestas cosas, un libro de maravilla que compendia cuanto conocimiento existe sobre cosas de hechicerías, encantamientos y cosas mágicas diversas. Dáse el caso de que escenario semejante andábame yo buscando desde no menos de quinze jornadas, y téngome aquí en pie sabiendo que semejantes prodigios mágicos ocurren en aquestas mesmas vezindades y no en esotras que en el camino encontréme. Así pues, ¿concederíanme vuecencias tan craso favor de mostrar a este desorientado cuan desamparado gentilhombre el modo de conducirme a través de aquestas latitudes, por mi menda desconocidas, para toparme con el susodicho bosque encantado? De así hazello vuecencias, ténganse por pagadas dos rondas de buen vino, dos platadas de recio queso, y una conveniente visita a las generosas donzellas de por aquí cerca que apreciar sepan el valor de un doblón de oro."
Y como es apostanza segura el que quien malas casas frecuenta, caso del cejijunto y los dos congéneres suyos, buen conozimiento ha de mozas avezadas en la cosa de comerciar que saben de lo difícil de cerrar deudas, mas de lo fácil de abrir los brazos á perillanes acaudalados, y como eran los tres rufianes a buen seguro sugetos viziosos y borrachuzos, aceptáronme prontamente el doblón de oro y los maravedíes de plata a cuenta de los vinos y el queso, chorizos y el pan del mesonero. Pues así ocurre en ocasiones que caballeros de proba nobleza y limpieza de ánima, obligados se ven a entrarse en tratos con rufianes desarrapados y puteros.
La mañana que a noche tal dio relevo, y mientras de seguro aquellos rufianes depertaban el cada quien en lecho de cada cual aventajada moza, generosamente surtidos de resacas y cargazones, con un doblón de menos y una alegre noche de más, -y, sin comello ni bebello, con dos ramas de más en la cornamenta algún que otro marido de más confianza que sesera-, quien a vuesas mercedes se confiesa hubo prontamente emprendido camino al alba, y, a poco de encaramarse el sol a la línea del mediodía, en subiendo a un solitario galayo para en tal manera otear el horizonte, divisé a lo no muy lejano un bosque, cerrado y espeso como ninguno hube yo visto en lo antaño, y en tal grado apreciable su tamaño que hasta más allá de lo visible se extendía y verduzco océano de árboles diríase.

En llegando al lindero mesmo del bosque, hizóseme inteligible que lo apretado de la vegetación, lo bajo del ramaje y lo abrupto del lugar hazía impropio, si no imposible, el continuar mi aventura a lomos de montura ninguna, y por toda solución decidí libertar á mi caballo, en viendo que la pradera que al bosque circundaba era generosa en pastos y no era cosa de añorar incluso arroyuelo de cristalinas aguas donde la sufrida bestia saciar la sed pudiere. Consoléme yo en sabiendo que más caballuno el paraje no pudiera haber sido, pues era a conveniencia de equino lo que palaciego hospedaje á sugeto humano, y así decidílo que libertad díle al animal, rogando a la bienaventuranza que lo alto procura, que á salvo de ladrones estuviere y que en el mesmo prado lo encontrare yo al regresar, si es que con vida regresare del bosque aquel fuente de tanta maledicencia, y del que nayde antes salió en una pieza sola. Libré al jamelgo de riendas, estribos, silla, alfolrjas y demás aderezos, y despedíme de él con una caricia, a la que el pobre animal miróme con interrogadora tristeza. Encogióse el corazón mío ante aquesto más que ante peligros cualesquiera que me esperasen y aun ante la propia muerte, pues han de tener en conozimiento vuesas mercedes que caballo es á caballero un mayor parentesco del que las palabras mesmas indican, pues no sirve sólo de montura, por lo contrario es escudero, compartidor tanto de fatigas y hambrunas cuanto de fríos y de calores, compañero de armas y salvador en mil batallas, silencioso confesor, fiel en situaciones todas, compañero digo, amigo, y hermano.

Vean pues que de guisa tal, caballero sin caballo, quien les habla anduvo en dos pies hacia la foresta de infame nombre, en disposición de hallar el libro, fontana de conozimientos y secretos, ó de la muerte encontrar por toda otra recompensa. Poco tardé en asombrarme de lo tétrico y feamente hipertrofiado del paisaje: ni un rayo solo de bendita luz solar al suelo llegaba, donde no hubiera tenido cosa otra que facer que mostrar la agusanada alfombra de hojarasca podrida que cubríalo por doquiera. Las ramas de los árboles no diríanse ramas sino brazos huesudos y retorzidos que sus nudosos dedos extendían en amenazante ademán, y por toda otra vegetación conté cardos espinosos, abigarrados zarzales y ortigas de ponzoña repletas, amén de toda suerte de setas y rovellones, de las que ni fambriento y moribundo hubiese tastado la más insignificante, pues tal aspecto de mal entrañadas a la vista se daban. Entre ellas apresurábanse en sus repugnantes quehaceres escarabajos, tisanuros, y curianejas, y aún adiviné el veloz tránsito de alguna insidiosa víbora. En caminando yo, las ramas al suelo más próximas hacíanme dificultoso el pasar, y par o tres de ellas, quasi afirmaría que á malos propósitos siguiendo, á poco estuvieron de saltarme uno de los dos ojos que, como bípedo bien nacido, el rostro mío presiden. Bien ciego tendrá que ser quien no percibiere lo maligno del lugar, pues parecía mesmamente salido de pesadilla o de aborto de paisaje por malísimo pintor emprendido. Mas no a los ojos se presentaba únicamente el sitio repelente y nada hóspito sino también al olfato, denso como era el aire en el lugar a fuer de estancado y portador de hedores y podedumbres varias, que hasta las moscas más avisadas en cuanto a porquerías y desfechos compete dificultosamente volaban, y en un puro círculo además, de mareadas cual se sentían en fétido ambiente como no hubo otro, a no ser en los arrabales de París, donde vive Dios que discurren libremente riadas de porquería, capazes ellas de impedir por sí solas el ataque a la ciudad de ejércitos, monstruos y aun dragones alados, pues dudo que fiera voladora ninguna atravesar incólume pueda tan recio murallón de peste. Pues, bien sabido lo es, que grande ciudad todo entre sus muros lo tiene, mas mucha mierdumbre bajo su cielo amontona. No vanamente dizen los bien entendidos que perfumes y esencias floridas varias en París fueron concebidas...pues, ¡dónde, si no!
Y no quedaba en aquesto todo cuanto de deplorable el paraje atesoraba. Escuchábanse rápidas carreras y extrañas vozes no de bestia mas tampoco de hombre, de sabe el cielo qué siniestras criaturillas que por los cuatro costados pululaban sin darse en momento ninguno á ser vistas, y que en el suyo parecer diversión hallaban en la escondida observación de mi persona, pues eran bien de oír horripilantes risitas que de acá, allá y acullá procedían:
-"Jijijiji"
-"Jijijiji"
-"Xdddd"
La empuñadura de mi espada dispuse prontamente coger, pues temí que de los duendecillos aquellos que del cojón gustan colgarse se trataba, aunque buena protección procurábame cierta conveniente pieza de la armadura que guardaba lo más vulnerable al tiempo que lo más preciado de la anatomía de todo bien formado varón. No detuve mi avance empero, pues aunque a poco más del alcanze de patada hallábanse ocultas las criaturas en la maleza, ninguna moléstome ni tan sólo la cabeza asomó á modo tal que se la separare yo con mi espada del cuerpo. Nada hazían que no fuera ir en persecución mía, permanecer escondidos cual virtud de donzella casadera, y reír a cuenta mía. Decíales yo a los invisibles perseguidores:
-"Menesteroso peligro el vuestro, lechuguinos sietemesinos, pues por único modo de terminar conmigo tenéis el 'jijiji' y el 'jujuju'; será que no da abasto a mayores valijas vuestro minúsculo cerebelo. Ví en mi vida alimañas ridículas y cobardes, mas ninguna tan mangorrera y zarrapastrosa como vosotros y vuestros 'jijiji'. Puedo jurar que en mayor manera temo a las inmundas moscas que revolotean en derredor mío, no vaya a suceder que en dándome con un ala me derriben partido en trozos".
-"Jijiji".
-"Xdddd"
¡Cuán inútil conversación! Cual si estuviera hablando a tórtolas o gallinas se me dió en pensar, y aun aquestas hubiéranme procurado dircurso de mayormente apreciable interés. Además, díjeme yo a mi menda, si nada hazían aquellos duendes que reir y refocilarse en su idiocia, y en modo ninguno mi marcha entorpezían, decisión más sabia sería la de ignorallos. En aquesta actitud proseguí mi avance por entre los retorzidos ramajes y en mitad de una penumbra inexplicable, pues apenas tres horas pasadas debían ser del mediodia. Anduve y no menos caminé, en agradable paseo que físicos y galenos sin dudallo recomendarían a enfermo cualquiera, pues de todo cuanto a la salud conviene proveía: hedor insoportable, calores asfixiantes, miríadas de moscas, todavía más miríadas de mosquitos, ramas amigas del ojo ajeno, hongos venenosos, podredumbres y humidades varias y abundantes, cucarachas y lombrices á cestadas, "jijijis" y más "jijijís" para bien distender los nervios, plantas espinosas de toda condición para el buen cuidado de las pantorrillas y paisaje á semblanza de mal sueño por empacho de garbanzos. Quien de tal tratamiento con vida sale, no habrá bubones, fiebres, cólicos ni landres que a él puedan llevar a dar en la mortaja.

No aparentan á penas nada los instantes, mas amontónenlos vuesas mercedes uno junto al otro y juntarán sin trabajo en sus manos un minuto. Cuenten minutos el uno tras el otro, y en contando sesenta será que pese una hora más sobre su espaldada. Y, ¡cuán breves y livianos se nos antojan los instantes, mas cuán largas las horas en trances dificultosos, no siendo nacidas de cosa otra que de aquéllos! En modo tal, braceando esforzadamente contra tales ejércitos de instantes que el uno y después el otro veníanse sobre mí, al entendimiento llegué de que no habría recorrido menos de legua y media ó dos de las mesmas, que precisamente no podía decirse faltando horizonte alguno en que fijar la mirada y asentar el cálculo, y no viéndose por clarejo ninguno el cielo. Apremiábame lo caluroso y húmedo de la temperie, mas buena insignificancia representaba en los ánimos míos el cansancio, pues no menos apuesta que mi vida ó mi sensatez jugábame yo en el envite aquél.
En aquesto distrájome de la abstracción un chillido de aflautada agudeza que de la retaguardia mía procedía, no distinto en mucho al canto de un pájaro, que impropio resultaba empero en el bosque maléfico donde ave ninguna gustaba de anidar:
-"¡Uyyyysss!"
Azoróme el alarido y mitad de vuelta dí espada en ristre, y fue así que ví extraña figura que se antojaba espíritu, pues ni sólida ni carnal naturaleza aparentaba, y aureado era su contorno, de un color tal que dióme a entender aquesto: hallábame yo en presencia de un Escarlatado Espectro de aquellos que dijera el rufián de la fonda por quien supe del bosque maldito. Espectro y ser de otro mundo por fuerza era, pues su aspecto escapaba a cuanto hubiese yo visto: portaba armadura, mas estaba la mesma forrada con un tejido rosáceo de florales bordados y volantes, el su calzado era puntiagudo y bajo el talón separábase el pie del suelo mediante larga taconada, vistiendo las piernas con ajustada malla de grotesca coloración según lo que a caballero sería propio. Sujetaba una empuñadura que en todo igualaba a la de una espada, mas donde correspondía hoja de templado acero, había flexible vara en una flor terminada, y en la otra mano portaba látigo más propio de tiempos de gladiadores. Observé de lo bajo a lo alto la singular estampa del fantasma, y habléle lo que sigue:
Yo: "¿Quién sois y por cuál motivo gritais?"
Espectro: "¡Uy! ¡Qué fornido caballero estáis hecho, por los bálsamos del baño de Platón! Si fuerais un poquito más simpático, os permitiría tomarme del brazo para dar un paseíto por el bosque...aunque quizá os lo permita igualmente, ahora que veo cúan formados están vuestros miembros...al menos, los cuatro que a la vista están...¡machote!"
Yo: "¡Válgame el cielo una vez, y dos y tres veces me valga! ¿Qué insensateces decís, o es que loco hallásteis la muerte, y loco quedó vuestro fantasma?".
Espectro: "Loco, no...¡loquíssimo!".
Yo: "En tal caso proseguiré mi marcha, pues remedio no conozco para las ánimas enajenadas, y en nada ayudaros puedo siendo yo carne mortal y vos trastornado éter. Me despido de vos, lo que sea que seáis, medio vivo ó muerto á medias pero a buen seguro loco entero, y rezaré por la salvación de todo cuanto delirante espíritu por el mundo vaga".
Espectro: "¡Uy, qué hombre pero tan, tan maloote! No, no puedo dejaros seguir vuestro camino, pues por alguna razón en este lugar permanezco, y esa es la de abordar a los intrusos que por el bosque se aventuran...¡y son tan pocos! ¡me aburro pero taanto, tanto! Así que, sabedlo ya, no os dejaré pasar tan fácilmente."
Yo: "¡Entonces, vaho rosado que sólo remotamente semejáis persona, habré de dispersaros con mi espada como voluta de humo que la visión del camino nubla en la mañana!"
Espectro: "Muerto soy ya y de tal modo inmune quedé a la muerte, vuestra espada no puede ya despojarme de aquello que ya no tengo y que es la vida. Sólo de un modo podéis vencerme y no es vertiendo mi sangre, que ya bebieron los gusanos en mi sepultura".
Yo: "Os venceré de la forma que la casualidad disponga...¡sabeos de vuelta en el purgatorio!".

En tal trance esperaba yo lenguas de fuego, rayos que de los sus dedos naciesen, enjambres de murciélagos voraces que á mi gaznate se lanzasen, o cualesquier artificio maligno del que gustare emplear el espectro para doblegarme en el combate. Mas nada de aquesto sucedió, y sí el que volvióse de espaldas el fantasma, despojóse de pantalón, y, en agachándose, presentóme feamente las posaderas y díjome:
- "Tened empuje, caballerote, ¿no queréis vencerme? ¡hacedlo y demostrad cuán hombre sois, que me tenéis pero loquita perdida!".
Nadaba yo en océano de sorpresa, en viendo que tan fácilmente acobardábase el espectro rehuyendo la lidia y presentando nalgas, pues interpreté agachada tal como veraz muestra de rendición conclusa y definitiva. Signo tal que nunca antes hube visto sino en mujeres licenciosas, pero que en varón otra cosa significar no podía que la humillación del vencido ante el venzedor y el reconozimiento de un formidable adversario cual yo mesmo lo era. Y así habléle:
-"Abandonad sin demora tan ridícula actitud, petimetre. Bien comprendo que os rindáis sin osar enfrentaros a mí, mas la vida os perdono a cambio de que, ¡pardiez, os dejéis ya mesmo de continuar mostrando el culo!".
Y volvíme para más no vello y aplicarme en proseguimiento de la misión que ocupaba mis esfuerzos, mas avanzar no pude, pues por obra del mesmo diablo, encontrábame encerrado en repentina prisión de piedra junto al Escarlatado Espectro, quien, á gachas y con el culo en pompa, díjome:
-"¡Ayyy! ¡Pero qué tontitos son todos éstos caballerotes! ¿Acaso no sabéis que jamás habréis de abandonar tal mágico encierro hasta que a mis deseos os dobleguéis? Pues, ¿cómo esperábais vencerme sino con ese arma que entre vuestros dos fibrosos muslos cuelga? Sabed que yo, el espectro del condestable Urdurico, no he de conformar con menos mis apetenzias".

¡Horroricéme y espeluznéme ante aquesta jamás vista artería de los mil demonios! ¿A cuál suerte de retuerta y maliziosa trampa pertenezía tan enojosa circunstancia? ¿Posible era, por todas las desventuras de un malafortunado por dos millares de bizcos malmirado, que hallárame yo en sonrojante enzierro en compañía de un espectro soplababas y tuerceuñas, culorroto para mejor seña, y que, por toda manera de salir, hubiera yo de prestarme a las más bajas y abyectas mariconadas? Así parezíalo, pues mostróme el espectro un buen montón de cráneos y esqueletos, diziendo:
-"¿Veis? Son aquestos los restos de todos los caballeros que negáronme su cipote, que de aquí jamás salieron, y que encontraron penosa e interminable agonía, sin bebida ni comida poder procurarse...mas os aseguro que piedad no provocaron en mí, pues ninguno fue en tal manera objeto de mis apetitos como vos...¡hombretón! ¿No sería una penita que el mundo perdiese tan apuesto y varonil ejemplar? ¡No os condenéis a una muerte segura, y haced de mí vuestra donzellita!".
-"¡¡Jamás!! Si en tan siniestro lugar he de morir, ¡sea!, pero no permitiré que sigáis condenando a cuanto desgraciado por aquestos lugares transita a elegir entre verter la su sangre ó destilar azeites! ¿Queréis que os rellene las posaderas y sancione vuestras sodomíticas ansiedades, ánima repugnante a quien incluso en el mesmo infierno dieron puerta por tragasables? ¡¡Pues tomad!!"
Y en aquesto diciendo, hundí mi espada en el repugnante trasero del espectro, quien, al recibir tan profunda estocada en pleno intestino, profirió alaridos en tal manera espeluznantes, que ni cien luciferes igualar puderen:
Espectro: "¡¡Aaaaay ay ay ay aaaay!! ¡¡Ooooy oy oy oy ooooy!! ¡¡Uuuuuy uy uy uy uuuuy!!"
Yo: "¿Os causa mi espada tormento y padezimiento? ¡Bien empleado en vos está, pues peores penitencias habéis merecido sin disputa ninguna, por razón de causar la muerte a insobornables y buenos cristianos y caballeros, o buscar la ruina y la condenazión eterna de aquellos pusilánimes que quizá a vuestras bajezas hubiéran caído en prestarse".
Espectro: "¡¡Uyy uy uy uy!! ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! ¡Ay, ay, ayyyyy! ¡La espada! ¡La espada! ¡Oiiiiii oi oi oi!".
Yo: "¡Sí! ¡la espada! Y sabed que no pienso sacárosla, pues buenamente ganado está el sufrimento que el frío acero os inflinge!"
Espectro: "¡Agh! ¡Agh! ¡La espada! ¡La espada! ¡aaay ay ay aaaaay! ¡oy oy! ¡uy uy!".
Yo: "¡Sí! ¡La espada! A la que nunca pude haber destinado a mejor fin que a provocaros tortura infinita, pues criatura maléfica sois que piedad ninguna me inspiráis, y ni asoman a mi mente pensamientos de sacarla para..."
Espectro: "¡No! ¡No la saquéis! ¡metedla más! ¡metedla más! ¡uy uy uyyy! ¡sois el más recio e inagotable fornicador que jamás ví en vida o tras mi muerte!¡aay ay ay! ¡metedla más! ¡laceradme! ¡machote! ¡semental! ¡Uyyy uy uy uy!".

Pendió la mandíbula de quien aquesto narra a vuesas mercedes en boquiabierto rictus de pasmo e incredulidad. Mudóse el rostro mío del color suyo propio al blanco más albino y de ahí al verde, al rojo, al azul y de nuevo al albo para nuevamente presentarlos todos en sucesión. Pues fue para no creello de visto no habello, y mayormente para negallo al escuchar contallo. El ánima aquel tuvo de Lucifer por dote los poderes todos del averno, pues en nada fízole sufrir ni dióle de padezer el acero de la espada, y no fue sino que plúgole el ensarte, cosa jamás vista y jamás imaginada por mente humana ni en canción o leyenda ninguna reseñada. Entiendan pues cuán comprometida tenía yo mi vida en el momento dicho, siendo que el sugeto espirituoso era todo él inmune a las armas de convención, y que sable en las posaderas dábale gusto y no muerte. En viéndome yo condenado a agonía sin óbice, aposentéme junto al osario de quienes precediéronme en tan maligna trampa, entendiendo por seguro que la osamenta mía a no tardar serviría de compañía a las que allá formaban montón, mirándolos yo con tristeza, á cráneos y costillas pelados, y sintiendo por los ellos la simpatía de quien comparte condena et infortunio. Y pensaba yo: "¡Ah, desventurados caballeros, que tan mala cara mostráis pues no es otra que la de puro hueso la que se ve, pronto mi calavera sonreirá con las vuestras, riendo del Señor sabe cuáles chascarrillos de difuntos! ¿tan buena cosa es la muerte que todas las calaveras sonríen?", y así lo pensé y dispúseme a dezir oración por las sus almas y la mía propia, mas no hallé recogimiento oportuno para mis propósitos, pues no cesaba el fantasmón sus gritos y vozecillas, por lo que aquesto habléle:
Yo: "Asunción héla de que en aquesta prisión sellóse el destino mío, y así lo acepto sin lágrimas ni ruegos, pues peligro tal era indisoluble de la empresa que a este lugar maldito trájome. Mas os digo, espíritu tocapelotas y julandrón, que reprimáis vuestros gritos y vozes, pues ni vos mismo escapáis al designio del Altísimo, y así dispúsolo Él que sea cosa de respetar la solemnidad de la muerte de un caballero cristiano aun por los enemigos que le son propios. Así que callad un solo minuto, lo necesario para que pueda yo arrepentirme de mis pecados y encomendar mi salvación a Cristo Señor Nuestro, como corresponde a..."
Espectro: "¡Uy! ¡Ay! ¡Pero qué decís, Hércules mío! ¿Morir vos aquí y hacer de vos desperdizio, y privar al mundo de machotes castigadores como vos? ¡uyyy! ¡en modo ninguno! ¡sería una penita pero que muy, muy grande! ¡sois un bruto, un animal, un aguerrido semental! ¡jamás sentí tan placentera estocada, tan flagelante éxtasis! Habéis pasado la prueba como nadie pudo antes que vos...¡sois una bestia, un campeón! ¡oyy oy oy! ¡uyy uy uy!".

Y así dijo, y para asombro mío, esfumóse la pétrea prisión, el montón de huesos, y alejóse el espectro hacia las entrañas del bosque profiriendo ayes y uyes, y quedé yo sano y salvo, habiendo satisfecho con creces la prueba sin para hazello menoscabar mi dignidad de caballero, aunque perdiera yo en el envite la espada, que llevóse consigo el fantasma alojada entre las nalgas. No lamenté yo empero pérdida tal, pues en nada quería yo espada que en tales lugares hubiérase adentrado. Arrodilléme y oré en humilde gratitud por la bendición que húbome concedido el cielo en salvándome la vida en tal aprieto, y dispúseme a seguir mi camino, no dando por seguro mi pellejo, pues sin duda en pruebas mayores habría de verme aún, y privado de espada con la que defenderme.
Y así caminé otras horas, y cuanto más adentraba mis pasos en la foresta, más oscuro lo estaba todo, y más inquietantes y siniestros eran los ruidos y vozecillas, y más sofocadores eran los aires, y más intenso el aura maligna de cosa toda que allí había, y así sentía yo que a cada paso que daba, más á dentro de la garganta del mesmo mal me conducía, y más me asomaba a mi propia fosa. Y será de verse que mis negros augurios no eran faltos de acierto, pues horrores aguardábanme que dejaban al espectro bujarrón en bromilla de poca monta.

Y crezían los ruidos, los susurros y lo tétrico del ambiente, mas no era todo aquesto sino el breve anuncio de cuanto había de encontrarme en lo que seguía. Un momento llegó en que dejáronse de oir las irritantes risitas de los duendes así como sus pasitos sobre la hojarasca. Dejaron de empeñarse en mi persecución hasta las mesmas moscas, como si todo vicho viviente hubiérase esfumado en un repente, temerosos de toparse con horror tan grande que ni ellos mesmos podían encarar. Un silencio que hiciere pasar por jolgorio cordobés á la más solitaria sepultura apoderóse del bosque, cual inaudible anuncio de algo terrible que hazía huir incluso a las criaturas acostumbradas a lo siniestro del lugar. Díjeme que parecíalo todo como si la animada coronación de un rey interrumpida fuere por la inesperada presencia del mesmísimo demonio, con las almas atemorizadas de todos los presentes que, la su respiración conteniendo, esperaban temblorosos á comprobar quién había venido el diablo a llevarse, pues de un temor tal salvos no están ni los mesmos reyes. En tal ocasión, sabiéndome en inminencia de cosa en verdad horrenda, dispúseme a enfrentar lo que fuere, y en permaneciendo inmóvil, atendiendo al silencio, allí me tuve valerosamente, esperando conozer el reverso quál de la moneda me depararía la fortuna: si el de la victoria, ó el de la muerte, pues tal temerosa quietud a cosa otra responder no podía que a la cercana presencia de la Bestia Gafuda.

Será cosa del relato continuallo en otro momento, graziosas damiselas y honorables caballeros, pues sin demoras anochece y buen tiempo es de retirarse á los aposentos, cada qual al de correspondencia suya, aunque sepan vuesas mercedes que cedo lugar en el mío propio a cuanta donzella halle el suyo frío en demasiado, pues por bien cierto en el de un servidor calidez y acogimiento hallare si considerare propizio venir a compartillo.

Mañana nos sirvan buen vino y espumosa cerveza, que torneando la mesa fazeremos parlamento de aquestas y esotras cosas que de hablallas gustemos, cumplamos á los naipes, elogiemos á las damas, y, en cayendo el cielo vespertino, si así lo gustare la distinguida concurrencia proseguiría yo la glosa de pasadas andanzas y desventuras, pues cosas terribles vieron aquestos ojos míos que habrán de alimentar la tierra.

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