El Sr. Scrurreta tenía 48 años, aún se conservaba muy bien y tenía el aspecto de un hombre mayor interesante y moderno.
Vivía en una casa en las afueras de una gran ciudad, alejado de todo el mundo. A él le molestaba todo el mundo, la gente le parecía estúpida, un entretenimiento superfluo, no podía comprender porque a pesar de ser tan áspero con toda la humanidad podría nadie buscar su compañía. Desconfiaba de la gente, pensaba que eran todos unos imbéciles, cabezas vacías, tratando de sacar una conversación absurda con palabras que él encontraba huecas, no comprendía porqué querían intercambiar sus memeces con el resto de personas. Hablar sobre el tiempo, el ocio, el trabajo o la familia eran temas que le aburrían soberanamente. Además, el Señor Scrurreta odiaba la navidad y por eso la gente pensaba que no tenía corazón, que tras aquella imagen de caballero serio y amable se escondía un corazón duro como el diamante. Quizá la gente tuviera razón.
A su edad tenía ya la vida resuelta, con un par de operaciones que a él le habían parecido sencillas había conseguido dejar de trabajar a los 28 ya que el Sr. Scrurreta era propietario de un par de edificios en pleno centro de una ciudad que dejaremos todavía por determinar.
Sus edificios a pesar de estar férreamente construidos no gozaban de buena fama, pues buscar al casero no era una tarea fácil, Scrurreta había preparado un filtro de personas para que acceder a él fuese más complicado de lo normal, y así, aquel que intentase verlo tendría que esforzarse mucho para no acabar aburrido preguntando a uno tras otro de sus encargados cuando o donde podría verlo o que había respondido el Sr. Scrurreta a la pregunta de si arreglaría la calefacción o no.
Scrurreta sólo tenía una excentricidad o fetiche, Bárbara, una chica de unos treinta y pocos años que se creía una artista y hacía unos cuadros y esculturas horrorosas. Por lo que Scrurreta, para darla gusto, montó su propia galería de arte en el centro, en el edificio más «kistch» de todavía por determinar. Aquella galería atraía a los artistas de la ciudad como un accidente en una carretera a los curiosos; sin quererlo Scrurreta había conseguido hacer de lo que él pensaba que iba a ser un negocio deficitario una de las galerías de arte más prestigiosas del país. Bárbara no dejaba de ser una artista mediocre, pero el hecho de ser ella la principal artista de aquella galería hacía que los snob la apreciaran como si de Andy Warhol se tratara, otorgándole su propia corte de aduladores. A pesar del éxito nunca se comportó como una alterada estrella del rock, aunque siempre se tuvo por una gran artista y ahora simplemente se lo estaba demostrando al mundo, ella sólo tenía lo que se merecía.
Bárbara adoraba a Scrurreta, no comprendía porqué la gente hablaba mal de el, era un hombre guapo, inteligente y sensible, interesado por el arte y amante de su obra, era un hombre del que se podría enamorar con facilidad, aunque miraba para otro lado al ver las pequeñas maldades de Scrurreta.
Una de ellas era atacar a los camareros en los lujosos restaurantes que le gustaba frecuentar. Era un buen cliente y lo sabía, él nunca cocinaba en casa, comía fuera siempre y casi siempre en buenos restaurantes, por lo que sabía que podía permitirse el lujo de maltratar a los camareros como los antiguos esclavistas coloniales con sus esclavos. Eso le divertía, le gustaba humillarles con frases sencillas pero ingeniosas, y a veces lo eran tanto que los demás eran incapaces de darse cuenta, provocándole mayor satisfacción, como decir algo en una reunión, cuando le había sido incapaz zafarse de ella, claro, que fuese tan fino e ingenioso que sólo una o dos personas se diesen cuenta. En una reunión le gustaba así, pero, sin embargo, cuando cenaba a solas con Bárbara le gustaba hacerlo sin que se diese cuenta, era lo único divertido de cuando salían a cenar, pues sus palabras rebotaban en su inteligencia y salían sin más de su mollera, era aburrida hasta la saciedad, bueno, en realidad, tanto como los demás, ya que ella se divertía hablando y hablando sin parar, pensando que el era un gran «escuchador». Hablaba de sus obras, sus ideas, sus proyectos, estaba encantada con Scrurreta, ¡menuda sensibilidad! Se pasó horas hablando de su próxima colección, su colección de navidad, pensaba hacer una serie de doce cuadros, uno por cada mes del año y los de diciembre y enero hacerlos especialmente bellos ya que serían su gran obra maestra, un cuadro con dos partes, principio y final, un cuadro que empezase una historia y otro que la terminase, contando una historia en doce imágenes, empezarla y culminarla en la primera, sencillamente genial, algo demasiado bueno incluso para Barbara. Para poder entender aquella obra, harían falta seis esculturas que representarían seis sentimientos, y la última y a la vez primera escultura representarían Diciembre y Enero, la Navidad. Barbara le hizo un boceto, aquello no se parecía a nada, pero realmente transmitía la Navidad y cuando se la enseñó a Scrurreta, le pareció absurdo, sacarlo de sus pensamientos para enseñarle algo que, probablemente fuera lo más estúpido creado por el hombre, una fiesta cristiana, con lo que eso significa, que además fue copiada de una fiesta pagana y reconvertida a esa religión que Scrurreta casi consideraba ofensiva.
Sin embargo le dijo: - Es muy digno de ti querida. –Ella sonrió sinceramente y se sintió profundamente halagada, Scrurreta era tan... «Kistch»
Ella siguió hablando y hablando sin parar de su proyecto mientras él inventaba nuevas formas de transporte, cómo seccionar una persona sin que sintiera dolor o la forma de derrocar un gobierno sin usar las armas.
Sin embargo, unas palabras rompieron la coraza de ensimismamiento en la que había caído nuestro protagonista e hicieron que la tierra dejase de rotar y desapareciera a la vez. Scrurreta clavó sus ojos en ella y Barbara sintió que algo no iba bien.
- ¿Piensas darle los beneficios a los drogadictos de todavía por determinar? ¿Qué crees que harán con ellos? ¿Eres estúpida? ¿Crees que mi galería es un centro benéfico? ¿Con que estúpido argumento quieres darle el dinero a esa gentuza? ¿No te das cuenta que la Navidad no es más que una estupidez superflua inventada por el hombre para aligerar sus cargas de conciencia? ¿Ser felices unos días porque así lo dice todo el mundo? ¿Con respecto a qué calendario? ¿Qué pasa el resto del año? ¿Crees que les vas a solucionar el resto de sus vidas? ¿Crees que no van a volver a su adictivo mundo? Si yo fuera ellos tampoco querría regresar a este mundo salvo para tomarme unas vacaciones y ver a la familia, tal como hacen ellos. Barbie, querida, la Navidad es sólo para las mentes débiles.
Barbara se sintió abrumada. Scrurreta era más inteligente que ella a todas luces, pero sabía algo que él no: que la Navidad era algo más que regalos y anuncios en la tele.
No sabía que contestarle, pero quería a toda costa que algo pasara para enseñarle el espíritu de la Navidad a Scrurreta, él tenía que sentir lo que ella sentía cuando estos días llegaban, sólo podía rezar y esperar que un milagro pasara.
Cuento para antes de Navidad -versión libre-
Cuento para antes de Navidad -versión libre-
A la vuelta pasé por al lado de la tuya casa, saqué la cabesa desde mi hauto y grité: CHURETICAS!
una bandada de gabiotar alzó el vuelo, el sol iba sumerjiendose entre las montañias y solo me contestó el eco de mi propia vos...
una bandada de gabiotar alzó el vuelo, el sol iba sumerjiendose entre las montañias y solo me contestó el eco de mi propia vos...